Desde Francisco de Asís (primer santo de la
historia en que se ha podido comprobar este fenómeno) hasta el Padre Pío de
Pietrelcina (uno de los últimos) se han dado unos 300 casos con estigmas, en la
mayoría con comprobación científica.
Estas llagas se manifiestan
en las manos, los pies, el costado y la cabeza de ciertos Santos como
signo de su participación en la pasión de Cristo.
Los
estigmas pueden ser visibles o invisibles; sangrientos o no; permanentes,
periódicos (generalmente resurgiendo en días o temporadas asociadas con la
pasión de Cristo) o transitorios.
Los estigmas invisibles pueden causar tanto dolor como los visibles. Los estigmas pueden
permanecer muchos años, como el caso del Padre Pío, quien los llevó por 50 años
y fue el primer sacerdote que se conoce estigmatizado.
San Francisco tenía los estigmas pero no era sacerdote. Al morir sus estigmas desaparecieron
milagrosamente.
Otros estigmatizados: Santa Rita de Cascia, Sta. Teresa Neuwman, Sta. Gema Galgani, Sta.
Faustina (estigmas invisibles) y muchos otros (más de 60 de ellos han sido
canonizados).
Además, los estigmas pueden ser don de Dios (como en los santos) o falsificación, o causados por el
sujeto por problemas mentales. En algunos casos de carácter
diabólico.
Cierto número de Santos y de piadosos personajes han presentado sudores
de sangre también. Así Santa
Lutgarda (1182-1246), cuando meditaba la pasión del Salvador, era a
menudo arrebatada en éxtasis. Entonces su cuerpo se inundaba de sangre, que fluía a la vista de todos, por su
cara y sus manos.
Lo mismo hallamos en la bienaventurada Cristina de Stumbeln (1242-1312),
Magdalena Morice (1736-1769), María Dominga Lazzari (1815-1848), M. Catalina
Putigny (1803-1885), etc.
Por otra parte, cierto número de místicas, como Rosa María Andriani
(1786-1845) y Teresa Neumann vertían
lágrimas de sangre.
Los
místicos son los primeros que nos dicen que han suplicado al Señor de
asociarlos a su obra redentora; son los primeros que nos dicen que Cristo los
ha escuchado, permitiendo a sus cuerpos ser heridos como fuera herido el suyo.
Y nos dicen también que ellos han pedido los dolores, pero no la
manifestación exterior de los mismos. Todo su deseo residía en ser liberados de
esos estigmas y todos sus esfuerzos tendían a disimularlos.
UN
DATO INTERESANTE: CONSIDERAR CUANDO HAN RECIBIDO LOS ESTIGMAS LOS
ESTIGMATIZADOS
Dice el padre pasionista Tito
Paolo Zecca que
“San
Francisco de Asís recibió los estigmas cuando todos sus proyectos de santidad
–fundación de la Orden, aprobación de la regla primitiva, viaje a Palestina–
habían fracasado. Se encuentra solo y abandonado. La configuración con el
Crucificado le consuela, pero al mismo tiempo el sufrimiento de los estigmas se
convierte en un bien para su Orden y en un mensaje para toda la Iglesia”.
“Este mismo mensaje y misión de
los estigmas puede constatarse en
Santa María Magdalena de Pazzi y en santa Catalina de Siena. En el
siglo que acaba de concluir esta misión se constata con claridad en personajes
como santa Gemma Galgani (fallecida en 1913), el beato padre Pío de Pietrelcina
(1887-1968), y Marthe Robin (mística francesa fallecida en 1981)”.
Se trata de una experiencia
de alegría y dolor en la que el Señor es siempre el que toma la
iniciativa y los destinatarios de los estigmas consideran esto como una inmensa
gracia, de la que no se sienten dignos.
“De hecho piden al Señor que se la quite, pues se
avergüenzan. Esta actitud es evidente en el padre Pío”.
“La
respuesta está precisamente en su misión. Es un servicio que la Iglesia
necesitaen un momento particular de su historia. Es como un signo profético, un
llamamiento”
LA
ESTIGMATIZACIÓN ES EL PRODIGIO SANGRIENTO MÁS IMPORTANTE
Consisten en la aparición
espontánea de lecciones que recuerdan las que las torturas de la Pasión imprimieron
sobre el cuerpo de Jesús.
Los estigmas revisten la
forma de llagas, de yemas, de hemorragias, con o sin erosión de los tejidos,
asestados en las manos, en los pies, en la cabeza o en el costado.
