En la base de la cruz hay bolsas. Incontables bolsas llenas
de innumerables pecados. El Calvario es un cúmulo de abono por la culpa. ¿Le
gustaría dejar allí su bolsa?
Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre. Salmo
23.3
Un amigo organizó un intercambio de galletitas en Navidad
para el personal de la oficina de nuestra iglesia. El plan era sencillo. El
valor de la entrada era una bandeja con galletitas hechas en casa. Su bandeja
le daba a usted el derecho de sacar galletas de la bandeja de los demás. Podía
salir con la misma cantidad de galletas que llevó.
Suena simple si uno sabe cómo cocinar. Pero ¿qué si
no puede? ¿Qué si no puede distinguir un sartén de una olla? ¿Qué si, como yo,
siente que culinariamente es un desastre? ¿Qué si se siente tan cómodo con un
delantal como un profesor de gimnasia en un tutú? Si ese es el caso,
tiene un problema.
Tal era mi caso, y yo tenía un problema. No tenía galletas
para llevar; en consecuencia no podría participar en el intercambio. Me
dejarían afuera, despedido, desechado, eludido y apartado. (¿No siente lástima por mí?)
Ese era mi aprieto. Y, perdóneme que lo mencione ahora, pero
su aprieto es mucho mayor. Dios está preparando una fiesta… una fiesta como no
habrá otra. No una reunión de intercambio de galletas, sino una fiesta. Nada de
risitas necias ni chácharas en la sala de conferencias, sino ojos de asombro y
admiración en la sala del trono de Dios.
Sí, la lista de invitados es impresionante. ¿Duda que Jonás se haya examinado interiormente en el
interior de un pez? Podrá preguntarle personalmente. Pero más
impresionante que los nombres de invitados es la naturaleza de los invitados.
Sin egos, nada de luchas por el poder. A la entrada quedarán la culpa, la
vergüenza y el pesar. La enfermedad, la muerte y la depresión serán la Plaga
Negra de un pasado distante. Lo que ahora vemos a diario, nunca se verá allá.
Lo que ahora vemos vagamente, lo veremos claramente. Veremos
a Dios. No por la fe. No a través de los ojos de Moisés, Abraham o David.
No por medio de las Escrituras, de las puestas de sol ni del
arco iris. No veremos la obra de Dios ni sus palabras, ¡le
veremos a Él! Porque Él no es el anfitrión de la fiesta; ¡Él es la fiesta! Su bondad es el banquete. Su voz
es la música. Su radiante resplandor es la luz, y su amor es el interminable
tema de conversación.
Hay sólo una complicación. El precio de admisión es elevado.
Para entrar en la fiesta uno tiene que ser justo. No bueno o decente. No uno
que paga sus impuestos y va a la iglesia.
Los ciudadanos del cielo deben ser justos. J-U-S-T-O-S. Todos hacemos de vez en cuando lo
justo. Unos pocos hacen predominantemente lo justo. Pero, ¿hay alguien entre nosotros que haga siempre lo justo? Según
Pablo, «No hay justo, ni aun uno» ( Romanos
3.10 ).
Pablo es inflexible en esto. Incluso llega a decir: «No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno»
( Romanos 3.12 ).
Quizás alguien tenga otra opinión. «No
soy perfecto, Max; pero soy mejor que muchos. He vivido la vida como se debe.
No quebranto las leyes. Tampoco quebranto corazones. Ayudo a la gente. Me gusta
la gente. Comparado con otras personas, yo diría que soy justo».
Probé ese argumento con mamá. Cuando me decía que mi pieza no
estaba limpia, le pedía que fuera conmigo a la pieza de mi hermano. Siempre
estaba más desordenada y sucia que la mía: «¿Ves?
Mi dormitorio está limpio; mira este».
Nunca me resultó. Me llevaba por el pasillo hasta su habitación. Si de habitaciones limpias se tratara, mi madre era justa. Su ropero estaba bien; su cama estaba bien; su baño estaba verdaderamente bien. En comparación con su habitación, la mía, bueno, estaba bien mal. Me mostraba su habitación y me decía: «Esto es lo que yo entiendo por limpio».
Dios hace lo mismo. Señala hacia sí y dice: «Esto es lo que entiendo por justicia». La
justicia es la esencia de Dios. «Por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo» (2 Pedro 1.1 ).
«Dios es Juez justo» (
Salmo 7.11 ). «Yahvé es justo, y ama la
justicia» ( Salmo 11.7 ).
«Su justicia permanece para siempre» (
Salmo 112.3 ), «hasta lo excelso» ( Salmo
71.19 ). Isaías describe a Dios como «Dios justo y
Salvador» ( Isaías 45.21 ). En la víspera de su muerte, Jesús comenzó su
oración con las palabras «Padre justo» (
Juan 17.25 ).
¿Entiende el argumento? Dios es justo. Sus decretos son
justos ( Romanos 1.32 ). Su juicio es justo ( Romanos
2.5 ). Sus exigencias son justas ( Romanos 8.4 ). Sus actos son justos ( Daniel
9.16 ). Daniel declara: «Justo es Jehová nuestro
Dios en todas sus obras» ( Daniel 9.14 ).
Dios nunca se equivoca. Nunca
ha tomado una decisión incorrecta, ni ha mostrado una mala actitud, ni ha
tomado el sendero equivocado; nada ha dicho de malo y nunca ha actuado en una
forma errada. Nunca se anticipa ni se atrasa; no es demasiado ruidoso ni
demasiado suave, precipitado ni lento. Siempre ha sido justo y siempre lo será.
