La parábola del hijo pródigo es, a mi parecer, una de las más conmovedoras. Hay tantos aspectos en ella que nos pueden ayudar en la meditación, en nuestras conversaciones con Dios, que parecen nunca agotar su riqueza.
Muchas veces me tocó
contemplarme en el papel del hijo pródigo. Quizás tú también. Otras veces, en
el amor infinito del Padre que espera con paciencia y delicadeza al hijo
perdido, y en cómo, al verlo, le salta al cuello y se lo come a besos.
Quizás, reconociendo nuestras
faltas, hasta es «más fácil» reconocernos con el hermano menor, disipador, que
un día olvida a su Padre. Porque también hemos experimentado cómo Él luego nos
espera, nos busca, nos ayuda a recomenzar.
Pero
el hermano mayor, aunque aparece brevísimamente y solo dice una línea al Padre,
también nos permite reconocer una falta no menor que la del pródigo.
¿PODEMOS RECONOCERNOS COMO EL HERMANO MAYOR?
«Un hombre tenía
dos hijos. Yo me preguntaría a cuál de los dos nos gustaría parecernos. El
uno no había sabido guardar su alma; el otro no había sabido entregar su
corazón. Ambos han contristado a su padre; ambos se han mostrado
duros con él; ambos han ignorado su bondad. El uno por su desobediencia, el
otro a pesar de su obediencia», escribe Georges Chevrot en «El hijo
pródigo».
Quizás
nos cuesta reconocernos como el hijo mayor porque… nos cuesta reconocer que él
también ha hecho mal. Podríamos, inconscientemente tal vez, querer justificarlo: «Es cierto, el hijo menor no merece tanto. El Padre no es
justo».
Nos olvidamos de otras
palabras del Evangelio «¿no tengo derecho a
disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?» (Mt
19, 30-20, 16).
O puede ser que no nos
reconozcamos como el hermano mayor porque sí vemos que se ha equivocado al
cuestionar al Amor, al pedir cuentas a la Sabiduría. Y, en cambio, nos vemos
muy «perfectos» como para ser el mal ejemplo
de una parábola. Sin embargo, a la vez decimos sus mismas palabras: «yo siempre he servido, siempre he sido obediente».
Nosotros mismos «pensamos con naturalidad que, cuando se habla
de pecadores, se trata de los demás. Y he aquí que
se presenta la ocasión, inesperada, sorprendente, que nos convence de que
también nosotros pertenecemos a la familia de los pecadores» (Georges
Chevrot, El hijo pródigo).
EL HERMANO MAYOR TAMBIÉN ESTABA LEJOS DEL HOGAR
«Durante toda mi
vida fui responsable, tradicional y hogareño. Pero, con todo, había estado tan
perdido como el hijo menor», escribe Henri Nouwen en «El regreso del hijo
pródigo». Cuenta el autor de este maravilloso libro que, de pronto, un
día se vio de una forma totalmente nueva.
«Vi mis celos,
mi cólera, mi susceptibilidad, mi cabezonería, mi resentimiento y, sobre todo,
mi sutil fariseísmo. Vi lo mucho que me quejaba y comprobé que gran parte de
mis pensamientos y de mis sentimientos eran manejados por el resentimiento»,
describe.
«Por un momento
me pareció imposible que alguna vez hubiera podido pensar en mí como en el hijo
menor. Con toda seguridad, yo era el hijo mayor, pero estaba tan perdido como
su hermano, aunque hubiera estado “en casa” toda mi vida». Así nos puede pasar,
hasta que un día despertamos. Abrimos los ojos. Nos miramos, y no nos gusta lo
que vemos.
Y entonces, nos
preguntamos: «¿En qué momento me he convertido en el hermano mayor?».
Si aún no estás seguro de que
sea tu caso, quiero compartirte algunos «síntomas»,
que podrían ayudarte para hacer examen. Y, si descubres que tienes una
leve fiebre de hermano mayor, acudas de nuevo al Padre. Que te espera con los
mismos brazos abiertos y besos nuevos, como recibió al menor.
1. RESENTIMIENTO… MAÑANA, TARDE Y NOCHE
Nuevamente, citaré a Nouwen,
en el momento en que se descubre como el hermano mayor: «En vez de estar agradecido por todos los privilegios que
había recibido, me había convertido en una persona resentida: celosa de mis
hermanos y hermanas menores que habían corrido tantos riesgos y que, a pesar de
todo, eran recibidos tan calurosamente».
¿Por qué otros
tienen esto o aquello, y yo no? ¿Por qué a otras personas (buenas) Dios les
lleva por un camino más placentero? ¿Por qué me toca esta cruz tan pesada, y no
aquella otra, que me gustaría?
