viernes, 29 de abril de 2022

9 SÍNTOMAS QUE INDICAN QUE TE ESTÁS CONVIRTIENDO EN EL HERMANO MAYOR DEL HIJO PRÓDIGO. ¿PADECES DE ALGUNO?

 La parábola del hijo pródigo es, a mi parecer, una de las más conmovedoras. Hay tantos aspectos en ella que nos pueden ayudar en la meditación, en nuestras conversaciones con Dios, que parecen nunca agotar su riqueza.

Muchas veces me tocó contemplarme en el papel del hijo pródigo. Quizás tú también. Otras veces, en el amor infinito del Padre que espera con paciencia y delicadeza al hijo perdido, y en cómo, al verlo, le salta al cuello y se lo come a besos.

Quizás, reconociendo nuestras faltas, hasta es «más fácil» reconocernos con el hermano menor, disipador, que un día olvida a su Padre. Porque también hemos experimentado cómo Él luego nos espera, nos busca, nos ayuda a recomenzar.

Pero el hermano mayor, aunque aparece brevísimamente y solo dice una línea al Padre, también nos permite reconocer una falta no menor que la del pródigo.

¿PODEMOS RECONOCERNOS COMO EL HERMANO MAYOR?

«Un hombre tenía dos hijos. Yo me preguntaría a cuál de los dos nos gustaría parecernos. El uno no había sabido guardar su alma; el otro no había sabido entregar su corazón. Ambos han contristado a su padre; ambos se han mostrado duros con él; ambos han ignorado su bondad. El uno por su desobediencia, el otro a pesar de su obediencia», escribe Georges Chevrot en «El hijo pródigo».

Quizás nos cuesta reconocernos como el hijo mayor porque… nos cuesta reconocer que él también ha hecho mal. Podríamos, inconscientemente tal vez, querer justificarlo: «Es cierto, el hijo menor no merece tanto. El Padre no es justo».

Nos olvidamos de otras palabras del Evangelio «¿no tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?» (Mt 19, 30-20, 16).

O puede ser que no nos reconozcamos como el hermano mayor porque sí vemos que se ha equivocado al cuestionar al Amor, al pedir cuentas a la Sabiduría. Y, en cambio, nos vemos muy «perfectos» como para ser el mal ejemplo de una parábola. Sin embargo, a la vez decimos sus mismas palabras: «yo siempre he servido, siempre he sido obediente».

Nosotros mismos «pensamos con naturalidad que, cuando se habla de pecadores, se trata de los demás. Y he aquí que se presenta la ocasión, inesperada, sorprendente, que nos convence de que también nosotros pertenecemos a la familia de los pecadores» (Georges Chevrot, El hijo pródigo).

EL HERMANO MAYOR TAMBIÉN ESTABA LEJOS DEL HOGAR

«Durante toda mi vida fui responsable, tradicional y hogareño. Pero, con todo, había estado tan perdido como el hijo menor», escribe Henri Nouwen en «El regreso del hijo pródigo». Cuenta el autor de este maravilloso libro que, de pronto, un día se vio de una forma totalmente nueva.

«Vi mis celos, mi cólera, mi susceptibilidad, mi cabezonería, mi resentimiento y, sobre todo, mi sutil fariseísmo. Vi lo mucho que me quejaba y comprobé que gran parte de mis pensamientos y de mis sentimientos eran manejados por el resentimiento», describe.

«Por un momento me pareció imposible que alguna vez hubiera podido pensar en mí como en el hijo menor. Con toda seguridad, yo era el hijo mayor, pero estaba tan perdido como su hermano, aunque hubiera estado “en casa” toda mi vida». Así nos puede pasar, hasta que un día despertamos. Abrimos los ojos. Nos miramos, y no nos gusta lo que vemos.

Y entonces, nos preguntamos: «¿En qué momento me he convertido en el hermano mayor?».

Si aún no estás seguro de que sea tu caso, quiero compartirte algunos «síntomas», que podrían ayudarte para hacer examen. Y, si descubres que tienes una leve fiebre de hermano mayor, acudas de nuevo al Padre. Que te espera con los mismos brazos abiertos y besos nuevos, como recibió al menor.

1. RESENTIMIENTO… MAÑANA, TARDE Y NOCHE

 

Nuevamente, citaré a Nouwen, en el momento en que se descubre como el hermano mayor: «En vez de estar agradecido por todos los privilegios que había recibido, me había convertido en una persona resentida: celosa de mis hermanos y hermanas menores que habían corrido tantos riesgos y que, a pesar de todo, eran recibidos tan calurosamente».

