martes, 25 de septiembre de 2018

LA CRUZ DE SAN DAMIANO QUE HABLÓ A FRANCISCO DE ASIS


Principio del formulario
Orando en la derruida capilla de San Damiano, San Francisco escuchó a Jesús que le dijo desde un ícono: “Reconstruye mi Iglesia”
Como el lugar se encontraba muy deteriorado, el santo entendió que el Señor quería que reparara la capilla.
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Y se lanzó a la reparación.
Más tarde comprendió que el Señor le llamaba para servir de instrumento para renovar la Iglesia. Hoy el milagroso crucifijo se encuentra en la Basílica de Santa Clara en Asís. En San Damiano San Francisco escribió el “Cantico delle Creature” (Cántico de las Criaturas). San Francisco recibió esta propiedad y se la dio a Santa Clara, como convento para las Clarisas. Aquí vivió ella hasta su muerte.

UN HITO EN LA CONVERSIÓN DE SAN FRANCISCO DE ASÍS
En algún momento durante el verano de 1205 Francisco Bernardone comenzó a experimentar la conversión. El joven comerciante y playboy de Asís siempre había tenido un corazón generoso para los demás y para Dios. Pero ahora le empezaron a rechinar la obsesión de su padre con el dinero y las preocupaciones de su madre por su salud. Y sus propios deseos para comidas suntuosas y ropa de lujo. Él anhelaba más que el dinero y la salud, quería el reconocimiento, y un buen momento. La vida era demasiado corta y demasiado amarga para la adquisición de estos bienes transitorios para ser su objetivo final.
Él sabía que tenía que haber más en la vida que lo que había estado buscando.
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Si le daba a Dios el suficiente espacio emocional, Francisco sintió que iba a encontrar lo que fuera que buscaba.
Por lo tanto recuperándose de una enfermedad, Francisco comenzó a pasar muchas horas paseando por el bosque. Y visitando las capillas alrededor de Asís, pensando, orando. Una de los lugares frecuentados Francisco fue la iglesia de San Damiano, derruida, desierta, en una colina empinada fuera de los muros de la ciudad. En este lugar decrépito colgaba un icono grande, casi de tamaño natural pintado del Crucificado. Este día de verano en 1205, Francisco caminaba en las inmediaciones de San Damiano, cuando sintió un tirón interior del Espíritu para ir dentro a orar.
Obedeciendo a la voz interior, Francisco descendió la escalera desgastada y ennegrecida por el humo, y cayó de rodillas ante el icono familiar.
Con su espíritu alerta a lo que el Señor tal vez deseaba transmitir.

DETALLES DE LA HISTORIA
La experiencia que marcó a Francisco para toda su vida fue en otoño de 1205. El Señor le prometió a Francisco que pronto daría respuesta a sus preguntas. A los pocos días, paseando por los alrededores de Asís, pasó junto a la antigua iglesia de San Damiano. Y conmovido por su estado de inminente ruina, entró a rezar ante el ícono como dijimos.
Estando allí le invadió, más que otras veces, un gran consuelo espiritual.
Con los ojos arrasados en lágrimas, pudo oír como el Señor le hablaba desde la cruz y le decía: 
“Francisco, ¿no ves que mi casa se derrumba? Anda, pues, y repárala”.
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Tembloroso y sorprendido, él contestó:
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“De muy buena gana lo haré, Señor”. 
Luego se ensimismó y quedó como arrebatado, en medio de la iglesia vacía.  Fue tal el gozo y tanta la claridad que recibió con aquellas palabras, que le pareció que era el mismo Cristo crucificado quien le había hablado. Todos los biógrafos coinciden en calificar de éxtasis o visión la experiencia de San Damiano. Santa Clara escribe que fue una “visita del Señor”, que lo llenó de consuelo y le dio el impulso decisivo para abandonar definitivamente el mundo. Tomás de Celano y los Tres Compañeros sitúan esta experiencia en San Damián.
Según ellos, cuando el Señor le habló desde el crucifijo, Francisco experimentó un cambio interior que ni él mismo acertaba a describir.
El corazón se le quedó tan llagado y derretido de amor por el recuerdo de la pasión, que desde entonces llevó grabadas en su interior las llagas de Cristo, mucho antes de que se le manifestaran en la carne. Por eso, añade San Buenaventura: ponía sumo cuidado en mortificar la carne, para que la cruz de Cristo que llevaba impresa dentro de su corazón rodease también su cuerpo por fuera. Todo eso lo practicaba ya cuando aún no se había apartado del mundo, ni en el vestir ni en la manera de vivir”. Se refiere a un cilicio, a un tejido hecho de gruesos nudos, que empezó a llevar ceñido a la cintura, debajo de la ropa. Desde entonces será tal su austeridad, y tantas las mortificaciones a lo largo de su vida, que, sano o enfermo, apenas condescendió en darse gusto. Hasta el extremo de reconocer, poco antes de morir, que había tratado con poco miramiento al “hermano cuerpo”.

