El sermón de las siete palabras se predica tradicionalmente en la mañana o mediodía del Viernes Santo.
Por: Devocionario Católico |
Las siete palabras de Cristo en la cruz fueron
recopiladas y analizadas en detalle por vez primera por el monje cisterciense
Arnaud de Bonneval (+1156) en el siglo XII. A partir de ese momento las
consideraciones teológicas o piadosas de esas palabras se multiplican. Pero fue
san Roberto Berlarmino (Doctor de la Iglesia, 1542-1621) quién más impulsó su
difusión y práctica al escribir el tratado Sobre
las siete palabras pronunciadas por Cristo en la cruz. Desde entonces se propagó la costumbre de
predicar el tradicional "sermón de las siete palabras" en la mañana o
mediodía del Viernes Santo.
Este es quién cargó sobre sí los
dolores de todos. He aquí el que fue muerto en Abel, atado en Isaac, exiliado
en Jacob, vendido en José. He aquí el que fue expuesto a las aguas en Moisés
e inmolado en el cordero. Este es el que se encarnó en el seno de la Virgen,
el que fue clavado en la cruz y sepultado en la tierra, el que resucitó de
entre los muertos y subió a lo alto de los cielos. El es el cordero que no
abre su boca, el cordero inmolado, el cordero que nació de María, cordera sin
mancha. El resucitó de entre los muertos y resucita al hombre de la
profundidad del sepulcro.
Melitón de Sardes
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PRIMERA PALABRA Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen. (Lc.
23,34)
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Jesús
amado, que por amor mío agonizasteis en la cruz, a fin de pagar con vuestras
penas la deuda de mis pecados, y abristeis vuestra divina boca para obtenerme
el perdón de la justicia eterna: tened piedad de todos los fieles agonizantes
y de mí en aquella hora postrera; y por los méritos de vuestra preciosísima
Sangre derramada por nuestra salvación, concedednos un dolor tan vivo de
nuestras culpas que nos haga morir en el seno de vuestra infinita
misericordia.
Tres
Gloria.
Tened
piedad de nosotros, Señor, tened piedad de nosotros.
Dios
mío, creo en Vos, espero en Vos, os amo y me arrepiento de haberos ofendido
con mis pecados.
SEGUNDA
PALABRA En verdad,
en verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso. (Lc. 23,43)
Jesús
amado, que por amor mío agonizasteis en la cruz y que con tanta prontitud y
liberalidad correspondisteis a la fe del buen ladrón que os reconoció por
Hijo de Dios en medio de vuestras humillaciones, y le asegurasteis el
Paraíso: tened piedad de todos los fieles agonizantes y de mi en aquella hora
postrera; y por los méritos de vuestra preciosísima Sangre, haced que revive
en nuestro espíritu una fe tan firme y constante que no se incline a
sugestión alguna del demonio, para que también nosotros alcancemos el premio
del santo Paraíso.
Tres
Gloria.
Tened
piedad de nosotros, Señor, tened piedad de nosotros.
Dios
mío, creo en Vos, espero en Vos os amo y me arrepiento de haberos ofendido
con mis pecados.
TERCERA
PALABRA Mujer, he
ahí a tu hijo; hijo he ahí a tu madre. (Jn.
19, 26-27)
Jesús
amado, que por amor mío agonizasteis en la cruz y olvidando vuestros
sufrimientos nos dejasteis en prenda de vuestro amor vuestra misma Madre Santísima
para que por su medio podamos recurrir confiadamente a Vos en nuestras
mayores necesidades: tened piedad de todos los fieles agonizantes y de mi en
aquella hora postrera; y por el interior martirio de una tan amada Madre,
reavivad en nuestro corazón la firme esperanza en los infinitos méritos de
vuestra preciosísima Sangre, a fin de que podamos evitar la eterna
condenación que tenemos merecida por nuestros pecados.
Tres
Gloria.
Tened
piedad de nosotros, Señor, tened piedad de nosotros.
Dios
mío, creo en Vos, espero en Vos, os amo y me arrepiento de haberos ofendido
con mis pecados.
