jueves, 7 de marzo de 2019

CON MOTIVO DEL 8 DE MARZO: QUE DONDE HAYA ODIO, PONGAMOS AMOR


El liberalismo de primer grado niega “la obediencia debida a la divina y eterna razón y, declarándose a sí misma independiente, se convierte en sumo principio, fuente exclusiva y juez único de la verdad”. Así lo expone León XIII en la Encíclica Libertas Praestantissimum en 1888.
EN 1882, FRIEDRICH NIETZSCHE HABÍA ESCRITO:
Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado. ¿Cómo podríamos reconfortarnos, los asesinos de todos los asesinos? El más santo y el más poderoso que el mundo ha poseído se ha desangrado bajo nuestros cuchillos: ¿quién limpiará esta sangre de nosotros? ¿Qué agua nos limpiará? ¿Qué rito expiatorio, qué juegos sagrados deberíamos inventar? ¿No es la grandeza de este hecho demasiado grande para nosotros? ¿Debemos aparecer dignos de ella?
NIETZSCHE, LA GAYA CIENCIA, SECCIÓN 125
Si Dios ha muerto (y sigue muerto), los mandamientos no tienen sentido. Los principios morales ya no tienen sentido. Eso supone la derogación de la ley moral universal y conduce al nihilismo. Los valores de la civilización cristiana deben ser destruidos. El superhombre, que está por encima del bien y del mal, no reconoce más ley que su derecho a la autodeterminación: “yo decido lo que está bien y lo que está mal”, “yo decido lo que soy”. La voluntad del hombre se convierte en soberana: “mi vida es mía y hago con ella lo que me dé la gana”. “Yo soy lo que quiera ser”, independientemente de la verdad objetiva y científica. Yo soy libre para decidir si soy hombre, mujer, gato o perro. La ideología de género hodierna es la consecuencia natural del liberalismo de primer grado y del nihilismo ateo (valga la redundancia). Yo soy y hago lo que me apetece. La vida no tiene ningún sentido. La muerte es el fin de la existencia. Lo único que nos queda es disfrutar y pasarlo bien, sin restricción moral alguna, salvo el respeto a la libertad individual del otro, que debe estar garantizado por las leyes positivas. Vale todo. El hedonismo y el vitalismo exacerbado es lo único que nos queda: el sexo sin restricciones morales, comer, beber… Y las drogas, que nos permiten evadirnos del vacío existencial y nos trasladan a paraísos artificiales para anestesiarnos del sufrimiento y el dolor.
Poco después de la instauración del Liberalismo, en 1834, empezaron en España las matanzas de frailes y curas. Marcelino Menéndez Pelayo escribía en su Historia de los Heterodoxos Españoles:
“Desde entonces la guerra civil creció́ en intensidad y fue guerra como de tribus salvajes, guerra de exterminio y asolamiento, de degüello y represalias feroces, que ha levantado la cabeza después otras dos veces y quizá́ no la postrera, y no ciertamente por interés dinástico ni por interés fuerista, ni siquiera por amor declarado y fervoroso a este o al otro sistema político, sino por algo más hondo que todo esto, por la íntima reacción del sentimiento católico brutalmente escarnecido y por la generosa repugnancia a mezclarse con la turba en que se infamaron los degolladores de los frailes y los jueces de los degolladores, los robadores y los incendiarios de las iglesias, y los vendedores y los compradores de sus bienes”.
Desamortizaciones, asesinatos de curas, frailes y monjas; quema de iglesias y conventos… Esas fueron las consecuencias de las revoluciones liberales en España en el siglo XIX.
ESCRIBE RAFAEL GAMBRA:
“En España siempre hemos oído decir a los perseguidores que no perseguían a sus víctimas por católicos, sino por facciosos o por enemigos de la libertad. Claro que las victimas hubieran podido contestar, en la mayor parte de los casos, que su actitud política procedía, cabalmente, de su misma fe religiosa, Es decir, que el cristianismo ha sido, desde la caída del antiguo régimen, faccioso en España; o lo que es lo mismo, que nunca ha aceptado su relegación a la intimidad de las conciencias, ni en el sentido protestante de la mera relación del alma con Dios, ni en el kantiano de vincularse al mundo personal y volitivo de la razón práctica. El ser cristiano ha continuado siendo para los españoles lo que podríamos llamar un sentido total o una inserción en la existencia, y, por lo mismo, ningún terreno del espíritu, es decir, de la vida moral individual o colectiva, ha podido considerarse ajeno a su inspiración e influencia” [1].
