Todo ser humano está
llamado a la santidad, que es plenitud de la vida cristiana y perfección de la
caridad, y se realiza en la unión íntima con Cristo y, en Él, con la Santísima
Trinidad.
Por: Mons. Rafaello Martinelli | Fuente: Catholic.net
¿QUÉ SIGNIFICA SER
SANTOS?
Significa estar unidos, en Cristo, a Dios, perfecto y santo.
“Sean por tanto perfectos como es perfecto su Padre celestial” (Mt 5, 48), nos ordena Jesucristo, Hijo de Dios. “Sí, lo que Dios quiere es su santificación.” (1 Ts 4, 3).
¿POR
QUÉ DIOS QUIERE NUESTRA SANTIDAD?
Porque Dios nos ha creado “a su imagen y
semejanza” (Gn 1, 26), y de ahí que Él mismo nos diga: “Sed santos, porque yo soy santo” (Lv11,
44).
La santidad de Dios es el principio, la fuente de toda santidad.
Y, aún más, en el Bautismo, Él nos hace partícipes de su naturaleza divina, adoptándonos como hijos suyos. Y por tanto quiere que sus hijos sean santos como Él es santo.
¿ESTAMOS
TODOS LLAMADOS A LA SANTIDAD?
Todo ser humano está llamado a la santidad, que “es
plenitud de la vida cristiana y perfección de la caridad, y se realiza en la
unión íntima con Cristo y, en Él, con la Santísima Trinidad. El camino de santificación del cristiano, que
pasa por la cruz, tendrá su cumplimiento en la resurrección final de los
justos, cuando Dios sea todo en todos” (Compendio, n. 428).
¿CÓMO
ES POSIBLE LLEGAR A SER SANTOS?
- El cristiano ya es santo, en virtud del Bautismo: la santidad
está inseparablemente ligada a la dignidad bautismal de cada cristiano. En el
agua del Bautismo de hecho hemos sido “lavados
[...], santificados [...], justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en
el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor 6, 11); hemos sido hechos
verdaderamente hijos de Dios y copartícipes de la naturaleza divina, y por eso
realmente santos.
- Y porque somos santos sacramentalmente (ontológicamente - en el
plano de nuestro ser cristianos), es necesario que lleguemos a ser santos
también moralmente, es decir en nuestro pensar, hablar y actuar de cada día, en
cada momento de nuestra vida. Nos invita el Apóstol Pablo a vivir “como conviene a los santos” (Ef 5, 3), a
revestirnos “como conviene a los elegidos de Dios, santos y predilectos, de
sentimientos de misericordia, de bondad, de humildad, de dulzura y de
paciencia” (Col 3, 12).
Debemos con la ayuda de Dios, mantener, manifestar y perfeccionar con nuestra vida la santidad que hemos recibido en el Bautismo: Llega a ser lo que eres, he aquí el compromiso de cada uno.
Debemos con la ayuda de Dios, mantener, manifestar y perfeccionar con nuestra vida la santidad que hemos recibido en el Bautismo: Llega a ser lo que eres, he aquí el compromiso de cada uno.
- Este compromiso se puede realizar, imitando a Jesucristo: camino,
verdad y vida; modelo, autor y perfeccionador de toda santidad. Él es el camino
de la santidad. Estamos por tanto llamados a seguir su ejemplo y a ser
conformes a Su imagen, en todo obedientes, como Él, a la voluntad del Padre; a
tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual “se despojó de su rango, tomando la condición de siervo
(…) haciéndose obediente hasta la muerte” (Fil 2, 7-8), y por
nosotros “de rico que era se hizo pobre”
(2 Cor 8, 9).
- La imitación de Cristo, y por lo tanto el llegar a ser santos, se
hace posible por la presencia en nosotros del Espíritu Santo, quien es el alma
de la multiforme santidad de la Iglesia y de cada cristiano. Es de hecho el
Espíritu Santo quien nos mueve interiormente a amar a Dios con todo el corazón,
con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas
(cfr. Mc 12, 30), y a amarnos los unos a los otros como Cristo nos ha
amado (cfr. Jn 13, 34).
¿CUÁLES
SON LOS MEDIOS PARA NUESTRA SANTIFICACIÓN?
