Guillermo Ortea
llevaba una vida aparentemente normal. Casado y padre de cuatro hijos, nada
hacía suponer que los problemas que acontecían en su vida y que poco a poco iban
minando a la familia, podían tener un
origen diabólico, camuflado en lo que parecía un sencillo e inofensivo juego de
adolescentes: la tabla ouija.
El último fin de
semana de marzo de 2014 Guillermo Ortea contó su experiencia personal ante
numerosos jóvenes y padres de familia en Barcelona y Gerona, advirtiendo de los
peligros de las prácticas espiritistas.
Él mismo cuenta
que hasta quince años después de
sus juegos con la ouija no se dio cuenta de que sufría de una influencia
demoníaca que afectaba a todos los ámbitos de su vida, hasta
llevarle al límite de la desesperación tanto a él como a sus familiares. Ahora
da su testimonio para advertir a los jóvenes que estas prácticas espiritistas
no son ningún juego inofensivo.
-Guillermo, eres una persona de oración. En tu casa, a día de hoy, no
pasa el día que tu esposa y tú no recéis juntos el rosario. ¿Has sido siempre
así?
-No, ni de
lejos. Esto es muy reciente. He pasado 35 años de mi vida no teniendo nada
presente a Dios. O al menos, muy poco. La familia de la que vengo, en la que
soy hijo único, no ha tenido en la fe un referente vital. Tal vez sí cultural,
pero no vivencial, como ahora.
-¿Cuál es la diferencia entre esa fe cultural y una
fe vivencial?
-Rezar con el
corazón. Eso marca la diferencia. Una cosa es hacerlo por costumbre, por
cultura, por tradición, incluso por obligación, y otra es tener una relación
viva, diaria, con Cristo. Tener
presente a Dios en todas las cosas de tu vida, no solo los domingos.
Para mí, el sentimiento religioso no existió nunca, ni al hacer la Primera
Comunión ni nada. Eso empezó a cambiar hace apenas dos años, estando ya casado
y teniendo cuanto hijos. Lo aprendí, o mejor dicho, lo recibí, en una
peregrinación a Medjugorje.
-¿Antes de esa peregrinación, ibas a a Misa con tu
mujer o te confesabas?
-Iba a Misa los
domingos porque mi mujer se empeñaba, y a mí me salía más barato ir que
pelearme con ella, pero era el primero en salir de la iglesia, nunca me
enteraba de nada y lo que dices de confesarme,
desde los tiempos del colegio fue algo que no hice salvo para alguno de los
bautizos de mis hijos, que también viví de forma cultural. Me hubiese
dado lo mismo bautizarlos cristianamente que bautizarlos por el rito hindú.
-¿Fuiste entonces a un colegio religioso?
-Sí, y
curiosamente ahí se originaron mis problemas. Fui a un colegio católico, muy
conocido en Barcelona. Mis padres, que no eran personas religiosas, me llevaron
ahí con 13 años para ver si me centraba. A esa edad yo ya me distraía demasiado
con las chicas y con otras cosas y querían algo más estricto para mí.
-¿Por qué dices que tal vez ahí empezaron tus
problemas?
-Porque fue en
una de las convivencias para chicos que se organizaban en el colegio donde mi
grupo de amigos y yo hicimos el idiota, pero prefiero contártelo más tarde, es
importante seguir un orden.
-De acuerdo, tú mismo.
-Cuando mi mujer
y yo nos casamos estábamos muy enamorados. Ahora creo que lo estamos más, pero
el camino ha sido muy doloroso. Yo diría que incluso hemos llegado al borde, al
límite de la separación, lo cual para mí creo que hubiese sido fatal. Me
hubiese desesperado y posiblemente no estaría aquí contándote mi vida.
-¿Por qué llegasteis a esa situación?
