Desde que hace años, siendo
todavía Papa Benedicto XVI, la Congregación para
los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica decidió intervenir, todavía no sabemos bien por
qué ni para qué, los Franciscanos de la Inmaculada, se ha ido produciendo un goteo constante y creciente de visitas
apostólicas, revisión de estatutos, etc., de congregaciones religiosas
de reciente fundación con un carisma tradicional.
Por lo general, no suelen ser
noticia porque los consagrados, tanto religiosos como religiosas, no son
especialmente partidarios de quejarse ante los medios de comunicación. Pero lo
cierto es que da la impresión de que
estamos en plena cacería de carismas que no son del agrado de los
actuales responsables de la Iglesia.
Curiosamente, la espantosa
crisis de vocaciones entre las órdenes y congregaciones religiosas “históricas” -iba a decir tradicionales, pero
sería faltar a la verdad-, contrasta con la abundancia de las mismas entre esas
nuevas realidades de la vida consagrada.
Desgraciadamente, sobre todo
para sus almas, algunos están empeñados
en ser la versión eclesial de El perro del hortelano, “que ni come ni deja
comer". En vez de ver la presencia del Espíritu Santo en esa auténtica primavera eclesial, que no provoca
titulares pero es testimonio vivo de que Dios no ha abandonado su Iglesia,
hacen uso de la autoridad eclesial para machacar los primeros tallos, las
primeras espigas.
Uno de esos nuevos institutos
de vida consagrada, y sigo a partir de ahora el relato de Marco Tosatti,
son “Las Hermanitas de María, Madre del Redentor” (Petites
Soeurs de Marie, Mère du Rédempteur). Están en Francia, concretamente en la
diócesis de Laval. ¿A qué se dedican? Cuidan
de los ancianos, colaboran en el cuidado pastoral de las parroquias, ayudan a
los pobres y, he aquí el “problema", viven una espiritualidad que es considerada
demasiado “clásica” en el Vaticano: amor por
la adoración eucarística, oración ferviente de intercesión y devoción filial a
María. (*)
El obispo de Laval decidió que fueran objeto de una visita el año 2009.
Comenzó entonces su calvario. Fueron acusadas de tener serios problemas de
gobierno (a pesar de que 33 de las 38 monjas hablaron maravillas de su
superiora), de inmovilismo, de negar la “nueva
teología de la vida consagrada” (sic) y de otros delitos tan graves como
dedicar excesivo tiempo a la oración (*).
Ni que decir tiene que las
religiosas rechazaron que hubiera nada de malo en todo aquello de que las
acusaban y de hecho, recibieron en parte la razón por parte de la Congregación
vaticana, pero a la vez se les mantuvo la figura del Comisario para intervenir
permanentemente el instituto. Ellas apelaron a la Signatura Apostólica, pero
allá ya no está el cardenal Burke, sino Mons. Mamberti. Y Mamberti dijo no a su
recurso. Entonces, el pasado 17 de septiembre, el Prefecto de la Congregación,
cardenal Braz de Aviz, les escribió un ultimátum: o aceptaban al Comisario “sin reservas",
o no lo aceptaban, en cuyo caso la ley canónica establece que podían ser
despedidas del instituto.
Las monjas ya no son
38, sino 39, y 34 de ellas han respondido al cardenal diciendo que:
- “Después de
haber adquirido la certeza moral
a lo largo de este año de que la labor del comisario apostólico dentro de
nuestro Instituto causaría graves y
ciertos daños, a largo plazo, tanto en lo que respecta a la comprensión del
carisma dejado por Dios a la Madre María de la Cruz, nuestra Fundadora,
sino como el modo de vivirlo.
- Después de
proponer muchas veces soluciones de apaciguamiento, sin recibir ninguna
respuesta,
- Previa
consulta con personas autorizadas y competentes,
- Después de
rezar mucho y siempre preocupadas de seguir siendo hijas de la Iglesia,
queriendo permanecer fieles y obedientes a la verdad….
Nos pareció que no teníamos más remedio que renunciar a nuestros votos. Somos 34 de las 39 hermanas
involucradas en el Instituto, quienes solicitamos sean levantados nuestros
votos por el Dicasterio para religiosos. No hacemos este sacrificio a la
ligera: deseamos permanecer en plena comunión con
la Iglesia, pero no podemos demostrar
más claramente, ni más dolorosamente, nuestra imposibilidad, en conciencia, de
obedecer lo que se nos impone“.
Pero los fieles no se han
quedado de brazos cruzados. Se ha creado en Lavan una asociación
para el apoyo y sostenimiento de las religiosas, que cuenta ya con
más de tres mil miembros.
No sabemos todavía cómo va a
acabar todo lo de estas religiosas, pero como cunda el ejemplo de esas
religiosas, la Santa Sede, y más concretamente el cardenal Braz de Aviz y el
arzobispo franciscano José Rodríguez Carballo, Prefecto y Secretario de la
Congregación para la vida religiosa, se pueden encontrar con una estampida de
religiosos y religiosas que huyen de su mal uso de la autoridad para salvar los
carismas a los que Dios les ha llamado. Y es que la obediencia en la Iglesia no es esclavitud a los caprichos de quienes
se creen amos del rebaño de Cristo en vez de siervos.
Muchos fieles somos testigos
de que los medios de comunicación mundanos son altavoces de religiosas y religiosos que se burlan de la
fe católica, que hacen exhibición constante de su condición de herejes y apóstatas,
sin que la Santa Sede haga nada para evitarlo. Y sin embargo, al mismo
tiempo, el cardenal brasileño y el arzobispo español se dedican a perseguir a auténticos consagrados cuyo único delito es ser
más tradicionalistas que lo que a ellos les gusta. Esto de Francia es
solo la punta del iceberg. Hay muchos procesos similares que todavía no son
conocidos por el gran público. Yo soy
testigo del pánico de algunos consagrados a que se sepa lo que les está
ocurriendo en sus institutos religiosos por obra y gracia del dicasterio
que debería estar para ayudarles y no machacarles. Piensan que si denuncian lo que les pasa, las represalia serán mayores.
¿Creen que exagero? El cardenal Müller dijo el año pasado que en la curia
romana había un “clima de temor”.
Se quedó corto el
purpurado alemán. Mientras al mundo se le vende una imagen de pastoral
misericordiosa, sinodal, samaritana, etc, la realidad es que se está haciendo
un uso tiránico de la autoridad para reprimir a quien osa no decir sí y amén a
todo lo que los “misericordiosos” ordenan.
Pero no prevalecerán. Cristo reina. El Señor no permitirá que desde dentro de
su propia Iglesia se esclavice a los hijos de Dios. El Espíritu Santo seguirá
suscitando verdaderas vocaciones a la vida consagrada que no podrán ser
acalladas por los siervos del espíritu de apostasía aparentemente
reinante.
Ave ¡Ave¡ Christus Rex!
Luis Fernando
Pérez Bustamante
(*) Eso no me lo
invento yo. Así se les dijo a las religiosas desde Roma.
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