«El Señor nos reconocerá por una vida de fe que se
traduce en las obras»
El Papa dirigió
ayer el rezo Ángelus este domingo desde el balcón del Palacio Apostólico en el
Vaticano. Como es habitual, el Pontífice comentó el evangelio del día antes de
rezar la oración.
(Zenit/InfoCatólica) Alocución completa del papa
Francisco anterior al rezo del Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
El Evangelio de hoy (cf. Lc
13, 22-30) nos presenta a Jesús, que pasa enseñando por ciudades y pueblos, en
su camino hacia Jerusalén, donde sabe que debe morir en la cruz por la
salvación de todos nosotros. En este contexto, se inserta la pregunta
de tal persona, que se vuelve hacia él y le dice: «Señor,
¿son pocos los que son se salvan?» (v. 23).
La
cuestión era debatida en aquel tiempo –cuantos se salvan, cuantos no…– y había diferentes maneras de
interpretar las Escrituras al respecto, dependiendo de los textos que tomaran. Pero Jesús invierte la pregunta,
–que se centra más en la cantidad, «¿son pocos?»– y en cambio, coloca la respuesta en el plano de la responsabilidad, invitándonos
a hacer buen uso del tiempo presente. En efecto dice: Esfuércense por entrar por la puerta
estrecha, porque muchos intentarán entrar pero no lo conseguirán.
Con estas palabras, Jesús deja
claro que no se trata de una cuestión de número, ¡no hay un «número cerrado» en el Paraíso! Se trata de cruzar el pasaje derecho ahora
mismo, y este pasaje derecho es para todos, pero es estrecho. Ese es el problema. Jesús no quiere
engañarnos, diciendo: «Sí, estad tranquilos, es
fácil, hay una bonita autopista y una gran puerta en la parte inferior…». No
nos dice eso. Nos habla de la puerta estrecha. Nos dice las cosas como son: el
pasaje es estrecho.
¿En qué sentido?
En el
sentido de que
para salvarse, es necesario amar a Dios
y al prójimo, ¡y esto no es cómodo!
Es una «puerta estrecha» porque es exigente,
el
amor es exigente siempre, requiere compromiso, es decir, «esfuerzo», es decir,
la voluntad firme y decisiva para vivir según el Evangelio.
San Pablo lo llama «la buena batalla de la fe» (1 Tim 6, 12). Se necesita el
esfuerzo de todos los días, de cada día, para amar a Dios y al prójimo.
Y, para explicarse mejor,
Jesús narra una parábola. Hay un casero que representa al Señor. Su casa
simboliza la vida eterna, es decir, la salvación. Y aquí vuelve la imagen de la
puerta. Jesús dice: «Cuando el casero se levante y
cierre la puerta, vosotros, que os habéis quedado fuera, empezaran a llamar a
la puerta diciendo: «Señor, ábrenos». Pero él les contestará: «No sé de dónde
son». (v. 25). Estas personas tratarán de hacerse reconocer, recordando
al casero: «Comí contigo, bebí contigo… Escuché tus
consejos, tus enseñanzas en público…». (ver v. 26); «Yo estaba allí cuando diste esa conferencia…». Pero
el señor repetirá que no los conoce, y los llama «operadores
de injusticia». ¡Ese es el problema! El Señor nos reconocerá, no por
nuestros títulos – «Pero mira, Señor, que yo
pertenecía a esa asociación, que era amigo del monseñor, del cardenal, del
sacerdote…». No, los títulos no cuentan, no cuentan. El Señor nos reconocerá sólo por una vida humilde y buena, una vida de fe
que se traduce en las obras.
Para nosotros, los cristianos,
esto significa que estamos llamados a instaurar
una verdadera comunión con Jesús, orando, yendo a la Iglesia, acercándonos a
los sacramentos, y alimentándonos con su Palabra. Esto nos mantiene en la fe, alimenta nuestra
esperanza y reaviva la caridad y así con la gracia de Dios podemos y debemos
gastar nuestra vida por el bien de nuestros hermanos, luchando contra toda
forma de mal y de injusticia.
Que
la Virgen María nos ayude. Ella pasó por la puerta
estrecha, que es Jesús. Lo acogió con todo su corazón y lo siguió todos los
días de su vida, aun cuando ella no comprendía, incluso cuando una espada
atravesaba su alma. Por eso la invocamos como «Puerta
del Cielo»: María, Puerta del Cielo; una
puerta que sigue exactamente la forma de Jesús: la puerta del corazón de Dios,
corazón exigente, pero abierto a todos nosotros.
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