¿Por qué, siendo
una persona tan buena, obedeciendo todo… no tengo lo que veo que mis hermanos
tienen? Hermanos que
– según pienso yo – no lo valoran como yo lo valoraría. Algunos incluso «no se lo merecen».
Envolverte en estas preguntas
o ideas probablemente te estén llevando por el camino del resentimiento.
ANTÍDOTO: puedes pedir a Dios «dame, Señor, un corazón
nuevo». Él quiere renovarte, Él quiere que tu corazón se entregue por
completo. No te lo negará, si se lo pides con paciencia y cariño.
2. EN EL FONDO, TE ALEGRAS CUANDO VES QUE EL
OTRO SE EQUIVOCA
¿Por qué será? A veces uno puede sentirse
satisfecho al ver que el otro ha caído. Puede deberse a un sentido de autosuficiencia
(«soy mejor») o a una falta de caridad («se lo merecía»).
Esto es un poco lo que ocurrió
al hermano mayor: «mi hermano menor se merece morir
de hambre y vestir harapos, él decidió vivir una vida licenciosa. Yo merezco la
fiesta y el ternero porque siempre fui obediente».
Por suerte, el Padre tiene
mucho mejor criterio que nosotros a la hora de repartir su misericordia.
Repartirla incluso con nosotros, que necesitamos su paciencia para corregirnos
esta actitud de superioridad.
ANTÍDOTO: Recuerda lo que dijo San Juan,
que no se puede amar al Padre sin amar al hermano. Reza por quienes se
equivocan, ofrece alguna pequeña mortificación por ellos. Si los tienes en tus
oraciones y los encomiendas en tus penas, irán entrando a tu corazón.
3. BUSCAS QUE TE AGRADEZCAN O FELICITEN
Puede ocurrir que, tras hacer
alguna acción buena, miremos a nuestros costados para ver si alguien lo notó. Y
si nadie nos felicita, al menos esperamos que Dios nos tenga en cuenta y nos dé
algo – una gracia especial, un favor, etc. – a cambio.
Por el contrario, si nos
ocupamos de una labor callada, discreta, en la que ponemos nuestros esfuerzos y
cansancios, pero nadie dice nada al respecto, podemos sentir que algo de enojo
hierve dentro nuestro.
Como el hijo mayor, que
esperaba un festín y un corderito para celebrar con sus amigos a cambio de sus
buenas obras.
Sin embargo, conviene recordar
que la ganancia más grande a la que podemos aspirar, no se encuentra en esta
vida. También podemos confiar en las palabras del Padre, que ve en lo secreto y
en lo secreto recompensará.
ANTÍDOTO: la humildad. Sobre ella se asientan todas las virtudes… ¿Conoces las letanías de la humildad? ¡Te invito a
rezarlas! Ayuda, especialmente después de cada comunión. O bien, puedes
meditarlas en tu oración.
4. LAS MEJORAS DEL OTRO NUNCA SON SUFICIENTE
Cuando acompañas
espiritualmente a alguien – o como catequista – observas que la persona a la
que ayudas no avanza tan rápido como a ti te gustaría. O empieza a hacer
oración, pero no va a misa. O reza el rosario, pero no siempre. Y algo dentro
tuyo se exaspera.
Creo que hay dos motivos de
fondo. Por un lado, comparas al otro contigo mismo y, si tú procuras crecer en
virtudes o en vida de oración, y te esfuerzas en ello, quieres ver en otros el
mismo esfuerzo. Nuevamente, puede ser porque, en tus esfuerzos, se ha perdido
de vista que no son luchas vacías o personales, sino un camino para amar cada
vez más.
Al hermano mayor le pasó esto:
se puso celoso al ver que volvía a la casa del
Padre pero con un esfuerzo menor que el suyo. El esfuerzo del hijo
pródigo por volver a la casa paterna, estaba fundado en la confianza en la
misericordia paterna y en dejarse querer.
El hermano mayor, en cambio,
basaba sus méritos en los sacrificios, en el voluntarismo, en cuánto le costaba
trabajar en la casa del Padre.
Por otro lado, puede haber
algo de soberbia oculta. ¿Quizás te sentirías mejor
si el otro «avanza» más rápido, porque tú le has ayudado?
ANTÍDOTO: llevar las luchas de los demás y sus necesidades a la oración.
Redescubrir que es el Padre el que da Su gracia y ayuda a Sus hijos, los espera
y respeta el tiempo de cada uno.
