Luis Argüello, obispo auxiliar de Valladolid y secretario general de la Conferencia Episcopal Española, expresó el rechazo de los obispos al proyecto de ley de eutanasia: «No hay enfermos incuidables, aunque sean incurables».
Se ha
iniciado en nuestro país el debate parlamentario de la Proposición de Ley
Orgánica de regulación de la Eutanasia, presentada por el Grupo Parlamentario
Socialista, y que todo hace suponer que en breve será Ley.
Por ello
me planteo las siguientes preguntas: ¿Qué dice la Iglesia
sobre la Eutanasia? ¿Qué deben pensar los católicos sobre ella?
HE
AQUÍ LO QUE DIJO EL CONCILIO: “Cuanto atenta contra la vida
-homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo
suicidio deliberado-; cuanto viola la integridad de la persona humana, como,
por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos
sistemáticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana,
como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las
deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de
jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al
rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la
responsabilidad de la persona humana: todas estas prácticas y otras parecidas
son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a
sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al
Creador” (Gaudium
et Spes nº 27). En pocas palabras, para la Iglesia católica, una ley que
permita la eutanasia o, peor aún, que la declare un derecho, como sucede con
esta ley, es una ley infame.
Para el Catecismo de la Iglesia Católica,
“el quinto mandamiento considera como gravemente pecaminoso el homicidio
directo y voluntario” (nº 2268).
SAN
JUAN PABLO II
DECÍA: “Reivindicar el derecho al aborto, al infanticidio, a la eutanasia, y
reconocerlo legalmente, significa atribuir a la libertad humana un significado
perverso e inicuo: el de un poder absoluto sobre los demás y contra los demás.
Pero ésta es la muerte de la verdadera libertad” (encíclica Evangelium Vitae, nº 20).
Pero es en el nº 57 donde se expresa con mayor claridad: “El absoluto carácter inviolable de la vida humana
inocente es una verdad moral explícitamente enseñada en la Sagrada Escritura,
mantenida constantemente en la Tradición de la Iglesia y propuesta de forma
unánime por su Magisterio”... “Por tanto, con la autoridad conferida por Cristo
a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con los Obispos de la Iglesia católica,
confirmo que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es
siempre gravemente mala desde el punto de vista moral y nunca puede ser lícita
ni como fin ni como medio para un fin bueno. En efecto, es una desobediencia grave a la
ley moral, más aún, a Dios mismo”
(EV nº 57). Por tanto no estamos sólo ante una Ley infame, sino ante un pecado mortal.
EL
TRATAMIENTO MÉDICO A LOS ENFERMOS TERMINALES DEBE TENER EN CUENTA ESTOS
PRINCIPIOS:
1º) La vida, lo mismo que la libertad, tiene un carácter trascendente, y no podemos por tanto renunciar
dignamente a ninguna de las dos.
2º) No a la eutanasia activa, es decir, “una acción
o una omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el
fin de evitar cualquier dolor” (EV nº 65), pues matar para aliviar el
dolor o la agonía no es una práctica ética y el personal sanitario está para
curar y no para matar, no siendo lo mismo procurar la muerte que permitirla.
Nadie tiene derecho a matar a nadie, como ya afirmaba el juramento hipocrático.
3º) No a la eutanasia pasiva, entendida como la omisión de la atención y
cuidados debidos. Morir con dignidad es morir amado. Como dicen nuestros
obispos en su nota del 14 de septiembre: “No hay
enfermos incuidables, aunque sean incurables”. Hay un dicho que reza
así: si puedes curar, cura; si no puedes curar,
alivia; si no puedes aliviar, consuela, y en todo caso consuela siempre. El
enfermo necesita cuidados y cariño. Si los tiene, según multitud de testimonios
médicos es muy difícil que pida la eutanasia.
Por Pedro Trevijano
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