Orando
en la derruida capilla de San Damiano, San Francisco escuchó a Jesús que
le dijo desde un ícono: “Reconstruye mi Iglesia”
Como el lugar se encontraba muy deteriorado, el
santo entendió que el Señor quería que reparara la capilla.
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Y se lanzó a la reparación.
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Y se lanzó a la reparación.
Más tarde comprendió que el Señor le llamaba para servir de instrumento
para renovar la Iglesia. Hoy el milagroso crucifijo se encuentra en la Basílica
de Santa Clara en Asís. En San Damiano San Francisco escribió el “Cantico delle
Creature” (Cántico de las Criaturas). San Francisco recibió esta propiedad y se
la dio a Santa Clara, como convento para las Clarisas. Aquí vivió ella hasta su
muerte.
UN
HITO EN LA CONVERSIÓN DE SAN FRANCISCO DE ASÍS
En algún
momento durante el verano de 1205 Francisco
Bernardone comenzó a experimentar la conversión. El joven
comerciante y playboy de Asís siempre
había tenido un corazón generoso para los demás y para Dios. Pero ahora
le empezaron a rechinar la obsesión de
su padre con el dinero y las preocupaciones de su madre por su salud. Y sus propios deseos para comidas suntuosas y
ropa de lujo. Él anhelaba más que el dinero y la salud, quería el reconocimiento, y un buen
momento. La vida era demasiado corta y demasiado amarga para la
adquisición de estos bienes transitorios para ser su objetivo final.
Él sabía que tenía que haber más en la vida que lo
que había estado buscando.
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Si le daba a Dios el suficiente espacio emocional, Francisco sintió que iba a encontrar lo que fuera que buscaba.
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Si le daba a Dios el suficiente espacio emocional, Francisco sintió que iba a encontrar lo que fuera que buscaba.
Por lo tanto
recuperándose de una enfermedad,
Francisco comenzó a pasar muchas horas paseando por el bosque. Y visitando las capillas alrededor de Asís,
pensando, orando. Una de los lugares frecuentados Francisco fue la iglesia de San Damiano, derruida, desierta,
en una colina empinada fuera de los muros de la ciudad. En este lugar decrépito
colgaba un icono grande, casi de tamaño
natural pintado del Crucificado. Este día de verano en 1205,
Francisco caminaba en las inmediaciones de San Damiano, cuando sintió un tirón interior del Espíritu para ir
dentro a orar.
Obedeciendo a la voz interior, Francisco descendió
la escalera desgastada y ennegrecida por el humo, y cayó de rodillas ante el
icono familiar.
Con su
espíritu alerta a lo que el Señor tal vez deseaba transmitir.
DETALLES
DE LA HISTORIA
La
experiencia que marcó a Francisco para
toda su vida fue en otoño de 1205. El Señor le prometió a Francisco que pronto daría respuesta a sus
preguntas. A los pocos días, paseando por los alrededores de Asís, pasó junto a la antigua iglesia de San
Damiano. Y conmovido por su estado de inminente ruina, entró a rezar
ante el ícono como dijimos.
Estando allí le invadió, más que otras veces, un
gran consuelo espiritual.
Con los ojos
arrasados en lágrimas, pudo oír como el
Señor le hablaba desde la cruz y le decía:
“Francisco, ¿no ves que mi casa se derrumba? Anda,
pues, y repárala”.
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Tembloroso y sorprendido, él contestó:
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“De muy buena gana lo haré, Señor”.
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Tembloroso y sorprendido, él contestó:
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“De muy buena gana lo haré, Señor”.
Luego se
ensimismó y quedó como arrebatado, en
medio de la iglesia vacía. Fue tal el
gozo y tanta la claridad que recibió con aquellas palabras, que le
pareció que era el mismo Cristo crucificado quien le había hablado. Todos los
biógrafos coinciden en calificar de éxtasis
o visión la experiencia de San Damiano. Santa Clara escribe que fue una “visita del
Señor”, que lo llenó de consuelo y le dio el impulso decisivo
para abandonar definitivamente el mundo. Tomás de Celano y los Tres Compañeros sitúan esta experiencia en
San Damián.
Según ellos, cuando el Señor le habló desde el
crucifijo, Francisco experimentó un cambio interior que ni él mismo acertaba a
describir.
El corazón se le quedó tan llagado y derretido
de amor por el recuerdo de la pasión, que desde entonces llevó grabadas
en su interior las llagas de Cristo, mucho antes de que se le manifestaran en
la carne. Por eso, añade San
Buenaventura: “ponía sumo cuidado en mortificar la carne, para que la cruz de
Cristo que llevaba impresa dentro de su corazón rodease también su cuerpo por
fuera. Todo eso lo practicaba ya cuando aún
no se había apartado del mundo, ni en el vestir ni en la manera de vivir”.
Se refiere a un cilicio,
a un tejido hecho de gruesos nudos, que empezó a llevar ceñido a la cintura,
debajo de la ropa. Desde entonces será
tal su austeridad, y tantas las mortificaciones a lo largo de su vida,
que, sano o enfermo, apenas condescendió en darse gusto. Hasta el extremo de
reconocer, poco antes de morir, que había
tratado con poco miramiento al “hermano cuerpo”.
DESCRIPCIÓN
DEL CRUCIFIJO DE SAN DAMIANO
El crucifijo
que habló a Francisco es hoy uno de los
más conocidos y reproducidos del mundo.