Se admite la existencia de
estigmas invisibles, consistentes en fenómenos dolorosos de asiento en
los mismos lugares, pero sin manifestación externa visible.
La aparición de los estigmas, en la mayoría de los casos, ha sido considerado durante la vida de los
estigmatizados como debido a una acción sobrenatural, tanto por los
sujetos mismos, como por gran parte de las personas que los rodearon. Cierto
número de ellos fueron objeto de proceso de canonización y los estigmas tomados
en consideración como manifestación sobrenatural.
Por eso la Iglesia había instituido las fiestas de la Impresión de los
estigmas de San Francisco de Asís (17 de setiembre) y de Santa Catalina de Siena
(1° de abril) y la Transverberación del corazón de Santa Teresa (27 de agosto).
En sus oficios ha mencionado las
estigmatizaciones de Santa Clara de
Montefalco, de Santa Francisca Romana, Elisabet de Reute, Mateo Carreri,
Estefanía de Sonsino, Lucía de Narni, Catalina de Racconigi, Catalina de Ricci,
Carlos de Sezze y de Santa Verónica Giuliani.
El
carácter milagroso de los estigmas en los Santos no ha sido admitido por la
Iglesia más que después de encuestas médicas ordenadas por ella, tanto durante
la existencia del estigmatizado como despuésde su muerte.
Por otra parte, si la
Iglesia admite el carácter sobrenatural de ciertos estigmas y los presenta a
nuestra veneración como una manifestación divina, destinada a reavivar
nuestra fe y a enseñarnos a condividir los sufrimientos que el Hombre Dios ha
padecido en la cruz por nuestra salvación; pero ella no se pronuncia
absolutamente sobre la naturaleza de los estigmas en el mayor número de los
estigmatizados.
El problema se plantea, pues, de esta forma: la Iglesia atribuye un carácter sobrenatural
solamente a un pequeño número de estigmas y no se pronuncia más que de acuerdo
a la opinión de médicos y sabios.
Entonces, ¿cuándo podrá un médico afirmar que el estigma no es de origen
natural? Y ¿hay estigmas naturales? ¿Cómo se los reconoce? Y ¿cómo se atienden
o se cuidan?
LA
HISTORIA DE LOS ESTIGMAS
Se
admite habitualmente que San Francisco de Asís fue el primero en recibir los
estigmas en 1224. Pero según ciertos autores y místicos, la frase de San Pablo
al final de su Epístola a los Gálatas: “…porque yo llevo en mi cuerpo
los estigmas del Señor Jesús”, se debería entender literalmente y no en
sentido figurado como se hace generalmente.
Por otra parte, en el siglo IV, San Ambrosio escribe:
“Jesucristo te ha marcado con su sello imprimiéndote el signo
de la Cruz para que te asemejes a Él también en los sufrimientos”.
Finalmente Héfélé, en su Histoire des Conciles, relata queen el sínodo de Canterbury, que tuvo lugar en
1222, se condenó a un impostor que se había impreso en las manos y en los pies
las impresiones cruentas de la Cruz. Tal impostura no se concibe
absolutamente sin la existencia de algún estigmatizado anterior.
Finalmente, advirtamos que la Mystique chrétienne de
Gorres, en 1836, no registra más que ochenta estigmatizados,
mientras que el Dr. Imbert-Goubeyre señala trescientos veintiuno, y en su
segunda edición en 1898, cita un corresponsal que le señala omisiones y lo
invita a practicar investigaciones en los archivos de los conventos españoles.
Y falta hablar del siglo XX.
La historia de la estigmatización no es, por lo tanto, más que esbozada
y descubrirá probablemente
estigmatizados anteriores a San Francisco.
De todos modos, después de
San Francisco contamos con una treintena de estigmatizados en el
siglo XIII, veintitrés en el siglo XIV, veinticuatro en el siglo XV, cerca de sesenta
en el XVI, ciento veinte en el XVII, treinta aproximadamente en el XVIII, unos
cuarenta en el XIX, y el siglo XX no le va en zaga a los precedentes.
ESTIGMATIZACIONES
EN LOS SANTOS
Veamos tres casos.
San
Francisco de Asís, 1182-1226
En 1224, a la edad de cuarenta y dos años, San Francisco entrega a Pedro de
Catania el cuidado de sus monjes y se retira a la montaña de Alvernia, para
vivir allí ascéticamente y en contemplación.
Pasó la noche que precede la
fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, solo, en
oración, no lejos de la ermita.