El primer medio y el más necesario es el Amor, que Dios ha infundido en
nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que nos ha sido dado
(cfr. Rm 5, 5) y con el cual amamos a Dios sobre todas las cosas y al
prójimos por amor de Él. Pero para que el amor, “como
una buena semilla y fructifique, debe cada uno de los fieles oír de buena gana
la Palabra de Dios y cumplir con las obras de su voluntad, con la ayuda de su
gracia, participar frecuentemente en los sacramentos, sobre todo en la
Eucaristía, y en otras funciones sagradas, y aplicarse de una manera constante
a la oración, a la abnegación de sí mismo, a un fraterno y solícito servicio de
los demás y al ejercicio de todas las virtudes. Porque la caridad, como vínculo
de la perfección y plenitud de la ley (cf. Col 3,14), gobierna todos
los medios de santificación, los informa y los conduce a su fin” (Lumen
Gentium, 42).
Cada fiel es ayudado en su camino de santidad por la gracia sacramental, donada por Cristo y propia de cada Sacramento.
¿EXISTEN
DIVERSAS MANERAS Y FORMAS DE SANTIDAD?
Ciertamente. Cada uno puede y debe llegar a ser santo según los propios
dones y oficios, en las condiciones, en los deberes o circunstancias que son
los de su propia vida.
Las vías de la santidad son por tanto múltiples, y adaptadas a la
vocación de cada uno. Muchos cristianos, y entre ellos muchos laicos, se han
santificado en las condiciones más ordinarias de la vida.
¿POR
QUÉ LA IGLESIA ES SANTA?
- La Iglesia es santa porque:
· Dios santísimo es su autor;
· en ella está presente Cristo, cabeza de la Iglesia, el cual se ha
entregado a sí mismo por Ella, para santificarla y hacerla santificante; · está
animada por el Espíritu Santo, que la vivifica con la Caridad y la enriquece
con sus carismas; · en Ella es custodiada fielmente la Palabra de
Dios; · se encuentra en Ella la plenitud de los medios de la
salvación: Ella es instrumento de santificación de los hombres mediante el
anuncio de la Palabra de Dios, la celebración de los Sacramentos, el ejercicio
de la Caridad en la búsqueda constante del rostro de Cristo en cada hermano. La
Iglesia es la casa de la santidad y la caridad de Cristo, infundida por el
Espíritu Santo, es su alma; · la santidad es la vocación de cada uno de
sus miembros, la fuente secreta, la medida infalible y el fin de toda su
actividad apostólica y de su impulso misionero; · la santidad de la
Iglesia es la fuente de la santificación de sus hijos. Por esto justamente la
Iglesia es llamada la madre de los santos. Aquella que genera santidad con
fecunda y magnánima sobreabundancia; · Ella cuenta en su interior a
la Virgen María: en Ella la Iglesia es ya toda santa. La Iglesia ha alcanzado
ya en la santísima Virgen María la perfección que la hace sin mancha y sin
arruga; · en la Iglesia, a lo largo de todos los siglos de su
historia, ha florecido en manera increíblemente extraordinaria la santidad
cristiana, sea heroica sea ordinaria, y así hemos tenido innumerables Santos; · ha
suscitado, a través de toda su historia, infinitas obras de caridad.
- “La santidad de la Iglesia se fomenta
también de una manera especial en los múltiples consejos que el Señor propone
en el Evangelio para que los observen sus discípulos, entre los que descuella
el precioso don de la gracia divina que el Padre da a algunos
(cf. Mt 19,11; 1 Cor 7,7) de entregarse más fácilmente sólo
a Dios en la virginidad o en el celibato, sin dividir con otro su corazón (cf.
1 Cor 7,32-34). Esta perfecta continencia por el reino de los cielos
siempre ha sido considerada por la Iglesia en grandísima estima, como señal y
estímulo de la caridad y como un manantial extraordinario de espiritual
fecundidad en el mundo” (Lumen Gentium, 42).