5. CUMPLES, CUMPLES… PERO ES PURO
VOLUNTARISMO
El hermano mayor dice al Padre
que él «siempre le ha servido». Ha abajado
su condición de hijo amado, para verse como un siervo obediente. Un empleado de
su casa, y uno muy bueno, que no falla. Pero que se ha olvidado de amar.
Al hermano mayor le importa
más tener una hoja de servicios inmaculada, pero no se ha ocupado de blanquear
su corazón. Porque este ahora está puesto en las cosas que hace, y no en por
quién las hace.
No está mal hacer las cosas
que vemos que conviene hacer. Pero hemos de educar nuestra libertad para
escogerlas también con el corazón. Porque quien «hace,
hace, hace…» se cansa. Pero quien «ama, ama,
ama…», ama cada vez más.
ANTÍDOTO: medita en la libertad que Dios nos da, para escoger el camino que Él
propone, por amor a Quien propone y no para lucir una lista de éxitos.
6. TE ENOJAS SI TUS COMPAÑEROS NO HACEN LAS
COSAS «A TU MANERA»
¿A tu manera?
¡Si buscamos hacer las cosas a la manera de Dios! Y cada uno tiene un camino.
Hay que aprender a ser más transigentes ante aquello que no es pecado. ¿Que aquel reza mientras camina? ¿Este otro escucha un
audio del rosario? ¿Aquel tiene el pelo violeta…?
ANTÍDOTO: recuerda que ¡hay muchos carismas en la
Iglesia! Medita en lo que nos enseñó San Pablo: «Dios
ha dispuesto los diversos miembros colocando cada uno en el cuerpo como ha
querido. Si todos fueran el mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Pero hay
muchos miembros, y un solo cuerpo».
7. TE MOLESTA QUE OTROS VIVAN LA VIDA QUE ELEGISTE
NO VIVIR
Me pregunto si el hermano
mayor alguna vez no pensó en irse de la casa. Quizás se quedó, pero no porque
desease compartir su vida con su Padre. Tal vez sabía que el hermano menor hizo
mal, pero una parte suya envidiaba su aparente libertad, sus diversiones.
Pero, tal vez, sabía que
no estaba bien lo que hacía el hermano pequeño. Pero, tal vez, tampoco sabía
por qué estaba bien quedarse.
Este síntoma
acompaña al punto 5: hacer las cosas por voluntarismo, no por amor. No con libertad. Pero, a la
vez, resentirse y enojarse al ver a otros hacer algo distinto a lo que se
escogió.
Quizás no hacemos algo porque
decimos «eso es pecado». Y basamos nuestra
conducta en una lista de negaciones en vez de una lista de afirmaciones. La
afirmación a lo bueno.
ANTÍDOTO: recuerda que no dices «no» a algo
malo… estás diciendo «sí» a algo bueno. A
veces, incluso, dirás «no» a algo que no es
malo, pero para decir un «¡sí!» muy alto y
claro, a algo mucho mejor.
8. HAS OLVIDADO TU HISTORIA DE AMOR CON DIOS
San Josemaría Escrivá
escribió: «¿Que cuál es el secreto de la
perseverancia? El Amor. —Enamórate, y no “le” dejarás». Ya hablé de esto
más arriba, pero déjame insistir una última vez en la importancia de trabajar
en el amor.
Las relaciones duran cuando se
trabajan. El amor crece, cuando se le dedica tiempo. Y Dios es una Persona.
Quiere escucharte, quiere ayudarte, y también quiere que tú le escuches. Que le
dediques tiempo.
Si mantienes encendido el
corazón, te espera un camino fantástico. No dejará de haber cansancio, y el
esfuerzo siempre estará presente. Pero tendrá un sentido nuevo. Tu vida entera
tendrá un relieve divino, emocionante.
ANTÍDOTO: cuida especialmente los ratos de oración. Siéntate frente al Santísimo,
si puedes, y conversa con Él. Cuéntale cómo le conociste, recuerda tus primeros
pasos en la fe, pregúntale cómo puedes reavivar la llama del amor.
9. EL SÍNTOMA FINAL (Y EL CONCLUYENTE)
Si has leído alguno de los
síntomas – o todos – y te has dicho «¡Soy un
desastre! Soy tal como el hijo mayor». ¡No te desanimes! Quizás, no lo
seas.
Sentir no es consentir.
Percibir en el cuerpo la sensación del enojo o la ira, es natural; pero
rechazarlas y procurar responder no desde estas, sino desde el amor… es más que
natural, es sobrenatural.
Si luchas así, no eres
el hermano mayor. Eres solo un hermano, a secas. Un hermano que procura querer
a sus hermanos, aunque se equivoque, aunque tenga debilidades. Eso es camino de
santidad. Vas mejor de lo que crees.
Escrito por: María Belén Andrada
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