Al llegar la mañana tuvo una visión que Tomás de Celano describe en Acta Sanctorum de
la siguiente manera:
“El percibió a un hombre de Dios, una especie de serafín, que tenía seis alas y
se tenía sobre él con las manos extendidas, los pies juntos, como clavado en
una cruz. Dos alas se elevaban por sobre su cabeza, dos se desplegaban
para volar y dos finalmente le ocultaban todo el cuerpo.
Al ver eso, el bienaventurado
servidor del Altísimo se llenó de admiración, pero ignoró el sentido de esa
visión y rebosaba de alegría, cuando consideraba la belleza del serafín, lleno
de tristeza cuando pensaba en su suplicio y en sus dolores.
Ahora
bien, mientras que reflexionaba con inquietud sobre lo que significaría esa
visión,comenzaron a aparecer las marcas de los clavos en sus pies y en sus
manos. Al lado derecho había una llaga que parecía hecha con un golpe de
lanza”.
Después de este relato, Tomás
de Celano describe los estigmas:
“Sus
manos y sus pies estaban clavados en su centro; las cabezas de los clavos,
redondas y negras, estaban en el dorso de las manos y de los pies; las puntas
algo largas aparecían por el otro lado, encorvándose y sobresalían de la carne,
donde salían. El costado derecho estaba como perforado por una lanza y la
sangre fluía a menudo de la cicatriz”.
San Buenaventura, que era niño a la muerte del Santo, da exactamente la misma
descripción según el testimonio ocular, especialmente del papa Alejandro IV.
Más de cincuenta Hermanos, de Santa Clara y sus Hermanas pudieron ver los estigmas, cuando murió
San Francisco. Son el tema de una nota de Fray León y de una carta de Fray
Elias de Cortona.
Santa
Verónica Giuliani, 1669-1727
La Iglesia celebra los estigmas de esta Santa en muchos pasajes de su oficio, el 9 de julio, sobre todo
en la lección V:
“Entretanto, Jesús enriqueció a su
esposa con los dones más ricos de su gracia. Como lo atestigua la historia con
sus múltiples pruebas, fue
decorada de los sagrados estigmas, honrada con la corona de espinas y
recibió la gracia de éxtasis casi perpetuos”.
Y en las Laudes, la oración reza así:
“Señor Jesucristo, que habéis decorado a la Virgen Verónica con los
estigmas de vuestra Pasión, sednos propicio y acordadnos de crucificar
nuestra carne para alcanzar también los goces eternos”.
Santa
Verónica Giuliani recibió en 1697 los estigmas en las manos, en los pies,
en torno de la cabeza en forma de círculo rojo con relieves que parecían
espinas, y una llaga en el costado.
Se reprodujeron durante 30 años. Los médicos trataron de curar sus llagas y encerraron sus manos en
guantes sellados, pero sin éxito.
Las llagas del costado dieron lugar a experiencias practicadas en 1707 por el padre
Capellati, en 1714 por el padre Crivelli y en 1726 por el padre Guelfi, cuyas
declaraciones bajo juramento forman parte de las actas de canonización.
El obispo, monseñor Eustachi, había llamado al padre Crivelli, jesuíta
renombrado y sabio, para poner a prueba a Verónica. El padre la hizo llegar al confesonario y le
ordenó pedir a Dios que le hiciera conocer lo que él, su confesor, le ordenaría
mentalmente. Después de algunos instantes de oración, ella conoció
los mandamientos formulados de pensamiento por el P. Crivelli y que eran:
1 – que la llaga del costado, que entonces estaba cerrada, se abriera
de nuevo y sangrara como las de las manos y las de los pies;
2 – que se quedara todo el tiempo que él quisiera;
3 – que se cerrara cuando él la ordenara y esto en presencia de
todos los testigos que le plugiera traer;
4 – que sufriera de manera visible, cuando lo estimara conveniente,
todos los dolores de la Pasión;
5 – que después de haber sufrido la crucifixión, extendida en su
lecho, la sufriera también de pie y en el aire, como se le ordenara, delante de
él y de todos los que se agregaran.
Algunos días después el Padre le
ordenó que cumpliera la primera orden durante
la Misa y pidió insistentemente el favor a Dios. Esto se realizó. Prohibió que
la llaga se cerrara y previno al obispo.
Veintitrés días más tarde, se presentó con el obispo a la reja del coro. El padre Crivelli pasó
unas tijeras a Santa Verónica y le ordenó que cortara sus ropas sobre la llaga
del costado. Ambos comprobaron que la herida estaba abierta y sangraba.
El confesor ordenó que la llaga
se cerrarainmediatamente, y ambos testigos
vieron cerrarse la llaga, sin rastro alguno de cicatriz.
