En la vida deseamos la fecundidad verdadera, la que produce frutos buenos que duran y que sirven.
Por: P. Fernando Pascual, L.C. | Fuente:
Catholic.net
Nos gusta la vida, sobre
todo por tantas experiencias de amor que dan sentido y brillo a cada jornada.
En esa vida deseamos la fecundidad verdadera, la
que produce frutos buenos que duran y que sirven para el presente y para el
futuro.
La fecundidad llega a ser
plena si se construye en el tiempo y salta hasta la vida eterna. Entonces
todo adquiere sentido, porque tiene la fuerza del amor completo.
Esa fecundidad plena solo es posible cuando el
sarmiento está unido a la vid, cuando el discípulo vive junto a su Maestro.
“Yo soy la vid; vosotros
los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto; porque
separados de mí no podéis hacer nada” (Jn
15,5).
Cuando dejamos al Señor,
cuando buscamos vivir según los criterios del mundo, empezamos a ser estériles.
Entonces todo lo que hacemos, incluso lo que
podría ser útil, está herido por el mal del egoísmo, la avaricia, la soberbia,
la vanagloria.
En cambio, si permitimos que la Sangre de
Cristo alimente nuestras almas y nos contagie con el Amor pleno, adquirimos esa
fecundidad que lleva a la vida.
Cada día escojo con qué linfa alimento mis
pensamientos y decisiones. Si me uno a la Vid de Dios un fuego indestructible
habitará en mis actos, y llegaré a milagros insospechados.
“En verdad, en verdad os
digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores
aún, porque yo voy al Padre” (Jn 14,12).
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