Hay personas que tienen una especial propensión al
resentimiento, que se sienten con mucha facilidad, que reaccionan
desproporcionadamente ante estímulos de poca entidad o acumulan rencores
infundados. Unas veces pueden ser determinadas acciones las que producen esos
efectos, como un comentario crítico, una llamada de atención, una mirada de
indiferencia o de desprecio, un determinado tono en la voz, una ironía; otras
veces la reacción procede de una omisión de los demás, como quien se siente
herido porque no lo felicitaron el día de su cumpleaños, porque alguien no lo
saludó, no le dio las gracias o no lo invitó a la fiesta; o tal vez porque
siente que no valoran lo que hace, no lo toman en cuenta, no le piden su
opinión o no le hacen caso.
Cuando a
una persona, ante estos estímulos, parece que se le viene el mundo encima, se
siente sumamente agredida, o se entristece y se llena de amargura, cabe
preguntarse si su forma de reaccionar es normal.
Solemos
decir que una persona está sentida o resentida cuando, por algún suceso
concreto, se encuentra interiormente dolida y retiene el agravio.
En
cambio, cuando el resentimiento se ha convertido en un estado permanente del
sujeto, más que estar resentido habría que utilizar la expresión ser resentido.
Cuando
alguien ya no sólo está, sino que es resentido, sus reacciones suelen aflorar
continuamente y a veces en forma agresiva, incluso ante estímulos que no
incluyen contenido ofensivo. Esto suele derivarse muchas veces de alguna
situación personal deficiente que no se ha sabido aceptar y que pesa de forma
permanente, consciente o inconscientemente. Pueden ser los fracasos personales
o algún defecto físico notorio. Max Scheler decía: «los
enanos y jorobados, por ejemplo, que se sienten humillados por la mera
presencia de los demás hombres, revelan por eso tan fácilmente este odio
peculiar, esta ferocidad de hiena pronta al asalto. El odio y enemistad de esta
especie, justo porque primordialmente carece de fundamento en la obra o
conducta del enemigo, es el más hondo e irreconciliable que existe. Se dirige
contra la existencia y el ser mismo del prójimo, no contra cualidades y
acciones transitorias. Goethe tiene presente esta especie de enemigos cuando
dice: ¿Que te quejas de enemigos? ¿Podrían ser amigos aquéllos para quienes el
ser que eres es, en secreto, un eterno reproche?» [i].Dentro del estar y
el ser resentido caben, ciertamente, diversos grados, pero en todos ellos hay
factores comunes que favorecen la inclinación a la susceptibilidad y al
resentimiento.
¿A qué responde tal inclinación? ¿Cuáles son las disposiciones interiores que potencian esta tendencia? ¿Es posible combatirla y con qué medios?
Vale la
pena afrontar estas cuestiones que, bien resueltas, pueden ahorrarnos muchos
problemas subjetivos en nuestra vida y, consecuentemente, señalarnos un camino
que en última instancia apunta hacia la verdadera felicidad.
EGOCENTRISMO Y OLVIDO
DE SÍ
La
tendencia a girar en torno a sí mismo, a convertir el propio yo en el centro de
los pensamientos y en el punto de referencia de todas las acciones, se llama
egocentrismo y es el principal aliado del resentimiento. La persona egocéntrica
se hace muy vulnerable porque da demasiada importancia a todo lo que a ella se
refiere.
Especialmente
si se trata de cosas negativas de parte de los demás, suele reaccionar de
manera desproporcionada, porque su subjetividad, al estar vertida sobre sí
misma, es como una caja de resonancia que multiplica notablemente el efecto
auditivo. Esta reacción emocional ordinariamente se retiene, por la concentración
del sujeto en su propio yo, se convierte en resentimiento y, consecuentemente,
en infelicidad.
El
psiquiatra Rojas advierte que «una de las cosas que
entristece más al hombre es la egolatría, origen muchas veces de sufrimientos
inútiles, producidos por una excesiva preocupación por lo personal, exagerando
en demasía su importancia» [ii]. El beato Josemaría Escrivá afirmaba que
«las personas que están pendientes de sí mismas, que actúan buscando ante todo
la propia satisfacción, (…) son inevitablemente infelices y desgraciadas.