San
Padre Pío de Pietrelcina, 1887-1968
Su verdadero nombre era Francisco Forgione. Nació de pobres campesinos
de Pietrelcina (Benevento) en 1887. Muy religioso, entró en la Orden de los
Capuchinos, tomando el nombre de Pío. De tiempo en tiempo había que enviarlo de
vuelta a su pueblo natal, a causa de su salud, minada por enfermedades de carácter oscuro, localizadas
en los intestinos.
En 1917 fué exceptuado por las autoridades militares, después de un
examen radioscópico, por tuberculosis pulmonar. Caía, por otra parte, a
menudo en estados de ausencia,
mientras celebraba la Santa Misa. Pero no se ha comprobado que sufriera
de estados epilépticos.
Sus superiores se decidieron a enviarlo al convento de San Giovanni
Rotondo, localidad conocida por su salubridad. Se hallaba allí desde varios
meses, cuando el 17 de setiembre
de 1918 recibió los estigmas, de los que no habló a nadie.
Pero,
tres días más tarde, durante la celebración de la Misa, cayó de pronto de
espaldas; los que lo levantaron y lo acostaron en el lecho, notaron
entonces que sus manos y sus pies estaban atravesados por llagas sangrientas;
en el costado izquierdo se veía una herida como la que podría causar un arma
punzante.
El padre Provincial llamó al Dr.
Luis Romanelli de Barletta, que después de un examen
renovado varias veces, redactó una descripción minuciosa de las llagas, que
terminaba diciendo:
“He visitado cinco veces al Padre Pío
en quince meses y he comprobado
modificaciones en sus llagas; pero no he hallado una sola nota clínica
que me autorice a determinar su naturaleza”.
El Dr. Ángel María Merla, viejo alcalde socialista de San Giovanni
Rotondo, que nunca ponía el pie en la Iglesia, cuidó del Padre Pío durante años
y declaró que sus llagas eran
realmente, a su parecer, de naturaleza sobrenatural.
Se hizo llamar entonces al Dr.
Amico Bignami, profesor de la Universidad de Roma, célebre por sus trabajos
en la materia, que permaneció en San Giovanni solamente dos horas.
Este profesor declaró que el Padre Pío estaba sano, en absoluto libre de
tuberculosis, perfectamente normal en su sistema nervioso y en su aparato
circulatorio; que no se trataba de
un simulador o de un sujeto psicopático y que la actitud del Padre
le había dejado una excelente impresión.
Comprobó la existencia de las
lesiones en las manos y los pies, pero juzgó que las heridas en
los pies no eran profundas. Efectuó finalmente el vendaje habitual de las
manos, que cerró con un sello de seguridad, esperando obtener de este modo la
curación de las llagas en pocos días. Muchos días después del término fijado,
el vendaje fué quitado: las llagas
aparecieron sin alteración alguna; fluía de ellas todavía sangre viva y
brillante.
Tres meses después, las autoridades eclesiásticas solicitaron al Dr.
Jorge Festa de Roma que visitara a su vez al Padre Pío para dar una información
exacta sobre sus lesiones y al mismo tiempo sus impresiones científicas. El
doctor hizo la visita en octubre de 1919. Comprobó la existencia de las llagas en las manos y los pies; pero
encontró que ya no correspondían a las primeras descripciones dadas por el Dr.
Romanelli.
La membrana que las recubría había desaparecido; las lesiones penetraban en el tejido
subcutáneo y secretaban continuamente sangre, a través de una delgada
escara.
La herida del costado tampoco correspondía más a la descripción que
había hecho el Dr. Romanelli. Se presentaba en forma de una cinta del largo de
dos centímetros aproximadamente, con contornos muy netos.El color era rosado; la llaga estaba
recubierta al centro por una escara de un rojo parduzco.
Aunque la lesión era superficial, manaba gotas de sangre en gran cantidad, a tal punto que al
levantar la venda de tela que la cubría y que estaba toda empapada de sangre y
habiéndola reemplazado por un pañuelo blanco, el Dr. Festa lo retiró
completamente impregnado después de unas diez horas. Esta emisión
sero-sanguínea era continuada.
Más de cinco años después, en
octubre de 1925, el Dr. Festa operó al Padre Pío
de una hernia que le atormentaba desde unos siete años.
En
esta ocasión, pudo nuevamente estudiar los estigmas del capuchino, en
condiciones interesantes. Comprobó que todos los días alrededor de un vaso
de sangre y agua mojaba las vendas que el Padre llevaba
constantemente sobre sus heridas. No se nota en ellas la menor traza de
infección.