- La Iglesia es santa, es verdad, pero al mismo tiempo está
necesitada siempre de purificación. De hecho todos sus miembros, aquí en la
tierra, se reconocen todos pecadores, siempre necesitados de conversión y de
purificación. La Iglesia incluye en su seno seres humanos frágiles, que se
reconocen pecadores, y por eso necesitados de pedir y recibir el perdón de Dios
por sus propios pecados.
Por eso la Iglesia sufre y hace penitencia por tales pecados, de los cuales, además, tiene el poder de sanar a sus hijos con la sangre de Cristo y el don del Espíritu.
¿POR
QUÉ LA IGLESIA PROCLAMA SANTOS A ALGUNOS DE SUS HIJOS?
“Al canonizar a ciertos fieles, es decir, al
proclamar solemnemente que esos fieles han practicado heroicamente las virtudes
y han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder
del Espíritu de santidad, que está en ella, y sostiene la esperanza de los
fieles proponiendo a los santos como modelos e intercesores” (CEC, n. 828).
La Iglesia, desde sus inicios, ha siempre creído que los Apóstoles y los Mártires estén estrechamente unidos a nosotros en Cristo, los ha celebrado con particular veneración junto con la santísima Virgen María y los santos Ángeles, y ha implorado piadosamente la ayuda de su intercesión. Y a lo largo de los siglos, ha siempre ofrecido para la imitación de los fieles, a la veneración y a la invocación, a algunos hombres y mujeres, insignes por el esplendor de la caridad y de todas las otras virtudes evangélicas.
¿CUÁLES
SON LAS OBJECIONES QUE SE PONEN CONTRA LOS SANTOS?
Está quien insinúa que se trata de una estrategia expansionista de la
Iglesia Católica. Para otros, la propuesta de nuevos beatos y santos, tan
diversos por categoría, nacionalidad y cultura, sería sólo una operación de
marketing de la santidad con finalidad de leadership del Papado en la sociedad
civil actual. Está incluso quien ve en la canonización y en el culto de los
santos un residuo anacrónico de triunfalismo religioso, extraño incluso al
espíritu y a lo dicho por el Concilio Vaticano II, el cual ha tanto puesto en
evidencia la vocación a la santidad de todos los cristianos. Quienes ponen
tales objeciones no toma en cuenta el gran rol y la verdadera importancia de
los santos en la Iglesia.
¿QUIÉNES SON LOS
SANTOS PARA LA IGLESIA?
- Los santos son:
· aquellos que contemplan
ya claramente a Dios uno y trino. Ciudadanos de la Jerusalén celestial,
cantan sin fin la gloria y la misericordia de Dios, habiéndose cumplido en
ellos el paso pascual de este mundo al Padre;
· discípulos del Señor. Orígenes lo afirma con decisión: “Los santos son imagen de la imagen, siendo el Hijo
imagen” (La oración, 22, 4). Son el reflejo de la luz de Cristo
resucitado. Como en el rostro de un niño, en el cual se acentúan
particularmente los rasgos físicos de sus padres, en el rostro del santo el rostro
de Cristo ha encontrado una nueva modalidad de expresión;
· modelos de vida evangélica, de los cuales la Iglesia ha
reconocido la heroicidad de sus virtudes y luego los propone a nuestra imitación.
Ellos “han sido siempre fuente y origen de
renovación en los momentos más difíciles de la historia de la Iglesia” (Juan
Pablo ii, Christifideles laici, 16). “Ellos
salvan a la Iglesia de la mediocridad, la reforman desde adentro, la apremian a
ser lo que debe ser la esposa de Cristo sin mancha ni arruga
(cfr Ef 5, 27)” (Juan Pablo ii, Discurso a los jóvenes de
Lucca, 23 de septiembre de 1989). Y el Card. Joseph Ratzinger ha
justamente afirmado que: “No son las mayorías
ocasionales que se forman aquí o allá en la Iglesia las que deciden su camino y
el nuestro. Ellos, los santos, son la verdadera, determinante mayoría según la
cual nos orientamos. A esa nos atenemos! Ellos traducen lo divino en lo humano,
lo eterno en el tiempo”;
· testigos históricos de la llamada universal a la santidad. Fruto
eminente de la redención de Cristo, son prueba y documento de que Dios, en
todos los tiempos y en todos los pueblos, en las más variadas condiciones
socioculturales y en los distintos estados de vida, llama a sus hijos a
alcanzar la perfecta estatura de Cristo (cfr Ef 4,
13; Col 1, 28). Ellos muestran que la santidad es accesible a las
multitudes, que la santidad es imitable. Con su concreción personal e histórica
hacen experimentar que el Evangelio y la vida nueva en Cristo no son una utopía
o un simple sistema de valores, sino un “fermento” y
“sal” capaces de hacer vivir la fe cristiana
dentro y desde dentro de las diferentes culturas, áreas geográficas y épocas
históricas;
· expresión de la catolicidad o universalidad de la fe cristiana y
de la Iglesia que vive esa fe, la custodia y difunde. Los santos, expresión del
mismo Espíritu -como dice el Evangelio- que “sopla
donde quiere”, han vivido la misma fe. Tal internacionalidad confirma
que la santidad no tiene confines y que ésa no está muerta en la Iglesia y, aún
más, continúa a tener viva actualidad. El mundo cambia, pero los santos, aún
cambiando ellos mismos con el mundo que cambia, representan siempre el mismo
rostro vivo de Cristo. Ellos hacen resplandecer en el mundo un reflejo de la
luz de Dios, son los testigos visibles de la santidad misteriosa y universal de
la Iglesia;
· una auténtica y constante forma de evangelización y de
magisterio. La Iglesia quiere acompañar la predicación de la verdad y de los
valores evangélicos con la presentación de los santos que han vivido esas
verdades y esos valores en modo ejemplar;
· mientras honran al hombre, rinden gloria a Dios, porque “la gloria de Dios es el hombre viviente” (San
Ireneo de Lyon);
· son un signo de la capacidad de inculturación de la fe cristiana
y de la Iglesia en la vida de los diferentes pueblos y culturas;
· intercesores y amigos de los fieles todavía peregrinos en la
tierra, porque los santos, aunque inmersos en la gloria de Dios, conocen los
afanes de sus hermanos y hermanas y acompañan su camino con la oración y el
patrocinio;
· innovadores de cultura. Los santos han permitido que se crearan
nuevos modelos culturales, nuevas respuestas a los problemas y a los grandes
retos de los pueblos, nuevos desarrollos de humanidad en el camino de la
historia. Los santos son como faros: han indicado a los seres humanos las
posibilidades que los mismos seres humanos poseen. Por esto son interesantes
incluso culturalmente. Un grande filósofo francés del siglo XX, HENRY BERGSON,
ha hecho esta observación: “los personajes más grandes de la historia no son
los conquistadores, sino los santos”.
- Todo esto la Iglesia lo confiesa cuando, agradecida a Dios Padre,
proclama: “en la vida de los santos nos ofrece un
ejemplo, en la intercesión una ayuda, en la comunión de gracia un vínculo de
amor fraterno” (Prefacio de la Misa).
¿QUÉ DIFERENCIA
EXISTE ENTRE BEATOS Y SANTOS?
- En cuanto a la certeza de que unos y otros se
encuentren en el cielo, no hay entre ellos ninguna diferencia.
- En cuanto al procedimiento: normalmente
primero un cristiano es proclamado beato (beatificación), y después, sucesiva y
eventualmente, es proclamado santo (canonización).
- En cuanto a la autoridad implicada en la declaración de
un beato o de un santo: es siempre el Papa quien, con un específico acto
pontificio, declara a alguien beato o santo.
- En cuanto al culto:
· las beatificaciones tienen un culto permitido y no prescrito,
limitado a una Iglesia local;
· la canonizaciones tienen un culto extendido a toda la Iglesia,
prescrito, con una sentencia definitiva.
¿SON
DEMASIADOS LOS BEATOS Y LOS SANTOS?
Juan Pablo ii respondió a tales objeciones de esta manera: “Se dice a veces que hoy hay demasiadas beatificaciones.
Pero esto, además de reflejar la realidad, que por gracia de Dios es la que es,
corresponde al deseo expreso del Concilio. El Evangelio si ha difundido de tal
modo y su mensaje ha puesto tales profundas raíces, que propio el gran número
de beatificaciones refleja la acción del Espíritu Santo y la vitalidad que de
Él brota en el campo más esencial para la Iglesia, el de la santidad. Ha sido
de hecho el Concilio que ha puesto en particular relieve la llamada universal a
la santidad” (Discurso de apertura al Consistorio extraordinario en
preparación del Jubileo del 2000, 13-VI-1994).
