jueves, 12 de mayo de 2016

CÓMO CORONAR UNA IMAGEN DE LA VIRGEN MARÍA PARA TU HOGAR O GRUPO DE ORACIÓN…


Desde el Concilio de Nicea en el año 787, la Iglesia ha afirmado con frecuencia que es lícito venerar las imágenes de Cristo, María y los santos. Esta es una práctica antigua de las iglesias cristianas en Oriente y en Occidente.

La coronación es una forma de reverencia mostrada con frecuencia a las imágenes de la Virgen María. Es sobre todo desde fines del siglo XVI que en Occidente la práctica se generalizó en los fieles, tanto religiosos como laicos, coronar las imágenes de la Virgen.

María es Reina; Reina y Señora de todo lo creado. A través de los siglos los cristianos así la reconocieron en Oriente y Occidente. Al Papa Pío XII correspondió el honor de fundamentar la doctrina sobre la Realeza de María e instituir su fiesta, en su magna encíclica “Ad Coeli Reginam”, uno de los hechos dominantes del primer Año Mariano Universal. En ella nos dice: “Hemos recogido de los monumentos de la antigüedad cristiana, de las oraciones de la liturgia, de la innata devoción del pueblo cristiano, de las obras de arte, de todas partes, expresiones y acentos según los cuales la Virgen Madre de Dios está dotada de la dignidad real, y hemos demostrado también que las razones sacadas por la Sagrada Teología del tesoro de la fe divina, confirman plenamente esta verdad. De tantos testimonios aportados se forma un concierto, cuyo eco llega a espacios extensísimos, para celebrar la suma alteza de la dignidad de la Madre de Dios y de los hombres, la cual ha sido exaltada a los reinos celestiales por encima de los coros angélicos”. (Pío XII, Encíclica “Ad Coeli Reginam”, 11 de octubre de 1954)

MARÍA ES REINA CORONADA

El 1º de noviembre del mismo año, en la Basílica Santa María la Mayor, ante 450 delegaciones de los santuarios marianos más importantes del mundo, que llevaban sus estandartes con las Imágenes de sus advocaciones, el Papa Pío XII proclamó la Realeza de María, y coronó a la Virgen como Reina del Mundo en su Icono Salus Populi Romani, y explicó el sentido de esa Realeza: “La realeza de María es una realeza ultraterrena, la cual, sin embargo, al mismo tiempo penetra hasta lo más íntimo de los corazones y los toca en su profunda esencia, en aquello que tienen de espiritual y de inmortal. El origen de las glorias de María, en el momento culmen que ilumina toda su persona y su misión, es aquél en que, llena de gracia, dirigió al arcángel Gabriel el Fiat que manifestaba su consentimiento a la divina disposición, de tal forma que Ella se convertía en Madre de Dios y Reina, y recibía el oficio real de velar por la unidad y la paz del género humano”. (Pío XII, Alocución “Le testimonianze”, 1º de noviembre de 1954)

María es coronada como Reina en el Cielo, por la Santísima Trinidad. Su corona es el Amor de las tres Divinas Personas Su corona son las doce estrellas que nos muestra el Apocalipsis, que simbolizan las doce tribus de Israel y los doce Apóstoles, con todos nosotros, sus hijos.

El Ritual de la coronación de una imagen de la Santísima Virgen explica la naturaleza y significado del rito: “La veneración de las imágenes de la Santísima Virgen María frecuentemente se manifiesta adornando su cabeza con una corona real. Y, cuando la imagen de la Santa Madre de Dios lleva en sus brazos a Su Divino Hijo, se coronan ambas imágenes (…). La costumbre de representar a Santa María Virgen ceñida con corona regia data ya de los tiempos del Concilio de Efeso (431) lo mismo en Oriente que en Occidente. Los artistas cristianos pintaron frecuentemente a la gloriosa Madre de Dios sentada en solio real, adornada con regias insignias y rodeada de una corte de ángeles y santos del cielo. En esas imágenes no pocas veces se representa al divino Redentor ciñendo a su Madre con una refulgente corona” (Pío XII, “Ad Coeli Reginam”, 11 de octubre de 1954).

Por eso el pueblo de Dios tiene innumerables imágenes, en todas las latitudes, de muy diversas hechuras, con mayor o menor valor artístico, que los pastores coronaron reconociendo la realeza siempre maternal, y siempre dulcemente amorosa, sobre ese pueblo. Y en muchos casos, el propio Sumo Pontífice es quien las coronó. Así fueron honradas las más célebres imágenes del mundo, entre las que se cuentan muchas nuestras.

El Papa –o el obispo- al coronar la Imagen eleva una plegaria en la que reconoce la realeza de Jesucristo y María: “Bendito eres, Señor, Dios del Cielo y de la Tierra, que con tu misericordia y tu justicia dispersas a los soberbios y enalteces a los humildes; de este admirable designio de tu providencia nos has dejado un ejemplo sublime en el Verbo Encarnado y en Su Virgen Madre: Tu Hijo, que voluntariamente se rebajó hasta la muerte de cruz, y ahora resplandece de gloria eterna y está sentado a tu derecha como Rey de reyes y Señor de señores; y la Virgen, que quiso llamarse tu esclava, fue elegida Madre del Redentor y verdadera Madre de los que viven, y ahora, exaltada sobre los coros de los ángeles, reina gloriosamente con Tu Hijo intercediendo por todos los hombres como Abogada de la gracia y Reina de misericordia. Mira Señor, benignamente, a éstos tus siervos que al ceñir con una corona visible la imagen de la Madre de Tu Hijo reconocen en Tu Hijo al Rey del universo e invoca como Reina a la Virgen María…”

Son incontables las imágenes que recibieron la coronación pontifica, sin embargo sólo dos lo fueron con el título de “Reina del Mundo”; en forma expresa y con trascendencia universal: el icono de María Salus Populi Romani, que se venera en la Basílica Santa María la Mayor de Roma, y aún antes, la imagen de la Virgen de Fátima en su Capelinha de la Cova de Iría, ésta con un agregado singular: “Reina del Mundo y de la Paz”. La primera oriental y muy antigua; la segunda occidental y de estos tiempos. Una permanece en la urbe, la otra peregrinando en sus innumerables copias por el orbe.