El Padre Pío, que presentó también fenómenos delevitación, lectura del pensamiento, etc.
ESTIGMATIZACIÓN
EN PERSONAS PIADOSAS
Veamos algunos casos:
Pasidea
Grogi, 1564-1615
Ofrecía la misma particularidad que Santa Francisca de las Cinco Llagas
de tener las llagas traspasadas,
lo que se verificó por el paso de un pequeño bastón. El orificio de la palma de
la mano y del dorso del pie era redondo, del tamaño de un dinero, el del dorso
de la mano y de la planta de los pies era puntiforme. La llaga del costado
estaba a la izquierda y medía dos dedos. La cabeza llevaba los estigmas de la
corona.
Los estigmas de la Santa Francisca de las Cinco Llagas,
1715-1791 se presentaron en las manos, en los pies y en el costado.
Los de las manos y de los pies ofrecían la particularidad de ser transparentes, de manera que se podía ver a
través de ellas. Se recubrían en seguida con una ligera membrana, que no
impedía sin embargo de ver la luz por transparencia.
Domenica
Lazzari, 1815-1848
Es una de las estigmatizadas del Tirol que dio lugar a ardientes
polémicas entre 1830 y 1840. Los
estigmas del dorso de las manos y de los pies, de un diámetro de tres
centímetros, tenía a menudo forma de llagas cóncavas cónicas, a
menudo un relieve rodeado de líneas irradiantes que sangraban.
Ernesto de Moy, profesor de derecho de la Universidad de Munich,
escribe:
“Lo
que nos sorprendió mucho, es que la sangre, en lugar de fluir hacia abajo por
el costado del tobillo y del talón, se remontaba hacia la extremidad de los
dedos y de allí descendía sobre la planta de los pies”.
Edmundo de Cázales, que acompañaba a de Moy, confirma el fenómeno, que
también fue comprobado por lord Shrewsbury: “La sangre fluía bajo los dedos de los pies, como si María Dominga hubiera
pendido realmente de la cruz. Ya habíamos oído hablar de esa anulación
de las leyes de la naturaleza y tuvimos toda la comodidad de poder comprobarlo
con nuestros propios ojos.”
Teresa
Miollis, 1806-1877
Fué observada por el doctor Reverdit, que a este respecto escribió:
“Resulta que es bien cierto y bien
comprobado por mí:
1° que la señora Miollis estaba
afectada por una gastro-duode-no-hepatitis crónica, con cirro del píloro, desde
los 14 años;
2° que a los síntomas diversos y
somáticos vinculados a ese estado patológico, se asocian o se sustituyen a
menudo en ella otros, de los que el arte no puede hallar explicación o que la
ciencia no sabe cómo atribuir ni atender;
3° que entre estos últimos cabe
señalar lasestigmatizaciones frecuentes
en la palma de las manos, menos frecuentes en el pecho, más raras en el dorso
de los pies y en la cabeza, pero que yo he visto y vuelto a ver en
cada uno de esos puntos, como otras personas desinteresadas;
4° que el flujo de sangre o hemorragia ocurre sin desnudación de la piel, en el
caso más frecuente y del cual no queda rastro alguno sobre el sistema cutáneo;
que conserva siempre sobre el pecho, sobre la parte posterior del esternón la
forma de una cruz; que ha brindado el viernes santo de esa última cuaresma, a
diecisiete personas que la han visto como yo, la forma de escara en la palma de
las manos y de una desnudación viva sobre el dorso de los pies;
5° que se presenta siempre en forma de gotitas alrededor de la frente;
que la flictena pemfigoide (pequeño tumor vesicular o en forma de campana)
producida como por una quemadura sobre la región precordial, precedida de
dolores internos y vivos en el corazón, se ha desarrollado muchas veces y en
circunstancias en las que seguramente no se había aplicado ningún rubefaciente
ni vesicante, y cuando no existía ninguna otra flictena sobre la superficie
cutánea;
6° que las estigmatizaciones con diapedesis o sudor de sangre se produjeron bajo
mis ojos, sin que ninguna causa apreciable hubiera podido explicar su origen,
ya sea por picadura, presión, etc.; que ellas se manifestaron indiferentemente
antes, durante y después de la época menstrual sin que parecieran experimentar
influencia alguna de las medicaciones o régimen prescripto, del estado morboso
habitual y de las involuciones o recrudescencias del mismo;
7°
que, bien distintamente de los síntomas de la afección orgánica o material
existente, los síntomas sobrenaturales o extraordinarios de la
estigmatización se manifestaban los días de fiesta o de devoción, y
siguiendo las horas de la oración, de la meditación, etc., sin alguna
regularidad y sin que pareciera participar en ello la voluntad, sino con el recogimiento
fervoroso que acompañaba siempre la oración; otras veces la voluntad no
participaba en absoluto, siendo involuntaria la estigmatización o apareciendo
hasta contra la voluntad…”
ESTIGMATIZACIONES
PRESUMIBLEMENTE DIABÓLICAS
Tomaremos como ejemplo el caso de la hermana N…., que constituyó el tema
de la tesis de doctorado en teología del abate Segaud (Lyon, 1899). Los hechos se han desarrollado en 1890 y
1891.
