domingo, 23 de septiembre de 2018

AL CIELO POR UN PEQUEÑÍSIMO CAMINO


Se llamaba Pierina Bertrone y había nacido en Saluzzo (Cuneo) el 6 de abril de 1903, hija de un panadero, Pietro, y de Giuseppina Mirino, en medio de una numerosa familia. En Airasca, adonde se trasladaron, sus padres gestionaban un restaurante. En 1917 se establecen definitivamente en Turín, donde se ocupan de un negocio de pasta y cereales. Un ambiente concreto, hecho de trabajo y de cosas, nada romántico.

Pierina crece con muchas ganas de orar, estudiar, trabajar y hacer el bien a los demás. Entra en la “compañía de las Hijas de María”; cultiva proyectos de amistad con Jesús y de apostolado. Lee pronto el “Tratado de la verdadera devoción a María” de S. Luis M. de Montfort y se confía a la Virgen “en total esclavitud de amor”, para que su vida, en manos de María, sea verdaderamente una misión.

Es hermosa y amable, muy dotada. Después de la educación elemental, continúa, como puede, los estudios – las scuole magistrali festive – alternándolos con el trabajo en el negocio: sabe latín, francés, pintura y escribe muy bien. El 8 de diciembre de 1916, después de la Sagrada Comunión, oye por primera vez a Jesús, que le llama: “¿Quieres ser totalmente mía?”. Pierina responde: “Sí.”.

EN BÚSQUEDA
14/15/20 años. En su parroquia de S. Massimo en Turín, trabaja en la Acción Católica, ocupándose de las muchachas con inteligencia y dedicación, sobre todo de las más pequeñas y necesitadas. Recibe, en Misa, a Jesús Eucarístico cada día, venciendo diferentes dificultades de quien no la querría demasiado en la iglesia, y, con el corazón rebosante de Él, explica a las niñas que “la vida cristiana es amor a Dios”. Les enseña a repetir a menudo: “Jesús, te amo”.

Tiene un temperamento apasionado y fuerte, pero dentro de sí misma sufre un largo periodo de oscuridad interior. Se hace más ardiente, ora, trabaja y comparte sus ideales de consagración interior con algunas amigas, que, como ella, serán totalmente de Jesús. Un día – tiene unos 21 años –, con sus niñas de Acción Católica, se dirige a orar a Valsalice, a la tumba de don Bosco. A través del cristal de la urna, lee un autógrafo del Santo que dice: “Muchos fueron los llamados, pero les faltó el tiempo.”. Comprende de improviso que “ha llegado su hora”.

Precisamente esa noche le cae en las manos “Historia de un alma” de S. Teresa del Niño Jesús y comienza a leerla en su habitacioncita, a la luz de la farola de la calle S. Massimo. En ese momento intuye su vocación: “Sentí – dirá – que la vida de amor de S. Teresita podía hacerla mía; habría podido imitar a esta santa. Lo que más me conmovió, lo que me hizo romper a llorar, fue la frase: ¡Querría amar mucho Jesús, amarle como no ha sido amado jamás!”. Es un encuentro decisivo: comienza a salir de su “oscuridad”, a encontrar el camino de la confianza y del abandono en Dios; ¡en su amor, en efecto, está toda solución.

El 26 de enero de 1925 entra en las Hijas de María Auxiliadora y se convierte en “sor Pierina”. Tras alrededor de un año se convence de que no es su camino… Intenta otra experiencia de vida religiosa en el Cottolengo, donde descubre su sed de ocultamiento y de sacrificio. Pero ni siquiera allí está su camino y el 26 de agosto de 1928 vuelve con sus padres a la calle S. Massimo. En las comunidades por las que ha pasado, fervorosa y sonriente, ha sido muy amada.

SU LUGAR
Con 25 años, busca su camino en el mundo. Continúa trabajando en la Acción Católica, ora más intensamente y recibe los consejos de su director espiritual para llegar adonde Dios la quiere. Sor María, superiora de las hermanas del Buen Pastor de Angers, le dice: “Si me escuchas, entra en las Capuchinas: es clausura papal y tienen oficio divino”. Pierina se decide: entra en las Capuchinas de Turín, en Borgo Po. Viste el santo hábito, poco más de un año después, al término del noviciado, ofrece a Dios los sagrados votos. Es ahora sor Consolata.

