1.- El nominalismo es la raíz de la
Modernidad.
2.- El nominalismo
niega el fundamento real de los universales.
3.- Negar la
realidad de los universales supone negar la realidad de lo común.
4.- La negación de una realidad común a
todos constituye la raíz de la vía moderna de la ética.
5.- La vía moderna
de la ética no será nunca una ética universal porque se basa en la
negación de los universales.
En propiedad es un remedo agnóstico de
catolicidad, esto es, una ética general, global o mundial. Lo general (mudable)
sustituye a lo universal (inmutable).
* * *
6.- La negación de una realidad común a todos supone, como contrapeso ideológico, la afirmación de una experiencia personal de la ética; no común
a todos, sino autodeterminada por los propios sujetos; y con pretensión de
poder ser reclamada y contrarreclamada como
derecho. Lo universal se reduce a suma de individualidades. El bien común es degradado
a bien global o total de bienes particulares incomunicables.
7.- La vía nominalista implica, por tanto, una ética de pretensiones subjetivistas, que no es
capaz de vencer el individualismo por más comunitarismo que pretenda. Y dado
que individualidades hay muchas, será
una ética que englobe a esas muchas, sin que influya lo común a ellas.
Es decir, una ética global o mundial.
* * *
8.- Tenemos, pues, como resultado,
una ética global blindada por un concepto no
moral, sino axiologico de la dignidad humana. Concepto que, en clave roussoniana, considera un valor
inviolable el estado de naturaleza (sin tener en cuenta la Caída). Concepto
que, por tanto, pone entre paréntesis el estado
de enemistad producido por el
pecado.
9.- La ética global consistirá
entonces en una regulación de alcance mundial, mediante la promulgación de normas generales, de reclamaciones y contrarreclamaciones particulares.
10.- Por el contrario, la ética universal, es decir, el
ethos católico, se basa en lo que los sujetos tienen en común, una ley
natural universal inscrita en sus naturalezas. También en lo que tienen de comunión sobrenatural, por la gracia, que es
la Iglesia.
La universalidad católica, por
tanto, es doble: la de la ley natural, que implica una dignidad moral, además de la ontológica; y la de la ley de la
gracia, que implica una dignidad sobrenatural.
La enorme influencia de la
modernidad filosófica de corte humanista, esto es del personalismo, ha hecho
creer que la ética global es equivalente a una ética universal. Y que los
derechos individuales, regulados mediantes normas generales de alcance mundial,
pueden sustituir al Decálogo en las legislaciones.
Sin embargo, nada más lejos de
la realidad. Siendo un hecho que, entre ambas éticas, hay una distancia
infranqueable.
David Glez.
Alonso Gracián
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