Francisco Manresa ha querido
exponernos algunos ejemplos autorizados y significativos de cómo fue el diálogo
entre católicos y musulmanes entre los siglos VIII al XIV. Ya sabemos que «la Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia
están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros» (Vaticano
II, «Dei Verbum» 10). De ahí que en
cualquier tema nos importa mucho saber cuál ha sido la doctrina y la práctica
de la Iglesia, es decir, la Tradición católica. En este caso en el modo de
llevar la controversia entre la Iglesia y el Islam.
Francesc Mª Manresa
La controversia
cristiano-musulmana es vastísima tanto en documentos como en autores. No
obstante, creemos muy interesante ofrecer unos breves apuntes de algunos pocos
personajes cuyos escritos, juicios o consejos pueden servirnos de luz para
nuestra orientación y nuestro criterio.
(Cf. J. M. Arnold
ofrece una interesante lista desde los primeros siglos del islam hasta el siglo
XIX en su obra Islam: its history, character and relation fo Christianity.
Capítulo Counter
aggression of the Church. Longmans, Green & Co. London. 1874. –J. M. Arnold
(1817-1881) fue un pastor protestante, misionero y autor prolífico, fundador de
la Moslem Mission Society en Inglaterra. Obviamente su filiación
religiosa pesa en la lista que ofrece a partir del siglo XVII).
SAN JUAN DAMASCENO
(676-749)
Juan, nacido en una familia
cristiana rica, aún joven asumió el cargo –quizá ocupado también por su padre–
de responsable económico del califato [Omeya]. Sin embargo, muy pronto,
insatisfecho de la vida de la corte, escogió la vocación monástica, entrando en
el monasterio de San Sabas, situado cerca de Jerusalén. Fue el gran baluarte de
la Iglesia frente a la herejía Iconoclasta y sus Discursos
sobre quienes calumnian las imágenes santas
fundamentaron la doctrina que enseñó el segundo Concilio de Nicea (787).
El papa León XIII lo proclamó doctor de la Iglesia universal en 1890.
El Damasceno es el autor
capital en la refutación de lo que él llama la «herejía» de Mahoma. Sobre ello
nos dejó dos escritos: el capítulo 101 de su libro De haeresibus y el Disputatio
saraceni et christiani. Aunque el primero es más descriptivo, en ambos
casos se plantean una serie de objeciones a modo de preguntas y respuestas
entre interlocutores cristianos y musulmanes.
El núcleo central de la
controversia con el islam en el De haeresibus es la naturaleza divina de Jesucristo y el Damasceno sale en defensa
de la ortodoxia de la siguiente manera: «Más aún,
ellos nos llaman asociadores porque, dicen, introducimos un asociado junto a Dios declarando a Cristo Hijo de Dios y
Dios. Nosotros les respondemos: “Profetas y Escrituras nos han transmitido
esto, y vosotros, según decís persistentemente aceptáis los profetas. Así que
si nosotros erróneamente decimos que Cristo es Hijo de Dios, también estaban
equivocados aquellos que nos lo enseñaron y transmitieron”. [...] Y también les
respondemos: “Ya que vosotros decís que Cristo es la Palabra y el Espíritu de
Dios, ¿por qué nos regañáis de ser asociadores? Pues la palabra y el
espíritu son inseparables de aquello en lo que tienen su origen. Por lo tanto
si la palabra de Dios está en Dios, entonces es obvio que Él es Dios. Si en
cambio, Él está fuera de Dios, entonces según vosotros, Dios no tiene ni
palabra ni espíritu. Así que, para evitar un asociado a Dios, lo mutiláis.
Sería mucho mejor para vosotros aceptar que tiene un asociado que mutilarlo, y
presentarlo como si fuera una piedra o un trozo de madera o cualquier objeto
inanimado. Así que mientras falsamente nos llamáis asociadores, nosotros
replicamos llamándoos mutiladores (coptas) de Dios”» (De
haeresibus, cp. 100- 101. Trad. al inglés en Daniel J. Sahas, John of Damascus on islam,
Leide, E. J. Brill 1972).
