No hago lo que
quiero y hago las cosas que detesto (Rm 7, 15)
Por: Daniel Alberto Robles Macías | Fuente: Catholic.net
Cuando
hemos ofendido o lastimado a alguien que queremos, al ser conscientes del daño
que ocasionamos, seguramente que no nos quedarán ganas de volverlo a hacer.
Incluso, hasta buscamos la forma de reparar el daño y así demostrar cuánto es
que nos pesó cometer tal acción. Así
también, debería ser nuestra actitud cada que acudimos al sacramento de la
confesión y, el sacerdote, al darnos la absolución, nos impone una
penitencia.
De hecho, después de que nos hemos confesado,
decimos el acto de contrición que dice así: “Dios
mío, me arrepiento de todo corazón de todo lo malo que he hecho y de lo bueno
que he dejado de hacer; porque pecando te he ofendido a ti, que eres el sumo
bien y digno de ser amado sobre todas las cosas. Propongo firmemente, con tu
gracia, cumplir la penitencia, nunca más pecar y evitar las ocasiones de
pecado. Amén”.
Dentro de esa oración me llama la atención
cuando decimos: Propongo firmemente, […] nunca
más pecar y evitar las ocasiones de pecado”. ¿Es posible dejar de pecar? Y, si no, entonces ¿Por
qué lo decimos?
En
definitiva, por nuestra debilidad humana es imposible dejar de pecar. Sabemos
que volveremos a hacerlo y todo por consecuencia del pecado original y por
nuestra fragilidad. San Pablo era consciente de esto, cuando
dijo: “Sabemos que la Ley es espiritual, pero yo
soy hombre de carne y vendido al pecado. No entiendo mis propios actos: no hago
lo que quiero y hago las cosas que detesto” (Rm 7, 14-15).
Por más que lo queramos, no dejaremos de pecar,
pues siempre volveremos a caer, aunque esto no deberá ser una excusa para no
luchar ni esforzarnos por ser mejores. Por lo tanto, cuando expresamos en el acto de contrición “nunca
más pecar”, no damos por hecho que así pasará, pues nadie puede tener
esa certeza, ya que, como seres humanos, somos débiles y presa fácil del
pecado.
Pero
cuidado, no por ser propensos al pecado significa que debamos decir: “Para qué me esfuerzo en no pecar, si al fin y al
cabo, seguiré cayendo más veces”. No caigamos en ese extremo, ya que esa actitud de indiferencia sólo nos
aleja del verdadero arrepentimiento y del dolor por haber pecado; es como si
nos anestesiaran y no sentimos nada por haber pecado. Y es muy triste
saber que hay muchos católicos que piensan así y que no se acercan a la
confesión.
Cuando hemos pecado, debería pasarnos como
cuando hemos ofendido a un ser querido. A quien nos duele ver sufrir por
nuestra ofensa, y por ello, nos esforzamos lo más posible para no volverlo a
hacer. Así también, con el pecado debemos desear no volverlo a cometer, porque
nos duele saber el daño que cometimos.
Hay que estar decididos a no volver a pecar, aún
a sabiendas de que podemos cometerlo otra vez. Y para lograrlo debemos evitar
las ocasiones que sabes que te pueden hacer caer en el pecado. Algunos de los medios concretos con los que
contamos para alejarnos del pecado son: la oración sincera a Dios, fortalecer
nuestra voluntad y, por último, como dice aquella frase: “evita la ocasión y evitarás el pecado”.
El
Santo Cura de Ars decía: “Piensan que no
tiene sentido recibir la absolución hoy, sabiendo que mañana cometerán
nuevamente los mismos pecados. Pero Dios mismo olvida en ese momento los
pecados de mañana, para darles su gracia hoy”.
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