“Si se invoca a la Madre de Dios y se la toma como Patrona en las cosas importantes, no puede ocurrir sino que todo vaya bien y redunde en gloria del buen Jesús, su Hijo”, decía San Vicente de Paul, Patrono de las obras de caridad y fundador de la Congregación de la Misión (Vicentinos) y de las Hijas de la Caridad.
San Vicente nació en Francia en 1581, en una familia de campesinos.
Siendo adolescente fue enviado al colegio de los franciscanos en la próspera
ciudad de Dax. Allí se entregó de lleno a los estudios. Recibió la tonsura y
las órdenes menores para luego ingresar a la universidad de Toulouse, donde
estudió teología. Antes de fallecer, su padre destinó que sus bienes sirvieran
para pagar sus estudios, pero el joven Vicente prefirió renunciar a ellos y decidió
vérselas por sí mismo, de manera que empezó a trabajar como educador en un
colegio.
Fue ordenado sacerdote en 1600 con tan solo diecinueve años y se le
asignó una parroquia para que se encargue de ella. De acuerdo al código de
derecho canónico, su corta edad le impedía asumir una responsabilidad de esa
naturaleza, por lo que renunció a ella y prefirió continuar sus estudios. Para
lograr dicho cometido, Vicente necesitaba de dinero. Fue entonces que recibió
el anuncio de que una anciana dama de Toulouse le había dejado una herencia.
Vicente se embarcó rumbo a Marsella para cobrarla. Lamentablemente, cuando se
embarcó de regreso, el barco fue atacado por piratas turcos y Vicente fue hecho
prisionero.
Varios de sus biógrafos dan cuenta de que fue vendido como esclavo y que
estuvo al servicio de un pescador, luego de un médico y finalmente de un
cristiano apóstata, exfraile franciscano. A este último, Vicente logró
convertirlo de nuevo a la fe cristiana -había adoptado el Islam- y así, pudo
regresar junto con él rumbo a París.
Después de retomar el ejercicio sacerdotal, Vicente fue nombrado como
párroco, pero tuvo que pasar por abundantes penurias económicas.
Providencialmente, a través de un amigo suyo, consiguió el empleo de preceptor
de una ilustre familia lugareña. Es en medio de estas circunstancias que
Vicente empieza a decantar la profundidad del Evangelio y la exigencia
cristiana de vivir la caridad radicalmente, especialmente con los más
necesitados.
Vicente empezó con mayor celo a estar disponible para atender
moribundos, gente abandonada, enfermos. Empezó a frecuentar lugares remotos con
el propósito de atender a quien lo requería. Sabía muy bien que Dios en su
ternura no podía olvidarse del más necesitado.
Su experiencia de vida al servicio del Señor le infundió en el corazón
el deseo de organizar una congregación que se ocupase de administrar
principalmente obras de caridad. Así, Vicente fundó la Congregación de la
Misión. Ser misionero para él era algo que debía sostenerse en la oración
dedicada y constante. Su tiempo como preceptor -y la buena formación teológica
que recibió- lo inspiró para que los miembros de la congregación se dediquen
también a la formación del clero. Después, junto a Santa Luisa de Marillac,
fundaría la Compañía de las Hijas de la Caridad. Para San Vicente, además de la
oración, era indispensable el cultivo de la virtud de la humildad. Esta debería
ser la primera cualidad de los sacerdotes misioneros.
San Vicente tuvo la oportunidad de conocer a San Francisco de Sales,
obispo, quien le encargó la capellanía de las Visitandinas (Orden de la
Visitación) de París y la dirección espiritual de Santa Juana de Chantal.
Asimismo, se desempeñó como consejero de autoridades y gobernantes.
Vicente fue verdadero amigo de los desposeídos y celoso apóstol de su
tiempo. Partió a la Casa del Padre el 27 de septiembre de 1660.
Redacción ACI Prensa
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