Los dolores y los estigmas tenían
lugar a veces en el coro de la capilla de la Casa. Allí, en éxtasis, los ojos fijos sobre una visión invisible para todos
los demás presentes, la señora N. permanecía largo tiempo en esa actitud, con
los brazos en cruz y la frente sangrando en forma tal que sus compañeras debían
secarla con paños.
A menudo también, arrodillada en la barra de hierro de su lecho o en
otro lugar, y en éxtasis, se
mantenía en posturas asombrosas y naturalmente imposibles, de equilibrio
inestable.
La señora N. tenía estigmas
en seis regiones diferentes de su cuerpo; en la cabeza, en la mano derecha,
en la izquierda, en el pie derecho, en el izquierdo y en el costado izquierdo
del pecho.
En la cabeza: Sobre la región situada inmediatamente sobre la frente, se ve
cierto número de manchas sembradas irregularmente a través de los cabellos.
Algunas son simplemente rosadas, otras negruzcas a raíz de la presencia de una
costra delgada de sangre seca adherente. Examinadas con lupa, cada mancha está
cubicita por una epidermis resquebrajada y aparentemente estriada. Algunas tienen el largo de una lenteja, otras son casi puntiformes. En su conjunto,
esas manchas o estigmas forman una banda transversal de unos diez centímetros
de largo por siete u ocho de ancho.
Nada semejante hallamos en las regiones parietales y occipitales del
cuero cabelludo.
En las manos: La disposición de los estigmas es exactamente la misma en ambas
manos. Sobre la cara dorsal, como sobre la palmar de cada mano, el estigma es
representado por una placa roja netamente delimitada, regular, de forma
rectangular, con el largo más grande en el sentido del eje de la mano.
La dimensión de esta placa roja
es de 10 milímetros de ancho por 13 de largo. Su
situación es exactamente al nivel del tercer metacarpo, tres centímetros sobre
la interlínea articular metacarpofalangial. El estigma dorsal y el palmar se
corresponden con tal precisión, que si una aguja traspasara las manos
perpendicularmente, penetrando por el centro del estigma, saldría por el centro
del otro. La superficie de cada estigma es de un rojo de mediana intensidad;
tiene algunos desechos de epidermis, muchos de tinte negruzco en caso de una
hemorragia reciente.
En los pies: La descripción precedente se adapta en todos sus puntos a los
estigmas de los pies, en forma, color, aspecto y situación.
En el costado izquierdo: Un poco atrás del seno, debajo de la axila, al nivel de un espacio
intercostal, existe una placa roja, de forma oval, con su diámetro mayor
dirigido desde adelante hacia atrás, de la dimensión de una pieza de cinco
francos; esa placa es más profunda en la zona central que en la periférica. La
presión digital provoca en ella un dolor muy vivo.
Tres meses después de este primer examen que nos diera las comprobaciones citadas,
los estigmas nuevamente examinados habían crecido en forma notable y estaban
más rojos. Este del costado medía ocho centímetros de largo por tres de ancho,
su forma era la de un rombo muy alargado. Se distinguía una zona media de un
rojo más vivo, recubierta de una epidermis rugosa y pardo-negruzca, indicio de
hemorragia y una suerte de levantamiento ampollar de data reciente.
Hemorragias. A través de estos estigmas se producían dos clases de flujos: uno
poco abundante e inconstante, compuesto de un líquido amarillento
sero-fibrinoso, que mojaba la ropa; el otro más frecuente y marcado,
constituido por sangre pura de un rojo vivo. La cantidad de sangre perdida es
muy apreciable, a veces leve, a veces abundante. Las hemorragias mayores
ocurren en los estigmas frontales y en el del costado izquierdo del pecho; las
de los pies y de las manos son y fueron raras, muy pronunciadas en los primeros
tiempos y reducidas más tarde a un rezumo.
