Hoy se ha muerto el cardenal Amigo. En Roma una vez me lo encontré en una calle lateral de la Plaza de San Pedro. Estaba esperando a alguien. Se le notaba relajado, tranquilo y algo aburrido en la espera. Como percibí claramente eso, me detuve a saludarle. Me preguntó quién era.
—Soy
el padre Fortea.
Se quedó
pensativo y de pronto exclamó:
—¡El cura el demonio! –hizo una
pausa y añadió—: Ay, perdón.
Le dije que
no había nada que perdonar. Y menos porque capto lo que piensa de mí el
interesado cuando de pronto me reconoce. En esto de captar los sentimientos que
tiene la persona hacia mí, soy perro viejo. Y percibí claramente que el
purpurado no tenía ni el más mínimo sentimiento hacia mí. De eso estoy seguro.
Es en esos
momentos en que alguien es sorprendido y tiene una reacción espontánea, cuando
el rostro y el tono de la voz son un libro abierto para el que sabe estar
atento a captar los matices.
Así que
amigablemente seguimos charlando un minuto. No más porque no se trataba más que
de saludarle.
♣ ♣ ♣
Llevo años
observando y analizando. El 90% de las veces sé muy bien quién me quiere y
quién no. En unos veo afecto sincero. En otros no me cabe la menor duda de que
alguien ha hablado muy mal de mí. Más triste es cuando percibes en alguien
burla. Me resulta sorprendente siempre cuántas cosas se pueden ver en el
interlocutor.
Hay sujetos
a los que no conozco de nada y cuya presencia resulta agobiante o viscosa o
repugnante. No exagero, algún perfecto desconocido me resultaba nauseabunda.
Al revés
también, ya lo conté aquí o en uno de mis sermones, no lo recuerdo. Me encontré
con un mendigo en Roma en cuyos ojos veía la mirada de Cristo. Por supuesto me
esperé para hablar con él ¡y casualmente me
encontré con él uno dos días más! Si de mí hubiera dependido, hubiera
hablado cada día con él. Nunca, jamás, la presencia de alguien me ha impactado
tanto. Sin duda lo notó y no me importó lo más mínimo.
P. FORTEA
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