Sólo
quien se olvida de sí, y se entrega a Dios y a los demás (…), puede ser dichoso
en la tierra, con una felicidad que es preparación y anticipo del cielo» [iii].
Si el olvido propio es el camino que conduce a la felicidad, podemos afirmar
que es también el mejor antídoto contra el resentimiento, porque reduce
considerablemente la resonancia subjetiva de los agravios y evita retenerlos.
¿CÓMO OLVIDARNOS DE
NOSOTROS MISMOS?
Acabamos
de leer la respuesta: mediante la entrega a Dios y a los demás, es decir,
viviendo hacia fuera de nosotros mismos de forma positiva, con metas que
supongan un servicio a los demás y a Dios. A los demás, porque nuestros actos
los mejoren, les ayuden a progresar en todos sentidos; a Dios, porque nos
propongamos cumplir su voluntad.
EL SENTIMENTALISMO
Los
sentimientos juegan un papel muy importante en la conducta, entre otras cosas
porque son una fuente de energía que intensifica la acción humana y confiere
fuerza a las decisiones de la persona para que alcance su cometido.
Más aún,
el Catecismo de la Iglesia Católica advierte la insuficiencia de la voluntad,
cuando no está secundada por los sentimientos (cuya fuente radica en el
corazón, metafóricamente hablando): «La perfección
moral consiste en que el hombre no sea movido al bien sólo por su voluntad,
sino también por su apetito sensible (…), por su corazón» [iv].
Esto
quiere decir que los sentimientos constituyen una fuerza que puede mover al
bien, sumándose a la fuerza de la voluntad. Además, cuando en las cosas que
debemos hacer especialmente si se relacionan con personas metemos el corazón,
como suele decirse, la calidad de nuestras acciones se incrementa
considerablemente porque se humanizan. Lo contrario, la ausencia de
sentimientos, produce frialdad o indiferencia que no resulta agradable Sin
embargo, para que los sentimientos jueguen un papel positivo en la conducta han
de estar gobernados por la inteligencia y la voluntad.
Cuando
esto no ocurre, porque la persona no controla sus emociones, sino que es
dominada por ellas, entonces se incurre en el sentimentalismo. En este caso la
vulnerabilidad se incrementa, porque los estímulos sensibles encuentran un eco
exagerado ante la ausencia de control racional en las reacciones emocionales.
Cualquier
ofensa o agresión genera una reacción desproporcionada que fácilmente se
convierte en resentimiento, porque la intensidad de la emoción más aún si no se
externa esa emotividad lesionada suele estrechar el campo de la conciencia y
disminuir la capacidad para modificar voluntariamente la reacción.
Hay que
tener en cuenta, además, que los sentimientos, si no están sometidos a las
potencias superiores, suelen ser egocéntricos: terminan en el mismo sujeto del
que proceden, con un enfoque interesado y egoísta. Por ejemplo, el afecto se
convierte en una búsqueda de uno mismo, se ama a alguien para recibir afecto,
compasión, o cualquier otro tipo de complacencia.
Y ya
hemos visto que el egocentrismo favorece notablemente el resentimiento. La
solución ante el sentimentalismo consistirá, entonces, en fortalecer la
voluntad para que tenga la capacidad de no dejarse dominar por las pasiones y
sentimientos, de manera que los encauce adecuadamente en la dirección señalada
por la recta razón.
Y la
voluntad se fortalece mediante su ejercicio, como ocurre con los músculos del
organismo, que requieren de un entrenamiento continuado para adquirir y
mantener una fuerza de la que carecían originalmente. La voluntad se hace
fuerte, por ejemplo, mediante el esfuerzo diario por vivir el orden en el
trabajo, comenzando y terminando a tiempo, poniendo intensidad al realizarlo,
acabando los asuntos que se han emprendido, etcétera.
LA IMAGINACIÓN
La
imaginación suele influir también de manera determinante en el resentimiento.
