jueves, 15 de noviembre de 2018

EL CASO VIGANÒ Y EL CALLEJÓN SIN SALIDA DEL PAPA FRANCISCO


Por fin llega una respuesta. No la del papa Francisco, en vano esperada, sino la en todo caso significativa de uno de los periodistas que integran su séquito más estrecho. El autor es Andrea Tornielli, vaticanista del diario La Stampa y administrador del sitio web Vatican Insider, el cual en colaboración con el también periodista Gianni Valente acaba de publicar Il Giorno del Giudizio (el día del juicio), extenso ensayo sobre el caso Viganò, con el elocuente subtítulo Conflictos, lucha por el poder, abusos y escándalos: qué esta sucediendo realmente en la Iglesia (Ediciones Piemme, 255 páginas).

La tesis de fondo de Tornielli es que el testimonio del arzobispo Carlo Maria Viganò sobre los escándalos de la Iglesia es una tentativa de golpe contra el papa Francisco tramada por una red político-mediática internacional «aliada con ciertos sectores de la Iglesia estadounidense que cuenta con apoyos en los palacios vaticanos» (p.3).
El vaticanista de La Stampa interpreta la guerra religiosa en curso más como una lucha por el poder que como una batalla de ideas, y parece olvidar que el conflicto no lo han desatado quienes defienden la Tradición de la Iglesia, sino quienes desean trastornarla . Por eso no se entiende que la acusación de utilizar las armas mediáticas se reserve a las críticas al papa Bergoglio y no a sus admiradores.

¿Acaso el Vaticano no confió a McKinsey la labor de agrupar los instrumentos de comunicación creando una plataforma digital única para la publicación de artículos, imágenes y podcasts? Nos lo dice el propio Tornielli en La Stampa del pasado 22 de marzo. Para el director de La Civiltà Cattolica, Antonio Spadaro, la importancia que atribuye el papa Francisco a internet y a las redes sociales se remonta al día en que fue elegido.

En aquel momento Jorge Mario Bergoglio «activó a los millares de personas presentes conectándolas con su persona y con cuanto sucedía, demostrando que él mismo era una red social», ha declarado el mencionado jesuita durante la presentación de su libro Ciberteología: pensar el cristianismo en tiempos de internet  (Ediciones Vita e Pensiero).

Si existen expertos en técnicas de manipulación e instrumentalización de las noticias, también los encontramos entre los más estrechos colaboradores de Francisco, desde el mismo Spadaro hasta monseñor Dario Edoardo Viganò (que no tiene nada que ver con Carlo Maria, con quien comparte apellido), ex ministro de comunicaciones del Vaticano obligado a dimitir el pasado mes de marzo a causa de la sonada falsificación de una carta confidencial de Benedicto XVI. Monseñor Dario Viganò encargó al director Wim Wenders la realización la película propagandística El papa Francisco: un hombre de palabra. En Italia se publica también una revista titulada Il mio Papa, que cuenta lo que hace Francisco durante la semana.

Ningún pontífice ha hecho un uso tan extenso de las armas mediáticas como Jorge Mario Bergoglio. Por lo que respecta a las revelaciones del arzobispo Carlo María Viganò, Tornielli no niega que el papa Francisco recibiera informaciones directas de él en el sentido de que el cardenal Theodore McCarrick hubiese corrompido sexualmente a sus seminaristas y sacerdotes. Tampoco niega la existencia de inmoralidad en el seno de la Iglesia y de una  cobardía generalizada que permite que se extienda.
Admite que la plaga homosexual es un problema que «existe» (p.169), aunque lo minimiza y pasa por alto la existencia de un grupo activo de sodomitas al interior de la estructura eclesial y de un igualmente activo lobby favorable al movimiento gay, que la sostiene. Tornielli no consigue, por tanto, refutar a monseñor Viganò, pero tiene que defender al papa Francisco. Lo hace comportándose como el jugador que sube la apuesta cuando se ve en apuros. En este caso, al no poder negar que reina la corrupción entre el clero, intenta achacar la mayor responsabilidad a los antecesores de Francisco, a Benedicto XVI y Juan Pablo II.

El vaticanista de La Stampa lleva ante todo al banquillo de los acusados a Juan Pablo II, responsable de la meteórica carrera del cardenal McCarrick. «Juan Pablo II conocía a McCarrick. Había visitado su diócesis hacía cuatro años, quedando impactado por aquel inteligente prelado que sabía llenar los seminarios, dialogar a todos los niveles en política y protagonizar el diálogo interreligioso, firme en sus principios de doctrina moral y abierto a los temas sociales» (p.38).