¿Por qué otros tienen esto o aquello, y yo no? ¿Por qué a otras personas (buenas) Dios les lleva por un camino más placentero? ¿Por qué me toca esta cruz tan pesada, y no aquella otra, que me gustaría?

¿Por qué, siendo una persona tan buena, obedeciendo todo… no tengo lo que veo que mis hermanos tienen? Hermanos que – según pienso yo – no lo valoran como yo lo valoraría. Algunos incluso «no se lo merecen».

Envolverte en estas preguntas o ideas probablemente te estén llevando por el camino del resentimiento.

ANTÍDOTO: puedes pedir a Dios «dame, Señor, un corazón nuevo». Él quiere renovarte, Él quiere que tu corazón se entregue por completo. No te lo negará, si se lo pides con paciencia y cariño.

2. EN EL FONDO, TE ALEGRAS CUANDO VES QUE EL OTRO SE EQUIVOCA

¿Por qué será? A veces uno puede sentirse satisfecho al ver que el otro ha caído. Puede deberse a un sentido de autosuficiencia («soy mejor») o a una falta de caridad («se lo merecía»).

Esto es un poco lo que ocurrió al hermano mayor: «mi hermano menor se merece morir de hambre y vestir harapos, él decidió vivir una vida licenciosa. Yo merezco la fiesta y el ternero porque siempre fui obediente».

Por suerte, el Padre tiene mucho mejor criterio que nosotros a la hora de repartir su misericordia. Repartirla incluso con nosotros, que necesitamos su paciencia para corregirnos esta actitud de superioridad.

ANTÍDOTO: Recuerda lo que dijo San Juan, que no se puede amar al Padre sin amar al hermano. Reza por quienes se equivocan, ofrece alguna pequeña mortificación por ellos. Si los tienes en tus oraciones y los encomiendas en tus penas, irán entrando a tu corazón.

3. BUSCAS QUE TE AGRADEZCAN O FELICITEN

Puede ocurrir que, tras hacer alguna acción buena, miremos a nuestros costados para ver si alguien lo notó. Y si nadie nos felicita, al menos esperamos que Dios nos tenga en cuenta y nos dé algo – una gracia especial, un favor, etc. – a cambio.

Por el contrario, si nos ocupamos de una labor callada, discreta, en la que ponemos nuestros esfuerzos y cansancios, pero nadie dice nada al respecto, podemos sentir que algo de enojo hierve dentro nuestro.

Como el hijo mayor, que esperaba un festín y un corderito para celebrar con sus amigos a cambio de sus buenas obras.

Sin embargo, conviene recordar que la ganancia más grande a la que podemos aspirar, no se encuentra en esta vida. También podemos confiar en las palabras del Padre, que ve en lo secreto y en lo secreto recompensará.

 ANTÍDOTO: la humildad. Sobre ella se asientan todas las virtudes… ¿Conoces las letanías de la humildad? ¡Te invito a rezarlas! Ayuda, especialmente después de cada comunión. O bien, puedes meditarlas en tu oración.

4. LAS MEJORAS DEL OTRO NUNCA SON SUFICIENTE

Cuando acompañas espiritualmente a alguien – o como catequista – observas que la persona a la que ayudas no avanza tan rápido como a ti te gustaría. O empieza a hacer oración, pero no va a misa. O reza el rosario, pero no siempre. Y algo dentro tuyo se exaspera.

Creo que hay dos motivos de fondo. Por un lado, comparas al otro contigo mismo y, si tú procuras crecer en virtudes o en vida de oración, y te esfuerzas en ello, quieres ver en otros el mismo esfuerzo. Nuevamente, puede ser porque, en tus esfuerzos, se ha perdido de vista que no son luchas vacías o personales, sino un camino para amar cada vez más.

Al hermano mayor le pasó esto: se puso celoso al ver que volvía a la casa del Padre pero con un esfuerzo menor que el suyo. El esfuerzo del hijo pródigo por volver a la casa paterna, estaba fundado en la confianza en la misericordia paterna y en dejarse querer.

El hermano mayor, en cambio, basaba sus méritos en los sacrificios, en el voluntarismo, en cuánto le costaba trabajar en la casa del Padre.

Por otro lado, puede haber algo de soberbia oculta. ¿Quizás te sentirías mejor si el otro «avanza» más rápido, porque tú le has ayudado?

ANTÍDOTO: llevar las luchas de los demás y sus necesidades a la oración. Redescubrir que es el Padre el que da Su gracia y ayuda a Sus hijos, los espera y respeta el tiempo de cada uno.

