Jamás pensé que llegaría a ver el día en el que una
neocatólica engreída y experta gracias a internet, tal como Simcha Fisher, tan
infame como Mark Shea por sus crudas y usualmente irrepetibles invectivas
contra los tradicionalistas, dispararía contra el papa Bergoglio con el
siguiente titular: “¿Francisco sabe que suena como un abusador?”
Fisher
está enojada, y con razón, por la respuesta avispada de Bergoglio, “No diré una sola palabra sobre esto,” ante a la
acusación del arzobispo Viganò por su rehabilitación del monstruo antes
conocido como cardenal McCarrick, cinco años antes de que la adversa cobertura
de prensa lo forzara a castigar al violador serial homosexual de cuyos crímenes
Viganò ya le había informado personalmente en 2013—información que Bergoglio
conocía claramente en aquel tiempo, como atestigua Viganò.
A Fisher se le han salido las escamas de los ojos y ahora, por fin
aunque a regañadientes, lo ve a Bergoglio tal cual es: un
tirano eclesial sediento de poder (es más, un tirano que ascendió al papado de
forma similar al ascenso del corrupto Benedicto IX, otra “desgracia
para la silla de Pedro,” tras las maquinaciones de los camarillas
romanos, como relataré a continuación.)
Cita
Fisher:
Tengo algunas amigas que han escapado
de matrimonios abusivos. Me dicen que el papa Francisco habla cada vez más como
los hombres que abusaban de ellas. Habla como los hombres que escondieron del
mundo el abuso, que enseñaron a sus víctimas a acusarse a sí mismas, que
utilizaron la opresión espiritual para convencerlas a ellas y a sus familias
que estaría mal, sería un pecado, defenderse a sí mismas. Tan solo escúchenlo.
Tras responder a una pregunta sobre las acusaciones graves de Vigano,
dijo tajantemente, “No diré una sola palabra
sobre esto.”… Durante el resto de la semana, mantuvo la
temática inconfundible del llamado al silencio, equiparando el silencio
con la santidad, y describiéndose a sí mismo
como una víctima similar a Cristo en su silencio.
Luego, dijo que es “feo” acusar
a otros por pecar. Luego sugirió que solo se obtendrá sanación y reconciliación si miramos
fijamente nuestras debilidades…. Para las víctimas de la
Iglesia y para quienes las aman suena como si estuviera diciendo, “¿Quiénes
creen que son? Yo no tengo que darles explicaciones a ustedes. Ustedes son los
culpables. Ustedes lo provocaron. Si quieren ser amados, sepan cuál es su
lugar. Yo soy la víctima aquí, no ustedes. Si saben lo que les conviene,
mantengan la boca cerrada.” Así es como hablan los abusadores. No se contentan con el poder; tienen que
mantener a sus víctimas dudando y acusándose a sí mismas constantemente, para
que no se vuelvan una amenaza. Lo sepa Francisco o no, así es como
suena.
Podemos
pasar por alto el eufemismo “lo sepa Francisco o
no…”. Fisher sabe que Francisco lo sabe, aunque ella no pueda decir
explícitamente lo que ya debe ser obvio para todos los fieles: que la sola presencia de Bergoglio en la silla de Pedro
es una grave amenaza al bien común de la Iglesia y la integridad de la fe.
Y sin embargo, Fisher deja lugar a la negación para poder guardar una
distinción indispensable entre ella y esos tradicionalistas desagradables: “No tengo una razón ideológica para derribarlo. Lo he defendido mientras pude, hasta la debacle de Chile. Por eso estoy haciendo el
mayor esfuerzo para no asumir lo peor, no creer que este hombre que prometió
tanto aire fresco esté en realidad empeñado en cerrar puertas antes de que
descubramos que adentro esconden cosas aún peores. Pero él no lo hace
fácil. No estoy diciendo que es un abusador. Pero suena como uno.”
Es decir,
a Fisher no le preocupaban los ataques incansables de Bergoglio a la enseñanza
y la práctica tradicional católica — para ella, oponerse a Francisco en base a
esto es solo “ideología”— sino solamente su
rol en el encubrimiento del abuso sexual de parte de obispos y sacerdotes. ¿Pero por qué Fisher está “haciendo el mayor esfuerzo
para no asumir lo peor” cuando ya no queda nada que asumir debido a que la
creciente evidencia de malas intenciones ha estado a la vista durante años?
Es más, ¿por qué sino arriesgó todo el
arzobispo Viganò para exponer al Papa, al punto de revelar asuntos
supuestamente dentro del ámbito del “secreto pontificio”? Se reporta que bajo las órdenes de la Secretaría de
Estado del Vaticano, la policía secreta del Vaticano rastrilla el globo en
busca de Viganò, quien se ha escondido, “para
prevenir más daño impredecible a la imagen del papa Francisco y a la Santa Sede
en el escenario mundial, pero también para ‘preparar el terreno’ para que el
antiguo nuncio apostólico convertido en soplón resulte procesado” bajo
la ley canónica.
El Papa Dictador debe destruir a su crítico más fuerte hasta el momento.
¡Todo depende de ello! Pero tal vez sea demasiado tarde para salvar un régimen
cuya única defensa no es la verdad sino la fuerza bruta. Al último
conteo, unos 29 obispos declararon públicamente que las
acusaciones de Viganò contra Bergoglio son creíbles y dignas de investigación.
Ahora, hasta el distinguido canonista Edward Peters, nombrado consejero
de la Signatura Apostólica por el papa Benedicto XVI, declara que si las acusaciones de Viganò son
ciertas Bergoglio debe retirarse: De lo que se habló antes acerca
de renunciar a un cargo dentro de la Iglesia en general, ¿qué es lo que no
aplicaría para el Papa, entre todos los cargos, si tal como alega Viganò,
protegió y favoreció a sabiendas desde los primeros meses de su papado a un
cardenal que había estado [inserte verbo desagradable aquí] seminaristas? ¿En
qué perspectiva imaginable semejante ocupante estaría en condiciones de ocupar
la silla de Pedro? ¿Que haya datos históricos de malos Papas que
conservaron sus puestos a pesar de haber cometido varias ofensas es razón para
que otros Papas que actúan mal puedan eludir el mínimo gesto de renuncia? Indudablemente,
Viganò está en condiciones de saber, y afirma saber, si la acusación central de
que Francisco protegía a McCarrick a ultranza es correcta. Creyendo, como lo
hizo él al solicitar la renuncia de Francisco, que sus afirmaciones son
correctas, Viganò no hizo más que ejercer su derecho bajo la ley canónica “de
manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al
bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles…” 1983 CIC 212 § 3. No hice un llamado a la renuncia de Francisco porque no sé (con
el grado de certeza que un abogado busca) si las acusaciones principales de
Viganò contra Francisco son ciertas; sin embargo, si llegara a la conclusión de
que son ciertas, diría, y sin lugar a dudas, que Francisco debe renunciar.
Por
supuesto que Bergoglio no renunciará. Se aferrará al poder hasta su último
aliento para poder llevar a cabo las muchas otras tareas de subversión
eclesiástica que claramente tiene en mente. Los únicos remedios frente a la
plaga Bergoglio son su muerte natural o su destitución.
Sí, destitución. La página Canon212 ha vinculado un interesante y oportuno artículo sobre el rol del Sínodo
de Sutri, cerca de Roma, en 1046, el cual lidió con el problema de tres rivales
que reclamaban el papado, instalado cada uno por una facción romana: primero,
el abominable Benedicto IX, mencionado antes. Segundo, el intruso Silvestre
III, instalado en la silla de Pedro cuando Benedicto fue expulsado de Roma.
Tercero, el bien intencionado pero tonto Gregorio VI, cuya elección fue
manchada por una negociación supuestamente simoníaca con Benedicto, quien había
regresado a Roma en 1045 y destituido a Silvestre, y gracias a la cual
Benedicto iba a recibir una generosa pensión si renunciaba al papado, cosa que
Benedicto hizo solo para rescindir su renuncia.
El sínodo fue convocado por Enrique III, el rey
alemán y futuro Sacro Emperador Romano, un piadoso y austero
cristiano y exponente del espíritu de reforma de Cluny.
El sínodo declaró que Benedicto IX (quien se había negado a
presentarse) fuera destituido a pesar de su intento de deshacer su renuncia. En
cuanto a Silvestre, el sínodo declaró que debía ser “privado
de su rango sacerdotal y encerrado en un monasterio”. Gregorio también fue
declarado destituido, ya sea por un acta del sínodo o por la propia voluntad de
renuncia de Gregorio en vistas del sínodo.
En la designación de Enrique III, el obispo alemán de Bamberg se
convirtió en Clemente II, pero murió después de un año, tras lo cual Benedicto
reclamó por tercera vez el
papado en 1047, solo para ser expulsado de Roma nuevamente por tropas
imperiales en 1048. Dámaso II, otro obispo alemán designado por Enrique, reinó
por tres semanas antes de morir, tras lo cual el Papa León IX ascendió al
papado, y reinó hasta 1054. Tal como observa John Rao, León fue el primero en
una lista de Papas que “tomaron el control del
movimiento de restauración cristiana innovadora” que incluyó una ruptura
con el dominio de la nobleza romana sobre las elecciones papales. (Rao, Black Legends, 147-148).
Tal como
comenta el citado artículo sobre el Sínodo de Sutri, si bien el abominable
Benedicto IX se opuso a ser destitución por el sínodo, “la
Iglesia siempre aceptó su destitución como válida. El rey de Alemania luego
nombró a Clemente II como Papa, quien enseguida coronó al rey como Sacro
Emperador Romano. Benedicto IX, tras la muerte de Clemente, ¡reclamó el papado
otra vez! Hasta el día de hoy, la Iglesia reconoce a Clemente II como el Papa
verdadero.”
Es más, el propio Benedicto IX es reconocido como Papa verdadero —un
Papa válido pero destituido—en tres períodos separados y
listados como tres pontificados diferentes en el canon de los Papas.
Esto fue posible gracias a la falta de formato canónico para las elecciones
papales; un Papa podía obtener o recuperar el oficio a través de diversas
maquinaciones. Ciertamente, incluso el propio sitio web del Vaticano afirma que
Benedicto fue el Papa en 1047-1048, el mismo año de su tercera ascensión al
oficio del cual finalmente fue expulsado por la fuerza.
Solo con el ascenso del papa Nicolás II en 1059 se estableció que de
allí en más los cardenales obispos elegirían al Papa, mientras que los demás
cardenales tendrían el derecho de confirmar o vetar al nominado. Para el año
1100, lo que hoy conocemos como Colegio de Cardenales, el cual incluye a todos
los cardenales con diferentes títulos, tenía el derecho exclusivo de elegir al
Papa, y los miembros del Colegio “lo han mantenido
así desde entonces.” (Eric John, The
Popes, 181).
Estas
lecciones de historia debieran bastar para disipar la fábula piadosa, que jamás
fue enseñanza del Magisterio, de que todo Papa es elegido por el Espíritu Santo
para guiar a la Iglesia. Este error teológico, que Bergoglio ha explotado hasta
el cansancio, es una elemento clave en el error de la papolatría, que eleva a
la persona del Papa por encima del oficio que ocupa y lo convierte en líder de
un culto a la personalidad al que todos deben “amar”
(en el sentido superficial de la palabra) y obedecer, sin importar lo
que diga o haga, en lugar de un custodio y defensor del depósito de la fe cuyo
carisma, personalidad y opiniones son totalmente irrelevantes para el ejercicio
y alcance de su oficio.
Tal como observó el papa Benedicto XVI, cuando se trata de
la elección de un Papa “el papel del Espíritu Santo
debe entenderse en un sentido mucho más elástico, no que él dicte el candidato
por el que uno debe votar… ¡Hay demasiados ejemplos
contrarios de papas que el Espíritu Santo obviamente no habría elegido!”
Sin lugar a dudas, Bergoglio es uno de ellos.
¿Entonces qué puede hacerse para proteger de
Bergoglio a la Iglesia? El hecho de que el modo de
elección papal de los cardenales haya subsistido por casi mil años, ha generado
una impresión generalizada de que pertenece a la constitución divina
irreformable de la Iglesia, pero no es así. Respecto a los asuntos de ley
puramente eclesial como este, la Iglesia siempre permitió desvíos de la
práctica tradicional en casos de emergencia o de necesidad grave. Y así como un
sínodo fue utilizado para encarar a tres rivales que se disputaban el trono
papal en 1046, declarando al menos a dos de ellos destituidos, hoy puede ser
posible que los cardenales y los obispos que favorecen las reformas
formen un concilio imperfecto para deshacer el daño
incalculable causado por la pandilla que maquinó para la elección de Bergoglio
antes del último cónclave—una pandilla que incluía nada más y nada menos que a
McCarrick, a quien Bergoglio recompensó, rehabilitando al monstruo a pesar de
la enorme evidencia de sus horribles crímenes.
¿Cuáles serían las bases para una declaración de
destitución en la reunión de los prelados? Enseguida
podríamos señalar la evidencia de que una facción, que incluía al mismo
Bergoglio, había acordado su elección antes del cónclave, y que aquellos
involucrados, incluyendo a Bergoglio, estaban por lo tanto excomulgados latae sententiae según
el artículo 81 de la Universi Dominici Gregis de Juan Pablo II, que sostiene: Los Cardenales electores se abstendrán, además, de toda forma de
pactos, acuerdos, promesas u otros compromisos de cualquier género, que los
puedan obligar a dar o negar el voto a uno o a algunos. Si esto sucediera en
realidad, incluso bajo juramento, decreto que tal compromiso sea nulo e inválido
y que nadie esté obligado a observarlo; y desde ahora impongo la excomunión
latae sententiae a los transgresores de esta prohibición.
Citando a Cajetan en este punto (citas tomadas del artículo relacionado por Robert Siscoe), la
destitución en un concilio imperfecto es apropiada “cuando
uno o más Papas están en una situación de incertidumbre respecto a su elección,
tal como parece haber sucedido durante el cisma de Urbano VI y otros. Entonces,
para que no haya confusión en la Iglesia, los miembros de la Iglesia que estén
disponibles, tienen el poder de juzgar quién es el verdadero Papa, si es
posible saberlo, y si no es posible saberlo tienen el poder de asegurarse que
los electores concuerden en favor de uno u otro.”
No estoy diciendo que tal caso haya sido probado. Antes bien, lo que
dijo es que este hipotético concilio imperfecto podría determinar que ha sido probado,
y actuar en consecuencia, y que la Iglesia juzgaría la destitución resultante
de Bergoglio de la misma manera en la que juzga la destitución de Benedicto IX.
Otro fundamento para la destitución—determinado por el concilio
imperfecto, no por ninguno de nosotros—sería que Bergoglio se destituyó a sí
mismo promulgando herejías, fracturando la disciplina universal respecto al
matrimonio y la eucaristía, y socavando la enseñanza de sus propios
predecesores inmediatos en asuntos de moral fundamental defendidos por el
magisterio durante dos mil años. ¡Seguramente, la
Iglesia no puede no contar con un remedio para un Papa que ataca constantemente
sus propias bases! Citando nuevamente a Cajetan: “Sin dudas, la Iglesia tiene el derecho de separarse de
un Papa herético según la ley divina. En consecuencia, tiene el derecho, por la
misma ley divina, de utilizar todos los medios propios necesarios para tal
separación; y los que se corresponden jurídicamente con el crimen son
necesarios”—es decir, recurrir a un concilio imperfecto.
