La resurrección de Cristo es el dogma fundamental del cristianismo, es un hecho que ha sucedido en la realidad.
Por: P. Jorge Loring, S.I. | Fuente: Catholic.net
Jesucristo,
después de ser crucificado, estuvo muerto y enterrado, y al tercer día resucitó
juntando su cuerpo y su alma gloriosos para nunca más morir. Por
tanto, Jesucristo está ahora en el cielo en cuerpo y alma. La resurrección de
Cristo es el dogma fundamental del cristianismo.
La expresión de San Mateo atribuye a Jesús sepultado una duración de "tres días y tres noches". Pero tal
expresión venía a ser idéntica a la duración hasta el tercer día, al juzgarse
el día como una unidad de día-noche. El decir "tres
días y tres noches" es un modismo equivalente a "al tercer día"».
Antes de morir Jesús había profetizado varias veces su resurrección. Por lo
tanto, al resucitar por su propio poder, demostraba nuevamente, y con la prueba
más convincente, que era Dios. Dice San Mateo, que los fariseos mandaron a sus
soldados que habían estado guardando la tumba, que dijeran: «Sus discípulos vinieron de noche estando nosotros
dormidos y lo robaron».
San Agustín dio a esto una respuesta definitiva: «Si
estaban durmiendo, no pudieron ver nada. Y si no vieron nada, ¿cómo pueden ser
testigos?». Los teólogos modernos buscan diversas explicaciones al hecho
de la resurrección de Cristo. Pero cualquiera que sea la interpretación debe
incluir la revivificación del cuerpo, si no se quiere hundir la teología de la
resurrección.
Algunos dicen que la resurrección de Cristo no es un hecho histórico, pues no
hay testigos. Este modo de hablar es ambiguo y puede confundir; pues «no
histórico» puede confundirse con «no real». Por
eso no debe emplearse, como recomienda el padre José Caba, S.I., Catedrático de
la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, en su libro «Resucitó Cristo, mi esperanza». La resurrección
de Cristo es un hecho que ha sucedido en la realidad. Aunque no haya habido
propiamente ningún testigo del hecho de la resurrección, en cuanto tal, es histórica
en razón de las huellas dejadas en nuestro mundo y de las que dan testimonio
los Apóstoles.
Si aparece un coche en el fondo de un barranco y está destrozado el pretil de
la curva que hay en ese sitio, no necesito haber visto el accidente, para comprender
lo que ha pasado. De la misma manera puedo conocer la resurrección de
Jesucristo. Para otros sí se puede considerar como hecho histórico, pues puede
localizarse en el espacio y en el tiempo;
y según Pannemberg es histórico todo suceso que puede ser colocado en unas
coordenadas de espacio y tiempo. Por eso para el P. Ignacio de La Potterie, S.I., que es uno de los mejores
especialistas en el mundo del Evangelio de San Juan, la resurrección de Cristo
tuvo una realidad física, histórica.
La resurrección de Cristo la refiere San Pablo en carta a los Corintios, el año
57, es decir, a contemporáneos de los hechos: «Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado y
resucitó al tercer día»(394). Y lo atestigua San Pedro: «De Jesús resucitado todos nosotros somos testigos». San
Lucas lo afirma enfáticamente: «El Señor ha
resucitado verdaderamente».
Cristo estaba muerto en la cruz.
Por eso los verdugos no le partieron las piernas como solían hacer para rematar
a los crucificados. Si no hubiera estado muerto, le hubiera matado la lanzada
que le abrió la aurícula derecha del corazón.
La cantidad de sangre que salió después de la lanzada, según el relato de San
Juan que estaba allí presente, dicen los médicos, sólo se explica porque la
lanza perforó la aurícula derecha que en los cadáveres está llena de sangre
líquida. Al tercer día el sepulcro estaba vacío: no estaba el cuerpo de Cristo.
La fe en la resurrección de Jesucristo parte del sepulcro vacío. Oscar
Cullmann, protestante, de la Universidad de Basilea, dice: la tumba vacía seguirá siendo un acontecimiento histórico.
Los Apóstoles no habrían creído en la resurrección de Jesús de haber
encontrado su cadáver en el sepulcro. Los cuatro evangelistas relacionan el
sepulcro vacío con la resurrección de Cristo:
a) San Mateo: «No está aquí, pues ha
resucitado».
b) San Marcos: «Ha resucitado, no está aquí».
c) San Lucas : «No está aquí, sino que ha
resucitado».
d) San Juan al ver la tumba vacía y la
disposición de los lienzos «vio y creyó» que había resucitado; pues si alguien
hubiera robado el cadáver, no hubiera dejado los lienzos tan bien puestecitos.