-Por mi
comportamiento inmaduro e ilógico, absurdo en muchísimas cuestiones sin
importancia del día a día, y en otras muchas que sí que la tenían. Yo no estaba centrado en mi vida, en
atender a mi mujer y mis hijos y siempre estaba distraído con cualquier cosa
que me apeteciese a mí.
»Esto poco a
poco te va separando de la familia, huyes de tus responsabilidades, y llegamos un poco al límite cuando nació
nuestra cuarta hija, porque nació con una enfermedad severa, lo que te
exige mucho más, y yo sin embargo, empecé a dar mucho menos. Me escondía.
-¿Cómo salisteis adelante?
-Mis suegros
percibieron que estábamos llegando a una situación límite. Ellos ya vieron que
sus rezos se estaban agotando sin que se remediase nada en nosotros y nos
ofrecieron, como recurso de emergencia, ir a Medjugorje.
-¿Qué pensaste tú cuando te lo ofrecieron?
-Yo dije a mi
mujer: “Perdona, pero yo no voy a dedicar mis
vacaciones a estar en un convento ni nada así. No me da la gana, no me
fastidies. ¿A qué voy a ir a Medjugorje? ¿Pero eso qué es?”.
- ¿Cómo es que fuiste, entonces?
-Por respeto a
mis suegros. Ellos estaban preocupados, y son unas personas que nos quieren
mucho. A su hija por supuesto, pero yo sé que a mí también me quieren mucho, y
ya que me ofrecían algo por ayudarme, me sabía mal despreciarles. Acepté ir con mi hija Elena. Si Dios existía,
que me lo demostrase curándola a ella.
-¿Qué pasó en Medjugorje?
-La pregunta
sería mejor qué no pasó en Medjugorje, pero bueno, voy a tratar de resumir
aquel segundo día allí.
-Adelante
-Mi mujer se
quiso confesar y fuimos hacia la parroquia. Cuando salió del confesionario
fuimos dentro de la iglesia para oír Misa. Esto era durante el Festival de
Jóvenes de Medjugorje y el día anterior habíamos oído Misa en la explanada,
pero ese día decidimos quedarnos allí dentro, atrás del todo.
»De repente
entró una monja en la iglesia, una señora muy delgadita, con el pelo grisáceo,
con una rebeca azul, una camisa grisácea y una falda larga de tubo, también
azul. Tendría unos cincuenta años
y su cara era muy dulce. Transmitía mucha paz. Se sentó al lado de
Elenita y empezó a jugar con ella. La peque se quiso sentar en ella. Yo lo
intenté evitar pero esta señora dijo que no pasaba nada, y así estuvieron toda
la Misa. Había cierta comunicación entre ellas y a Elenita se le notaba estar a gusto a su lado.
»Cuando llegó el momento de ir a comulgar, la
monja, en italiano, sin venir a cuento, nos dice: “Vuestra hija no está
enferma”. Yo me quedé como aturdido, porque se me juntaron demasiados
pensamientos en la cabeza. Primero, quien eres tú para decirme a mí que mi hija
no está enferma. Pero al mismo tiempo hubo sorpresa, porque ella no tenía por
qué saber que mi hija tiene lo que tiene, ya que no se le nota a no ser que le
de un episodio de epilepsia, que no fue el caso.
»Cuando pude
reaccionar, le dije: “Mire
señora, sí que lo está”. Pero
insistió: “No, no
está enferma. La niña tiene un bloqueo. Hay algo oculto que la bloquea”. Yo empecé a pensar que la mitad de aquel
pueblo estaba loco. Se me hizo un nudo en la cabeza, de verdad. Me sentó mal,
pero al mismo tiempo pensaba muy rápido sobre por qué esta señora nos decía
esto. Entonces ella insistió: “Vuestra hija está
sana. He rezado por ella durante la Misa y he percibido algo que no me gusta.
Cuando volváis a casa llevadla a
vuestro párroco y que haga una oración de liberación por ella. En un futuro,
sanará. Creedme, que sé de lo que hablo”. Entonces, cambió el
semblante, se pudo seria y nos preguntó a mi mujer y a mí:”¿Habéis hecho algún tipo de
magia, espiritismo o habéis jugado con la güija o algo así?”.