La hemorragia de los estigmas
frontales impregna toda la venda de la frente, la
atraviesa y fluye sobre las mejillas de la vidente y hasta la losa donde se
halla arrodillada.
En el costado izquierdo del pecho, el estigma da también un flujo
importante que pasa a través de los vestidos.
Estas hemorragias y los dolores
que la acompañan, acontecen durante el éxtasis, pero
también fuera de él y a menudo durante el Santo Sacrificio de la Misa”.
Una vez ocurrió también que la vidente las sufrió sentada a la mesa, mientras que un
sacerdote extranjero, del que no conocía la presencia, celebraba Misa.
Uno de los comisarios
investigadores nombrado por la autoridad
diocesana, vio a la vidente el coro de la capilla, las manos juntas en actitud
de éxtasis frente a una visión para él invisible. Durante todo el éxtasis, casi
una hora, de su frente manó sangre muy pura que las demás religiosas secaban
con un paño, y ella mantenía los brazos en cruz sin rigidez ni cansancio.
Los
médicos que examinaron a la estigmatizada, llegaron a esta conclusión: “No
es posible admitir que la concentración del pensamiento, por fuerte e intensa
que se quiera, logre producir tales prodigios. Se trata de fenómenos de orden
sobrenatural”.
Además la estigmatizada tenía
visiones, éxtasis, discernimiento de conciencias, vista a la distancia,
etc.
El examen de la causa, muy
voluminoso, fue confiado a un teólogo muy versado en esta materia, que concluyó su informe así:
1° La mayoría de los fenómenos
ocurridos a la señora N. no se pueden explicar naturalmente. Sobrepasan la fuerza de la naturaleza.
2° Ninguno de los fenómenos citados
exige la intervención de Dios: no
necesita, para ser realizado, de la omnipotencia divina.
3°
Finalmente, en muchos de estos fenómenos hay el indicio, la marca de la
influencia diabólica.
Estas tres conclusiones fueron desarrolladas y demostradas en una
relación oral de casi cuatro horas ante el Obispo y su Consejo Episcopal,
y se juzgó que todos los hechos
acaecidos a la señora N. se debían a la intervención del demonio y
que en consecuencia debían ser considerados y creídos como tales.
ESTIGMAS
INVISIBLES
Los
estigmas invisibles consisten en dolores con asiento en los lugares
habituales de los estigmas. Son ya primitivos, ya secundarios de estigmas
visibles.
Su realidad se ha confirmado de
dos maneras: a veces los estigmas invisibles
se han tornado visibles con la muerte: es el caso de Santa Catalina de Siena
(1347-1380) y el de Nicolás de Ravena (fallecido en 1398), que hiciera estudios
de medicina.
A veces el estigmatizado, como en el caso de la Venerable Magdalena
Rémuzat (1698-1730), comienza a
dudar del origen sobrenatural de sus dolores, y los estigmas se tornan
visibles.
EXAMEN
CRÍTICO DE LAS INVESTIGACIONES
La estigmatización ofrece, pues, caracteres de la mayor
complejidad: alcanza a sujetos de
todas edades: Magdalena Morice (1736-1769) fué estigmatizada a los ocho
años; Delicia de Giovanni (1560-1642) a los setenta y cinco.
Toca a los hombres y mujeres, a religiosos y laicos, a vírgenes y a
madres de familia. Ocurre en enfermos y
en sanos que llevan una vida normal y cuyos estigmas fueron
descubiertos recién después de la muerte.
Los estigmas ofrecen los aspectos
más diversos, desde una simple mancha hasta
las llagas traspasadas o los relieves en forma de clavos; desde un simple
rezumo hasta las hemorragias abundantes.
Su ubicación es igualmente de las
más variadas: a veces en el centro de la
mano, a veces en el puño, a veces a la derecha y otras a la izquierda, a menudo
en corona alrededor de la cabeza o en forma de interesar todo el cuero
cabelludo, como si fuera debida a un gorro de espinas.
Las llagas son redondas, ovales,
rectangulares o cuadradas y pueden tener las mismas
dimensiones en el dorso y en la palma o en la planta; también a veces la llaga
de entrada, correspondiente a la cabeza del clavo, es voluminosa, mientras que
la otra es puntiforme. La llaga principal puede ser palmar o dorsal.
Los estigmas no son, pues, una
reproducción exacta de las llagas de Cristo, y por
otra parte no parecen ser la reproducción de imágenes de Cristo que los
estigmatizados hayan podido tener en la vida. Por eso numerosos estigmatizados,
anteriores al siglo XVII, tienen la llaga del costado a la izquierda, mientras
que todos los Cristo de esa época, siguiendo la tradición, tienen la llaga a la
derecha.
