Por fin llega una respuesta. No la del papa Francisco, en vano esperada,
sino la en todo caso significativa de uno de los periodistas que integran su
séquito más estrecho. El autor es Andrea Tornielli, vaticanista del
diario La Stampa y administrador del sitio web Vatican Insider, el cual en
colaboración con el también periodista Gianni Valente acaba de publicar Il Giorno del Giudizio (el día del juicio),
extenso ensayo sobre el caso Viganò, con el elocuente subtítulo Conflictos, lucha por el poder, abusos y escándalos: qué esta
sucediendo realmente en la Iglesia (Ediciones Piemme, 255
páginas).
La tesis
de fondo de Tornielli es que el testimonio del arzobispo Carlo Maria Viganò
sobre los escándalos de la Iglesia es una tentativa de golpe contra el papa
Francisco tramada por una red político-mediática internacional «aliada con ciertos sectores de la Iglesia estadounidense
que cuenta con apoyos en los palacios vaticanos» (p.3).
El vaticanista de La Stampa interpreta la guerra religiosa en curso más
como una lucha por el poder que como una batalla de ideas, y parece olvidar que
el conflicto no lo han desatado quienes defienden la Tradición de la Iglesia,
sino quienes desean trastornarla . Por eso no se entiende que la acusación de
utilizar las armas mediáticas se reserve a las críticas al papa Bergoglio y no
a sus admiradores.
¿Acaso el Vaticano no confió a McKinsey la labor de
agrupar los instrumentos de comunicación creando una plataforma digital única
para la publicación de artículos, imágenes y podcasts? Nos lo dice el propio Tornielli en La Stampa del
pasado 22 de marzo. Para el director de La
Civiltà Cattolica, Antonio Spadaro, la
importancia que atribuye el papa Francisco a internet y a las redes sociales se
remonta al día en que fue elegido.
En aquel momento Jorge Mario Bergoglio «activó a los millares de
personas presentes conectándolas con su persona y con cuanto sucedía,
demostrando que él mismo era una red social», ha declarado el mencionado
jesuita durante la presentación de su libro Ciberteología:
pensar el cristianismo en tiempos de internet (Ediciones Vita
e Pensiero).
Si existen expertos en técnicas de manipulación e instrumentalización de
las noticias, también los encontramos entre los más estrechos colaboradores de
Francisco, desde el mismo Spadaro hasta monseñor Dario Edoardo Viganò (que no
tiene nada que ver con Carlo Maria, con quien comparte apellido), ex ministro
de comunicaciones del Vaticano obligado a dimitir el pasado mes de marzo a
causa de la sonada falsificación de una carta confidencial de Benedicto XVI.
Monseñor Dario Viganò encargó al director Wim Wenders la realización la
película propagandística El papa Francisco: un hombre de
palabra. En Italia se
publica también una revista titulada Il
mio Papa, que cuenta lo que hace Francisco durante la
semana.
Ningún
pontífice ha hecho un uso tan extenso de las armas mediáticas como Jorge Mario
Bergoglio. Por lo que respecta a las revelaciones del arzobispo Carlo María
Viganò, Tornielli no niega que el papa Francisco recibiera informaciones directas
de él en el sentido de que el cardenal Theodore McCarrick hubiese corrompido
sexualmente a sus seminaristas y sacerdotes. Tampoco niega la existencia de
inmoralidad en el seno de la Iglesia y de una cobardía generalizada que
permite que se extienda.
Admite que la plaga homosexual es un problema que «existe» (p.169),
aunque lo minimiza y pasa por alto la existencia de un grupo activo de
sodomitas al interior de la estructura eclesial y de un igualmente activo lobby favorable
al movimiento gay, que la sostiene. Tornielli no consigue, por
tanto, refutar a monseñor Viganò, pero tiene que defender al papa Francisco. Lo
hace comportándose como el jugador que sube la apuesta cuando se ve en apuros.
En este caso, al no poder negar que reina la corrupción entre el clero, intenta
achacar la mayor responsabilidad a los antecesores de Francisco, a Benedicto
XVI y Juan Pablo II.
El vaticanista de La Stampa lleva ante todo al banquillo de los acusados
a Juan Pablo II, responsable de la meteórica carrera del cardenal McCarrick. «Juan Pablo II conocía a McCarrick. Había visitado su
diócesis hacía cuatro años, quedando impactado por aquel inteligente prelado
que sabía llenar los seminarios, dialogar a todos los niveles en política y
protagonizar el diálogo interreligioso, firme en sus principios de doctrina
moral y abierto a los temas sociales» (p.38).