-¿Os sentisteis incómodos?
-¡Por supuesto!
Nos hizo preguntas fuera de lugar. Yo pensé que había sido un error ir a ese
sitio. Yo no estaba preparado para ese episodio, pero no fue nada con lo que
vino a continuación.
-¿Qué fue?
-Comulgamos y en
cuanto nos dieron la bendición nos marchamos. Sabes que en la iglesia de Medjugorje
hay un espacio entre la puerta del templo y la puerta de la calle, donde están
colocadas las pilas de agua bendita y las revistas de la parroquia. Tal vez
tardas cinco segundos en atravesarlo.
-Sí, así es
-En ese tramo,
en ese lugar, a mí se me abren unos recuerdos en mi cabeza que yo tenía
absolutamente olvidados, y de repente veo con toda claridad una serie de imágenes, como en flashes en mi cabeza,
de mi época del colegio, con unos trece años, haciendo espiritismo con
una güija.
-¿Puedes describir con detalle lo que viste?
-Perfectamente.
Fueron unos recuerdos muy nítidos, que me vinieron de golpe, y que yo no había
recordado jamás en mi vida, desde no sé cuando. Estaba yo con un grupo de
compañeros del colegio, en una de sus casas de convivencias, alrededor de una güija que habíamos fabricado nosotros.
Recuerdo que lo hicimos porque nos aburríamos, y no fue una sola vez, sino más
veces. Era algo en cierta manera habitual. Pero sí que recuerdo que la
primera vez fue en una de esas convivencias. De hecho, recuerdo las caras de
las personas que estábamos allí.
-¿Qué recuerdas en cuanto a sensaciones?
-Recuerdo el
morbo por lo desconocido, por lo prohibido, la curiosidad del adolescente ante
lo peligroso. Recuerdo que aquel vaso se movió, pero yo ya no sabría decirte si
lo movía yo o si se movía solo, y no te puedo dar muchos más detalles. Al mismo
tiempo que esto se me revela en la cabeza, me acuerdo de algo que me asustó, y
es verme a mí mismo haciendo
güija, yo solo en mi casa, con una tabla que me fabriqué después yo mismo. Se
me ponen ahora los pelos de punta.
-Guillermo, de todo esto que me cuentas, ¿no te
acordabas de nada?
-Cero. Jamás.
Nunca. Algo pasó alguna vez que me hizo olvidarlo todo. Y de repente, lo veo tan
nítido como cualquier recuerdo de cosas que he hecho esta mañana. Fue un
recuerdo que aglutinaba todas las veces que había hecho aquello, que no fueron
dos o tres, fueron muchas, con relativa frecuencia, de manera muy inocente, por
curiosidad, por pasar el rato, sin ninguna intención extraña. No sé, supongo
que cuando eres adolescente buscas
divertirte de cualquier manera y nunca nadie nos advirtió del peligro que
eso conllevaba. No sabíamos ni de lejos lo serio que es este problema.
-¿Recuerdas cuando dejaste de hacer aquello?
-Yo hice güija con frecuencia los años que fui
alumno de este colegio, que fue entre los trece y los dieciocho. No
volví a hacerlo más y ni siquiera me acordé. Es como si me hubiesen cortado
esos recuerdos de golpe al mismo tiempo que el interés por hacerlo. Pasó algo
que me cortó la conciencia de haberlo hecho, pero no sé qué fue. No me volví a
acordar hasta ese día en Medjugorje, en el momento en que salgo de esa iglesia.
-¿Cómo reaccionaste?