Antiguamente nos llamaban “facciosos”: hoy, simplemente, “fachas”. Pero las cosas poco han cambiado. Nos llaman “fachas” porque queremos vivir en coherencia con nuestra fe y no estamos dispuestos a relegarla al ámbito puramente privado e íntimo. Nos consideran “enemigos de la libertad” porque los católicos vinculamos indisolublemente la libertad a la moralidad y al bien común. La Iglesia siempre ha defendido la libertad; pero una libertad que debe conducirnos a hacer el bien y a combatir el mal; a promover las virtudes y a evitar los vicios. Somos libres para ser santos. Pero si pecamos, si hacemos el mal, no somos realmente libres, sino esclavos. Así lo enseña el Catecismo: 1733.- En la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo también más libre. No hay verdadera libertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a la esclavitud del pecado (cf Rm 6, 17).
Y DICE SAN IRENEO DE LYON:
«El hombre es racional, y por ello semejante a Dios; fue creado libre y dueño de sus actos» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 4, 3).
Pero la cultura materialista atea vincula la libertad a los vicios y el bien a disfrutar del placer, al hedonismo: al “comamos y bebamos que mañana moriremos”.
Lo que al feminismo radical y al homosexualismo político les molesta es que la Iglesia Católica sigue fiel a los Mandamientos y a la Verdad, que es Cristo. Les molesta que defienda el amor verdadero de la familia. Les molesta el Sexto Mandamiento, que dice que es pecado mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio entre un hombre y una mujer. Les molesta que la Iglesia siga predicando que la promiscuidad o las relaciones sexuales entre homosexuales son pecados mortales. Y eso, a los hijos de la Revolución Sexual del 68 les enerva, les hace echar espumarajos por la boca como a la niña de El Exorcista. Aunque no faltan cardenales, obispos y sacerdotes que sucumbiendo ante el mundo, corren dispuestos a traicionar a Cristo y propugnan la bendición de las parejas homosexuales dentro de la Iglesia o predican doctrinas contrarias a la Tradición y a la moral católicas, apartándose de la Verdad (que es Cristo, muerto y resucitado). Esa es la herejía modernista que amenaza con destruir desde dentro a la propia Iglesia, aunque no lo conseguirán, porque se nos ha prometido que “las puertas del Infierno no prevalecerán”.
Al liberalismo de primer grado, el marxismo le añade la guinda de la lucha de clases. Ese concepto, aplicado a las relaciones entre hombres y mujeres, desemboca en el feminismo radical comunista. El marxismo promueve el odio, dividiendo e incitando al enfrentamiento y a la lucha entre distintos colectivos. Para el feminismo comunistas, las mujeres son las oprimidas y los hombres los opresores. Se trata de mensajes simples, populistas, demagógicos; pero tremendamente efectivos en términos de propaganda. En sus manifiestos con motivo de la huelga feminista convocada para el 8 de marzo, se pueden leer cosas como las siguientes:
“Nosotras las mujeres, ya sabíamos que existían los violentos, los resentidos, los provocadores, los maltratadores, las manadas.
Sabemos bien quiénes son:
Los que se aposentaban plácidamente en los partidos de derechas.
Los que enseñaban la patita en las tertulias.
Los que inventan ideologías de género desde sus púlpitos exclusivamente masculinos.
Los que se ocultaban en los nichos de ciertas sacristías.
Los que cuelan su mensaje de odio por las alcantarillas de las redes.
Los que crecían como el moho en las humedades de ciertos ambientes cuarteleros y bajo las togas de jueces de la horca y la venganza.
La novedad es que ya no se ocultan.
