Hoy, como cada 29 de abril, la Iglesia Católica celebra la fiesta de Santa Catalina de Siena, mística y Doctora de la Iglesia. Catalina fue integrante de la Tercera Orden de Santo Domingo, gran defensora del papado y copatrona de Europa.
HACER DEL MUNDO UN
LUGAR CÁLIDO Y LUMINOSO
Alguna vez la santa escribió: “Si somos lo
que debemos ser, prenderemos fuego al mundo entero”. Estas palabras
encierran un profundo significado. Catalina estaba convencida del llamado que
Dios hace a cada uno, para el que hemos y seremos provistos por su Gracia y
misericordia. Si cada cual hace con su vida aquello que Dios espera, el mundo
habrá de transformarse, se “encenderá” de
amor, dejará de ser un lugar “frío y abandonado” y
habrá de convertirse en un mundo acogedor y luminoso.
“Encender el mundo” es hoy
una expresión que evoca, de manera particular, a las mujeres en conexión con
aquello que San Juan Pablo II denominó el “genio
femenino”, es decir, el llamado de Dios a que sea la feminidad,
entendida dentro del plan divino, es la llamada a aportar una cuota de
humanidad decisiva para la Iglesia y la sociedad humana.
ORACIÓN Y ACCIÓN
Catalina Benincasa -su nombre de pila- nació en Siena (Italia) en 1347.
Sus padres eran personas de intensa piedad, lo que favoreció que ella creciera
entablando una relación personal y única con Dios. El calor de la vida familiar
fue para Catalina el inicio del conocimiento de ese “calor”
con el que el Señor enciende de caridad los corazones de sus hijos.
Gustaba mucho de la oración y de aprender cada día algo nuevo sobre las cosas
de Dios. A los siete años, le prometió a Cristo que permanecería virgen toda la
vida, porque quería vivir solo para Él.
Años más tarde, en contra de su deseo, sus padres intentaron
comprometerla en matrimonio, sin embargo, ella se resistió. Catalina no deseaba
otra cosa que mantener la promesa hecha al Señor. Catalina había entendido,
aunque fuera incipientemente, que Dios la quería para algo importante.
Una expresión clave de la consagración asumida por Catalina fue su
compromiso con los padecen. Aprendió a ver en cada persona sufriente el rostro
de Cristo y a animar a otros a que se pongan también al servicio de los demás.
Así, la vida entera de Catalina quedaría vinculada a los pobres y enfermos, a
los que amó profundamente. La santa no dejó que crecieran en su corazón falsos
conflictos entre la oración mística y la acción. Con pasión y humildad, había
hecho que Jesús sea su maestro en darle a cada cosa su tiempo.
MATRIMONIO MÍSTICO
A los 18 años, Catalina recibió el hábito de la Tercera Orden de Santo
Domingo. Asumió, con ello, la tarea de encarnar la espiritualidad dominica en
la vida secular. Fue en ese esfuerzo, que Catalina sufrió numerosas
dificultades y tentaciones. Muchas veces los ataques del demonio para que
abandone su propósito arreciaron, y no pocas veces fueron causa de dolor,
angustia y confusión. Afortunadamente Catalina se sabía frágil, necesitada de
Jesús, y con el tiempo aprendió a reconocer cada vez mejor que toda fortaleza
viene de lo alto.
En 1366, Santa Catalina experimentó el “matrimonio
místico” con Cristo. Estaba en su habitación orando cuando vio al Señor
Jesús acompañado de su Madre y un cortejo celestial frente a sí. La Virgen
María tomó su mano y la condujo hacia la de su Hijo, quien le puso un anillo,
haciéndola su esposa y le manifestó que estaría bajo su cuidado y protección el
resto de sus días, ya que el camino que le tocaba a la joven era el de cruz.
Posteriormente llegarían tiempos muy duros. Brotó una gran peste en
Europa y decenas de miles murieron. La santa siempre se mantuvo al lado de los
enfermos, la mayoría de veces, dadas las trágicas circunstancias, preparándolos
para la muerte. En esos días aciagos, Catalina no le mezquinó nada a Dios,
incluso cuando alguno entre los que atendía la ofendió o trató mal. La
paciencia y dulzura de Catalina logró derribar muchas murallas -de esas que
aíslan los corazones- de manera que Cristo pudo ingresar en ellos y dar su
salvación. El trabajo de Dios no le resultó sencillo, pero cada vez que podía
buscaba refugio en la oración, de la que se nutría y fortalecía.