-Me puse
literalmente malo. Me entró un sudor muy frío, se me aceleró el corazón y me
temblaron las piernas. No es una forma de hablar, sino que literalmente casi me
caigo. Salí de allí en estado de shock. Tuve que sentarme porque justo a continuación de recordar todo
eso, tomé conciencia enseguida de que a mí me pasaba algo que tenía que ver con
aquello, que los comportamientos tan extraños que he tenido siempre con
mi familia, vienen de aquello.
»Que hay muchas cosas que he hecho muy mal y que
yo no sabía por qué las hacía, cosas que me descentraban de lo que
realmente era importante en mi vida. Tomé conciencia de que había algo en mí como que me gobernaba más
que yo, haciéndome tomar decisiones erróneas y haciendo que me
comportara de manera equivocada. Entonces me di cuenta, allí sentado en la
puerta de la parroquia, y sentí algo así como que Dios, o la Virgen, o quien
fuese, como que me decía: “Guillermo, no es tu hija quien necesita
ayuda, sino tú. Déjala a ella que está muy bien cuidada y
ocúpate de arreglar lo tuyo”.
-¿Qué es "lo tuyo"?
-Yo he tenido
algún tipo de influencia diabólica en algún grado. No creo que haya sido una
posesión, pero sí he vivido bajo
la influencia severa del Demonio durante años. En Medjugorje,
gracias a Dios, la Virgen empezó a
poner orden en mi desordenada vida, empezando por darme a conocer cual
era mi problema, y el de mi familia. A partir de Medjugorje he ido conociendo
verdades de nuestra fe, tan desconocidas incluso para los católicos en el seno
de la Iglesia, que al principio te descuadran, pero que luego son muy
ordinarias.
-¿A qué tipo de verdades te refieres?
-Hay muchas
cosas que pensamos que no son verdad, y que sí que lo son. Por ejemplo, los dones del Espíritu Santo, esos de los que
habla San Pablo. No son una manera bonita de hablar. Existen y si
te abres a Él y le invocas con fe, se te dan. Son cosas que no se ven, como lo
que nos pasó con esta religiosa en la iglesia.
-¿Dormiste aquella noche?
-¿Cómo voy a dormir?
Es imposible. No pegué ojo. El cuerpo se resiente de tantos impactos en un solo
día. Es como que se tiene que adaptar a las realidades del espíritu.
-¿Cómo estabas el día siguiente?
-El día
siguiente mi estado era flotar.
-¿A qué te refieres?
-A que yo voy
flotando. De repente la vida me pareció tan maravillosa, que parecía que mi
cuerpo me pesaba poco. No se qué me pasaba, pero vi la vida como un don
precioso, y empecé a rezar.
-Bueno, ya habías rezado un poco los días de antes.
-Yo no había
rezado en mi vida. Ahí me di cuenta de lo que era rezar. En Medjugorje la oración te brota a raudales, no lo
puedes parar. Es como respirar, una presencia de Dios constante, casi
tangible. Como no sabes muy bien qué hacer con ese deseo, pues yo empecé a
rezar rosarios, y no se cuántos pude rezar ese día. Fue maravilloso rezar sin esfuerzo. A mí
siempre me había costado tanto, y de repente yo rezaba con la misma
facilidad con la que das pasos al andar. Así pasé el resto de días en
Medjugorje, flotando, rezando y feliz. Conociendo una felicidad nueva. Y así,
volvimos a Barcelona.
-¿Qué reflexiones haces una vez que llegas a casa?
-Poco a poco fue
pasando el tiempo y de una manera nítida me doy cuenta de que quien necesita
ayuda de Dios no es Elenita. Ella es un ángel que nos ha enviado Dios, a la que
Dios quiere mucho tal y como es, y que quien más bien necesita un milagro, soy yo. Me doy cuenta
también de que nosotros no vivíamos la fe como debíamos vivirla. Al regresar a
Barcelona comenzamos a vivir la fe
desde una postura apostólica y evangelizadora en la que yo no me
reconocía. O al menos, no me ubicaba para nada sabiendo como era apenas unos
días antes. La vida te da la vuelta.
