“Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la
hermana de su madre, María mujer de Cleofás, y María Magdalena” (Juan 19.25b).
Ayer celebró la Iglesia la
festividad de Nuestra Señora de los Dolores. “Celebrar
la memoria de María es celebrar que nosotros, al igual que ella, estamos
invitados a salir e ir al encuentro de los demás con su misma mirada, con sus
mismas entrañas de misericordia, con sus mismos gestos. Contemplarla es sentir
la fuerte invitación a imitar su fe. Su presencia nos lleva a la reconciliación
(…) No tengamos miedo de salir a mirar a los demás con su misma mirada”.1
De hecho, es un día para
volver a los pies de la cruz, a la hora del desprecio, junto a la Madre de
Jesús, nuestra Madre, con amor, con mucho amor. Me gusta pensar que podría
llegar a ser, -tal vez algún día, Dios lo quiera-, como aquellas mujeres, que a
pesar de los gritos que piden la muerte de Jesús con odio, los insultos, el
ensañamiento de los verdugos, la soledad, el miedo, … no se arrugan. No salen
corriendo. Son fieles. Resisten frente a la histeria del pueblo. Lo
entregan todo al servicio de Jesús. Ellas como nadie saben que el amor y el
sufrimiento van de la mano. Lo han experimentado muchas veces.
Ellas, con gran valentía y
celo, con gran esmero, ternura y desvelo, no dudan en acompañar y ofrecer un
consuelo humano a María y a su hijo crucificado en los momentos más difíciles
de su vida: “Oh vosotros, cuantos por aquí
pasáis, mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor, al dolor con que soy
atormentada”.2 ¡Qué momentos de desgarro para el Corazón de una madre,
de nuestra Madre!
Pero ellas saben leer entre
líneas el sufrimiento real de una madre junto al de su hijo, y entienden a la
perfección que “nuestra tristeza infinita sólo
se cura con un infinito amor”.3 Pues, a pesar de tanto dolor,
María, “como su Hijo, ama, calla y perdona. Esa
es la fuerza del amor”.4
“Con inmenso
amor mira María a Jesús, y Jesús mira a su Madre; sus ojos se encuentran, y
cada corazón vierte en el otro su propio dolor. El alma de María queda anegada
en amargura, en la amargura de Jesucristo. ¡Oh vosotros cuantos pasáis por
el camino: mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor! (Lam I,12). Pero
nadie se da cuenta, nadie se fija; sólo Jesús. Se ha cumplido la profecía
de Simeón: una espada traspasará tu alma (Lc II,35). En la oscura soledad de la
Pasión, Nuestra Señora ofrece a su Hijo un bálsamo de ternura, de unión, de
fidelidad; un sí a la voluntad divina”.5 “Si un día el dolor llama a tu puerta
no se la cierres ni se la atranques: ábresela de par en par, siéntalo en el
sitial del huésped escogido, y sobre todo no grites ni te lamentes, porque tus
gritos impedirían oír sus palabras, y el dolor siempre tiene algo que decirnos,
siempre trae consigo un mensaje y una revelación”.6
Y como en un susurro
repetirían, repetimos, juntas: “¿Lo quieres, Señor?… ¡Yo también lo quiero!”.7
Y a mí, me gustaría
poder también consolarla, y cantarle despacito, en la intimidad propia de este
sublime momento:
“Madre, ¿qué vale todo el universo y el poder frente
a una sola llaga de tu Hijo?
Madre, ¿qué ven tus ojos cuando lloras junto a Él, cuando
le besas todas las heridas?
Madre, quiero ver lo que tú ves.
Madre, ¿a dónde fueron las palabras que escuché?, ¿a
dónde fue el calor de sus latidos?
Madre, ¿a dónde fue tu Amado?, yo lo buscaré, y lo
pondré al abrigo de tus brazos, Madre, donde Dios quiso nacer.
Mécele en tus brazos esta noche como ayer, bajo el
frío y el misterio de Belén.
Sólo con su sangre volveremos a nacer, con la
sangre de Jesús de Nazaret.
Madre, yo bajaré temblando a Cristo de la Cruz, lo
cubriremos juntos de caricias.
Madre, me asomaré al costado abierto de su amor, y
miraré lo cielos nuevos donde adoran a tu Hijo vencedor.
No hay dolor tan grande comparable a tu dolor, no
hay más vida que la muerte por amor.
Cuando todos huyan, cuando pierdan la razón, velaré
contigo el Rostro de mi Dios.
Madre, átame fuerte con tus brazos a la Cruz.
No quiero más tesoro que sus clavos.
Madre, quiero mirarte cuando no encuentre la luz, y
recorrer contigo cada paso, Madre, del camino de la Cruz.
Guárdame en tus brazos esta noche junto a Él”. 8
1. Francisco,
Homilía fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, 12-XII-2016
2. Lament 1, 12
3. Francisco,
Evangelii Gaudium, 265.
4.San Josemaría
Escrivá, Amigos de Dios, 237
5.San Josemaría
Escrivá , VC IV
6.Salvaneschi,
Consolación, Ed. Fax,1952
7.San Josemaría
Escrivá, Camino, n. 762
8.Hakuna Group
Music. Pasión, Madre (Estación XIII)
Reme
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