El nombramiento del arzobispo de Washington, que ya se rumoreaba en el Vaticano, no pasó por la asamblea plenaria de la Congregación para los Obispos, donde tendría que haberse debatido, sino que llegó por una vía muy directa, «como sucedía y sucede a veces en dichos nombramientos, decididos precisamente desde el apartamento, omitiendo el debate colegial por los miembros del dicasterio» (p.40).

«Resulta ofensivo por parte de monseñor Viganó dar a entender que en el año 2000, cuando se nombró a McCarrick, Juan Pablo II estuviera tan enfermo que no pudiera estar al tanto de los nombramientos, incluidos los más importantes, ni los que en aquel momento tenían cantada la concesión del capelo cardenalicio, y por consiguiente la participación en un futuro cónclave. (…) No es necesario conocer los archivos secretos de la Nunciatura en Washington (que por otra parte habrá consultado Viganò) para saber que en realidad el papa Wojtyła todavía tenía por delante cinco años intensísimos desde todos los puntos de vista» (pp.40-41).
Tornielli insiste: «Wojtyła no estaba tan enfermo como quiere hacer creer el  informe  de Viganò. Todo lo contrario. De hecho, se lo observa plenamente capaz de estar al tanto de ciertos procesos de nombramiento, al menos los más importantes. Entre ellos estaría sin duda el del nuevo arzobispo de la capital federal de los Estados Unidos. (…) Tampoco hay que olvidar el conocimiento de primera mano que tenía el papa Wojtyła de McCarrick, obispo creado por Pablo VI pero promovido hasta cuatro veces por el pontífice polaco: primero a Metuchen, cátedra creada ex novo; más tarde lo transfirió a Newark, diócesis que Juan Pablo II visitó en 1995; después, lo nombró arzobispo de Washington a pesar de su ya avanzada edad; y por último, la inclusión inmediata en el colegio cardenalicio» (pp.43-44).

El 27 de abril de 2014, el papa Francisco canonizó a Juan Pablo II junto con Juan XXIII. La canonización de un papa supone que en el ejercicio de su cargo de pastor supremo de la Iglesia ejerció todas las virtudes en grado heroico, incluida la de la prudencia. Ahora bien, si por complicidad, negligencia o imprudencia, un pontífice encubre a un depredador sexual, hay motivos para dudar de su prudencia y buen criterio.
Y si para Tornielli fue así, eso quiere decir que no considera santo a Juan Pablo II. Además, prelado muy allegado a él y al papa Francisco, monseñor Giusseppe Sciacca, secretario de la Signatura Apostólica, «uno de los más expertos canonistas de la Curia» (p. 200), entrevistado el 9 de septiembre de 2014 por el propio Tornielli, ha negado la infalibilidad de las canonizaciones. Si las canonizaciones no son infalibles y el papa Francisco ha podido equivocarse con Juan Pablo II, es posible que el mismo día se equivocase con la canonización de Juan XXIII y que haya cometido otro error semejante el pasado 14 de octubre al canonizar a Pablo VI.
La cuestión no es secundaria. Elevando la apuesta, Tornielli no sólo pone en duda la prudencia sobrenatural del papa Wojtyła, sino que arroja sombra sobre las recientes canonizaciones y, sobre todo, nos revela el callejón sin salida ante el cual se encuentra el pontificado de Bergoglio. Un callejón sin salida que gira precisamente en torno al tema de la infalibilidad.

El propio papa Francisco considera de hecho la infalibilidad como un legado de la Iglesia antigua, la que proclamaba y anatematizaba, la que definía y condenaba. La primacía de la pastoral sobre la doctrina y de la misericordia sobre la justicia impide a Francisco ejercer el munus de la infalibilidad, que es el acto más categórico y menos pastoral que puede realizar un pontífice.

Si quiere imponer sus  directivas  a la Iglesia, el papa Bergoglio necesita una cuasi infalibilidad que excluya toda forma de desobediencia a sus deseos. Para cumplir su programa, el Papa casi infalible se ve obligado a convertirse en un Papa dictador, como ya está sucediendo. Quien es fiel a la Tradición, cree por el contrario en la infalibilidad pontificia y conoce su alcance y sus límites. La noción de los límites de la infalibilidad permite a quien tiene el sensus fidei resistir al Papa dictador.

Ampliar la infalibilidad permitirá al Papa que un día quiera hacer uso de ella disipar el humo de Satanás que ha penetrado en la Iglesia, condenando sin apelación los errores y corroborando con igual solemnidad la Verdad perenne del Evangelio.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe)

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