Hay un hecho del que querría dejar constancia aquí. Los que lleven
escuchando mis sermones desde hace un decenio habrán observado la evolución de mi
teología mariológica.
Las razones negativas para no admitir la ordenación de mujeres siempre
me habían parecido insuficientes. Me limité a aceptar la Tradición. Lo cual
hice sin restricciones internas.
Ahora bien, hace una semana me di cuenta de un pequeño detalle. Si la
Virgen María es lo que yo he llegado a barruntar que es --es decir, si la
santidad que se contiene en ella es de tales proporciones como ahora lo creo--,
entonces, el hecho de que María no haya sido ordenada sí que pasa a ser un hecho
sustancial.
El hecho de que se dejara fuera del sacerdocio ministerial a una persona
que valía más que la Iglesia entera, pasa a ser un hecho afirmativo, no
meramente histórico. De forma expresa se quiso dejar sin sacerdocio a la
persona que por su cristificación hubiera sido no sólo la más digna de recibir
esa potestad, sino más digna que la dignidad sumada de todos los apóstoles y
obispos de la Historia: eso no es un mero argumento negativo.
En una visión teológica
en la que la Iglesia es pedestal de María, entonces el que la Madre de Dios
fuera excluida de la Última Cena implica un expreso designio acerca de todas
las mujeres. No sé cuáles puedan ser las razones de la exclusión de la mujer al
sacerdocio, pero no me cabe duda de cuál es la voluntad de Cristo.
P.
FORTEA
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