Pide como regalo a sus amigos y conocidos, la Confesión y la Comunión para sí, pero sobre todo para su santificación y su permanencia en el camino hacia la santidad. A partir de ese día, busca en todo lo más perfecto, la obediencia absoluta, la dedicación total de corazón y de mente hasta evitar todo pensamiento que no sea Jesús. Ofrece a Dios un solo propósito: el continuo “acto de amor”, expresado en la invocación “Jesús, María, os amo, salvad a las almas”. Incesante acto de amor.

Y Jesús, que la invade, la ocupa y le enseña para ella y para los demás el “pequeñísimo camino”, el mismo que recorre ella: el del amor y de la confianza: “Perteneces a las almas pequeñísimas… Estas te seguirán dándome el acto incesante de amor… No serán sólo miles las “pequeñísimas”, sino millones y millones. A ellas pertenecen también los hombres. Y a tu muerte las “pequeñísimas” correrán a Mí, como un día, cuando aparecías en la plaza de S. Massimo, corrían a ti las niñas más pequeñas”.

En 1938, sor Consolata es asignada al nuevo monasterio de Moriondo (Testona-Turín), que las Capuchinas han abierto por el afluir de muchas jóvenes a su convento. Ella había previsto todo esto y, por sugerencia suya, el monasterio es dedicado al Sagrado Corazón. Desde que entra en el monasterio, se inmola por la conversión de los sacerdotes que “lo han dejado”, por la santificación de todos los sacerdotes, a quienes llama “mis hermanos” (también por los que vendrán en nuestro tiempo de decadencia).

Renueva su consagración a la Virgen, en total esclavitud de amor, para que la Mamá Celeste de a Jesús todas las almas que ella le pide. “Dame las almas – ora como don Bosco – y toma todo lo demás: salud, alegría, vida”.

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No acabaríamos de contar esta interesante “historia” de pequeñas grandes cosas, todas marcadas por el amor más puro y heroico, por la Sangre de Cristo, recibida y ofrecida, por la configuración cada vez más perfecta a Él. Su ofrenda victimal por las almas y por la Iglesia se hace suma durante la segunda guerra mundial. Al final de la guerra, en noviembre de 1945, sor Consolada es ingresada en el sanatorio: es un sacrificio enorme dejar su celda, la oración en soledad o en comunidad ante Jesús-Hostia. Pero ofrece a Dios sus últimos “sí”, intensos, plenos, hasta el culmen.

Está, pues, en el S. Luigi en Turín, entre los enfermos incurables. Le quedan pocos días de vida. Con las manos agarradas al Rosario, repite hasta el final: “Jesús, María, os amo, salvad a las almas”.

El 3 de julio de 1946, vuelve a su monasterio de Moriondo. Pesa sólo 35 kilos y tiene sólo 43 años. Tiene una sonrisa maravillosa y todas quieren verla y despedirse de ella, ahora que va a partir hacia el Paraíso.
Quince días de agonía y el 17 de julio, el último de su vida, Consolata desea ser velada, es la primera y la única vez.
A las tres de la madrugada, se vuelve hacia la imagen de Jesús y de la Virgen que tiene cerca y murmura en piamontés: “Jesús, María, ayudadme porque no puedo más”. A las cuatro, se hace la señal de la Cruz y besa el Crucifijo como se besa el Rostro del amor… y Le ve. Es el alba del 18 de julio de 1946.

A su director espiritual, el padre Sales, sor Consolata había escrito el 7 de octubre de 1944: “Jesús, un día, mostrándome al mundo, dirá: Se ha fiado de Mí. Me ha creído. Sí, Jesús hará grandes cosas. Consolata se convertirá en consoladora. Me inclinaré con amor sobre quien sufre, quien desespera, quien impreca… Jesús y yo nos queremos. ¡Quién sabe después en su Reino!”.

El 8 de febrero de 1995 se inició su causa de beatificación-canonización; oremos cada día para que se acelere este camino suyo hacia la gloria de los altares, donde será digna compañera y émula de S. Teresa del Niño Jesús. Su “pequeñísimo camino” hacia el Cielo, hecho de confianza y de amor, es posible para todos: también para mí, para ti, nos es dado hacer de la vida, en unión con Jesús, un continuo acto de amor para la gloria del Padre y para la salvación del mundo: “Jesús, María, os amo: salvad a las almas”.

CANDIDUS
P.S. Su “admirable vida” ha sido narrada por Paolo Risso, L’amore per vocazione, Ancora, Milano, 2001, con estilo narrativo, fluido, apasionado.
(Traducido por Marianus el eremita/Adelante la Fe)

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