Las manadas de resentidos, violentos y maltratadores, ya tiene un partido, o dos, o tres, de nostálgicos de momias, de inquisiciones y de hogueras.
Son los partidos de hombres pequeñitos con patrias de bolsillo y billetera en las que solamente caben ellos.
Nosotras las mujeres, rechazamos la ley del patriarcado:
Las propuestas de los hombres cobardes, que no soportan las condiciones de igualdad porque saldrían perdiendo.
A los que no soportan que haya leyes que nos protejan de sus desmanes.
A los que solo pueden ofrecer a las mujeres la protección de los mafiosos: “una oferta que no podremos rechazar” bajo su mando.
A los que no comprenden que nos queremos vivas, que esperamos que la ley nos proteja en vida y que de nada nos sirve la venganza una vez muertas.
A los que no toleran nuestra libertad sexual y reproductiva porque quieren convertirnos en incubadoras de mano de obra barata y carne de cañón.
A los que reclaman la custodia compartido pero que jamás han querido compartir los cuidados.
A los que nos dicen que el trabajo precario es más moderno y que si no nos conviene, volvamos a encerrarnos en la casa.
Les rechazamos porque son eso y mucho más, personajes oscuros y turbios. Especialistas en la mentira y el odio”.
“Somos feministas ¡Qué otra cosa podríamos ser! Somos feministas, es muy sencillo; amamos la libertad y vamos a por ella.
La libertad de ir y venir, por la calle y por el campo, por el día y por la noche. Por eso decimos que la calle y la noche también son nuestras.
Queremos libertad de ser madres o no serlo. Nosotras, que no prohibimos tener hijos, no admitiremos que nadie nos obligue a tenerlos.
Queremos libertad de disfrutar del sexo sin que el placer se convierta en peligro.
Queremos la libertad de decir no y la de hasta aquí hemos llegado.
Y SÍ, SEÑORES Y SEÑORITOS DEL PATRIARCADO, SABEMOS MUY BIEN LO QUE LLEVAMOS DENTRO Y LO QUE NO QUEREMOS. ¡QUITAD VUESTROS ROSARIOS DE NUESTROS OVARIOS!
 “Gritamos bien fuerte contra el neoliberalismo salvaje que se impone como pensamiento único a nivel mundial y que destroza nuestro planeta y nuestras vidas. Las mujeres tenemos un papel primordial en la lucha contra del cambio climático y en la preservación de la biodiversidad. Por eso, apostamos decididamente por la soberanía alimentaria de los pueblos. Apoyamos el trabajo de muchas compañeras que ponen en riesgo su vida por defender el territorio y sus cultivos. Exigimos que la defensa de la vida se sitúe en el centro de la economía y de la política.
Exigimos ser protagonistas de nuestras vidas, de nuestra salud y de nuestros cuerpos, sin ningún tipo de presión estética. Nuestros cuerpos no son mercadería ni objeto, y por eso, también hacemos huelga de consumo. ¡Basta ya de ser utilizadas como reclamo!
La educación es la etapa principal en la que construimos nuestras identidades sexuales y de género y por ello las estudiantes, las maestras, la comunidad educativa y todo el movimiento feminista exigimos nuestro derecho a una educación pública, laica y feminista. Libre de valores heteropatriarcales desde los primeros tramos educativos, en los que las profesoras somos mayoría, hasta la universidad. Reivindicamos también nuestro derecho a una formación afectivo-sexual que nos enseñe en la diversidad, sin miedos, sin complejos, sin reducirnos a meros objetos y que no permita una sola agresión machista ni LGTBIfóbica en las aulas”.
Son palabras llenas de odio, de resentimiento, de violencia…
El marxismo, con su dialéctica permanente entre opresores malos y oprimidos buenos, es la versión moderna del viejo maniqueísmo. Todo se reduce a una simple confrontación de buenos y malos. Y los buenos tienen que derrotar a los malos, como en las peores películas de vaqueros. El caso es identificar al enemigo, que es cualquiera que no piensa como yo, y hacer todo lo posible por señalarlo y destruirlo. Los malos son “los fachas”, y dentro de ellos, fundamentalmente, los católicos, que somos quienes defendemos la familia, la vida desde la concepción hasta la muerte natural, el sacrificio propio por amor a los demás, el bien común, las obras de misericordia y la ley moral universal que pone la caridad como norma fundamental: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo.
