VATICANO, 19 Abr. 17 / 04:23 am (ACI).- La Resurrección de Jesús fue
el tema de la catequesis
del Papa Francisco para la primera Audiencia General después de Semana Santa. En ella el
Papa pidió mirar a Cristo para darse cuenta de lo que significa el
cristianismo: el encuentro con el Resucitado.
“No es una ideología, no es un sistema filosófico,
sino es un camino de fe que parte de un advenimiento, testimoniado por los
primeros discípulos de Jesús”, afirmó.
A continuación, el texto completo de la catequesis:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Nos encontramos hoy, en la luz de la Pascua,
que hemos celebrado y continuamos celebrándola en la Liturgia. Por esto, en
nuestro itinerario de catequesis sobre la esperanza cristiana, hoy deseo
hablarles de Cristo Resucitado, nuestra esperanza, así como lo presenta San
Pablo en la Primera Carta a los Corintios (Cfr. cap. 15).
El apóstol quiere resolver una problemática que seguramente en la
comunidad de Corinto estaba al centro de las discusiones. La resurrección es el
último argumento afrontado en la Carta, pero probablemente, en orden de
importancia, es el primero: de hecho todo se apoya en este presupuesto.
Hablando a los cristianos, Pablo parte de un dato indudable, que no es
el éxito de una reflexión de algún hombre sabio, sino un hecho, un simple hecho
que ha intervenido en la vida
de algunas personas. El cristianismo nace de aquí. No es una ideología, no es
un sistema filosófico, sino es un camino de fe que parte de un advenimiento,
testimoniado por los primeros discípulos de Jesús. Pablo lo resume de este modo:
Jesús murió por nuestros pecados, fue sepultado, resucitó al tercer día y se
apareció a Pedro y a los Doce (Cfr. 1 Cor 15,3-5). Este es el hecho. Ha muerto,
fue sepultado, ha resucitado, se ha aparecido. Es decir: Jesús está vivo. Este
es el núcleo del mensaje cristiano.
Anunciando este advenimiento, que es el núcleo central de la fe, Pablo
insiste sobre todo en el último elemento del misterio pascual, es decir, en el
hecho de que Jesús ha resucitado. Si de hecho, todo hubiese terminado con la
muerte, en Él tendríamos un ejemplo de entrega suprema, pero esto no podría
generar nuestra fe. Ha sido un héroe. ¡No! Ha muerto, pero ha resucitado.
Porque la fe nace de la resurrección. Aceptar que Cristo ha muerto, y ha muerto
crucificado, no es un acto de fe, es un hecho histórico. En cambio, creer que
ha resucitado sí. Nuestra fe nace en la mañana de Pascua. Pablo hace una lista
de las personas a las cuales Jesús resucitado se les aparece (Cfr. vv. 5-7).
Tenemos aquí una pequeña síntesis de todas las narraciones pascuales y de todas
las personas que han entrado en contacto con el Resucitado. Al inicio de la
lista están Cefas, es decir, Pedro, y el grupo de los Doce, luego “quinientos hermanos” muchos de los cuales podían
dar todavía sus testimonios, luego es citado Santiago. El último de la lista –
como el menos digno de todos – es él mismo, Pablo dice de sí mismo: “como un aborto” (Cfr. v.
8).
Pablo usa esta expresión porque su historia personal es dramática: pero
él no era un monaguillo, ¿eh? Él era un perseguidor de la Iglesia, orgulloso de sus
propias convicciones; se sentía un hombre realizado, con una idea muy clara de
cómo es la vida con sus deberes. Pero, en este cuadro perfecto – todo era
perfecto en Pablo, sabía todo – en este cuadro perfecto de vida, un día sucedió
lo que era absolutamente imprevisible: el encuentro con Jesús Resucitado, en el
camino a Damasco. Allí no había sólo un hombre que cayó en la tierra: había una
persona atrapada por un advenimiento que le habría cambiado el sentido de la
vida. Y el perseguidor se convierte en apóstol, ¿Por qué? ¡Porque yo he visto a
Jesús vivo! ¡Yo he visto a Jesús resucitado! Este es el fundamento de la fe de
Pablo, como de la fe de los demás apóstoles, como de la fe de la Iglesia, como
de nuestra fe.
¡Qué bello es pensar que el cristianismo, esencialmente, es esto! No es
tanto nuestra búsqueda en relación a Dios – una búsqueda, en verdad, casi
incierta – sino mejor dicho la búsqueda de Dios en relación con nosotros. Jesús
nos ha tomado, nos ha atrapado, nos ha conquistado para no dejarnos más. El
cristianismo es gracia, es sorpresa, y por este motivo presupone un corazón
capaz de maravillarse. Un corazón cerrado, un corazón racionalista es incapaz
de la maravilla, y no puede entender que cosa es el cristianismo. Porque el
cristianismo es gracia, y la gracia solamente se percibe, más: se encuentra en
la maravilla del encuentro.
Y entonces, también si somos pecadores – pero todos lo somos – si
nuestros propósitos de bien se han quedado en el papel, o quizás sí, mirando
nuestra vida, nos damos cuenta de haber sumado tantos fracasos. En la mañana de
Pascua podemos hacer como aquellas personas de las cuales nos habla el
Evangelio: ir al sepulcro de Cristo, ver la gran piedra removida y pensar que
Dios está realizando para mí, para todos nosotros, un futuro inesperado. Ir a
nuestro sepulcro: todos tenemos un poco dentro. Ir ahí, y ver como Dios es
capaz de resucitar de ahí. Aquí hay felicidad, aquí hay alegría, vida, donde
todos pensaban que había sólo tristeza, derrota y tinieblas. Dios hace crecer
sus flores más bellas en medio a las piedras más áridas.
Ser cristianos significa no partir de la muerte, sino del amor de Dios
por nosotros, que ha derrotado a nuestra acérrima enemiga. Dios es más grande
de la nada, y basta sólo una luz encendida para vencer la más oscura de las
noches. Pablo grita, evocando a los profetas: «¿Dónde
está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?» (v. 55). En estos
días de Pascua, llevemos este grito en el corazón. Y si nos dirán del porqué de
nuestra sonrisa donada y de nuestro paciente compartir, entonces podremos
responder que Jesús está todavía aquí, que continúa estando vivo entre
nosotros, que Jesús está aquí, en la Plaza, con nosotros: vivo y resucitado.
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