Antes de la victoria pascual de Cristo, el hombre vivía condenado a la oscuridad del pecado y de la muerte, dos enemigos imbatibles que nos eclipsaban la luz de Dios.
Por: Monseñor José Ignacio Munilla Aguirre | Fuente:
www.enticonfio.org
Es un hecho incuestionable que la felicitación
navideña está mucho más extendida que la felicitación de la Pascua de
Resurrección. Todo el mundo se felicita las Navidades, aunque muchos no sean
capaces de dar razón de lo que esas palabras expresan. Por el contrario, son
muy pocos los que felicitan la Pascua, aunque, posiblemente, lo hagan con mayor
consciencia.
Y en referencia a la celebración popular de la Semana Santa, también cabe
constatar la desproporción existente entre la representación de los misterios
de la Pasión y los de la Resurrección. Los pasos del Cristo sufriente, superan
con creces a los que representan a Cristo glorioso. En definitiva, todavía nos
falta mucho camino hasta llegar a descubrir la centralidad de la fe en la
Resurrección, representada en la luz del Cirio encendido, en la Vigilia
Pascual.
La Historia de la Salvación es una historia de luz. Dios es la Luz, mientras
que la impotencia y el sufrimiento humano se describen en la Biblia bajo la
imagen de la tiniebla, hasta el punto de que el camino hacia nuestra plena felicidad
se simboliza en el paso de la noche al día, de la oscuridad a la luz: “Trocaré delante de ellos la tiniebla en luz” (Is
42,16). Pues bien, ¡son cuatro las noches que, por
la misericordia de Dios Padre, han iluminado nuestra existencia! Las
describimos brevemente:
La Noche de la Creación: “En el principio creó Dios
los cielos y la tierra. La tierra era caos y oscuridad por encima del abismo, y
un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas. Dijo Dios: «Que exista la
luz», y la luz existió” (Gn 1,1-3).
La primera luz que el mundo ha recibido -y cada uno de nosotros en particular-
ha sido la de nuestra existencia. ¿Por qué “el ser”
y no “la nada”? Lo lógico hubiese sido la “oscuridad”
de la nada. El texto bíblico afirma: “Vio Dios que
la luz era buena y la separó de las tinieblas” (Gn 1, 4). En esas breves
palabras se nos recuerda la inmensa misericordia que Dios ha derramado sobre
nosotros, al crearnos: ¡¡Somos!! ¡¡Existimos!!
¡Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios! La verdad, la belleza
y la bondad de la creación son un reflejo de la suma Verdad, Belleza y Bondad
divinas. Nuestra existencia no es consecuencia del azar o de un ciego destino,
sino que es fruto de la libre decisión de un Dios, Padre, que crea solamente
por amor. ¡Nuestra existencia es un destello de la
infinita luz de Dios!
La Nochebuena: Pero… el pecado hizo que el
hombre rompiese su amistad con Dios. El Cielo se convierte para nosotros en
algo inalcanzable y arcano. El hombre intenta conocer a Dios y relacionarse con
Él, sin conseguirlo, ya que la religiosidad natural es incapaz de acceder a la
intimidad de Dios.
La búsqueda de Dios, por parte del hombre, es ardua y estéril: una durísima noche. Pero, “el
pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. A los que vivían en tierra
de sombras, una luz les brilló” (Is 9, 2). La Revelación de Dios, que
culmina con la Encarnación de Dios entre nosotros, se hace luz en la noche de
nuestra búsqueda impotente.
El hecho de que la Nochebuena se celebre en el solsticio de invierno, es decir,
en la noche más larga del año, encierra un simbolismo muy pedagógico: la
llegada de Cristo da un vuelco a la historia, de forma que la luz comienza a
ganarle terreno a la oscuridad de la noche.
La Noche Pascual: La
noche de la Pascua fue para el pueblo judío el momento cumbre de su liberación.
Aquella salida de Egipto, así como el paso del Mar Rojo camino de la
Tierra Prometida, no eran sino imagen de la plena liberación que Cristo nos
obtuvo por su muerte redentora.
Antes de la victoria pascual de Cristo, el hombre vivía condenado a la
oscuridad del pecado y de la muerte, dos enemigos imbatibles que nos eclipsaban
la luz de Dios. El plan divino de redención del mundo asumió nuestra noche,
para transformarla en luz. Cristo “se hizo pecado”
(2 Cor 5, 21), y padeció bajo el poder de la muerte, para vencer al
enemigo en su propio terreno. La Resurrección de Cristo transformó la noche en
día; la gracia vence al pecado y la vida derrota a la muerte. Así lo rezamos en
el Pregón de la Vigilia Pascual: “Ésta es la noche en que la columna de fuego esclareció las
tinieblas del pecado… Ésta es la noche de la que estaba escrito: «Será la noche
clara como el día, la noche iluminada por mi gozo»”.
La Noche de la Purificación: Pero todavía faltaba algo para culminar la Historia de la
Salvación. Nos referimos a la necesidad de que cada uno de nosotros haga
suyo –se apropie de él- ese tesoro de gracia. No basta con el anuncio de que la
luz de Cristo vence a la tiniebla, sino que es necesario que ese acontecimiento
tenga lugar en cada uno de nosotros, es decir, que lo personalicemos en nuestro
interior.
San Juan de la Cruz describió ese proceso de purificación ascética y mística
como la “noche oscura del sentido” y la “noche
oscura del espíritu”. Es un proceso doloroso y gozoso al mismo tiempo,
en el que el paso por la oscuridad es necesario para que se haga luz en el
alma. Tras la muerte, el misterio del Purgatorio completa nuestra purificación,
cuando no la hemos practicado suficientemente en nuestra etapa de peregrinos.
Sólo de esta forma, veremos cumplida nuestra vocación a ser Hijos de la Luz: “Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois
luz en el Señor” (Ef 5, 8).
La reflexión que hoy hacemos sobre estas cuatro noches, nos llena de esperanza
ante las situaciones de oscuridad o soledad, que podamos atravesar a lo largo
de nuestra vida. ¡Cristo ha resucitado! y,
en consecuencia, tenemos sobradas razones para la confianza y la alegría. ¡Feliz Pascua de Resurrección!
Monseñor Munilla
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