Y aún más escribe: “El más grande homenaje, que todas las Iglesias rendirán a Cristo al umbral del tercer milenio, será la demostración de la omnipotente presencia del Redentor mediante los frutos de fe, de esperanza y de caridad en hombres y mujeres de tantas lenguas y razas, que han seguido a Cristo en las diversas formas de la vocación cristiana” (Juan Pablo ii, Tertio Millenio adveniente, 37).
¿CÓMO
LLEGA LA IGLESIA A LA CANONIZACIÓN?
El modo de proceder de la Iglesia en las causas de beatificación y de
canonización se ha desarrollado siempre en el curso del tiempo con nuevas
formas, a la luz incluso del progreso de las disciplinas históricas, con el fin
de tener la agilidad en el modo de proceder, manteniendo sin embargo firme la
seguridad de las investigaciones en una cuestión de tanta gravedad e
importancia.
Estas son las diversas etapas:
1. FASE
DIOCESANA:
- Cualquier persona puede solicitarle al Obispo de la diócesis,
donde ha muerto el Siervo de Dios, de dar inicio a una causa de canonización.
Los santos y la santidad son reconocidos, por tanto, como un movimiento desde
abajo hacia lo alto. Todavía hoy, es de hecho el mismo pueblo cristiano que,
reconociendo por intuición de la fe la “fama de
santidad”, señala los candidatos a la canonización al propio Obispo,
quien sucesivamente envía las pruebas recogidas al Dicasterio de la Santa Sede
competente, la Congregación de las Causas de los santos.
- El obispo, por instancia del Postulador y con el previo permiso
de la Santa Sede, inicia el proceso, normalmente no antes de cinco años de la
muerte del fiel. Le compete al Obispo el derecho de recoger las pruebas acerca
de la vida, las virtudes o el martirio, los milagros realizados, y, si es el
caso, el culto antiguo del Siervo de Dios, del cual se pide la canonización.
Para hacer esto, el obispo recurre a la ayuda de varios expertos, los cuales,
después de haber investigado escritos y documentos, e interrogado a los
testigos, expresan un juicio acerca de su autenticidad y de su valor, como
también acerca de la personalidad del siervo de Dios.
- Si el Obispo retiene que la causa contiene elementos fundados,
entonces nombra un Tribunal (Juez, Promotor de justicia y Notario), quien
interroga los testigos y recibe de una Comisión histórica toda la documentación
relacionada con la vida, las virtudes y la fama de santidad del Siervo de
Dios.
2. FASE
PONTIFICIA:
- Terminadas las investigaciones a nivel diocesano, se transmiten
todas las actas en doble copia a la Santa Sede, y más precisamente a la
Congregación de los Santos, que examina los actos mismos:
· bajo el aspecto formal (para verificar si
los actos son válidos y auténticos) y;
· bajo el aspecto de mérito (para demostrar si
las virtudes son probadas).
- Al final dicha Congregación da su valoración
sobre las virtudes y sobre los milagros.
¿CÓMO
SE HACE EL EXAMEN ACERCA DE LAS VIRTUDES?
La Congregación de los Santos procede de esta
manera:
- En primer lugar se prepara la Positio, que es el conjunto de
los actos procesales y de las actas documentales, la cual deberá ser sometida
al examen de los Consultores específicos expertos en la materia, para que
emitan el voto sobre su valor científico.
- La Positio (con los votos escritos de los Consultores
históricos y con las ulteriores aclaraciones del Relator, si son necesarios)
será examinada por los Consultores teólogos, los cuales, junto al Promotor
fidei, expresan su parecer sobre la heroicidad de las virtudes del Siervo de
Dios y preparan una propia relación final, que será sometida, junto a
la Positio, al juicio de los Cardenales y de los Obispos Miembros de la
Congregación de los Santos.
¿CÓMO VIENE
CONSIDERADA LA HEROICIDAD DE LAS VIRTUDES?