-¿Sabrías decirme qué diferencia ves tú, desde tu
perspectiva de cristiano que deja la fe y luego es converso, la diferencia
entre rezar y orar?
-Creo que rezar
es recitar unas oraciones y orar es ponerse en presencia de Dios. Compartir con
Dios tu vida familiar. Eso es lo que empezamos a hacer a la vuelta de
Medjugorje. Metimos a Dios en casa. Desde la vuelta de Medjugorje la vida en
casa ha cambiado. Ante cualquier tesitura, nuestra actitud, la de mi mujer y la
mía, es otra. Es diferente, y es que de verdad yo siento que a mí me han
cambiado.
-¿Cómo afrontasteis el tema de tus sesiones de
güija?
-Empezamos a
hacer oraciones de liberación. No
exorcismos, pues es diferente, y el exorcismo requiere de una liturgia
especial oficiada por un exorcista, pero sí pequeñas oraciones en
las que implorábamos a Dios mi liberación, o la de aquellos que la necesitaran
en mi familia. Entonces mi suegra me recomendó hacer un retiro, unos ejercicios espirituales
dirigidos por el padre Ghislain Roy, un sacerdote canadiense que
sabe de esto.
-¿A qué te refieres con lo de que ese padre
Ghislain sabe de esto?
-El padre
Ghislain es un sacerdote canadiense que posee una serie de dones que se han
manifestado a lo largo de su vida sacerdotal, cosas extrañas incluso para la
inmensa mayoría de los católicos, pero que están todas ellas descritas en la
Palabra. Una de estas cosas es el
descanso en el Espíritu. Al menos así lo llaman los que participan de la
espiritualidad de la Renovación Carismática, gente muy abierta a las
manifestaciones del Espíritu Santo.
-¿Qué es un descanso en el Espíritu?
-Pues yo no te
se explicar realmente lo que es, pero yo viví un descanso de unos treinta
minutos.
-No sé si eso es mucho o poco...
-Pues es una
barbaridad. No suelen durar más de unos diez minutos, como mucho.
-¿Puedes relatar lo que viviste?
-Claro, no es
nada raro, aunque ya sé que para muchos lo parece. Verás. El sacerdote te
impone las manos y ora por ti. Entonces, Dios obra en ti de una manera sensible
a los sentidos. Tal es así que te
caes al suelo. Tu cuerpo se debilita y sin perder la consciencia,
vives una experiencia en la que sin dejar de estar en la Tierra, tu
espíritu, tu alma, saborea de
alguna manera a Dios.
-¿Es algo parecido a lo que santa Teresa llamaba un
arrobamiento?
-No lo sé.
Podría ser.
-¿Dices que esto es normal?
-Sí. Lo anormal
es que los sacerdotes no crean el poder del que disponen por el Orden
Sacerdotal. Los sacerdotes tienen mucho poder. Si me apuras, y sin comparar lo
que una y otra cosa son, pero más raro es lo que sucede en la
transubstanciación, que un pedazo de pan se convierte en Cristo, y a todo el
mundo le parece normal. Supongo que será cuestión de costumbres o educación,
pero esto es así.
-De acuerdo. Sigue con tu descanso.
-Cuando el padre Ghislain me impuso sus manos
y oró en silencio, yo caí hacia atrás. Entré en un estado en el que como
te he dicho, no llegas a estar inconsciente, pero al mismo tiempo recibes una
percepción más amplia de las cosas. No se queda en la percepción física de los
sentidos, sino que va un poco más allá. Los trasciende y ves cosas que pasan en
tu interior, en tu alma.
-Suena a rollo esotérico.
-Esotérico y
demoniaco fue la güija. Esto es de Dios. Yo lo llamaría místico. Nuestra
historia como católicos está repleta de experiencias místicas en las vidas de los santos, por las que
precisamente les hicieron la vida imposible, y luego ya ves. Son
manifestaciones de Dios a través de sus elegidos. En este caso, a través de
este sacerdote.
