San
Felipe Neri consideraba que la primera virtud de un santo es la humildad. Había
en su época una religiosa de la que todos hablaban, pues se decía que tenía
revelaciones. Un día, el Papa mandó precisamente al padre Felipe a aquel
convento para que valorara la santidad de la monja.
El tiempo
empeoró y la lluvia caía como sólo Dios la sabe mandar, así que Felipe Neri se
puso de barro hasta las rodillas.
Llegado
al convento, preguntó enseguida por la monja y…. ahí viene: seria, muy seria,
afligida, totalmente perdida en Dios.
El santo
se sienta, extiende la pierna y dice a la monja:
—¡Quitadme los zapatos!
La monja
se enfureció. Alzó el mentón y permaneció inmóvil e indignada.
San
Felipe no hizo preguntas, ya había visto bastante. Tomó su capa, se puso el sombrero
y volvió a ver al Papa para comunicarle que, según él, una persona tan altiva
no podía ser una santa.
*** ***
***
La
auténtica santidad es difícil de conseguir pero fácil de descubrir, pues
requiere del candidato una virtud esencial: la
humildad. Si tiene muchas otras virtudes pero le falta la humildad,
podemos estar seguros que de santo no tiene nada.
Para
nosotros, que intentamos llevar una seria vida espiritual, este cuento
transmite una gran enseñanza. Con mucha frecuencia llenamos nuestro día de
oraciones, sacrificios, visitas a enfermos, actos de caridad…., todo ello está
muy bien; pero si nos falta la humildad, nuestra santidad es falsa. Examinemos
pues cómo vamos de adelantados en esa virtud, pues si no crecemos en ella,
podemos estar seguros que lo que estamos fabricando no es una vida espiritual
sería, sino sólo un castillo de naipes.
El problema de esta virtud es
cómo autoevaluarse en ella, pues si nos creemos humildes, podemos estar seguros
de que no lo somos. El auténtico santo se encuentra tantos defectos que nunca
admitiría que es virtuoso y humilde. Como en el caso de San Felipe Neri, una
sencilla prueba fue suficiente para descubrir en esta monja que no había
humildad, y como consecuencia, estaba muy lejos de la santidad.
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