DESCRIPCIÓN DEL CRUCIFIJO DE SAN DAMIANO
El crucifijo que habló a Francisco es hoy uno de los más conocidos y reproducidos del mundo.
Se trata de un icono románico-bizantino del s. XII, de autor desconocido y clara influencia sirio-oriental.
Es de madera de nogal recubierta con una vasta tela, sobre la que pintaron con colores vivos las figuras de Cristo y otros personajes de la Pasión.
Sin el pedestal, mide 2’10 metros de alto por 1’30 de ancho. En 1257, cuando las clarisas abandonaron San Damiano, se lo llevaron consigo al nuevo monasterio de Santa Clara construido para ellas en Asís, donde lo conservaron durante siglos en la sacristía. En 1958, 20 años después de ser restaurado por Rosario Aliano, fue expuesto al público en la capilla de San Jorge. Después del terremoto de septiembre de 1997 el icono ha sido sometido a una nueva restauración.

CLAVES PARA COMPRENDER EL SIGNIFICADO DE ESTE ICONO
El elemento más llamativo del Crucifijo de San Damián es la figura de Cristo. No es el cuerpo de un cadáver, sino de Dios mismo, incorruptible hasta la eternidad y la fuente de la vida, que irradia la esperanza de la resurrección. El Salvador nos mira directamente a nosotros con una mirada compasiva, real, triunfante, y fuerte. Él no cuelga en la cruz, sino que más bien parece estar apoyándolo, de pie en su plena estatura. Sus manos no están clavadas en la madera, sino que se extienden serenamente en una actitud de súplica y bendición. Yanto, que nuestro iconógrafo ha destacado una expresión tranquila y apacible de Jesús. Este crucifijo no expresa el horror bruto de la muerte por crucifixión, sino más bien la nobleza y la bondad de la vida eterna.
El Cristo de San Damiano está vivo y sin corona de espinas.
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Pues es el Cristo resucitado y glorioso que ha vencido a la muerte.
El paño de lino orlado de oro recuerda las vestiduras de los sacerdotes del Antiguo Testamento (Ex 28, 42). Su postura expresa un gesto de acogida y parece abrazar a todo el universo. Sus ojos no miran al espectador, sino que se dirigen al Padre, invitándonos también a nosotros a hacer lo mismo mediante la conversión. Los 33 personajes que lo rodean representan la comunión de los santos de todos los tiempos. Jesús, con los pies sobre fondo negro, parece que asciende del abismo. La sangre de Cristo chorrea sobre los personajes que lo rodean, para indicar que han sido lavados y salvados por su Pasión. La sangre de los pies cae sobre seis personajes apenas reconocibles, que podrían ser: San Juan Bautista, San Miguel, San Pablo y San Pedro, San Damiano y San Rufino, patrón de Asís. En cada extremo de los brazos transversales de la cruz hay tres ángeles que muestran a Cristo: son los mensajeros de la Buena Noticia. Los personajes bajo los brazos de Jesús están todos en la luz, son hijos de la luz. Tienen todos la misma estatura, pues son “hombres perfectos”, que han alcanzado plenamente la talla de Cristo (Ef 4, 13). Si se mira bien, sus rostros son como el de Cristo, pues en ellos ha sido restaurada la “imagen y semejanza de Dios” original. Juan y María están en el puesto de honor, a la derecha de Cristo. El discípulo muestra y recoge la sangre del costado de Cristo. María manifiesta dolor, pero también serenidad y admiración por la resurrección y por el nuevo hijo que su Hijo le acaba de encomendar. El manto blanco de la Virgen simboliza pureza, y las piedras preciosas que lo adornan son los dones del Espíritu Santo. El vestido rojo oscuro representa el amor. La túnica morada bajo el vestido recuerda que María es la nueva Arca de la Alianza (la del Antiguo Testamento estaba cubierta con un paño de ese color). A la izquierda de Jesús están María Magdalena y María de Santiago, que parecen preguntarse: ¿Quién nos abrirá el sepulcro? Junto a ellas, el Centurión confiesa la humanidad y divinidad de Cristo: Verdaderamente, este hombre era el Hijo de Dios”. Detrás del Centurión asoma el rostro de quien encargó el crucifijo y otras tres personas que evocan al Pueblo de Dios. Bajo los personajes mayores, hay dos pequeños, uno a cada lado, que representan a los romanos y judíos que crucificaron a Jesús: el romano es un soldado con la lanza y la esponja. A la izquierda de las piernas de Cristo se ve el gallo de Pedro, que recuerda nuestra debilidad e invita a la vigilancia. Pero también simboliza al sol naciente, Cristo, cuya luz se difunde por toda la tierra. Sobre la tablilla con la inscripción “Rex iudeorum”, en un círculo rojo. Vemos a Cristo que sube al cielo, vestido de blanco, con estola dorada y una cruz luminosa en la mano, señal de victoria. El círculo expresa perfección y representa la plenitud de la gloria, donde lo reciben diez ángeles festivos. La mano del Padre, en lo más alto del crucifijo, se encuentra en un semicírculo. La otra mitad no se puede ver, pues Dios Padre no tiene rostro, es un misterio.

ORACIÓN ANTE EL CRUCIFIJO
Alto y glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta, sensatez y conocimiento, Señor, para hacer tu santo y veraz mandamiento.

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