-¿Cómo acabó esta experiencia?
-Yo estaba
tumbado y empecé a ver como empezaban
a salir hacia fuera de mí unas manchas negras, como nubarrones, que
se iban hacia una luz que había encima de mí. Allí se disolvían. Yo esto lo
veía mientras vivía una sensación de mucha calma, de mucho bienestar. Me
pregunté que sería todo aquello, y lo interpreté como que era porquería o algo
así que había en mí. Así un buen rato hasta que aquello dejó de salir e hice un
ademán como de levantarme, pero el padre me lo impidió y me dijo: “No te levantes aún. Quédate
ahí y deja que el Señor llegue a ti”. Me
volví atrás y en unos tres segundos comenzó una segunda oleada. Ahí tuve una
conciencia mucho más clara de que el Señor me estaba limpiando, así que esta
vez me dejé hacer a conciencia. Llegó un momento que me encontraba tan bien,
que tenía tal sensación de paz y
de alegría al mismo tiempo, que yo pensé: “Señor,
déjame ver a la Virgen. ¿Puedo
verla ya?”. Pero no la vi. Creo que lo que yo viví es una antesala del
Cielo, pero no me morí. Aquello acabó, me levanté y me marché.
-Dice la Palabra que cosas sorprendentes veremos si
tenemos fe.
-En ese retiro
se ven estas cosas. En Medjugorje también. Creo que en este retiro yo quedé
liberado de lo que a mí me pasase, que llevaba arrastrando desde mi
adolescencia, cuando al jugar con la güija abrí la puerta a la parte oscura de
nuestra realidad trascendente, y luego, en verdad, nunca se la abrí a la parte
buena, y ahí quedé atrapado. Jugar con la güija es como meter una bala en el tambor de una pistola y dejar
espacios libres. Puede que no pase nada, o puede que sí. Si pasa
tendrá consecuencias fatales.
-Una vez que ha pasado tanto tiempo, ¿qué recuerdas
de Medjugorje? ¿Qué dirías si un desconocido te preguntases qué es lo que te
sorprendió de allí, fuera de tu experiencia tan íntima?
-Que allí no te
cuesta nada ponerte en presencia de Dios. Es como un cielo terrenal. Ambas
realidades se solapan. Allí no te cuesta nada rezar ni ir a Misa.Cuando digo
nada, es nada. Allí tu ser desea rezar, desea ir a Misa. Allí tu ser toma
conciencia sensible al cuerpo de tu necesidad de Dios. Yo esto no lo había
visto nunca antes, ni nadie me lo había explicado. Allí pasa algo.
-¿Qué?
-Allí pasa lo
que la Virgen quiere que te pase, y lo que tú la dejes hacer. Allí tú llegas y
de primeras no pasa nada, pero en un momento dado, cuando quieres darte cuenta,
es como si hubiese un parón en el tiempo, en el que entras y como que todas tus
inquietudes, tus angustias, se quedan a un lado temporalmente, como congeladas.
Así te da tiempo a detenerte en lo realmente importante en tu vida, que es
dónde está Dios. Te da tiempo así a conocerle, un poquito, y cuando todo
recobra su velocidad normal, tú ya has cambiado.
»De hecho, una vez que regresas a casa, puede ser muy
duro, porque regresas a una realidad repleta de cruz, y allí como
que se ha quedado un poco a parte. Vuelves a la realidad limitada temporal de
la que de alguna manera has salido por un tiempo. Pero es muy importante
dejarte hacer, ponerte esos días en manos de Dios con el corazón abierto. Con
confianza. Allí no hay cruz. Allí
hay alegría. Allí no hay gente con mal humor, ni malas caras. En
Medjugorje se crea una comunidad brutal entre miles de personas que solo desean
el bien, un bien que conocen y que reconocen que viene de Dios, y conocen la
manera de importarlo a sus vidas. Allí la vida no cuesta.