El concepto de heroicidad de las virtudes no implica, necesariamente,
que las acciones realizadas por la persona virtuosa tengan que ser asombrosas. “La heroicidad -ha explicado el Card. José Saraiva
Martins, Prefecto de la Congregación de los Santos- puede muy bien consistir en
el cumplimiento en modo extraordinariamente generoso y perfecto de los propios
deberes cotidianos hacia Dios, hacia el prójimo y hacia sí mismos. La vida
ordinaria de cada día es el lugar más común para alcanzar las más elevadas
cumbres de la santidad” (Discurso del 2003).
¿ES NECESARIO
TAMBIÉN UN MILAGRO?
Para poder proceder a la beatificación de un Siervo de Dios, la actual
legislación canónica requiere también un milagro, realizado por intercesión del
Siervo de Dios después de su muerte. Para la beatificación de un mártir no se
requiere el milagro, por cuanto el mismo martirio, sufrido por amor de Dios, es
un signo inequívoco de la vida virtuosa de un Siervo de Dios.
Para la canonización en cambio de los mártires y de los no-mártires es
necesario un nuevo milagro, realizado después de la beatificación.
¿POR QUÉ SON
NECESARIOS LOS MILAGROS?
- Hay una razón histórica: desde siempre la
Iglesia ha exigido “signos” que confirmen la vida virtuosa de un
cristiano.
- Hay sobretodo una razón teológica: los
milagros son necesarios siempre para:
· confirmar la doctrina de la fe del Siervo de
Dios;
· garantizar el juicio sobre la heroicidad de
las virtudes;
· probar que la vida de un no-mártir no haya
sido secretamente laxior (es decir, menos santa) respecto a lo que
resulta de los testimonios.
¿CÓMO
SE PROCEDE EN EL CASO DE LOS MILAGROS?
- Los milagros son estudiados bajo dos
aspectos:
· el científico: para probar que el
evento prodigioso (la curación), sobre la base de los testimonios y la
documentación médica, es inexplicable;
· el teológico: para verificar si el
evento prodigioso está connotado de preternaturalidad, es decir si es un
verdadero y propio milagro.
- Corresponde al Obispo, donde se ha realizado el evento
prodigioso, hacer estudiar el milagro por un Tribunal, que debe recoger las
pruebas testimoniales y médico-clínicas.
- Después el Obispo envía las actas de dicho Tribunal a la
Congregación de las Causas de los Santos, la cual las estudia tanto desde el
punto de vista procesal (para acertar la valides de tales actas) como sobretodo
sobre el mérito. A tal fin:
· las actas son primero examinadas por dos peritos médicos individualmente,
y luego por un órgano colegial de cinco médicos, los cuales recogen sus
conclusiones (diagnosis, prognosis, terapia, modalidad de curación inexplicable
desde un punto de vista médico...) en una relación;
· viene luego preparada una “Positio” (con todas las actas
diocesanas y la relación de los médicos) que es examinada por los teólogos, los
cuales emitirán un parecer sobre la preternaturalidad del hecho;
· finalmente la misma Positio, la relación de los médicos y
los pareceres de los teólogos son sometidos al juicio de los Padres (Cardenales
y Obispos) de la Congregación de los Santos, los cuales valorarán si el hecho
prodigioso es un milagro o no.
- El juicio de los Padres Cardenales y de los Obispos, sea sobre la
heroicidad de las virtudes sea sobre el milagro, es referido, por el Cardenal
Prefecto de la Congregación de los Santos, al Sumo Pontífice, al cual le
compete únicamente el derecho de declarar, con un acto solemne, que se puede
proceder a la beatificación o a la canonización de un cristiano y por tanto al
culto público eclesiástico, a él debido.
¿CUÁL CULTO SE DEBE
DAR A LOS BEATOS Y A LOS SANTOS?
A los beatos y a los santos se les debe el culto de veneración, y no de
adoración, siendo éste reservado únicamente a Dios. Es necesario no olvidar que
el fin último de la veneración de los santos es la gloria de Dios y la
santificación de cada ser humano mediante una vida plenamente conforme a la
voluntad de Dios y a la imitación de las virtudes de aquellos que fueron
eminentes discípulos del Señor.
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