LA CORONACIÓN DE LA VIRGEN DE FÁTIMA

La imagen de la Virgen de Fátima representa y recuerda sus apariciones maravillosas y su mensaje dramático, del cual acabamos de conocer la última parte. Este mensaje se centra en una frase que, lamentablemente, no es suficientemente conocida y meditada: “Dios quiere establecer en el mundo la devoción a Mi Corazón Inmaculado”.

El Papa Pío XII que la coronó, fue quien consagró el mundo al Inmaculado Corazón de María, y pidió que esta consagración fuera ratificada en todas las diócesis, parroquias, comunidades y familias, y que la realice cada cristiano. Y también consagró a Rusia, cumpliendo – en parte – el pedido de Dios.

En los tiempos controvertidos del Concilio Vaticano II, Paulo VI proclamó, en la clausura de la tercera sesión, a María como Madre de la Iglesia. Los Padres Conciliares se despojaron de sus mitras y de pie se unieron en el más atronador y prolongado aplauso del Concilio.

Fue en ese momento cuando renovó la consagración del mundo al Inmaculado Corazón de María y anunció el envío de la Rosa de Oro a la Virgen de Fátima.

Si Pío XII tenía una relación con la Virgen de Fátima por haber sido consagrado obispo el mismo día en que Ella se apareció a los pastorcitos, Juan Pablo II tiene otra mayor, ya que en su día, el 13 de mayo de 1981, salvó milagrosamente su vida una mano materna que desvió la bala.

En acción de gracias peregrinó también a Fátima y repitió su visita el 13 de mayo del 2000, en un acto oficial del Gran Jubileo, ocasión en la que beatificó a Jacinta y a Francisco.

Juan Pablo II no sólo renovó la consagración del mundo –y de Rusia- al Inmaculado Corazón de María, sino que completó este acto según el pedido de la Virgen, haciéndolo con el episcopado mundial el 25 de marzo de 1984. En esa ocasión hizo llevar la imagen de Fátima a Roma para hacer ante ella la trascendental ofrenda.

En el Año Santo 2000, Bimilenario del Señor, quiso el Papa otra vez en Roma a la “Reina del mundo y de la Paz” porque quiso confiar a María Santísima el tercer milenio, con todos los obispos unidos a él, ante esa imagen. Así lo hizo el 8 de octubre.

Esta imagen, singular e histórica, honrada por los Papas y las multitudes, recibió la coronación pontificia el 13 de mayo de 1946.

La corona puesta en las sienes de la Virgen tiene 950 brillantes de 76 quilates, 1400 rosas, 313 perlas, una esmeralda grande y 13 pequeñas, 33 zafiros, 7 rubíes y 26 turquesas. En total 2963 piedras preciosas . Pero hoy la Virgen luce en su corona una gema más preciosa: la bala que no pudo matar a Juan Pablo II, y que él quiso ofrecerle, colocándola allí, en acción de gracias.

Pongamos nosotros en la corona de la imagen nuestra devoción, nuestras penas y sufrimientos, consagrándonos a Su Inmaculado Corazón con incesante oración, y apresuraremos la gloria de la proclamación del último dogma de la Virgen. Entonces se colocará la piedra preciosa que falta en su corona de la tierra, y la tierra se unirá al Cielo para contemplar con gozo de eternidad a María Santísima en toda su gloria.

COMO CORONAR UNA IMAGEN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA EN TU CASA O GRUPO DE ORACIÓN

Realizaremos una pequeña corona que se ajuste a la cabecita de la imagen de la Virgen María que tengamos en nuestro hogar. La corona puede ser de perlas, puntilla, tela, flores, fantasía, metal, etc. En este link puedes ver un ejemplo de cómo realizar una corona de perlas.

Lo importante es que un día especialmente elegido (puede ser una Fiesta del Señor o de la Virgen, o un sábado que tradicionalmente se dedica a María) la familia o el grupo de oración se reúna, rece el Rosario y hace una oración de consagración a Jesús en las manos de María.

Para el acto de coronación la imagen debe estar iluminada por una vela, símbolo de la presencia de Cristo que prometió su presencia entre quienes se reúnen en su Nombre. También debe haber flores naturales en honor de nuestra Reina.

Se comienza el acto de coronación haciendo la Señal de la Cruz, y rezando un Credo para pedir a la Virgen que conserve la fe católica de nuestros hogares y de todos nuestros países. Se puede agregar un cántico y luego, en silencio, cada uno se consagra personalmente a la Virgen según su devoción personal.

Y después se puede recitar esta oración del Himno Akathistos: Cantaré un himno a la Reina Madre y me acercaré gozoso a celebrar sus glorias cantando alegre sus maravillas. ¡Oh Señora! nuestra lengua es incapaz de alabarte dignamente pues Tú, que engendraste a Cristo Rey, has sido elevada sobre los Serafines. Dios te salve, ¡Oh Reina del mundo! ¡Oh María! Reina de todos nosotros.

Se procede entonces a colocar en la cabeza de la imagen de María la Corona diciendo:

¡Santa María, Madre de Dios y nuestra, te coronamos como Reina de nuestra familia (o de nuestro grupo de oración)!

Finalmente se reza el Santo Rosario y al final se agregarán tres Ave Marías en desagravio al Corazón Inmaculado de María.

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