Se trata de un icono románico-bizantino del s. XII,
de autor desconocido y clara influencia sirio-oriental.
Es de madera de nogal recubierta con una vasta
tela, sobre la que pintaron con colores vivos las figuras de Cristo y otros
personajes de la Pasión.
Sin el pedestal, mide 2’10 metros de alto por 1’30 de ancho. En 1257, cuando las clarisas
abandonaron San Damiano, se lo llevaron consigo al nuevo monasterio de Santa
Clara construido para ellas en Asís, donde lo conservaron durante siglos en la
sacristía. En 1958, 20 años
después de ser restaurado por Rosario Aliano, fue expuesto al público en la
capilla de San Jorge. Después del
terremoto de septiembre de 1997 el icono ha sido sometido a una nueva
restauración.
CLAVES
PARA COMPRENDER EL SIGNIFICADO DE ESTE ICONO
El elemento más llamativo del Crucifijo de San Damián es la figura de Cristo. No es el cuerpo de un cadáver, sino de Dios
mismo, incorruptible hasta la eternidad y la fuente de la vida, que
irradia la esperanza de la resurrección. El Salvador nos mira directamente a nosotros con una mirada compasiva, real,
triunfante, y fuerte. Él no
cuelga en la cruz, sino que más bien parece estar apoyándolo, de pie en
su plena estatura. Sus manos no están
clavadas en la madera, sino que se extienden serenamente en una actitud
de súplica y bendición. Yanto, que nuestro iconógrafo ha destacado una expresión tranquila y apacible de
Jesús. Este crucifijo no expresa el horror bruto de la muerte por
crucifixión, sino más bien la nobleza y
la bondad de la vida eterna.
El Cristo de San Damiano está vivo y sin corona de
espinas.
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Pues es el Cristo resucitado y glorioso que ha vencido a la muerte.
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Pues es el Cristo resucitado y glorioso que ha vencido a la muerte.
El paño de lino orlado de oro recuerda las vestiduras de los sacerdotes del
Antiguo Testamento (Ex 28, 42). Su
postura expresa un gesto de acogida y parece abrazar a todo el
universo. Sus ojos no miran
al espectador, sino que se dirigen al Padre, invitándonos también a nosotros a
hacer lo mismo mediante la conversión. Los
33 personajes que lo rodean representan la comunión de los santos
de todos los tiempos. Jesús, con
los pies sobre fondo negro, parece que asciende del abismo. La sangre de Cristo chorrea sobre
los personajes que lo rodean, para indicar que han sido lavados y salvados por
su Pasión. La sangre de los pies cae
sobre seis personajes apenas reconocibles, que podrían ser: San Juan Bautista,
San Miguel, San Pablo y San Pedro, San Damiano y San Rufino, patrón de Asís. En cada extremo de los brazos transversales
de la cruz hay tres ángeles que muestran a Cristo: son los mensajeros de la
Buena Noticia. Los personajes bajo los
brazos de Jesús están todos en la luz, son hijos de la luz. Tienen todos la misma estatura, pues
son “hombres perfectos”, que han alcanzado “plenamente
la talla de Cristo” (Ef 4, 13). Si se mira bien, sus rostros son como el de
Cristo, pues en ellos ha sido restaurada la “imagen
y semejanza de Dios” original. Juan y María están en el puesto
de honor, a la derecha de Cristo. El
discípulo muestra y recoge la sangre del costado de Cristo. María manifiesta dolor, pero también
serenidad y admiración por la resurrección y por el nuevo hijo que su
Hijo le acaba de encomendar. El manto
blanco de la Virgen simboliza pureza, y las piedras preciosas que
lo adornan son los dones del Espíritu Santo. El vestido rojo oscuro representa el amor. La túnica morada bajo el vestido recuerda que María es la nueva
Arca de la Alianza (la del Antiguo Testamento estaba cubierta con un paño de
ese color). A la izquierda de Jesús están
María Magdalena y María de Santiago, que parecen preguntarse: ¿Quién nos abrirá el sepulcro? Junto a ellas, el Centurión confiesa
la humanidad y divinidad de Cristo: “Verdaderamente,
este hombre era el Hijo de Dios”. Detrás del Centurión asoma el rostro de quien encargó el
crucifijo y otras tres personas que evocan al Pueblo de Dios. Bajo los personajes mayores, hay dos
pequeños, uno a cada lado, que representan a los romanos y judíos que
crucificaron a Jesús: el romano es un soldado con la lanza y la esponja. A la izquierda de las piernas de Cristo se
ve el gallo de Pedro, que recuerda nuestra debilidad e invita a la vigilancia. Pero
también simboliza al sol naciente,
Cristo, cuya luz se difunde por toda la tierra. Sobre la tablilla con la inscripción “Rex
iudeorum”, en un círculo rojo. Vemos
a Cristo que sube al cielo, vestido de blanco, con estola dorada y una
cruz luminosa en la mano, señal de victoria. El círculo expresa perfección y representa la plenitud de la
gloria, donde lo reciben diez ángeles festivos. La mano del Padre, en lo más alto del crucifijo, se encuentra en
un semicírculo. La otra mitad no se
puede ver, pues Dios Padre no tiene rostro, es un misterio.
ORACIÓN
ANTE EL CRUCIFIJO
Alto y glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta, sensatez y conocimiento, Señor,
para hacer tu santo y veraz mandamiento.
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