La profesión de fe
de la Iglesia empieza con una sencilla palabra. «Creo». Aquello en lo que
creemos nos indica qué sentido estamos dando a nuestra vida
Hace unos días me comentaba
una persona de mi Curia diocesana que había recibido una visita de alguien con
una solicitud para apostatar. Sus argumentos eran que la Iglesia está muy
atrasada en cuestiones de sexualidad, pues era un defensor de la ideología de
género y en consecuencia de la promiscuidad y que ese retraso está también en
la fe y en su relación con lo científico.
Hoy no voy a hablar de la
descabellada ideología de género, pero sí preguntarme si en lo científico
estamos retrasados. Como dicen los dos concilios Vaticano: «A pesar de que la fe esté por encima de la
razón, jamás puede haber contradicción entre ellas. Puesto que el mismo Dios que revela los misterios e
infunde la fe otorga al espíritu humano la luz de la razón, Dios no puede
negarse a sí mismo, ni lo verdadero contradecir jamás a lo verdadero» (Concilio
Vaticano I: DS 3017). «Por eso, la
investigación metódica en todas las disciplinas, si se procede de un
modo realmente científico y según las normas morales, nunca estará realmente en oposición
con la fe, porque las realidades profanas y las realidades de fe
tienen su origen en el mismo Dios». (GS 36,2). Pero es que además las
tres grandes revoluciones científicas: la copernicana, la de la Genética con
Mendel y la del Big Bang con Lemaître, se deben a científicos no sólo
católicos, sino sacerdotes, aparte que las grandes Universidades europeas son
de fundación eclesiástica, y sin olvidar que en la América española había ya
antes de la independencia un montón de Universidades, frente a lo que sucedía
en la América sajona.
La profesión de fe de la
Iglesia empieza con una sencilla palabra. «Creo». Aquello
en lo que creemos nos indica qué sentido estamos dando a nuestra vida. Pienso
que la máxima aspiración de todo ser humano es ser felices siempre, siendo el
primer interrogante si esta aspiración nuestra es o no realizable.
Ello nos lleva a enfrentarnos
directamente con el problema de Dios y de la inmortalidad del alma. Si Dios no
existe, si todo termina con la muerte, es evidente que esa máxima aspiración es
irrealizable y realmente somos víctimas de una gigantesca estafa, pues se nos
pone como meta algo sencillamente imposible. Pero los cristianos tenemos una
profesión de fe que empieza con las palabras: Creo en Dios y termina con
nuestra creencia en la vida eterna. Necesitamos dar a nuestra vida amor,
sentido y esperanza. Es decir sí pensamos que esa máxima aspiración nuestra es
factible y por tanto nuestra vida sí tiene pleno sentido.
Ahora bien es indudable que
hoy muchos no aceptan la Religión, y mucho menos la Religión Cristiana como
camino de vida. Mientras Jesús dice de sí mismo «Yo
soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6), muchos le rechazan e
intentan edificar su vida sobre un fundamento religiosamente neutro, e incluso
ateo. Pero donde no hay religión, no es raro que los hombres se creen
religiones sustitutivas, porque lo religioso no deja de ser una dimensión
esencial del ser humano.
De hecho muchos buscan la
solución a los problemas humanos en las Ciencias. Ahora bien, si éstas son
capaces de resolver y ayudarnos en muchos problemas. Hay otros que están fuera
de su campo de acción. Los antiguos griegos eran muy conscientes de esto y por
eso hablaban de Metafísica, lo que está más allá de la Física, entendida ésta
como Ciencias. Conocían por tanto que las Ciencias no pueden resolver todo.
Pero otros muchos buscan la
solución en las ideologías, que intentan satisfacer la necesidad del ser humano
de comprenderse a sí mismo y al mundo. Pero nuestro conocimiento actual no pasa
de ser limitado, fragmentario y oscuro (cf. 1 Cor 13,12), por lo que con
frecuencia las ideologías, en vez de una visión total del mundo, nos dan una
visión totalitaria, opuesta no sólo a la fe, sino también a los conocimientos
científicos e incluso al sentido común, de tal modo que fácilmente se
convierten en tiranías opresoras y de persecución, de tal modo que el último baluarte de la libertad es la Religión.
El Cristianismo nos dice que
poseemos una dignidad intrínseca, que ningún ser humano ni ningún Estado nos
pueden conceder ni arrebatar, porque son un don de Dios, y en consecuencia algo
inalienable. Todo ello me lleva a creer en la Iglesia Católica y en lo que ésta
enseña y aquí hago especial hincapié en mi creencia en Dios Uno y Trino y en la
dignidad, sentido y valor de la vida humana.
Pedro Trevijano, sacerdote
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