Es el valor que nos enseña a administrar nuestro tiempo
y recursos, moderando nuestros gustos y caprichos para construir una verdadera
personalidad.
Qué
difícil es hablar de sobriedad en una época caracterizada por la búsqueda del
placer y del afán desmedido por acumular bienes de todo género; parece ser que
lo único necesario es cuidar las apariencias y satisfacer nuestros deseos. La
sobriedad no solo tiene que ver con estar sobrio y el manejo del alcohol. Este
valor afecta otras realidades más importantes de nuestra vida.
El valor
de la sobriedad nos ayuda a darle a las cosas su justo valor y a manejar
adecuadamente nuestros apetitos, estableciendo en todo momento un límite entre
lo razonable y lo inmoderado.
¿Has
pensado cómo influye el ambiente en tu persona? Aunque no
podemos culpar del todo a la publicidad, es ella quien transmite una idea falsa
de felicidad: en toda reunión de amigos debe haber determinada bebida para
estar alegres; al comprar cierto tipo de auto adquieres presencia y
personalidad; si vistes con determinada marca de ropa demuestras actualidad;
ser conocedor de restaurantes y platillos exóticos, te hace hombre de mundo; al
utilizar cremas, pastillas y tratamientos para cuidar tu figura, te dará
belleza… y así, todo un conjunto de elementos que caracterizan a una sociedad
consumista preocupada por la apariencia de la persona.
El
problema no es la comercialización de los productos, sino la forma en que nos
vemos afectados. Por tanto, damos por cierto que la felicidad está en todo
aquello que cultiva nuestra vanidad y nos da satisfacciones, entonces, no es
extraño que estemos bajo el influjo de agentes externos.
El “tener más”, “lo más novedoso” o lo “mas caro” se convierte en la base de nuestra
seguridad personal, caemos en el despilfarro con tal de alimentar nuestra
soberbia y vanidad por el deseo de sobresalir, de estar a la moda y de
aparentar una mejor posición económica; sin reflexionar compramos varios pares
de zapatos (ropa, accesorios, etc.) por estar a un precio rebajado, cambiamos
de auto con relativa frecuencia para competir con el vecino o los compañeros de
trabajo, adquirimos cuanto adorno y aparato electrodoméstico aparece en el
mercado para mostrar lujo en el hogar…
En este
sentido, debemos reconocer que somos caprichosos y orientamos nuestros
esfuerzos a conseguir las cosas sin importar el precio, y algunas veces
postergando lo indispensable. Se ha visto a personas que prefieren comprarse un
“buen reloj” y no pagar la colegiatura de sus hijos. Los padres viven la
sobriedad cada vez que se privan de un gusto personal pensando en otras cosas
necesarias para los hijos o la familia en conjunto.
La
sobriedad nos ayuda a saber comprar sólo lo verdaderamente necesario,
indispensable y de utilidad; por el contrario, aprendemos a obtener el máximo
uso y provecho de todo lo que tenemos, sin dejar las cosas prácticamente nuevas
y sin utilizar.
Para la
sobriedad hace falta autodominio, es muy claro si se ilustra con el exceso en
la comida y la bebida por la imagen y efectos que produce, sin embargo, esta
falta de control se manifiesta en el excesivo descanso y la distribución de
nuestro tiempo: no es correcto permanecer todo el domingo recostado viendo la
TV; nuestro tiempo debe pasar en equilibrio, entre la diversión, la obligación
y la actividad, con una buena administración podemos trabajar sin presiones,
tener momentos de esparcimiento y desarrollar aficiones.
También
debemos ser sobrios en nuestra forma de hablar, de comportarnos y de vestir:
existen personas que dicen todo cuanto les viene a la mente, muchas veces sin
comunicar nada y sólo por el gusto de sentirse escuchados; otros exageran en
las bromas, las palabras altisonantes y los aspavientos; también es chocante
vestir estrafalariamente, lleno de accesorios y adornos que podrán ser de moda
pero hacen perder elegancia.
Podemos
pensar que al darnos nuestros pequeños lujos no hacemos mal a nadie; la verdad
es que cada vez que cedemos a nuestros caprichos, nos hacemos dependientes de
las cosas, de nuestros apetitos y de la comodidad. Caemos en un malestar por no
haber conseguido aquella superficialidad que tanto deseábamos, y cada vez más
somos incapaces de hacer grandes esfuerzos.
Cuando no
ponemos límites, llegamos a una insatisfacción “por sistema” en la que siempre
queremos más. De ahí surgen los vicios, la dependencia de las drogas, el deseo
de placer sexual, la infidelidad…
Para vivir este valor
no hace falta pensar en grandes cosas y privaciones, una vez más la respuesta está
en cuidar los pequeños detalles:
– Antes de comprar algo reflexiona sobre el motivo de la adquisición: si
es necesidad, un simple lujo o un verdadero capricho. Si es el caso, no
inventes necesidades, se valiente y reconoce que no vale la pena el gasto.
– Usa las cosas y no las cambies simplemente porque en el mercado hay
una más novedosa, o porque todos tus amigos la compraron. En esta competencia
sin fin tu bolsillo es el más afectado.
– Reconoce tu verdadera situación económica y vive de acuerdo a tus
posibilidades. Cuando te decidas a hacerlo, aprenderás que las personas te
aceptan por lo que eres.
– Habla sólo lo necesario. Transmite pensamientos más que palabras.
– Viste de forma elegante y decorosa, la moda también puede cumplir con
este requisito.
– Evita el deseo de ser el centro de atención y aprende a divertirte: el
alcohol, las bromas de mal gusto, las palabras altisonantes y los desmanes,
manifiestan inseguridad y falta de autodominio.
– Haz el propósito de moderar tus gustos y apetitos: compra menos
golosinas; come un poco menos de aquello que más te gusta; establece una hora
para dormir y dejar de ver la TV; utiliza una agenda para programar tus
actividades; aprende que la diversión también tiene un tiempo límite; modera tu
descanso y procura una actividad…
La
sobriedad no es negación ni privación. Es poner a tu voluntad y a tu persona
por encima de las cosas, los gustos y los caprichos, dominándolos para no vivir
bajo su dependencia. Es muy natural que al estar condicionados por nuestros
impulsos, nos cueste trabajo dejarlos, pero nunca es tarde para comenzar, con
pequeños esfuerzos, fortalecemos nuestra voluntad y desarrollamos este valor
necesario para aprender a administrar nuestro tiempo y nuestros recursos,
además de construir una verdadera personalidad.
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