5.  CUMPLES, CUMPLES… PERO ES PURO VOLUNTARISMO

El hermano mayor dice al Padre que él «siempre le ha servido». Ha abajado su condición de hijo amado, para verse como un siervo obediente. Un empleado de su casa, y uno muy bueno, que no falla. Pero que se ha olvidado de amar.

Al hermano mayor le importa más tener una hoja de servicios inmaculada, pero no se ha ocupado de blanquear su corazón. Porque este ahora está puesto en las cosas que hace, y no en por quién las hace.

No está mal hacer las cosas que vemos que conviene hacer. Pero hemos de educar nuestra libertad para escogerlas también con el corazón. Porque quien «hace, hace, hace…» se cansa. Pero quien «ama, ama, ama…», ama cada vez más.

ANTÍDOTO: medita en la libertad que Dios nos da, para escoger el camino que Él propone, por amor a Quien propone y no para lucir una lista de éxitos.

6. TE ENOJAS SI TUS COMPAÑEROS NO HACEN LAS COSAS «A TU MANERA»

¿A tu manera? ¡Si buscamos hacer las cosas a la manera de Dios! Y cada uno tiene un camino. Hay que aprender a ser más transigentes ante aquello que no es pecado. ¿Que aquel reza mientras camina? ¿Este otro escucha un audio del rosario? ¿Aquel tiene el pelo violeta…?

ANTÍDOTO: recuerda que ¡hay muchos carismas en la Iglesia! Medita en lo que nos enseñó San Pablo: «Dios ha dispuesto los diversos miembros colocando cada uno en el cuerpo como ha querido. Si todos fueran el mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Pero hay muchos miembros, y un solo cuerpo».

7. TE MOLESTA QUE OTROS VIVAN LA VIDA QUE ELEGISTE NO VIVIR

Me pregunto si el hermano mayor alguna vez no pensó en irse de la casa. Quizás se quedó, pero no porque desease compartir su vida con su Padre. Tal vez sabía que el hermano menor hizo mal, pero una parte suya envidiaba su aparente libertad, sus diversiones.

 Pero, tal vez, sabía que no estaba bien lo que hacía el hermano pequeño. Pero, tal vez, tampoco sabía por qué estaba bien quedarse.

Este síntoma acompaña al punto 5: hacer las cosas por voluntarismo, no por amor. No con libertad. Pero, a la vez, resentirse y enojarse al ver a otros hacer algo distinto a lo que se escogió.

Quizás no hacemos algo porque decimos «eso es pecado». Y basamos nuestra conducta en una lista de negaciones en vez de una lista de afirmaciones. La afirmación a lo bueno.

ANTÍDOTO: recuerda que no dices «no» a algo malo… estás diciendo «sí» a algo bueno. A veces, incluso, dirás «no» a algo que no es malo, pero para decir un «¡sí!» muy alto y claro, a algo mucho mejor.

8. HAS OLVIDADO TU HISTORIA DE AMOR CON DIOS

San Josemaría Escrivá escribió: «¿Que cuál es el secreto de la perseverancia? El Amor. —Enamórate, y no “le” dejarás». Ya hablé de esto más arriba, pero déjame insistir una última vez en la importancia de trabajar en el amor.

Las relaciones duran cuando se trabajan. El amor crece, cuando se le dedica tiempo. Y Dios es una Persona. Quiere escucharte, quiere ayudarte, y también quiere que tú le escuches. Que le dediques tiempo.

Si mantienes encendido el corazón, te espera un camino fantástico. No dejará de haber cansancio, y el esfuerzo siempre estará presente. Pero tendrá un sentido nuevo. Tu vida entera tendrá un relieve divino, emocionante.

ANTÍDOTO: cuida especialmente los ratos de oración. Siéntate frente al Santísimo, si puedes, y conversa con Él. Cuéntale cómo le conociste, recuerda tus primeros pasos en la fe, pregúntale cómo puedes reavivar la llama del amor.

9. EL SÍNTOMA FINAL (Y EL CONCLUYENTE)

Si has leído alguno de los síntomas – o todos – y te has dicho «¡Soy un desastre! Soy tal como el hijo mayor». ¡No te desanimes! Quizás, no lo seas.

Sentir no es consentir. Percibir en el cuerpo la sensación del enojo o la ira, es natural; pero rechazarlas y procurar responder no desde estas, sino desde el amor… es más que natural, es sobrenatural.

 Si luchas así, no eres el hermano mayor. Eres solo un hermano, a secas. Un hermano que procura querer a sus hermanos, aunque se equivoque, aunque tenga debilidades. Eso es camino de santidad. Vas mejor de lo que crees.

Escrito por: María Belén Andrada

No hay comentarios: