Escrito
por un sacerdote fiel.
Nota del editor: Si es doloroso leer el siguiente testimonio, imaginen lo doloroso que
habrá sido escribirlo. El padre solicitó que su nombre no fuera revelado a los
lectores, pero no a mí. He conocido a este buen y santo sacerdote durante
muchos años, y sé que su testimonio es absolutamente cierto. Ojalá no lo fuera.
Dios nos ayude. MJM
Éramos
jóvenes—muy jóvenes; éramos inocentes—bastante inocentes; y todos teníamos algo
más en común; queríamos ser sacerdotes. A la tierna edad de trece años y ni
bien salimos de la escuela primaria, yo junto con otros 40 adolescentes que
sentimos el llamado, abandonamos nuestros hogares para explorar la posibilidad
de llegar a tener una vocación para el sacerdocio. El seminario estaba aislado
y lejos, y teníamos pocas ocasiones de visitar a la familia. Recuerdo que mi
padre recalcó al dejarme en el seminario, “parece
una prisión.” Lo era–¡e incluso peor!
Mis
padres me amaban y me habían protegido del daño físico y espiritual. Si
hubiesen sabido que esos sacerdotes religiosos del seminario eran
verdaderos depredadores de niños, jamás les habrían confiado mi cuidado. Pero
eran padres católicos devotos y orgullosos de que su pequeño niño pudiera
convertirse en sacerdote. ¿Cómo iban a saber ellos
u otros padres que éramos ovejas para el matadero?
Las
intenciones depredadoras de los sacerdotes y hermanos religiosos del seminario
no solo no nos resultaban conocidas al ser adolescentes, sino que la sola idea
de que un hombre pudiera hacerle esas innombrables cosas sexuales a un chico
era inimaginable. La mayoría de nosotros no había recibido educación sexual en
la escuela y en casa la televisión estaba rigurosamente custodiada. En aquellos
días la revolución sexual ya había comenzado pero no se había implementado del
todo.
Las tácticas del ahora infame Tío
Ted (el cardenal McCarrick)
también estaban entre las empleadas por estos clérigos, pero nuestros
abusadores preferían ser llamados “hermano” y
“padre” en lugar de “tío”
y, a su vez, se referían a sus víctimas preferidas como “Suckees” en lugar de “sobrinos.”
Competían por víctimas de entre los estudiantes del seminario y aún me
pregunto si los nudos en sus cinturones no serían utilizados para contar
víctimas en lugar de oraciones, como agujeros en el cinturón.
Quizás,
los más temidos entre los depredadores eran los preceptores, que imponían la
disciplina. Qué irónico y conveniente que aquellos a cargo de la disciplina y
el comportamiento de los estudiantes también fueran depravados. El jefe de los
preceptores, quien tenía responsabilidad sobre los seminaristas más pequeños,
era un depravado. En nuestra inocencia, nos preguntábamos por qué venía tantas
veces sin anunciarse al área de duchas comunitarias y los escusados. Siempre lo
hacía bajo el pretexto de apurar nuestro aseo. También deambulaba por el gran
dormitorio durante la noche, deteniéndose en algunas ocasiones a observar a un
joven o dos mientras dormían.
Si bien estaba a cargo de nuestro bien moral, este preceptor era un
corruptor de la moral. Cuando se enfrentaba con algún muchacho particularmente
bueno en su conducta, lo seleccionaba para corromperlo. Por ejemplo, si bien en
aquel tiempo muchos de los empleados del seminario fumaban, esto estaba
prohibido para los seminaristas jóvenes. Sin embargo, este preceptor invitaba a
los buenos seminaristas a su oficina privada –que era también su dormitorio—y
ofrecía cigarrillos a estos seminaristas para que fumaran en su presencia.
Luego, mandaba a algunos de sus Suckees a espiar a aquellos seminaristas, esperando
encontrarlos fumando en otra parte del campus.
¿Cuál era el castigo por fumar? El mismo que por cualquier otra infracción de las normas: al equipo de trabajo. El
equipo de trabajo significaba tres horas de trabajo manual realizado por
seminaristas los sábados por la tarde. Típicamente, era algo que reportaba un
beneficio al seminario, tal como trabajos de jardinería. Pero para los
seminaristas que asistían a la escuela los sábados por la mañana, significaba
que la recreación del fin de semana quedaba arruinada. Dicho sea de paso,
décadas más tarde, cuando este seminario cerró ante inminentes juicios por
abuso sexual infantil, fue alquilado como centro de detención para abusadores
sexuales jóvenes. Qué irónico. No solo eso, el castigo empleado para estos
abusadores sexuales jóvenes no era el equipo de trabajo, sino mandarlos a
sentarse en un rincón. Qué patético.
Las
tácticas depredadoras de otros sacerdotes y hermanos variaban de acuerdo a sus
tareas particulares dentro del sistema del seminario. Un hombre religioso más
agradable que los preceptores y también más exitoso a la hora de acumular
jóvenes víctimas era el jefe del almacén del seminario, quien vendía golosinas
y útiles escolares. En aquellos días, los niños rara vez teníamos dinero y lo
poco que teníamos se guardaba en una cuenta, controlada por—acertaron,–¡el jefe
de los preceptores! Era esa estrategia de colocar una zanahoria por delante
para facilitar el acoso sexual infantil, y lamentablemente funcionó para unas
pobres víctimas desafortunadas. A lo largo de los años, el número de niños
abusados en el almacén aumentó tanto que finalmente se cerró.
¿LOS OBISPOS QUE HABILITARON A ESTOS
ABUSADORES CLERICALES TODAVÍA QUIEREN TENER UN SÍNODO SOBRE LA JUVENTUD EN
OCTUBRE?
Uno de
los peores depredadores fue un sacerdote que se dedicaba a—sorpresa—los
campamentos y el entrenamiento de varones. Décadas después, tras la
implementación del Carta Estatutaria de Dallas para la protección de menores,
este sacerdote admitió bajo declaración jurada que había abusado a muchos niños
durante muchos años y en diferentes ámbitos. También afirmó bajo juramento que
si alguien le hubiera dicho que tocar las partes privadas de los niños estaba
mal, él jamás lo habría hecho.
Otra táctica de abuso de los depredadores era favorecer a sus siguientes
víctimas con regalos y privilegios. Uno de los hermanos tenía un cachorro y
cultivaba a sus Suckees dándoles el derecho exclusivo de pasear,
alimentar, y bañar a su cachorro. Otros hermanos trabajaban en áreas
particulares del seminario y el monasterio, y permitían a sus Suckees ganar
dinero extra como alumnos trabajadores. Eso también les daba acceso a los
jóvenes.
Más allá de las tácticas de seducción más sutiles utilizadas por estos
depredadores, algunos de ellos eran violadores manifiestos, especialmente de
los adolescentes más grandes y los casos difíciles. Un compañero de clase y
amigo cercano fue víctima de esa violación. El religioso utilizaba una clásica
movida al estilo Tío Ted, invitando a
mi amigo a una cabaña remota sobre un lago, con una sola cama. Mi amigo puso
reparos a la oferta de compartir la cama con el depredador, y durmió en el
suelo. Lamentablemente, a pesar de sus mejores esfuerzos, el depredador le
había introducido un narcótico que lo dejó nocaut. Cuando despertó supo, por el
terrible dolor que sentía, que había sido sodomizado durante la noche mientras
permanecía inconsciente.
¿ENTONCES,
QUÉ SUCEDIÓ CON ESOS 40 JÓVENES SEMINARISTAS—Y TANTOS OTROS—QUE QUERÍAN SER
SACERDOTES?
De esta
clase particular de 40, solo dos fueron ordenados y solo uno permanece en el
ministerio activo. Respecto a los demás de muchas clases dentro del seminario
que fueron blanco y sujeto de abuso sexual, la mayoría perdió el interés en el
sacerdocio y muchos abandonaron el catolicismo; algunos se volvieron a las
drogas y al alcohol y al comportamiento criminal; otros terminaron en
matrimonios arruinados. Y un pequeño número continuó en la orden religiosa que
los había abusado y ellos mismos se convirtieron en abusadores; vampiros
homosexuales en un aquelarre.
Mientras tanto, en Roma…
(“No podemos permitir que nuestros
mares y océanos estén cubiertos por interminables campos de plástico flotante.
Nuestro compromiso activo es necesario para enfrentar esta emergencia”.)
ASÍ SE HACE, PASTOR
No
obstante, hay muchos otros que pasaron a tener vidas equilibradas como
católicos fieles. Nuestras experiencias pueden informarnos como afectarnos,
pero por la gracia de Dios no pueden condenarnos a sacar mal del mal.
Podría escribir mucho más y proveer ejemplos sórdidos del abuso sexual
de seminaristas adolescentes pero esto basta. Si este relato de primera mano
sobre el abuso sexual de seminaristas adolescentes, que llevó décadas, no los
convence de que la depredación del Tío
Ted McCarrick de seminaristas y sacerdotes jóvenes no les
extraña, ¿qué lo hará? Que este relato
sea una advertencia para padres católicos en particular, de que algunas veces
los lobos se visten de pastores. Sí, hay sacerdotes buenos y santos que imitan
al Buen Pastor, pero no son todos.
Por eso,
ahora sumamos nuestra voz a la del ex nuncio y la de otros que abogan por la
renuncia de prelados, incluyendo el prelado de Roma, por haber protegido a los
depredadores en lugar de a las ovejas. ¡Vergüenza
para los homosexuales asalariados, que mantienen el silencio ante la masacre!
¡Fuera, malvados lobos, que abusan de las pequeñas ovejas!
Escrito honradamente,
Un sacerdote fiel y sobreviviente del seminario
(Traducido por
Marilina Manteiga. Artículo original)
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