San Juan vio la sábana, que había cubierto el cadáver de Jesús, yaciendo en el
suelo, y doblado aparte el sudario que había estado sobre su cabeza. Según los
especialistas la palabra «ozonia» usada por
San Juan debe traducirse por «lienzos» y no
por «vendas» como hacen algunos
equivocadamente. Es verdad que las vendas son lienzos, pero no todos los
lienzos son vendas.
El sepulcro vacío sólo tiene dos explicaciones. O alguien se llevó el cadáver o
Cristo resucitó. El cadáver no lo robaron los enemigos de Cristo, pues al
correrse la noticia de la resurrección la mejor manera de refutarla hubiera
sido enseñar el cadáver. Si no lo hicieron, es porque no lo tenían.
Tampoco lo tenían sus amigos, pues los Apóstoles murieron por su fe en Cristo
resucitado, y nadie da la vida por lo que sabe es una patraña. Se puede dar la
vida por un ideal equivocado, pero no por defender lo que se sabe que es
mentira. Es evidente que los Apóstoles no escondieron el cadáver.
Luego si Cristo estaba muerto, y el sepulcro estaba vacío, y nadie robó el
cadáver, sólo queda una explicación: Cristo resucitó.
San Pablo nos habla también de la resurrección de Cristo en la Primera Carta a
los Tesalonicenses del año 51 de nuestra era: Jesús
murió y resucitó; y en la Primera Carta a los Corintios del año 55: Cristo resucitó al tercer día. Una confirmación de
la resurrección de Cristo es la Sábana Santa de Turín donde ha quedado grabada
a fuego su imagen por una radiación en el momento de la resurrección. No hay
explicación más aclaratoria.
La resurrección de Jesucristo es totalmente distinta de la resurrección de
Lázaro o de la del hijo de la viuda de Naín: éstos
resucitaron para volver a morir, pero Cristo resucita para nunca más morir.
«Cristo resucitado de entre los muertos, ya no
vuelve a morir». La resurrección de Cristo no fue una reviviscencia para
volver a morir, como le pasó a Lázaro; tampoco fue una reencarnación, propia
del budismo y del hinduismo; menos aún fue el mero recuerdo de Jesús en el
ánimo de sus discípulos. Fue el encuentro con Jesús resucitado lo que provocó
la fe de los discípulos en la resurrección, y no viceversa. La resurrección no
fue la consecuencia, sino la causa de la fe de los discípulos. (...) Jesucristo
fue restituido con su humanidad a la vida gloriosa, plena e inmortal de Dios.
(...) Se trata de la transformación gloriosa del cuerpo.
Después de resucitar, antes de subir al cielo con su Padre, estuvo varios días
apareciéndose a los Apóstoles que comieron con Él y le palparon con sus propias
manos. Los fantasmas no comen ni se dejan palpar. Cristo resucitado cenó con
los Apóstoles y se dejó palpar por Santo Tomás. Decía Cristo: «Soy Yo. Tocadme y ved. Un espíritu no tiene carne y
hueso, como veis que Yo tengo».
San Pedro lo recuerda: «Nosotros hemos comido y
bebido con Él después que resucitó de entre los muertos». En una ocasión
se apareció a más de quinientos estando reunidos. Así nos lo cuenta San Pablo
escribiendo a los Corintios, y añadiendo que muchos de los que lo vieron,
todavía vivían cuando él escribía aquella carta, en los años 55-56 de nuestra
Era. El verbo empleado por San Pablo excluye una interpretación subjetiva del
término, «aparición». Las apariciones de Jesús
son un motivo de credibilidad en la resurrección de Cristo.
Jesús resucitado tiene un cuerpo glorioso con propiedades distintas a las de un
cuerpo material.
En la Biblioteca Nacional de Madrid he leído un incunable en el que Poncio
Pilato escribe al emperador Tiberio sobre Cristo. Dice: Después de ser flagelado, lo crucificaron. Su
sepultura fue custodiada por mis soldados. Al tercer día resucitó. Los soldados
recibieron dinero de los judíos para que dijeran que los discípulos robaron su
cadáver. Pero ellos no quisieron callar y testificaron su resurrección.
Sabemos con certeza que existieron unas actas oficiales de Poncio Pilato,
Procurador de Judea, al Emperador Tiberio, como era obligación y costumbre en
el Imperio por testimonio de Tertuliano (siglo III).
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