Como es sabido, el
periodista Scalfari ha atribuido
al Papa recientemente las palabras que aparecen entrecomilladas dentro la cita
siguiente, que marcamos en negrita para más claridad:
“(…) ¿Pero y las
almas malas, dónde son castigadas? “No
son castigadas, las que se arrepienten obtienen el perdón de Dios y van entre
las filas de las almas que lo contemplan, pero aquellas que no se arrepienten y
no pueden por tanto ser perdonadas desaparecen. No existe un infierno,
existe la desaparición de las almas pecadoras”. Esto está
tomado de una reproducción fotográfica que figura en el sitio de Facebook de Antonio Socci.
Luego de esto, la oficina de prensa del Vaticano ha
emitido el siguiente comunicado:
“El Santo Padre
ha recibido recientemente al fundador del diario La Repubblica en un encuentro
privado con ocasión de la Semana Santa, pero sin dar ninguna entrevista. Lo que publica hoy en el artículo su
autor es el resultado de su reconstrucción, en la que no se reproducen las palabras textuales pronunciadas por el Papa.
Por tanto, ningún entrecomillado del mencionado artículo puede considerarse una transcripción fiel de las palabras
del Santo Padre”.
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Dejando de lado el lamentable suceso mismo, me
interesa señalar el carácter
contradictorio de la expresión atribuida por Scalfari al Papa.
Por supuesto, partimos de la
base de que el Infierno existe y es
eterno, como dice la fe católica.
Pero en cuanto al texto en cuestión, vemos que
dice por un lado que los que mueren sin arrepentirse no son castigados, y por otro lado, dice que “desaparecen”
(scompaiono).
Pero ¿porqué “desaparecen”? Sólo
Dios puede aniquilar lo que Él
mismo ha creado, y si lo hace, y lo hace precisamente con los que no se
arrepienten de sus pecados y por eso mismo no pueden ser perdonados, y a causa
de ello, ¿no es eso un castigo?
El perdón consiste justamente en la renuncia a ejercer el derecho de aplicar o exigir la pena.
Si estas almas no pueden ser perdonadas, entonces quiere decir que sigue vigente sobre ellas el juicio que las
condena al castigo. Y si en esa situación son aniquiladas, y
precisamente por la razón de que no se arrepienten, entonces es que son castigadas, efectivamente.
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La aniquilación por el poder divino no es contraria a la inmortalidad del alma, porque la inmortalidad
es una propiedad natural del
alma espiritual, o sea, que la tiene el alma en tanto que existe y posee su naturaleza o esencia; pero
justamente, tiene su naturaleza o esencia en tanto tiene, de Dios, el don del ser; porque toda naturaleza
creada depende, para existir, del don del ser en el que consiste la
creación divina.
De modo que en tanto existe y tiene su naturaleza propia,
el alma humana es naturalmente inmortal, pero puede dejar de existir si Dios retira a esa naturaleza finita el acto de ser.
Dice en efecto Santo Tomás en I, q. 75, a. 1, ad 2um, explicando por
qué el alma humana no es corruptible,
a pesar de que puede ser aniquilada
por Dios:
“Así como al
decir que algo puede ser creado se está haciendo referencia no a una potencia pasiva, sino a la potencia
activa del Creador, que puede producir algo de la nada, así también al
decir que algo puede volver a la nada no
se está diciendo que en la criatura está la potencia para no ser, sino que en
el Creador está el que deje de infundirle el ser. Se dice que algo es corruptible porque en él está la
potencia para no ser.”
Dicho de otra manera, no es lo
mismo “naturalmente
inmortal” que “metafísicamente inmortal”, o
sea, inmortal en forma absoluta,
que le corresponde solamente a Dios,
pues los mismos ángeles, en
tanto que creaturas, pueden ser
aniquilados por Dios.
O más precisamente aún, el
alma humana sí es absolutamente inmortal, porque la aniquilación no es una muerte, ya que la muerte es la separación del alma y el cuerpo.
Aclaran los teólogos que si
bien “de
potentia absoluta” Dios puede aniquilar el alma humana, porque
ello no implica contradicción, “de potentia
ordinata”, o sea, mirando a la Omnipotencia divina en relación con los otros atributos divinos
como la Sabiduría, Bondad, etc., Dios de hecho no lo hace, porque sería contrario a su Sabiduría crear una
naturaleza inmortal para luego aniquilarla.
Lo que nos dice la fe es que
el castigo para el que muere en pecado mortal es el Infierno eterno.
Pero sin duda que una tal
aniquilación, a consecuencia de no arrepentirse de sus pecados mientras se pudo
hacerlo y no poder ser por tanto perdonado, sería también un castigo.
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Si se quiere pensar esa “desaparición”
sin relación alguna con el castigo, ello implicaría el absurdo de
pensarla como un proceso meramente
físico, como la muerte que sobreviene al organismo cuando hay una falla
en la aorta o algo así.
Como si hubiese en el alma alguna válvula que entrase a fallar
cuando no se da antes de la muerte el arrepentimiento por los pecados mortales,
provocando así la “desaparición”.
Agregando el absurdo, además,
de que ello ocurriría por fuera de la
Providencia divina, porque de lo contrario ya sería inevitable
relacionarlo con la culpa de
estas almas, volviendo por tanto al tema del castigo.
O bien, siempre en esa vena
fabulatriz, como si Dios aniquilase estas almas, no para castigarlas, sino por “misericordia” ¡para evitarles
el Infierno eterno!
Lo cual sería el colmo de los absurdos, porque si
Dios no quiere que los pecadores sean
castigados eternamente, en primer lugar no instituye el Infierno mismo.
Néstor
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