El Diálogo por su parte
ofrece más puntos de controversia doctrinal en torno a dos temas: el primero el libre albedrío y el segundo, ¡cómo
no!, la divinidad de Cristo. El
tema de la libertad en el islam es un tema no resuelto –o mal resuelto– y es
que el origen del mal y la predestinación en el mahometismo tienen una fuerza
irreconciliable con las enseñanzas evangélicas. (Cf. H. Belloc destaca
el paralelismo en este punto sobre la predestinación entre el calvinismo y el
mahometismo: Las grandes herejías, ed. Tierra Media, 2000, p. 65). Dice
el Damasceno: «Preguntado el cristiano por un
sarraceno: “¿Quién dices que es el hacedor del bien y del mal?” El cristiano:
“Decimos que de todo lo bueno nadie, fuera de Dios, es hacedor. Pero no es
[hacedor] de los males [...] Puesto que como tú dices que los bienes y los
males proceden de Dios, según tú Dios se mostrará como injusto, cosa imposible,
porque si, como tú dices, Dios ordenó al fornicario fornicar, al ladrón robar y
al asesino asesinar, éstos se merecen honores, puesto que cumplieron la
voluntad de Dios. Y también tus legisladores, por su parte, aparecerán como
unos falsarios, y como falaces tus libros, porque mandan castigar al fornicario
y al ladrón, cuando han cumplido la voluntad de Dios, y porque [mandan]
ejecutar al asesino, al que habría que honrar, puesto que ha llevado a cabo la
voluntad de Dios”» (Diálogo entre un sarraceno y un cristiano.
Trad. de Pedro Sabe Andreu en http://www.uco.es/revistas/index.php/cco/article/
view/201/198 a 5 de marzo de 2018).
Pasando luego por la necesidad
del bautismo para la salvación y la distinción de lo que es voluntad o
permisividad (paciencia) de Dios llegan al punto central de toda la
controversia cristiano-musulmana y que el Damasceno remata con una hermosa síntesis doctrinal sobre quién es
Cristo: «Si te pregunta el sarraceno: “Si
Cristo era también Dios, ¿cómo comió, bebió, durmió y todo lo demás?”. Dile que
el Logos eterno de Dios, el que creó todas las cosas, como testimonian mi
Escritura y la tuya, creó, Él mismo, de la carne de la santa Virgen María, un
hombre perfecto, animado y dotado de razón. Aquel [hombre] comió, bebió y
durmió, pero el Logos de Dios no comió, bebió, durmió, fue crucificado ni
murió, sino la santa carne que tomó de la santa Virgen. Aquella [si que] fue
crucificada. Has de saber [también] que Cristo se dice doble en las naturalezas, pero uno en la persona. Pues el Logos
eterno de Dios, también después de tomar la carne, es uno hipostática o
personalmente, pero no según la naturaleza. Pues no fue asociada una cuarta
persona a la Trinidad después de la inefable unión con la carne» (ibid.)
Finalmente, seguidas de otras
pocas cuestiones, dice S. Juan Damasceno: «El sarraceno, fuertemente admirado y
confundido, sin tener respuesta que ofrecer al cristiano, se retira sin
atacarle [más]» (ibid.)
ABD-EL-MESSIH BEN
ISAAC-EL-KINDY (S. IX)
No se conoce mucho de este
autor, pero cuatro datos bastan para enmarcarlo: era originario de la noble
tribu yemení Kindah, sirvió en la corte
del califa Al-Mamun como amigo personal y consejero, era cristiano y escribió
una apología cristiana. No debe confundirse con el sabio Abü Yüsuf
Ya´qüb ibn Ishäq al-Kindï, originario de la misma tribu y también servidor en
la misma corte, pero musulmán. (https://en.wikipedia.org/wikilAl-Kindi a 3
de marzo de 2018).
La Epístola
de Al Kindy es un texto de
respuesta a la invitación del primo del califa a que abrazara la religión
islámica. La epístola es una extensa
refutación de Mahoma y de las doctrinas coránicas, a la vez que ofrece
una visión extraordinaria de las ideas y la memoria del islam en aquel primer
siglo de vida, y termina con una exposición de la doctrina cristiana. Es un
documento realmente interesante en primer lugar por su proximidad geográfica e
histórica, en segundo lugar por ser el autor mismo un árabe y finalmente por el
texto en sí mismo que, lleno de apasionamiento, lleva la argumentación con
inteligencia y estilo. (Sir William Muir, Apology of Al Kindy, London
1887, p.7 en https://es.scribd.com/document/370536361 al-kindi a
3 de marzo de 2018).
La controversia doctrinal se
hace siguiendo el libro del Corán del que dice que «contiene
falsedades, que es indigno en el orden,
estilo, elegancia o precisión en la composición; [y que] contiene
contradicciones de principio a fin: una sentencia deroga a otra y en su
totalidad es pueril y pobre» (Arnold, op. cit. 325). No obstante,
resulta muy interesante la refutación de Mahoma, para el que no escatima
epítetos, poniendo en evidencia su vida, la arbitrariedad de sus «mandatos» y la falsedad de su profetismo.