El nombramiento del arzobispo de Washington, que ya se rumoreaba en el
Vaticano, no pasó por la asamblea plenaria de la Congregación para los Obispos,
donde tendría que haberse debatido, sino que llegó por una vía muy
directa, «como sucedía y sucede a veces en
dichos nombramientos, decididos precisamente desde el apartamento, omitiendo
el debate colegial por los miembros del dicasterio» (p.40).
«Resulta ofensivo por parte de monseñor Viganó dar a entender que
en el año 2000, cuando se nombró a McCarrick, Juan Pablo II estuviera tan
enfermo que no pudiera estar al tanto de los nombramientos, incluidos los más
importantes, ni los que en aquel momento tenían cantada la concesión del capelo
cardenalicio, y por consiguiente la participación en un futuro cónclave. (…) No
es necesario conocer los archivos secretos de la Nunciatura en Washington (que
por otra parte habrá consultado Viganò) para saber que en realidad el papa
Wojtyła todavía tenía por delante cinco años intensísimos desde todos los
puntos de vista» (pp.40-41).
Tornielli insiste: «Wojtyła no estaba
tan enfermo como quiere hacer creer el
informe de Viganò. Todo lo contrario. De hecho, se lo observa plenamente
capaz de estar al tanto de ciertos procesos de nombramiento, al menos los más
importantes. Entre ellos estaría sin duda el del nuevo arzobispo de la capital
federal de los Estados Unidos. (…) Tampoco hay que olvidar el conocimiento de
primera mano que tenía el papa Wojtyła de McCarrick, obispo creado por
Pablo VI pero promovido hasta cuatro veces por el pontífice polaco: primero a
Metuchen, cátedra creada ex novo; más
tarde lo transfirió a Newark, diócesis que Juan Pablo II visitó en 1995;
después, lo nombró arzobispo de Washington a pesar de su ya avanzada edad; y
por último, la inclusión inmediata en el colegio cardenalicio» (pp.43-44).
El 27 de
abril de 2014, el papa Francisco canonizó a Juan Pablo II junto con Juan XXIII.
La canonización de un papa supone que en el ejercicio de su cargo de pastor
supremo de la Iglesia ejerció todas las virtudes en grado heroico, incluida la
de la prudencia. Ahora bien, si por complicidad, negligencia o imprudencia, un
pontífice encubre a un depredador sexual, hay motivos para dudar de su
prudencia y buen criterio.
Y si para
Tornielli fue así, eso quiere decir que no considera santo a Juan Pablo II.
Además, prelado muy allegado a él y al papa Francisco, monseñor Giusseppe
Sciacca, secretario de la Signatura Apostólica, «uno de los más expertos
canonistas de la Curia» (p. 200), entrevistado el 9 de septiembre de 2014 por
el propio Tornielli, ha negado la infalibilidad de las canonizaciones. Si las
canonizaciones no son infalibles y el papa Francisco ha podido equivocarse con
Juan Pablo II, es posible que el mismo día se equivocase con la canonización de
Juan XXIII y que haya cometido otro error semejante el pasado 14 de octubre al
canonizar a Pablo VI.
La cuestión no es secundaria. Elevando la apuesta, Tornielli no sólo
pone en duda la prudencia sobrenatural del papa Wojtyła, sino que arroja
sombra sobre las recientes canonizaciones y, sobre todo, nos revela el callejón
sin salida ante el cual se encuentra el pontificado de
Bergoglio. Un callejón sin salida que gira precisamente en torno al tema de la
infalibilidad.
El propio papa Francisco considera de hecho la infalibilidad como un
legado de la Iglesia antigua, la que proclamaba y anatematizaba, la que definía
y condenaba. La primacía de la pastoral sobre la doctrina y de la misericordia
sobre la justicia impide a Francisco ejercer el munus de la
infalibilidad, que es el acto más categórico y menos pastoral que puede
realizar un pontífice.
Si quiere imponer sus directivas a la Iglesia, el papa
Bergoglio necesita una cuasi infalibilidad que excluya toda forma de desobediencia a
sus deseos. Para cumplir su programa, el Papa casi
infalible se ve obligado a
convertirse en un Papa dictador, como
ya está sucediendo. Quien es fiel a la Tradición, cree por el contrario en la
infalibilidad pontificia y conoce su alcance y sus límites. La noción de los
límites de la infalibilidad permite a quien tiene el sensus fidei resistir
al Papa dictador.
Ampliar
la infalibilidad permitirá al Papa que un día quiera hacer uso de ella disipar
el humo de Satanás que ha penetrado en la Iglesia, condenando sin apelación los
errores y corroborando con igual solemnidad la Verdad perenne del
Evangelio.
(Traducido por
Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe)
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