Del mismo modo, no
conocemos un solo Crucifijo, en que la cabeza del clavo sea dorsal, como
lo muestran ciertos estigmas, como el de Teresa Neumann, que forman una ancha
placa dorsal y un agujero puntiforme palmar.
Recordemos
que la mayor parte de los estigmatizados presentan fenómenos
complementarios, como éxtasis, levitación, comuniones milagrosas visibles, don
de idiomas, lectura del pensamiento, premoniciones o profecías durante su vida
y el hecho de que el cuerpo de muchos goza de incorruptibilidad después de su
muerte.
Los médicos se han dividido en dos escuelas en el asunto de los
estigmas: unos han querido
atribuirles siempre un origen sobrenatural, ya sea divino ya sea diabólico;
otros un origen natural por acción psíquica.
El origen siempre sobrenatural tiene en su contra el hecho de que la
Iglesia, suprema autoridad en la materia, no ha reconocido ese origen más que en número restringido de estigmas,
y que ella exige otras pruebas que la sola existencia de los estigmas para
formular esa opinión.
Por
otra parte, el Dr. von Arnhard, que el Dr. du Prel afirma era muy versado en la
literatura oriental, habló a menudo de numerosos estigmas en los ascetas
musulmanes, que se dedican profundamente al estudio de la vida de Mahoma; se
referirían a las heridas recibidas por el Profeta durante sus batallas.
Los
yogi y los ascetas de Brahma serían capaces de producir fenómenos análogos
a los estigmas. Sin embargo ignoramos si se trata de verdaderas llagas o de
simples sufusiones sanguíneas.
La ausencia de estigmatizados
anterior al siglo XIII, siempre que sea exacta, se
torna incomprensible si los estigmas son naturales: el ardor de fe de los
primeros cristianos, su aspiración al martirio, a la que a veces se ha
atribuido un carácter morboso, deberían haber engendrado una abundancia de
estigmatizados, con el ejemplo del suplicio de la cruz aplicado muchas veces
bajo sus mismos ojos.
Más tarde, al acercarse el año 1000, la exaltación religiosa hubiera
debido hacerlos abundar. Finalmente los Flagelantes
de la Edad Media poseían todo lo que era necesario como neurosis y
fanatismo, para hacer abrir estigmas naturales.
No, se comprende tampoco cómo los protestantes, mucho más nutridos con las Escrituras que los
católicos en el inicio, y cuya piedad llegó a menudo al fanatismo, no hayan
realizado ninguna estigmatización.
Finalmente, a estas objeciones teológicas, históricas y estadísticas,
contra la estigmatización siempre natural, se agregan las debidas a la incertidumbre de las doctrinas médicas.
La medicina nos deja, pues, en
plena incertidumbre, aun para el enorme grupo de
estigmatizaciones a las que la Iglesia se rehúsa de atribuir un carácter
sobrenatural.
APLICACIONES
PRÁCTICAS
Realmente,
las estigmatizaciones, ya sean ellas sobrenaturales, ya sean
naturales, implican grandes lecciones tanto morales como científicas.
La Iglesia nos enseña a ver en las estigmatizaciones de origen divino:
Una lección de piedad. Nuestro Señor acuerda a algunas almas de elección que, en su amor
por Él, en su reconocimiento por la Redención que nos ha dado, desean compartir
los sufrimientos de su Pasión, el privilegio de realizarla efectivamente en sus
cuerpos. Corona su amor cumpliendo su deseo y con eso los admite en su obra
redentora.
Un testimonio de la solicitud
divina. Gracias a la
estigmatización, la Pasión redentora de Nuestro Señor, para las almas que
comprenden su perpetuo renovarse en el Santo Sacrificio de la Misa, se
convierte en otra cosa que el hecho histórico perdido en la lejanía de los
siglos, sino en un hecho divino recordado a sus sentidos y a su espíritu por el
milagro actualmente presente. De allí las numerosas conversiones realizadas.
Un acto redentor. Nuestro Señor acuerda a los estigmatizados de participar realmente
a los sufrimientos de la Pasión, y así, dada la reversibilidad de los méritos
de la Comunión de los Santos, de merecer para los pecadores la gracia de la
conversión o la remisión de una parte de la pena que corresponde a sus pecados.
Fuentes:
·
Henri Bon, Medicina
Católica, (1942)
Publicado por Unción Católica y Profética
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