-¿Te sigue siendo fácil rezar?
-Sí, me es mucho
más fácil que antes de ir a Medjugorje. Ya te dije que para mí, ir a Misa, era
una tortura. Y orar, hablar con
Dios, con Cristo... ahora es tan normal... Es como si hubiera conocido a
un amigo nuevo, con el que más te gusta estar, con el que más te gusta
compartir. Un amigo divino que está a la altura de los hombres. Es brutal.
-Ahora que le conoces y que le quieres dar a
conocer, ¿quién dirías que es Dios?
-Dios es amor.
Un amor enorme con el que puedes hablar y nunca pone mala cara.
-Guillermo, quiero hacer una reflexión contigo en
este momento. Tú estudiaste en un colegio católico y te dedicabas a jugar con
la güija. En España, algo se ha hecho muy mal para que habiendo tenido tan
fácil la evangelización, haya tanta gente tan alejada de la Iglesia. ¿qué hemos
hecho tan mal?
-Yo creo
que nos han contado mal a Dios, lo
hemos explicado mal. Durante muchos años no se ha contado bien cómo
ni quien es Dios. La imagen que a mí me vendieron de Dios era falsa. Si me lo
hubiesen presentado bien, tal vez no habría necesitado ir a Medjugorje, pero me
lo contaron mal.
-¿Por qué? Quiero decir, que no sería con mala
intención.
-Claro que no.
Sencillamente se ha explicado mal a Dios porque no se le conocía. Si no conoces
a Cristo no puedes presentarle. Necesitas
vivir una experiencia que se llama encuentro personal con Cristo, en
el que estáis solos tú y Él, sin nadie más que te contamine ni te distorsione,
ni a favor ni en contra. Si le conoces ahí, ya podrás vivir tu experiencia de
fe, no la que te contaron otros. Yo ya le he conocido, y con todo lo pecador
que llego a ser, doy testimonio de Cristo, porque le he conocido.
-¿Por qué das testimonio?
-Yo doy mi
testimonio porque la Virgen pide en Medjugorje que demos testimonio absoluto, y
yo tengo una deuda muy grande. Me tomo muy en serio eso de encontrarme delante
de Dios y que su primera pregunta sea: “Después de
todo esto, ¿qué has hecho? ¿A quién se los has contado? ¿A tu familia y ya
está? ¿Yo te enseño el cielo y tu
lo metes en una lata?”. La
Virgen dice en Medjugorje: “Yo busco apóstoles de
hoy que transmitan la luz de Dios”. Lo que nos viene a decir esto es que
ella busca gente dispuesta, que ella necesita reclutar gente que se ofrezca,
porque somos muy duros y cuando consigue tocar el corazón de uno solo de
nosotros, porque se ofrece, necesita que lo cuente.
-¿Cómo está Elena?
-Elena está
mucho mejor. No curada, pero mucho mejor. Voy a contarte algo de ella. Cuando
mi mujer se quedó embarazada, no la aceptamos bien. Era la cuarta y cayó como
un jarro de agua fría. ¡Dios mío, qué error! No entraba en nuestros planes, rompía
la carrera profesional de mi mujer. Hubo un rebote importante. Ahora sabemos
que ella ha sido el ángel que nos ha enviado Dios para poder conocerle. Es el
ángel que nos ha dado Dios para que mi familia siga unida y para llevarnos a
Medjugorje. Elenita no necesitaba
nada. Ella es así y Dios la quiere así y la quería así porque sabía
que lo que más necesitábamos nosotros era a Elenita, así. Él lo ha
querido. Que ella se cura,
fantástico. Que no se cura, fantástico también. Ella está
cumpliendo en la tierra su misión, que es querernos desde su enfermedad y
dejarse querer por nosotros.
Puede
leer el testimonio de Guillermo íntegro en el libro Estamos de vuelta (ed. Libros libres).
Publicado por Unción Católica y Profética
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