El marxismo es una gran mentira: ¿Alguien en su sano juicio puede creer que yo, como católico, justifico la violencia contra las mujeres o que se les dé un trato injusto? ¿Alguien en su sano juicio puede creer que nosotros queremos que la mujer viva oprimida, esclavizada o discriminada? Y nada me repugna más que la violación a una mujer o los abusos a niños. Para nosotros, los católicos, la mujer tiene la misma dignidad que el hombre: exactamente la misma. Y en la Iglesia hay grandes santas y doctoras de la Iglesia que no tienen nada que envidiar a ningún santo que sea varón.
El comunismo promete el paraíso en este mundo y a cambio no ofrece sino tiranías, hambre, represión y muertes. Ejemplos de ello tenemos en abundancia: Venezuela, Nicaragua, Cuba, Corea del Norte, China… La hoz y el martillo ha segado más de cien millones de vidas humanas en los últimos cien años. Es el mal con apariencia de bien. Pero por sus frutos los conoceréis. No hay árbol malo que dé frutos buenos.
Pero los católicos no podemos ni debemos caer en la trampa de Enemigo. Nosotros no os odiamos: os amamos. No os maldecimos, sino que rezamos por vosotros. No os vamos a agredir de ninguna manera, sino que estamos dispuestos a dar la vida por vosotros, si fuera necesario.  No os deseamos ningún mal: deseamos que seáis felices en esta vida y que merezcáis ganar la vida eterna, aunque vosotros no creáis en ella. No hay odio en nosotros. El Corazón de Jesús nos pide que amemos a todos siempre; incluso a nuestros enemigos; incluso a quienes nos injurian, nos desprecian y nos persiguen. Queremos amar incluso a quienes nos quisierais muertos a nosotros.
Nos consideráis enemigos porque no somos como vosotros. Ni lo vamos a ser. Vosotros no tenéis ni idea de lo maravilloso que es el amor de verdad. No el amor romántico, no. No un amor sentimentaloide. Nosotros amamos de verdad: con el corazón, con la cabeza y con el compromiso y la fidelidad. Nosotros creemos en ese amor entre un tú y un yo que se aman porque se conocen de verdad, porque han sido capaces de desnudar sus almas antes que sus cuerpos. Creemos en un amor profundo, donde sobran las caretas, las etiquetas, los disfraces.
Tal vez os convendría recuperar a Pedro Salinas para aprender lo que es la esencia del amor:
Para vivir no quiero islas, palacios, torres. ¡Qué alegría más alta: vivir en los pronombres!
Quítate ya los trajes, las señas, los retratos; yo no te quiero así, disfrazada de otra, hija siempre de algo. Te quiero pura, libre, irreductible: tú.
Sé que cuando te llame entre todas las gentes del mundo, sólo tú serás tú.
Y cuando me preguntes quién es el que te llama, el que te quiere suya, enterraré los nombres, los rótulos, la historia.
Iré rompiendo todo lo que encima me echaron desde antes de nacer.
Y vuelto ya al anónimo eterno del desnudo, de la piedra, del mundo, te diré: «Yo te quiero, soy yo».
Lo que da la felicidad es el amor. Y el Amor (con mayúsculas) es Cristo, es Dios. Creer en Dios es creer en el amor auténtico. Nada de odios ni de divisiones. No hay buenos ni malos. Todos somos imperfectos y pecadores. Pero todos estamos llamados a vivir con la libertad de los hijos de Dios. Donde reina la Caridad, donde prima el amor, no hay opresión, no hay injusticias, no hay mentiras, no hay odios, no hay guerras, no hay violencia, no hay asesinatos machistas, no hay agresiones bárbaras, no hay violaciones, no hay machismo, no hay discriminaciones injustas, no hay desigualdades, no hay explotaciones.
