PATRONA DE LOS IMPOSIBLES
Nace en
1381, en Roccaporena, cerca de Casia, en la Umbría italiana. Su verdadero
nombre era Margarita, pero desde muy pequeña la llamaron Rita, y así se quedó
para toda la vida. Crece en el temor de Dios y en la atención a sus ancianos
padres Sus padres eran pacificadores de Cristo en las luchas políticas y
familiares entre güelfos y gibelinos. Fue hija única. Desde su nacimiento ya
empezó a demostrar que iba a ser la “Abogada de los
imposibles”, pues la mamá sufría la enfermedad de la esterilidad y no
podía tener hijos y con mucha oración obtuvo de Dios el prodigio de que le
concediera esta buena hija. Cuando la niña nació ya sus padres eran bastante
viejos. Desde sus primeros años dio muestras de una gran inclinación a la
piedad. Su mayor gusto era dedicarse a la oración y el más grande deseo de su
alma de juventud era ser religiosa.
Pero sus
padres dispusieron más bien que debían hacerla contraer matrimonio. Y ella, que
siempre fue obedientísima, aceptó la determinación paterna cuando iba a cumplir
los diez y seis años, Rita se casó con Pablo Fernando Manzini, joven bien
dispuesto, pero resentido, de carácter áspero y violento. Y sucedió que, como
se acostumbraba en ese tiempo, la elección del esposo no fue hecha por la
muchacha sino por los progenitores y estos se equivocaron totalmente al
buscarle marido y quizás no se fijaron en las cualidades exteriores del
individuo y no averiguaron bien qué tal era su personalidad y casaron a Rita
con un verdadero monstruo de maldad. El marido resultó brutal, mujeriego y de
un temperamento ciento por ciento agresivo. El tal hombre llegó a ser el terror
de los vecinos y un continuo agresor dentro de su casa. La bondad de Rita
superó las asperezas del marido e hizo posible una vida de paz y de concordia.
Tuvieron dos hijos varones.
Con una
vida sencilla, rica en oración y de virtudes, toda dedicada a la familia, ayudó
al marido a convertirse y a llevar una vida honesta y de trabajo. Su vida de
madre y de esposa fue turbada por el asesinato del marido, víctima del odio
entre los grupos. Rita logró ser coherente con el Evangelio, perdonando
totalmente, como Jesús, a quien le había causado tanto dolor. Los hijos, en
cambio, influenciados del ambiente y de los parientes, estuvieron tentados y
proclives a la venganza. La madre, para evitar la ruina humana y espiritual de
sus hijos, pidió a Dios que prefería la muerte de sus hijos antes que verlos
manchados de sangre; ambos enfermaron y murieron muy jóvenes. Su oración,
humanamente incomprensible fue escuchada.
Rita,
viuda y sola, pacificó los ánimos y reconcilió las familias con la fuerza de la
oración y del amor; entonces pudo entrar en el monasterio agustiniano de santa
María Magdalena de Casia. Aquí lleva una vida santa con una particular
espiritualidad, que privilegiaba la Pasión de Cristo; y vivió cuarenta años,
sirviendo a Dios y al prójimo con una generosidad y alegría atenta a las
diversas situaciones dramáticas del ambiente y de la Iglesia de su tiempo.
Sobresale por su espíritu de oración, su identificación con la voluntad de Dios
aceptando la cruz, su amor a la Eucaristía y su entrega al prójimo. En los
últimos quince años de su vida, Rita llevó sobre la frente el estigma de una de
las espinas de la corona de Cristo, completando así en su carne los
sufrimientos de Jesús.
Pero se
cuenta… que Rita quiso entrar en el convento de las hermanas agustinas de
Casia, pero su petición no fue aceptada. De vuelta al retiro del hogar, oró
incesantemente a sus tres santos protectores: S. Juan Bautista, S. Agustín y S.
Nicolás de Tolentino, y una noche se produjo el prodigio. Los tres santos se le
aparecieron y la invitaron a seguirles, abriendo las puertas del convento, bien
protegido por muros y cerrojos, la condujeron hasta el medio del coro, donde
estaban recitando la oración de la mañana. Así Rita pudo vestir el hábito de
las agustinas, realizando el antiguo deseo de entrega total a Dios. Se dedicó a
la penitencia, a la oración y al amor de Cristo crucificado, que la asoció aun
visiblemente a su pasión, con el estigma de una espina en su frente.
Este
estigma milagroso, recibido durante un éxtasis, marcó el rostro con una
dolorosísima llaga purulenta hasta su muerte, esto es, durante catorce años. La
fama de su santidad pasó los límites de Casia. Las oraciones de Rita obtuvieron
prodigiosas curaciones y conversiones. Para ella no pidió sino cargar sobre sí
los dolores del prójimo. Murió en el monasterio de Casia en 1457 y fue
canonizada en el año 1900.
Fue
venerada como santa inmediatamente después de su muerte, como se encuentra
testimoniado en el sarcófago y en el “Codex
miraculorum”, documentos ambos que pertenecen al 1457-62. Sus huesos,
desde el 18 de mayo de 1947, reposan en el Santuario dentro de una urna de
plata y cristal trabajada en 1930. Recientes estudios médicos han afirmado que
sobre la frente, al lado izquierda, se encuentran las huellas de una llaga ósea
(osteomielitis). El pie derecho tiene, además, la señal de una enfermedad
padecida en los últimos años, quizás una artritis; mientras su estatura era de
1,57 cm. El rostro, las manos y los pies están momificados, bajo el hábito de
monja agustina se encuentra entero el esqueleto articulado.
Fue
característica suya pasar por todos los estados de la vida, y en cada una de
estas etapas se dedicó a cumplir sus deberes con la mayor exactitud posible y
todo por amor de Dios, superando el sufrimiento con amor generoso y con un
profundo espíritu de penitencia, siendo siempre mensajera de paz y
reconciliación.
Rita,
según algunos autores muerta en 1447, según otros en 1457, fue beatificada en
1628 por Urbano VIII, y León XIII la proclamó santa el 24 de mayo de 1900.
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