PROTECTORA DEL PAPA
Muchos otros retos tuvo que enfrentar la santa en su vida. Catalina
tenía el don de reconciliar hasta a los peores enemigos, sea a fuerza de
persuasión, sea a fuerza de oración. Tenía la profundidad de quien reconoce el
interior del que tiene enfrente y penetra el alma. Por eso, Dios le encomendó
la tarea que la haría una de las mujeres más célebres de la historia.
Su misión se desarrolló durante el periodo de los Papas de Avignon
(Francia). Su virtud y santidad la convirtieron en protectora de la Sede de
Pedro. En tiempos de Papas y antipapas, ella fue la que devolvió orden a la
Iglesia: allí cuando el Papa titubeaba por miedo a
las conspiraciones políticas o a los juegos de poder, la voz de la santa se
alzaba para “encenderlo todo”. Así, Catalina trabajó incansablemente por
años y años, procurando la unidad de la Iglesia en tiempos en los que la
amenaza de un nuevo cisma asolaba al Cuerpo Místico de Cristo.
AVIGNON
El Papa Gregorio XI hizo una promesa en secreto a Dios de que
abandonaría Avignon y regresaría a Roma. Sin embargo, nuevas dudas y temores le
apagaron el corazón. Al recurrir a Catalina en busca de consejo, ella le dijo
apenas lo vio: “Cumpla con su promesa hecha a
Dios”. El Pontífice se quedó sorprendido porque no le había dicho nada a
nadie sobre lo prometido. Por fortuna, el Santo Padre, impulsado por la fuerza
arrolladora de Catalina, llegaría a cumplir su promesa y volver a la Ciudad
Eterna.
Posteriormente, durante el pontificado de Urbano VI, los cardenales se
distanciaron del Papa por su mal temperamento y declararon nula su elección,
designando a Clemente VII como su reemplazo. El procedimiento seguido con él
estuvo lleno de vicios e injusticias, y las cosas se pusieron aún peor cuando
Clemente decidió residir en Avignon. Santa Catalina envió cartas a los
cardenales rechazando su conducta y los obligó a reconocer al auténtico
Pontífice.
La santa también escribió a Urbano VI exhortándolo a llevar con temple y
gozo las dificultades que acarrea el gobierno de la Iglesia. Santa Catalina
luego visitaría Roma, a pedido del Papa, quien siguió cada una de sus
instrucciones. La santa también escribió a los reyes de Francia y Hungría para
que dejen de conspirar y apoyar el cisma. Santa Catalina se había convertido en
la gran defensora del papado.
MÍSTICA Y LEGADO PARA
EL MUNDO DE HOY
Otra visión tuvo lugar. Jesús, de pie frente a ella, le mostró dos
coronas, una de oro y otra de espinas, para que escoja. Ella le dijo: "Yo deseo, oh Señor, vivir aquí siempre conforme a
tu pasión, y encontrar en el dolor y en el sufrimiento mi reposo y
deleite". Luego tomó la corona de espinas y se la puso sobre la
cabeza.
Santa Catalina murió súbitamente el 29 de abril de 1380 en Roma, con tan
solo 33 años. El Papa Pablo VI la nombró Doctora de la Iglesia en 1970 y fue
proclamada Copatrona de Europa por San Juan Pablo II en 1999, al lado de Santa
Brígida de Suecia y Santa Teresa Benedicta de la Cruz. Su fiesta se celebra
cada 29 de abril.
"Aunque era hija de artesanos y analfabeta por
no haber tenido estudios ni instrucción, comprendió, sin embargo, las
necesidades del mundo de su tiempo con tal inteligencia que superó con mucho
los límites del lugar donde vivía, hasta el punto de extender su acción hacia
toda la sociedad de los hombres; no había ya modo de detener su valentía, ni su
ansia por la salvación de las almas", escribió
San Juan Pablo II sobre Catalina en 1980, con motivo del VI centenario de su
muerte.
Redacción ACI Prensa
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