viernes, 2 de noviembre de 2018

MEDITACIONES PARA EL DÍA DE LOS DIFUNTOS


¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos! Bécquer

Desgraciadamente, desde que para consolar a los deudos (de buenas intenciones está el Infierno lleno) los sacerdotes les dicen en la Misa del funeral que el finado ya está en Cielo, casi nadie reza por los pobres difuntos. Las mismas misas de difuntos se han convertido muchas veces en una especie de homenaje en vez de un sufragio para el alma. Deberíamos acordarnos más de los muertos. Los antiguos romanos acostumbraban enterrar a los suyos a lo largo de los caminos porque así los caminantes veían las lápidas al pasar, y en tanto que se los recordara seguían existiendo y no terminaban por desaparecer. Pero aunque se las olvide, no desaparecen; las almas siguen existiendo, y quienes no se han condenado están en su inmensa mayoría expiando sus faltas en el Purgatorio (como también nos tocará irremediablemente a la mayoría de nosotros pasar por allí algún día). No dejemos nosotros también solos a los muertos; acordémonos de vez en cuando de rezar u ofrecer indulgencias por ellos.
A los muertos no hay que tenerles miedo; los vivos son mucho más peligrosos, y los hay muy vivos. Aunque también existen manifestaciones diabólicas, lo más habitual es que cuando se manifiesta lo que solemos llamar un fantasma se trate en realidad de un alma en pena que necesita ayuda, y no se la podemos negar; siempre podemos rezar en el momento por ella, y quizá ofrecerle una Misa más tarde (y si se trata de una manifestación diabólica, como una aparición siniestra, un poltergeist o alguna otra cosa rara, el que está en nosotros (el Señor) es mayor que el que está en el mundo (1 Jn.4,4), y ante la señal de la cruz, el agua bendita y el nombre de Jesús huyen todos los demonios. Un alma en pena normalmente no asusta ni hace nada siniestro; las ánimas son hermanas nuestras en Cristo, la Iglesia purgante, aunque en la literatura y en el cine el género de terror nos presente con aire tétrico todo lo relacionado con los muertos y los cementerios. Y no digamos ya el horrendo e infame Halloween.

Tal como se lo conoce actualmente, el Halloween es una fiesta de origen estadounidense de ayer por la mañana. No tiene más de cincuenta o sesenta años en los EE.UU., de donde ha pasado a la América Hispana y más recientemente a Europa. No es cierto que sea una antigua tradición irlandesa, al menos tal como se celebra en la actualidad. Como en tantas otras cosas, hay mucho arqueologismo. Se nos quiere hacer creer que es una antigua tradición pagana irlandesa. Dado que lo que quieren es precisamente resucitar el paganismo, nos hablan de una ancestral celebración druida, de la que en realidad se conoce muy poco, llamada Samhain, a la que han añadido elementos originalmente cristianos pero degenerados. Los mismos gallegos evocan últimamente el Samhain, a pesar de ser ajeno a su tradición, sólo porque ellos también son de ascendencia celta. En realidad, el nombre de Halloween no puede ser más cristiano. En inglés arcaico All Halloween es la víspera de todos los santos (eso es lo que significa, nada de siniestro; pero en inglés actual no se entiende ya muy bien). Hasta tiempos bastante recientes ha existido en algunos países católicos como Irlanda o Portugal la tradición de que grupos de chiquillos fueran de casa en casa la noche previa al Día de Difuntos ofreciéndose a rezar por los muertos de la familia allí residente; en señal de gratitud, al despedirse les daban dulces u otras golosinas. Pero no era algo que exigieran, ni mucho menos amenazaban con realizar actos vandálicos si no se los daban. Y por supuesto no se exaltaba al Diablo, las brujas y todo lo siniestro. Las típicas calabazas eran desconocidas en la Irlanda antigua, así como en toda Europa. Antes del descubrimiento de América, la única variedad de estas cucurbitáceas que se conocía por aquí era la que acostumbraban llevar como cantimplora los peregrinos a Santiago, con su clásica forma de pera. Al otro lado del Atlántico existe una enorme variedad (zapallos, calabazas, auyamas, pipianes, mates, ayotes…), pero la de Irlanda era redondeada y de pequeño tamaño. Aunque, ahuecada, se utilizaba como lámpara, no tenía ni de lejos el aspecto siniestro de las del Halloween moderno.

Otros ejemplos del arqueologismo con el que nos quieren dar gato por liebre presentándonos costumbres recientes como si fueran tradiciones ancestrales, o sincretismos de larga data entre cultos precolombinos y elementos cristianos, son por ejemplo la Santa Muerte en México o San la Muerte en algunas zonas de Sudamérica. Son, en efecto, cultos sincréticos que mezclan elementos paganos y cristianos, pero de cuño reciente; existen desde hace pocas décadas. Al haber hecho la Iglesia dejación de funciones después del Concilio, el pueblo sencillo ha dejado estar bien catequizado, como lo estaba cuando se levantó en la gesta cristera; aun los analfabetos estaban bien formados y tenían sensus fidei. Tradiciones gastronómicas del Día de Difuntos como el pan de muerto y las calaveras dulces en México, los huesos de santo en España, el pão-por-Deus portugués, las caspiadas de las Azores y los soul cakes anglosajones son costumbres netamente cristianas de estas fechas aunque, otra vez el arqueologismo, algunos indigenistas quieran remontar el origen del pan de muerto a unos tiempos prehispánicos en los que ni siquiera se conocía el pan.

No nos olvidemos, pues, de las ánimas Cuando vemos las esquelas mortuorias en el periódico, no hace falta que recemos un Padrenuestro por cada uno de los difuntos, pero se puede por ejemplo rezar uno por todos los finados que figuran en la página, o bien la jaculatoria requiem aeterna dona eis, Domine. No toma más que un momento rezarla cuando vemos pasar un cortejo fúnebre o un coche de muerto. En fin, no son más que algunas ideas. Cada uno puede hacer lo que mejor le parezca, según se sienta motivado en el momento, y tampoco digo que estemos rezando constantemente por ellos. Cosas así podemos hacerlas cualquier día del año, no sólo el Día de los Fieles Difuntos. Otra idea puede ser rezar el Rosario un día mientras se pasea por el cementerio, aplicándolo por todos los que estén enterrados allí.

Bruno de la Inmaculada

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