Si bien
es una facultad que puede enriquecer nuestras percepciones, favorecer nuestra
creatividad o ayudarnos a descubrir soluciones ante los problemas; cuando
escapa a nuestro control y actúa indiscriminadamente por su cuenta, nos aleja
de la realidad, deforma el conocimiento y puede ser una fuente de
complicaciones interiores.
Ordinariamente
la imaginación descontrolada acaba exagerando las cosas de manera que, por
ejemplo, una pequeña ofensa se interpreta como una gran agresión, o una
aparente omisión se juzga como ocasionada con intención de desprecio,
humillación o desafecto.
Por eso,
la imaginación no controlada suele ser origen de resentimientos muchas veces
gratuitos, porque no proceden de ofensas reales sino imaginarias[v].En estos
casos, hace falta tener la autocrítica necesaria para cortar con determinación
esos procesos imaginativos antes de que tomen cuerpo, lo cual exige también
lucha personal que, con la ayuda de Dios, nos va haciendo capaces de encauzar
nuestra imaginación en la dirección conveniente, de manera que no se convierta
en un enemigo íntimo que sea fuente de susceptibilidades y resentimientos.
El
esfuerzo continuado por no permitir que nuestra imaginación actúe por su cuenta
nos acaba confiriendo la capacidad de controlarla.
UN CÍRCULO VICIOSO
Cuando a
la falta de dominio sobre la imaginación se suma la ausencia de control de los
sentimientos, se produce un círculo vicioso muy complejo.
El
sentimiento o pasión actúa sobre la imaginación, exaltándola y provocando que
conciba la realidad deformada, como el que se pelea y se imagina que el
adversario pretendía acabar con él, cuando no eran éstas sus intenciones. A su
vez, la imaginación influye sobre el sentimiento, provocando una reacción
emocional más intensa: al suponer imaginativamente la malicia del agresor o el
desamor, la ira aumenta en la misma proporción.
El
proceso puede continuar sucesivamente, alternándose el estímulo de la emoción
sobre la imaginación y de ésta sobre el sentimiento, de manera que se
establezca el círculo vicioso.
En pocas
palabras, la imaginación exaltada por la pasión aumenta las cosas, por pequeñas
que sean es como ver a través de una lupa poderosa, donde todo aparece
desmesuradamente grande, y el sentimiento se desborda al ser motivado por una
imaginación deformada.
Si este
círculo tiene lugar en la persona egocéntrica, que vive centrada en sí misma y
suele retener los agravios, el resultado inevitable será la susceptibilidad,
esa facilidad para sentirse ofendido o dolido por acciones u omisiones de los
demás, como puede ser una reprensión, un desaire, un olvido, una palabra y
hasta una mirada.
Es
significativo que esto sea especialmente frecuente en la adolescencia por la
inmadurez propia de esta edad tendencia a centrarse en sí mismo y por no tener
aún formado el carácter.
¿YO INSEGURO?
El
resentimiento es una reacción emocional negativa que permanece dentro del
sujeto. La permanencia hace que la herida provocada por la ofensa recibida se
vuelva a vivenciar una y otra vez. Esto tiene que ver con algún tipo de
debilidad, con la incapacidad para «dar salida»
a la reacción provocada por la agresión. Esta falta de fortaleza en el
carácter, para no retener los agravios, muchas veces procede de la inseguridad
personal.
La persona
insegura, con una baja autoestima, carece de confianza en sí misma y vive con
el temor constante de sentirse agredida, ignorada o rechazada por los demás. La
inseguridad tiene diversas manifestaciones que propician resentimientos y que
ordinariamente están vinculadas también con el egocentrismo. Hay quienes
experimentan una necesidad desproporcionada de afecto y conciben el amor como
exclusiva receptividad: «La persona que sólo desea
ser querida, pero que no se atreve a querer, suele ser muy inmadura. Cuando de
la necesidad de ser querida se hace una clave para la vida a veces la única, la
persona que así se comporta se hace mucho más dependiente del afecto que
recibe. Una persona así está tan subordinada a quienes le dan el afecto que
necesita, que acaba por vaciar y hasta perder el sentido de su libertad» [vi].