La inconsistencia de Mahoma de
dárselas de profeta al referir los asaltos y saqueos de las caravanas durante
sus primeros años queda del todo demostrada ya no por Al-Kindy, sino por los
hechos mismos (ibid. 146ss); y no son menos ridículas las excusas del Profeta de no obrar milagros, a lo que
sus seguidores no se pudieron resistir al producir innumerables haddices en
siglos posteriores (ibid. 351). Esto es lo que Al Kindi acusa sin
piedad: ¿dónde están los signos de los profetas? El profeta advierte qué va a
acontecer y cuándo antes de que suceda, tal como hizo el profeta Samuel (1
Samuel cp. X); y también obra milagros para demostrar la autoridad con la que
habla. Pero no es éste el caso de Mahoma. «Refiéreme
un milagro, un signo, una visión, una partícula de milagro que fuera realizado
por tu amigo Mahoma y del cual su libro dé testimonio y detén así la boca de
los que se burlan. Ofréceme algo que tengas de lo que no tengamos nada igual
para convencernos de la verdad y la justicia de tus peticiones» (Arnold,
op. cit. 351).
Es del todo interesante que
Al-Kindy pueda retar a su interlocutor sobre la demostración de milagros,
siendo que la Sunna está llena de ellos... Pero la realidad es que ésta
se escribió con posterioridad, agrandando a conciencia la figura del Profeta.
SAN FRANCISCO DE
ASÍS (1181–1226)
El Poverello de Asís no
necesita introducción y su tarjeta de presentación [en esta lista] la podemos
hallar en el retablo de Bardi, en los frescos de Giotto y Fra Angelico... y en
las obras de tantos otros que con devoción y admiración han reproducido aquella escena única de san Francisco ante el
sultán de Egipto.
«Movido san
Francisco del celo de la fe de Cristo y del deseo de martirio» (Florecillas de san
Francisco. Escritos y biografias, BAC, 1971, p. 120), se lanzó a la
aventura de llegar a tierra de sarracenos. Según cuentan las biografías, aquel
venturoso encuentro tuvo lugar después de varios intentos: primeramente trató
de llegar a Siria –de polizón–, pero el mal tiempo obligó al barco a volverse a
Italia; también se encaminó hacia Marruecos a través de España pero una
enfermedad le obligó a desandar el camino; hasta que al fin consiguió llegar al
frente de la cruzada en Damieta y desde allí «el
intrépido soldado de Cristo, Francisco, juzgando tener a la mano la ocasión de
conseguir sus designios, resolvió atravesar el campamento, sin que le arredrase
el temor a la muerte, antes bien, deseando sufrirla por la fe que profesaba» (San
Buenaventura, Leyenda de San Francisco,
ibid. p. 524).
Se ha escrito muchísimo sobre
el significado de aquel encuentro y no ha habido poca controversia entre
aquellos que exaltando el pacifismo de
Francisco condenan la cruzada y los que valoran, por el contrario,
críticamente el pacifismo de Francisco (Artemio Vítores González, OFM, Francisco de Asís y Tierra Santa; PPC 2009, p. 41), como si fuera una controversia
pacifista-belicista, cuando en realidad con ambas posturas lo que se deja de
lado es el sentir y el juicio de aquellos que no ven necesariamente contradicción entre predicación y cruzada,
entre san Francisco y santo Domingo, entre san Eulogio de Córdoba y el buen rey
san Fernando... y hasta podríamos decir entre Cristo airado en el Templo y
Cristo manso frente a Pilatos.
En toda la literatura franciscana no existe ni una sola cita en que el
santo enjuicie, critique o desapruebe las cruzadas ni tampoco la hay en favor o
en su promoción;
reconozcamos al menos el silencio. Tampoco el encuentro con santo Domingo
–predicador de aquella quinta cruzada– es un momento del que se desprenda ni
una sola crítica o siquiera reserva. Por otro lado su adhesión a la Santa
Iglesia jerárquica es inquebrantable y múltiples veces recomendada a sus hijos
desde la Regla hasta su Testamento; una adhesión devota y filial al
sucesor de Pedro que reverenciaba en Inocencio III, Honorio III y Gregorio IX
–amigo personal, protector y benefactor del santo–, que a la vez que aprobaban,
apoyaban y promocionaban aquella obra de Dios, lanzaban a la Cristiandad a las
cruzadas.
