1. Presunción.
2.
Desesperación.
3.
Resistir la verdad conocida.
4.
Envidia del bien espiritual de otro.
5.
Obstinación en el pecado.
6.
Impenitencia final.
1º. La desesperación.
Entendida
en todo su rigor teológico, o sea, no como simple desaliento ante las
dificultades que presenta la práctica de la virtud y la perseverancia en el
estado de gracia, sino como obstinada persuasión de la imposibilidad de
conseguir de Dios el perdón de los pecados y la salvación eterna. Fue el pecado
del traidor Judas, que se ahorcó desesperado, rechazando con ello la infinita
misericordia de Dios, que le hubiera perdonado su pecado si se hubiera
arrepentido de él.
2º.
La presunción.
Que es el
pecado contrario al anterior y se opone por exceso a la esperanza teológica.
Consiste en una temeraria y excesiva confianza en la misericordia de Dios, en
virtud de la cual se espera conseguir la salvación sin necesidad de
arrepentirse de los pecados y se continúa cometiéndolos tranquilamente sin
ningún temor a los castigos de Dios. De esta forma se desprecia la justicia
divina, cuyo temor retraería del pecado.
3º.
La impugnación de la verdad.
Conocida,
no por simple vanidad o deseo de eludir las obligaciones que impone, sino por
deliberada malicia, que ataca los dogmas de la fe suficientemente conocidos,
con la satánica finalidad de presentar la religión cristiana como falsa o
dudosa. De esta forma se desprecia el don de la fe, ofrecido
misericordiosamente por el Espíritu Santo, y se peca directamente contra la
misma luz divina.
4º.
La envidia del provecho espiritual del prójimo.
Es uno de
los pecados más satánicos que se pueden cometer, porque con él «no sólo se
tiene envidia y tristeza del bien del hermano, sino de la gracia de Dios, que
crece en el mundo» (Santo Tomás). Entristecerse de la santificación del prójimo
es un pecado directo contra el Espíritu Santo, que concede benignamente los
dones interiores de la gracia para la remisión de los pecados y santificación
de las almas. Es el pecado de Satanás, a quien duele la virtud y santidad de
los justos.
5º.
La obstinación en el pecado.
Rechazando
las inspiraciones interiores de la gracia y los sanos consejos de las personas
sensatas y cristianas, no tanto para entregarse con más tranquilidad a toda
clase de pecados cuanto por refinada malicia y rebelión contra Dios. Es el
pecado de aquellos fariseos a quienes San Esteban calificaba de «duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos,
vosotros siempre habéis resistido al Espíritu Santo» (Act. 7,51).
6º.
La impenitencia deliberada.
Por la
que se toma la determinación de no arrepentirse jamás de los pecados y de
resistir cualquier inspiración de la gracia que pudiera impulsar al
arrepentimiento. Es el más horrendo de los pecados contra el Espíritu Santo, ya
que se cierra voluntariamente y para siempre las puertas de la gracia. «Si a la hora de la muerte –decía un infeliz apóstata–
pido un sacerdote para confesarme, no me lo traigáis: es que estaré delirando».
¿SON
ABSOLUTAMENTE IRREMISIBLES?
En el
Evangelio se nos dice que el pecado contra el Espíritu Santo «no será perdonado ni en este siglo ni en el venidero» (Mt.
12,32). Pero hay que interpretar rectamente estas palabras. No hay ni puede
haber un pecado tan grave que no pueda ser perdonado por la misericordia
infinita de Dios, si el pecador se arrepiente debidamente de él en este mundo.
Pero,
como precisamente el que peca contra el Espíritu Santo rechaza la gracia de
Dios y se obstina voluntariamente en su maldad, es imposible que, mientras
permanezca en esas disposiciones, se le perdone su pecado.
Lo cual
no quiere decir que Dios le haya abandonado definitivamente y esté decidido a
no perdonarle aunque se arrepienta, sino que de hecho el pecador NO QUERRÁ ARREPENTIRSE Y MORIRÁ OBSTINADO EN SU PECADO.
La
conversión y vuelta a Dios de uno de estos hombres satánicos no es
absolutamente imposible, pero sería en el orden sobrenatural un milagro tan
grande como en el orden natural la resurrección de un muerto.
Fray Antonio Royo Marín
No hay comentarios:
Publicar un comentario