La consecuencia es la susceptibilidad derivada del egocentrismo, que juzga como
omisiones imperdonables las innumerables expectativas que considera
insatisfechas por parte de los demás. La inseguridad frecuentemente inclina a
llamar la atención, por caminos variadísimos. Por ejemplo, «a muy temprana edad aprendemos que enfermarse es una de
las maneras más eficaces de llamar la atención. Para algunos es la única.
Cuando nos enfermamos, nuestros amigos y parientes se apresuran a congregarse
en derredor nuestro e inmediatamente nos sentimos más amados y más seguros.
Algunas personas jamás superan esta idea y se las arreglan para pasarse toda la
vida enfermas, o se caen de las escaleras y se rompen las piernas cada vez que
se sienten ignoradas o rechazadas. Evidentemente, esta conducta es más
subconsciente que consciente. Sin embargo, el hecho es que quienes sienten amor
y seguridad sufren muchas menos enfermedades y accidentes que aquellos que no
se sienten realizados y tienen una gran dosis de inseguridad» [vii].
Cuando estas personas no consiguen ser el centro de atención, se sienten mal y
fácilmente se resienten. Si a la inseguridad se asocia una cierta dosis de
pesimismo, la persona puede considerarse víctima y fomentar la autocompasión:
no me quieren, no me valoran, no me hacen caso, etcétera. Este victimismo
ordinariamente se traduce en quejas que pocas veces alcanzan lo que se
proponen: «De una cosa estoy seguro: quejarse es
contraproducente. Siempre que me lamento de algo con la esperanza de inspirar
pena y recibir así la satisfacción que tanto deseo, el resultado es el
contrario del que intento conseguir. Es muy duro vivir con una persona que
siempre se está quejando, y muy poca gente sabe cómo dar respuesta a las quejas
de una persona que se rechaza a sí misma. Lo peor de todo es que, generalmente,
la queja, una vez expresada, conduce a lo que quiere evitar: más rechazo»
[viii].En casos extremos, patológicos, la inseguridad puede convertirse en temor
obsesivo a ser agredido, lo cual conducirá a un cúmulo de resentimientos
difícilmente controlables. «En las personalidades paranoides, por ejemplo, es
posible que los actos de los demás sean considerados por el individuo enfermo
como una amenaza hacia su yo o como una agresión. Estas interpretaciones
erróneas pueden convertirse en verdaderas ideas delirantes de persecución o
daño, y dar como resultado una respuesta agresiva y violenta con deseos de
venganza por un daño no sufrido pero interpretado erróneamente como tal, o huir
y aislarse para evitar esos constantes ataques»[ix]. Sin llegar a tales
extremos, también es verdad que el cansancio y la enfermedad en general, que
debilitan física o psíquicamente a la persona, favorecen el resentimiento porque
disminuyen las defensas para manejar adecuadamente las reacciones ante las
ofensas recibidas.
SUPERACIÓN DE LA
INSEGURIDAD
¿Cómo combatir la inseguridad y sus diversas manifestaciones, para
reducir la inclinación al resentimiento?
Sugerimos
a continuación algunos medios: Tener
clara la misión que nos corresponde en la vida y abocarnos a ella, de manera
que el sentido de nuestra existencia proceda del proyecto y los objetivos que
nos hayamos propuesto, · Crecer continuamente como personas humanas, mediante la
adquisición de valores y el perfeccionamiento de los que ya se tienen. Esto
provocará que aumente la autoestima y coincida con la auténtica humildad que
consiste en la verdad sobre nosotros mismos. Fortalecer el carácter,
acometiendo retos que exijan vencimiento personal.· Vivir para los demás, con
objetivos claros de servicio, y de este modo conseguir el olvido propio.
Valorar las capacidades y cualidades personales sin dejar de ver los defectos
para apoyarnos en ellas. Valorar también los buenos resultados que consigamos
en nuestra vida, en cualquier terreno. En ambos casos, atribuyendo a Dios el
origen de esas capacidades y resultados.· Fomentar la confianza en los demás,
para saber contar con ellos y sentirnos apoyados. Ser conscientes de que somos
hijos de Dios y de que Dios es infinitamente bueno y poderoso.
