FESTIVIDAD 31 DE
MAYO
En la
Anunciación el ángel había mencionado, como de pasada, un dato no pedido por
María, que, a la vez era prueba.
Isabel,
pariente ya anciana de María, daría a luz un hijo. María sabe la pena de la
esterilidad de su pariente. Sabe su edad. Y se llena de caridad para estar en
comunión con aquella que también juega un papel en los planes de Dios. Y,
empujada por el Espíritu Santo, se pone en movimiento; quiere visitar y ayudar
a Isabel en su alumbramiento; quiere darle muestras de su amor. Está movida por
el cariño humano y por la caridad divina.
Y se pone
en camino hacia las montañas de Judea. Comienza el caminar de Dios entre los
hombre en el seno de su Madre bendita.
El camino
es largo, y cuando llega «entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y en
cuanto oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó de gozo en su seno, e
Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando en voz alta, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu
vientre. ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme?
Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno; y
bienaventurada tú que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han
dicho de parte del Señor» (Lc)
Todo es
alegría en el encuentro. Alegría, por la visita de la pariente tan querida.
Alegría por saberse ayudada en momentos tan esperados , pero nada fáciles.
Pero, sobre todo, alegría que nace en el Espíritu Santo y embarga el corazón de
Isabel. Alegría también del niño de Isabel que salta de gozo en su seno. Es la
alegría del encuentro con Dios. Y es también alegría de María que, no sólo se
siente amada, sino que ama como sólo puede amar quién está llena de Dios. Al
ver la alegría de Isabel, María abre su alma y manifiesta lo más íntimo de sus
sentimientos.
MARÍA EXCLAMÓ:
«Glorifica mi alma al Señor, y se alegra mi espíritu en Dios mi
Salvador: porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava; por eso desde
ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque ha hecho en mí
cosas grandes el Todopoderoso, cuyo nombre es Santo; su misericordia se derrama
de generación en generación sobre aquellos que le temen. Manifestó el poder de
su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su
trono y ensalzó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos
los despidió vacíos. Acogió a Israel su siervo, recordando su misericordia, según
había prometido a nuestros padres, Abraham y su descendencia para siempre» (Lc).
Son
palabras de la Escritura que brotan de sus labios como agua de una fuente
abundante. Ha meditado mucho y ha entendido con las luces del Espíritu. Cierto
que ve su pequeñez, pero ve también que las cosas que se han producido en Ella
son grandes: ve la salvación de los hombres, la victoria sobre el pecado y el
príncipe de éste mundo que esclaviza a los hombres; ve la satisfacción de todos
los deseos de liberación que encierran en el corazón de los hombres, ve el
cumplimiento de las promesas de Dios de un modo que supera todas las
expectativas. Sabe que en su seno vive el Hijo del Altísimo. Y se llena de toda
la alegría que puede soportar un ser humano. Por eso da gloria a Dios por tanto
bien.
«María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a casa». Hasta que nació Juan y recuperó el habla Zacarías
convirtiéndose en profeta del Altísimo.
Reproducido con permiso del Autor,
Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias
Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias
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