En una familia que vive asentada sobre roca firme, sobre el cimiento que es Cristo, se vive realmente lo que es el amor y cada uno vive como propias las alegrías y las penas de los demás. El padre y la madre desgastan sus vidas por educar y hacer felices a sus hijos, anteponiendo el bienestar de los demás al suyo propio. En una familia cristiana se comparte todo y todo es de todos: no hay nada mío ni tuyo. El dinero que entra en casa es de todos y para todos y se reparte según las necesidades de cada uno y en función del bien común. No es mi placer o mis intereses o mis apetencias lo que prevalece, sino la felicidad y el bienestar de la esposa y de los hijos. En una familia cristiana, se discute como en cualquier otra. Pero el padre o la madre darían la vida por sus hijos sin dudarlo. Y si hay que pasarse noches sin dormir por cuidar a alguien que está enfermos, se hace de buena gana. Y si hay que deslomarse a trabajar para llevar un sueldo a casa, se hace y de buena gana. En una familia de verdad, créanme, no hay lucha de clases ni de sexos. Hay complementariedad, hay complicidad, hay fidelidad, hay amor, hay vida. Eso debe de ser lo que vosotros llamáis despectivamente “el patriarcado”.
La felicidad para un cristiano es la santidad. Y se puede ser santo trabajando y criando a tus hijos y cuidando a tu esposa. Aunque quien ama aprende pronto lo que es sufrir y lo que es sacrificarse, porque lo uno va unido a lo otro. Pero ¡qué alegría tan grande vivir en los pronombres!”. Porque entonces, entre todas las personas del mundo, yo te amo a ti porque solo tú eres tú. Y no te cambio por nada del mundo. Entonces ya no somos dos: sino una sola carne. “¡Qué alegría vivir sintiéndose vivido!”. Mi esposa y yo no somos dos: sino uno solo. Y ahí no tiene cabida la violencia ni la opresión ni la discriminación ni la explotación ni nada de todo eso. Lo que pasa que vosotros desconocéis la grandeza del amor de verdad. No os enteráis de nada.
Desconocéis el Amor y desconocéis a Dios. Pero Cristo vive. Cristo es nuestro único Rey verdadero. Y nosotros somos felices cumpliendo sus mandamientos. Contestando a la cita de Nietzsche que puse al principio del artículo, el agua que nos limpia es la del bautismo. Y el rito expiatorio para redimirnos de nuestros pecados es el sacrificio de Cristo en la cruz, que vierte su sangre para perdonar nuestras culpas. Su sangre nos limpia. El más Santo murió por nuestros pecados. Pero resucitó. Y Él vive y reina por los siglos de los siglos. Él es mi Señor, el único ante el que me arrodillo. Él es el principio y el fin; el que da sentido a mi vida, porque “para mí, vivir es Cristo y morir ganancia”. La sangre de nuestros mártires da testimonio de la autenticidad de nuestra fe. Y hoy hay más mártires que nunca que siguen derramando su sangre por Cristo.
Es tiempo de cuaresma, tiempo de conversión. Dejemos el odio y la demagogia. Sólo Dios puede acabar con el mal de mundo. Cuando todos nos convirtamos a Cristo, no habrá más odios, ni más violencia, ni más injusticias. El Amor de Dios triunfa sobre el mal, sobre el pecado y sobre la propia muerte. Es tiempo de oración, de ayuno y de penitencia.
Nuestro principal modelo de santidad es la Virgen María. Ella es la más grande, la primera entre los creyentes, la Madre de la Iglesia, la Madre de Dios. Ningún hombre sobre la tierra se le puede igualar. Que ella nos enseñe a amar con humildad a todos e interceda por nosotros. Que ella nos conduzca a todos a Cristo, que es el único Salvador, que desde la cruz, redime al mundo. Y que donde haya odio, podamos nosotros poner amor.
Dios os bendiga a todos.

[1] RAFAEL GAMBRA, La monarquía social y representativa en el pensamiento tradicional, págs. 10-12.
Pedro L. Llera

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