CUARTA PALABRA¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me
has abandonado?. (Mc. 15, 34; Mt. 27, 46)
Jesús amado, que por amor mío
agonizasteis en la cruz y que, añadiendo sufrimiento a sufrimiento, además de
tantos dolores en el cuerpo, sufristeis con infinita paciencia la mas penosa
aflicción de espíritu a causa del abandono de vuestro eterno Padre: tened
piedad de todos los fieles agonizantes y de mi en aquella hora postrera; y
por los méritos de vuestra preciosísima Sangre, concedednos la gracia de
sufrir con verdadera paciencia todos los dolores y congojas de nuestra
agonía, a fin de que, unidas a las vuestras nuestras penas, podamos después
participar de vuestra gloria en el Paraíso.
Tres Gloria.
Tened piedad de nosotros,
Señor, tened piedad de nosotros.
Dios mío, creo en Vos, espero
en Vos, os amo y me arrepiento de haberos ofendido con mis pecados.
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QUINTA PALABRA Tengo sed. (Jn. 19,28)
Jesús amado, que por amor mío
agonizasteis en la cruz y que, no saciado aún con tantos vituperios y
sufrimientos, quisierais sufrirlos todavía mayores para la salvación de todos
los hombres, demostrando así que todo el torrente de Vuestra Pasión no es
bastante para apagar la sed de vuestro amoroso Corazón: tened piedad de todos
los fieles agonizantes y de mí en aquella hora postrera; y por los méritos de
vuestra preciosísima Sangre, encended tan vivo fuego de caridad en nuestro
corazón que lo haga desfallecer con el deseo de unirse a Vos por toda la
eternidad.
Tres Gloria.
Tened piedad de nosotros,
Señor, tened piedad de nosotros.
Dios mío, creo en Vos, espero
en Vos os amo y me arrepiento de haberos ofendido con mis pecados.
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SEXTA PALABRA Todo está cumplido. (Jn. 19, 30)
Jesús amado, que por amor mío
agonizasteis en la cruz y desde esta cátedra de verdad anunciasteis el
cumplimiento de la obra de nuestra Redención, por la que, de hijos de ira y
perdición, fuimos hechos hijos de Dios y herederos del cielo; tened piedad de
todos los fieles agonizantes y de mí en aquella hora postrera; y por los méritos
de vuestra preciosísima Sangre, desprendednos por completo así del mundo como
de nosotros mismos; y en el momento de nuestra agonía, dadnos gracia para
ofreceros de corazón el sacrificio de la vida en expiación de nuestros
pecados.
Tres Gloria.
Tened piedad de nosotros,
Señor, tened piedad de nosotros.
Dios mío, creo en Vos, espero
en Vos, os amo y me arrepiento de haberos ofendido con mis pecados.
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SÉPTIMA PALABRA Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu. (Lc. 23, 46)
Jesús amado, que por amor mío
agonizasteis en la cruz, y que en cumplimiento de tan grande sacrificio
aceptasteis la voluntad del Eterno Padre al encomendar en sus manos vuestro
espíritu para enseguida inclinar la cabeza y morir: tened piedad de todos los
fieles agonizantes y de mí en aquella hora postrera; y por los méritos de
vuestra preciosísima Sangre, otorgadnos en nuestra agonía una perfecta
conformidad a vuestra divina voluntad, a fin de que estemos dispuestos a
vivir o a morir según sea a Vos más agradable; y que no suspiremos para nada
más que por el perfecto cumplimiento en nosotros de vuestra adorable
voluntad.
Tres Gloria.
Tened piedad de nosotros,
Señor, tened piedad de nosotros.
Dios mío, creo en Vos, espero
en Vos, os amo y me arrepiento de haberos ofendido con mis pecados.
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ORACIÓN A LA VIRGEN
DOLOROSA
Madre Santísima de los Dolores,
por el intenso martirio que sufristeis al pie de la Cruz durante las tres
horas de agonía de Jesús, dignaos en nuestra agonía asistirnos a todos los
que somos hijos de vuestros dolores, a fin de que con vuestra intercesión,
podamos pasar del lecho de muerte a ser vuestra corona en el santo Paraíso.
Amén.
V. De muerte súbita e imprevista.
R. Líbranos, Señor. V. De las insidias del diablo. R. Líbranos, Señor. V. De la muerte eterna. R. Líbranos, Señor. |
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Oración final.
Oh Dios, que en la muerte dolorosísima de vuestro Hijo habéis constituido un ejemplo y un auxilio para la salvación del linaje humano: concedednos, os rogamos, que en el peligro último de nuestra muerte merezcamos alcanzar el efecto de tan grande caridad y entrar en la gloria del Redentor. Por el mismo Jesucristo Señor nuestro. Amén. |
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