Jesucristo se puso serio y amenazó gravemente cuando dijo: Pero a quien escandalice a uno de estos pequeños que
creen en mí, más le valdría que le colgasen al cuello una piedra de molino y lo
arrojaran al fondo del mar. (Mt. 18,6) Y antes acababa de decir a los
Apóstoles: si no os convertís y os hacéis como los
niños, no entraréis en el reino de Dios. (Mt. 18,2)
No estoy
en contra de los globos y la fiesta, pero este texto es una doble invitación a
algo más, diferente: Invito a festejar este día del
niño comportándonos con la inocencia de uno, y al mismo tiempo, haciendo cosas
para preservar la inocencia de los pequeños, y ayudarlos a que se conviertan en
los cristianos y ciudadanos ejemplares del mañana, dando esperanza a nuestra
sociedad.
Además de
la admonición de Nuestro Señor, es evidente que invertir en la educación,
formación y protección de los niños, es la mejor apuesta que podemos hacer para
transformar nuestra convivencia y hacerla mejor. Si tenemos además la gracia de
ser padres de familia, también tenemos una gran oportunidad y deber de hacer
algo que valga la pena: educar a nuestros hijos con testimonio de amor a Dios y
a los demás, de trabajo, de servicio.
Maleducar,
consentir, no cuidar lo que ven en televisión o internet, no prepararlos para
el trabajo, la verdad y el servicio, fácilmente se pueden convertir en formas
de escandalizar a los niños, y lamentablemente algunos padres de familia,
algunos “educadores” y autoridades, por
muchas razones escogen ese camino fácil que nos lleva a “la piedra de molino en el cuello” en lo personal, y como
sociedad.
Si somos
padres, o parte de alguna institución o autoridad educativa, la propuesta de
Jesús es todo un programa que nos permitirá trabajar por el bien de cada niño,
y al mismo tiempo construir el Bien Común que es la razón de ser de toda
autoridad.
Existen
además muchas obras sociales cristianas (y no cristianas) que atienden a la
niñez en su educación, en el rescate de niños en condiciones de esclavitud,
trata, marginación, abandono, o violencia intrafamiliar, una multitud de obras
organizadas además de las propiamente educativas que son una invitación a
encontrar a Cristo en medio de los Apóstoles, con un niño al centro, festejando
“como Dios manda” muchos verdaderos días del niño.
Oscar Fidencio Ibáñez Hernández
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