La actitud del frailecillo era la de los mártires de Córdoba,
más que la de sus hermanos menores que se enfrentaron a la muerte yendo a
predicar a Marruecos. El santo de Asís buscando el martirio pudo predicar ante
el Sultán: no halló aquello que tanto deseaba, ni consiguió convertir a aquella
gente. Su atrevimiento fue genial y sencillo, como todas sus ideas, y la verdad
es que de haber triunfado el mundo hubiera vivido incomparablemente más unido y
feliz y se hubiera evitado tres cuartas partes de las guerras modernas. La
historia sin embargo arrojó un fracaso para la cristiandad... en ambas
cruzadas; Dios tiene sus tiempos y sus caminos. (Cf. G. K. Chesterton, San Francisco de Asís, Ed. Juventud, 1961, p.
146).
Un consejo dejó el santo después de aquella experiencia en su primera Regla
–confirmada por Inocencio III– para «los que fueren
entre sarracenos y otros infieles»:
[...] que puedan tratar con
ellos de dos maneras: La primera, que no muevan a pleitos ni contiendas, mas
sean sujetos a toda humana criatura por Dios, y confiesen siempre que son cristianos. La
segunda, que cuando vieren ser voluntad de Dios, anuncien su palabra para que crean en Dios Todopoderoso, Padre,
Hijo y Espíritu Santo, y para que se bauticen y hagan cristianos.
[...] Y todos los frailes,
dondequiera que estuvieren, acuérdense que hicieron entrega de sí mismos y
dejaron sus cuerpos a Nuestro Señor Jesucristo, y por su amor se han de ofrecer
a los enemigos visibles e invisibles, porque dice el Señor: El que perdiere su vida por mi
amor, salva la tendrá en la vida eterna» (Primera
Regla, cp. XVI).
Y así han vivido los hijos de
san Francisco durante siglos como custodios valientes y privilegiados de Tierra
Santa.
BEATO RAMON LLULL
(1232–1316)
Casi a sus ochenta años,
escribió de sí mismo: «Hubo un tiempo en que yo era
bastante rico; tuve una mujer e hijos; probé libremente los placeres de esta
vida. Pero renuncié alegremente a todas
esas cosas, para poder esparcir por todo el mundo el conocimiento de la verdad.
Estudié árabe y varias veces salí a predicar el Evangelio a los sarracenos;
he sido encarcelado; me han azotado; durante años me he esforzado en persuadir
a los príncipes de la Cristiandad para que se unan a la causa de convertir a
los mahometanos. Ahora, aun viejo y pobre, no desespero: estoy preparado, si es
voluntad de Dios, a perseverar hasta la muerte» (cf. Arnold, op.
cit. 375).
Y puede que no haya mejor
resumen para la vida de este trabajador incansable de la viña del Señor, hijo
dignísimo de san Francisco de Asís, que dejó cientos de obras escritas y miles
de kilómetros recorridos en su pródiga actividad apostólica.
La lengua árabe es considerada sagrada por el islam ya que dice de sí mismo el
Corán que ésta es la lengua en que Dios lo escribió. Acertadamente, el Doctor
Iluminado no sólo lo aprendió para el estudio sino que en esa lengua escribió y
predicó según el consejo que él mismo daría: «serien
leygers a convertir a la fe catholica, si era qui la fe los mostràs e’ls
preycàs, e qui amàs tant la honor de Jhesus Christ, e qui membràs tant la
passió sua, que no duptàs a sostener los trebays que hom ha per aprendre lur
llenguatge...» (Doctrina pueril, cp 71 De Mafumet, ed.
Obrador i Benassar, Palma de Mallorca 1906, p. 127).
De entre la multitud de obras
escritas, son alrededor de sesenta las dedicadas especialmente a la apología
frente al islam y en muchos casos dirigidas directamente a ellos para
convencerlos de sus errores y de la superioridad de la religión cristiana. La
labor incansable del beato le llevó a escribir solamente en su último año de
vida quince obras en Túnez en medio de los musulmanes y con motivo del islam (cf.
Sebastián Garcías Palou, Ramón Llull y el islam, Mallorca 1981, p.89).
Unas son libros y otras meros opúsculos sobre personajes del islam, los temas
trinitarios o encarnacionistas, sobre los atributos de Dios, sobre la creación
del tiempo, sobre el origen del mal, sobre la fatalidad y la predestinación,
sobre el fin mayor del entendimiento, del amor y el honor divinos, o sobre las
definiciones divinas.., en un frenesí escritor y apostólico sin comparación y
difícil de imaginar en un anciano de ochenta y cuatro años.
ENTRE LAS OBRAS PRINCIPALES COMPUESTAS CON MOTIVO
DEL ISLAM DESTACAMOS TRES.