Si un sínodo fue capaz de declarar la destitución de un Papa en 1046, ¿por qué no un concilio imperfecto hoy—o, para el caso,
otro sínodo? Dirán que tal destitución provocaría cismas masivos en la
Iglesia. Pero esa no sería la primera vez que la defensa del bien de la Iglesia
lo hace, tal como lo demuestra el
gran cisma occidental. ¿Además, no
estamos ya rodeados de cisma, provocado nada más y nada menos que por el mismo
Bergoglio, cuyo afán demencial por destruir la disciplina milenaria de la
Iglesia ha producido una situación totalmente sin precedentes, en la que lo que
aún es considerado pecado mortal en una diócesis es imperativo de
“misericordia” en otra?
En todo
caso, lo cierto es que: a menos que Bergoglio se convierta y revierta su curso,
la Iglesia no puede seguir tolerando este pontificado por más tiempo. De una
forma u otra, la Iglesia tendrá que repeler al atacante que se encuentra en su
propia cúpula. O el elemento humano de la Iglesia actúa según los medios que
encuentra posibles, aunque suene extraordinario, o el cielo mismo intervendrá
de una manera que bien podría incluir un castigo divino ante la negligencia de
los pastores que dejaron a sus ovejas totalmente indefensas frente a los lobos
que las acosaban, incluyendo al lobo que los cardenales eligieron
impróvidamente como Papa.
Unos cuatro meses antes del testimonio del arzobispo Viganò, el cardenal Willem Jacobus Eijk, arzobispo de
Utrecht, Países Bajos, quizás el territorio más liberal de toda la
Iglesia, dijo que la autorización desvergonzada de la inter-comunión con los
protestantes de Alemania de parte de Bergoglio significa que “los obispos y, sobre todo el sucesor de Pedro, fracasan en su deber de mantener y transmitir fielmente y en unidad
el depósito de la fe contenido en la sagrada tradición y las sagradas
escrituras” y que la situación le recuerda el artículo 675
del Catecismo de la Iglesia Católica, que se refiere a la “prueba final” de la Iglesia antes de la segunda
venida “que sacudirá la fe de muchos creyentes… un
‘misterio de inequidad’ en la forma de engaño religioso que ofrecerá a los
hombres una aparente solución a sus problemas al precio de la apostasía de la
verdad.
¿Qué puede hacer la Iglesia frente a un Papa que, como le dice un
prominente cardenal al mundo entero, “fracasa en su deber de mantener y
transmitir fielmente….el depósito de la fe contenido en la sagrada tradición y
las sagradas escrituras” y está llevando hacia “una apostasía de la verdad”? Resulta absurdo afirmar que no puede hacer nada salvo exhortar a los
fieles a que oren y hagan penitencia mientras que al malhechor papal, tratado
como su fuera un absoluto dictador, se le permite continuar haciendo daño a la
fe y la moral en perjuicio de incontables almas, sin el más mínimo impedimento,
por el tiempo que le quede de vida.
No,
Bergoglio debe irse. El sucesor de los apóstoles, los únicos en posición
para terminar con este desmadre, deben exigir su renuncia, y si se negara como
es de esperarse, actuar en esta emergencia sin precedentes para declarar su
remoción del cargo que ha abusado criminalmente y cuya credibilidad amenaza con
destruir. Que Dios les dé la gracia para hacer lo que debe hacerse y que la
historia reivindicará como un rescate de la Iglesia en el punto más álgido de
la peor crisis de su historia.
(Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original)
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