SABER DAR GRACIAS
Un medio
especialmente eficaz para evitar el resentimiento, porque se opone frontalmente
al egocentrismo y a las demás disposiciones interiores negativas que hemos
analizado, lo constituye la gratitud, entendida como capacidad de reconocer los
dones y beneficios recibidos. Esta virtud implica la aptitud para descubrir
todo lo positivo que hay en nuestra vida y percibirlo como un regalo por el que
nos sentimos movidos a dar las gracias.
Es
precisamente lo opuesto al resentimiento: «Resentimiento y gratitud no pueden
coexistir, porque el resentimiento bloquea la percepción y la experiencia de la
vida como don. Mi resentimiento me dice que no se me da lo que merezco» [x]. En
cambio, quien no espera nada, ni exige nada para sí, se alegra por lo que
recibe y ordinariamente le parece que es más de lo que merece. Además, suele
experimentar el deseo de corresponder, aunque tantas veces se considere incapaz
de hacerlo en la misma proporción de lo recibido.
Con
palabras de Polaino-Lorente, «cuando una persona se siente querida por muchas
otras, sin apenas merecerlo, es lógico que entienda esos afectos y su propia
vida como un regalo.
Surge de
forma inevitable, entonces, el agradecimiento. Si no disponemos de ninguna cosa
adecuada para agradecer un regalo de esa naturaleza, sólo hay una opción
posible: pagar con la misma moneda, agradecer el regalo el querer regalando
algo de la misma naturaleza, es decir, queriendo»[xi]. Quien actúa y reacciona
de esta manera es incapaz de resentirse.
La
gratitud, como cualquier otro hábito, se puede adquirir y desarrollar mediante
la sucesiva repetición de actos: reconociendo interiormente los dones
recibidos, expresando exteriormente la acción de gracias y procurando
corresponder con obras dentro de las propias posibilidades. Afortunadamente es
posible superar la tendencia al resentimiento.
[I] SCHELER, M. El resentimiento en la moral. Caparrós Editores. Madrid. 1993, pp. 61-62; (GOETHE, Westöstlicher
Diwan).
[II] ROJAS, E. Una teoría de la felicidad. Dossat 2000. Madrid. 196620,
p. 235.
[III] ESCRIVÁ, J. Es Cristo que pasa. MiNos. México. 19959, n. 23.
[IV] Catecismo de la Iglesia Católica. Coeditores Católicos de México.
México. 19994, nn. 1770 y 1775.
[V] «La mayor parte de los conflictos, que se plantean en la vida interior de mucha gente, los fabrica la imaginación: que si han dicho, que si pensarán, que si me consideran… Y esa pobre alma sufre, por su triste fatuidad, con sospechas que no son reales». ESCRIVÁ, J. Amigos de Dios. MiNos. México. 19927, n. 100.
[V] «La mayor parte de los conflictos, que se plantean en la vida interior de mucha gente, los fabrica la imaginación: que si han dicho, que si pensarán, que si me consideran… Y esa pobre alma sufre, por su triste fatuidad, con sospechas que no son reales». ESCRIVÁ, J. Amigos de Dios. MiNos. México. 19927, n. 100.
[VI] POLAINO-LORENTE, A. Una vida robada a la muerte. Planeta.
Barcelona. 1997, p. 200.
[VII] MATTHEWS, A. Por favor sea feliz. Selector. México. 1996, p. 34.
[VIII] NOUWEN, H. El regreso del hijo pródigo. PPC. Madrid. 1999, p. 79.
[IX] QUINTANILLA, B. Venganza y resentimiento, en ISTMO nº 226. México.
1996, pp. 26-27.
[X] NOUWEN, H. El regreso del hijo pródigo. pp. 92-93.
[XI] POLAINO-LORENTE, A. Una vida robada a la muerte. p. 200.
Por Francisco Ugarte
Fuente: www.istmo.mx
Fuente: www.istmo.mx
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