«Al saltar a tierra, ven unas brasas…, un pescado…, y pan. Jesús les dice: Vamos, almorzad» (Jn 21, 9ss)
El
hombre necesita perder, de vez en cuando, los aires solemnes, los tonos
engolados, los trabajos importantes y aceptar el descanso del ocio trivial.
También la fe, trabajada penosamente desde los más arduos argumentos
teológicos, necesita perder de vista, de vez en cuando, a un Dios arcano para
airarse con la frescura elemental de un Dios que se sienta a la rueda de los que comen el bocadillo y comparte con
ellos los peces recién pescados.
Bendita
la amistad que solaza las almas y benditos el agua, el monte, la brisa que
acaricia, el aguacero que empapa, la mochila que guarda las reservas para ganar
la última apuesta a la fatiga.
Bendito Dios que nos deja gozar de su presencia en el marco amable
de la naturaleza y del ocio distendido.
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