Él es justo.
Cuando de justicia se trata, Dios domina la mesa de juego sin
mucho esfuerzo, como todo un experto. Y cuando de justicia se trata, no sabemos
de qué lado tomar la batuta. He aquí, nuestro problema.
¿Pasará Dios, que es justo, la eternidad con los que no lo
son? ¿Recibirá Harvard a un niño expulsado de tercer grado? Si lo
hiciera sería un acto benevolente, pero no sería justo. Si Dios aceptase al
injusto, la invitación sería hermosa, pero ¿sería
justo? ¿Sería justo que pasara por alto todos nuestros pecados? ¿O rebajara las
normas? No, no sería justo. Y si Dios es algo, es justo.
Dijo a Isaías que la justicia sería su plomada, la norma por
la cual mediría su casa ( Isaías 28.17 ). Si somos injustos, se nos deja en el
pasillo, sin galletas. O, para usar la analogía de Pablo, «para que … todo el mundo quede bajo el juicio de Dios» (
Romanos 3.19 ).Entonces, ¿qué debemos hacer? ¿Llevar una carga de culpa? Muchos lo hacen; demasiados lo hacen.
¿Y si su carga espiritual fuese visible? Suponga
que la carga de nuestros corazones fuese un equipaje de verdad en la calle. ¿Qué se vería más que nada? Maletas llenas de culpa.
Bolsas abarrotadas de parrandas, estallidos de ira y componendas. Mire
alrededor suyo. ¿Ve al tipo del traje gris de
franela? Está arrastrando una década de dicho arrepentimiento. ¿Ve al muchachito del
pantalón grandote y un aro en la nariz? Daría cualquier cosa por no
haber dicho las palabras que le dijo a la mamá. Pero no puede. Eso lo lleva
consigo. ¿Y la mujer en traje de negocios? Tiene
el aspecto de una candidata al Senado. Anda necesitada de ayuda, pero no puede
darlo a conocer. No cuando arrastra a dondequiera que va esa carpeta llena de
oportunidades que debe explorar.
Escuche. El peso del cansancio agota. La confianza en uno
mismo lo desvía del camino. Las decepciones lo desalientan. La ansiedad lo
fastidia. Pero, ¿la culpa? La culpa lo consume. Entonces, ¿qué hacemos? Nuestro Señor es recto, y nosotros
estamos errados. Su fiesta es para los que no tienen culpa, y nosotros somos
cualquier cosa, menos eso. ¿Qué podemos hacer?
Puedo decirle lo que hice. Confesé mi necesidad. ¿Recuerda mi
dilema de las galletas? Este es el correo electrónico que envié a todo el
personal. «No sé cocinar, de modo que no estaré en
la fiesta».
¿Se apiadó de mí alguno de los asistentes? No. ¿Se compadeció de mí alguno del personal? No. ¿Tuvo misericordia de mí alguno de la Corte Suprema de
Justicia? No.
Pero una santa hermana de la iglesia tuvo misericordia de mí.
No sé como se enteró de mi problema. Quizás haya aparecido en alguna lista de
oración de emergencia. Pero, sí sé esto. Sólo unos minutos antes de la celebración,
me entregaron un regalo: una bandeja de galletas,
doce círculos de bondad. En virtud de ese regalo tuve el privilegio de
entrar en la fiesta.
¿Fui? Apueste sus galletas a que sí. Como un príncipe
que lleva una corona sobre una almohada, llevé mi regalo hasta el salón, lo
puse en la mesa y me mantuve erguido. Debido a un alma compasiva que oyó mis
ruegos, tuve un lugar a la mesa.
Debido a que Dios escucha su ruego, usted tendrá lo mismo.
Sólo que Él hizo más, muchísimo más, que cocinar galletas para usted.
Fue al mismo tiempo el momento más hermoso y más terrible de
la historia. Jesús estuvo en el tribunal del cielo. Extendió una mano sobre
toda la creación, y rogó: «Castígame a mí por sus errores.
¿Ves ese homicida? Dame su castigo. ¿La adúltera? Yo llevaré su vergüenza. ¿El
estafador, el mentiroso, el ladrón? Hazme a mí lo que ellos merecen. Trátame
como tratarías a un pecador».
Y Dios lo hizo. «Cristo padeció
una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios»
( 1 Pedro 3.18 ).
Sí, la justicia es lo que Dios es, y sí la justicia no es lo
que nosotros somos, y justicia es lo que Dios exige. Pero Dios «ha manifestado la justicia» ( Romanos 3.21 ) para
hacer que la gente esté en buena relación con Él. David lo expresa así: «Me guiará por sendas de justicia» ( Salmo 23.3).
La senda de justicia es una huella estrecha que sube
serpenteando hacia una empinada montaña. En la cumbre hay una cruz. En la base
de la cruz hay bolsas. Incontables bolsas llenas de innumerables pecados.
El Calvario es un cúmulo de abono por la culpa.
¿Le
gustaría dejar allí su bolsa?
Un pensamiento más sobre la fiestecita de las galletas de
Navidad. ¿Sabían todos que yo no preparé mis
galletas? Si no lo sabían, yo lo dije. Les dije que yo estaba allí en
virtud del trabajo de otra persona. Mi única contribución fue mi propia
confesión. Nosotros diremos lo mismo por toda la eternidad.
Por Max Lucado
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