En primer lugar el Libre
del gentil e los tres savis considerada
la más importante escrita con motivo del islam, demostrando el dominio que
tenía Llull de los textos coránicos, de la Sunna
y las creencias populares del mundo islámico. Se presenta como un coloquio o
una disputa entre un judío, un cristiano y un musulmán.
El segundo libro
es el Liber de quinque sapientibus que en virtud de su cuarta parte, Disputatio latini et saraceni,
es el tratado apologético más extenso y de mayor fuerza compuesto por Ramon
Llull con motivo de los errores islámicos sobre la Trinidad y la Encarnación (ibid.
44). Es propiamente el libro ecuménico por excelencia de Ramón Llull pues de
igual manera que el Liber del gentil... también se presenta como un coloquio de cinco
sabios: un latino, un griego (fociano), un nestoriano, un monofisita... y un
musulmán, que les pide le iluminen con razones
necesarias porque, consagrado
como se halla a la filosofía, ha llegado a dudar vehementemente de su fe, de la
verdad de su fe; porque Mahoma cometió muchas deshonestidades, las cuales
demuestran que no fue profeta (ibid. 71).
Obviamente, en el libro hay un
desarrollo doctrinal, pero es interesante notar lo que apunta Ramón Llull por
medio de uno de los sabios cristianos que dirigiéndose a los demás, con
lágrimas en los ojos, se lamentaba de que ante tantos peligros no se uniesen
todos los cristianos, después de ponerse de acuerdo acerca de la Trinidad y de
la Encarnación, para a continuación, someter a los musulmanes, a los tártaros y
a los demás paganos (ibid. 70).
Si tenemos en cuenta que la
obra la escribió en Nápoles y la entregó al papa Celestino V, no hay duda del
mensaje de Ramon Llull respecto a lo que veía él como un impedimento para la
conversión de los musulmanes: la desunión.
Finalmente la Disputatio
Raimundi christiani et Hamar saraceni es la narración de la disputa que
tuvo el beato con el teólogo musulmán Hamar en la ciudad de Bugía en 1307 y que
envió al jefe religioso musulmán rogándole que él y sus teólogos la leyesen y
le respondiesen. La respuesta le llegó sin embargo en forma de expulsión,
obligado a embarcar rumbo a Génova (ibid. 77).
La narración muestra una
disputa tensa, agria e incluso violenta, mantenida en la cárcel a la que fue
conducido por predicar en plena calle, y en la que el musulmán intenta
filosóficamente rebatir la Trinidad y la Encarnación y a la que es respondida
igualmente por el beato predicador. Termina además con una exposición catequética
de la doctrina cristiana y la demostración de ser la única verdadera.
No obstante, no sólo los
argumentos filosóficos parece que fueran los esgrimidos, mostrando así la
fortaleza de la fe de aquel gran predicador de los musulmanes: «Me prometiste esposa y muchos otros bienes terrenos si
aceptaba la ley de Mahoma. Hiciste mala comparación, ya que por tales bienes
terrenos no puede ser adquirida la gloria sempiterna, pero yo te prometo que si
dimites y renuncias a tus falsas y diabólicas leyes, extendidas por la espada y
la fuerza, y aceptas la mía, conseguirías la vida eterna, pues mi ley crece y
se extiende por la predicación y el derramamiento de la sangre de los santos
mártires» (Disputatio, P II, n.3, p.12 ed. Salzinger, IVI,
Maguntiae 1729).
Dicen los biógrafos que todos los escritos del beato Ramon Llull no
muestran todo su conocimiento sobre el islam, que según algunos era
incomparable con cualquier pensador cristiano medieval, sino que todo lo supedita a su finalidad misionera
(cf. Sebastián Garcías Palou, op. cit. 415). Siguen al afirmarlo
lo que el propio Llull cuenta de sí mismo: «inflamado
ya y encendido en el amor de Cristo entró dentro de sí para pensar qué acto de
servicio podría hacer que fuera placentero al Crucificado. Y estando en estos
pensamientos recordó que dice el Evangelio que no hay mayor amor ni caridad con
respecto a otro que poner su vida por aquél. Y por tanto el Reverendo Maestro
deliberó que no podía hacer acto más agradable que devolver a los infieles e incrédulos
a la verdad de la santa fe católica, y para ello poner su persona en peligro de
muerte» (Juan Nadal S. J., Ramon Llull, apóstol y santo,
CRISTIANDAD, 355, p. 244).
Esta determinación misionera y
martirial la tomó el beato tras su maravillosa conversión, en que Cristo se le apareció hasta cuatro veces,
y la siguió fielmente durante toda su vida.
Tomado de CRISTIANDAD, Año LXXV, nº 1041, abril 2018.
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