La cultura ha cambiado y muchos varones
no saben educar porque no han tenido modelos.
Actualmente
el rol de los padres (varones) ha tomado un protagonismo nunca visto en
generaciones pasadas. Por lo mismo, se espera mucho más de ellos y
lamentablemente las expectativas no siempre están a la altura de la realidad,
constata en Catholic
Link, el periodista Sebastián Campos. Como hombres cristianos, tienen el deber moral de cuidar y amar a
nuestras familias, y con particular atención y ternura a los hijos, pero
además está en sus manos el que ellos comprendan cómo es el “amor de Padre”, pues esa experiencia de filiación en
la familia al mismo tiempo será la base para aprender a recibir el amor de Dios
Padre.
Desgraciadamente,
no salimos muy bien parados a la hora de ser evaluados, explica; y como esto de
ser padres presentes en la crianza y el cuidado de los hijos es algo nuevo
–nuestros propios padres no nos prepararon para ello– para muchos es difícil
encontrar referentes de paternidad
para aprender cómo hacer las cosas.
Un estudio realizado el 2014, habla de lo
insatisfechos que están los hijos con el rol de sus padres, cuando se les
preguntó sobre la cantidad de tiempo que les dedican, la ayuda y apoyo a la
madre, el apoyo emocional del padre a los hijos, educación ética y moral
entregada a los hijos. La verdad es que el gráfico ayuda a comprender la
importancia del tema, pues al parecer los
padres se sienten muy bien con lo que hacen, pero un tercio de los hijos creen
que su desempeño no es satisfactorio.
A
continuación, siete puntos que pueden
ser importantes a la hora de proponernos el ser padres como Dios manda.
1.
CALIDAD Y CANTIDAD, AMBAS SON IMPORTANTES
Durante
un tiempo, muchos se excusaban detrás de la frase: “Calidad
es mejor que cantidad”. Esta es una verdad a medias y cuando se trata de
la educación de nuestros hijos y nuestra presencia como padres, ambas cosas son
importantes. De hecho el estar
presentes implica pasar tiempo con ellos, invertir nuestros días libres,
nuestras horas de descanso. En el Libro del Deuteronomio hay un pasaje
que, pasando medio desapercibido, nos habla de estar al tanto de nuestros
hijos, acompañarlos y formarlos en todo momento y lugar: “Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy.
Incúlcalas a tus hijos, y háblales de ellas cuando estés en casa y cuando vas
de viaje, al acostarte y al levantarte” (Dt 6, 6-7).
2.
DESCUBRIR CUÁLES SON TUS ROLES
El que la
mujer haya ingresado al mundo del trabajo ha equiparado la cancha al momento de
asumir responsabilidades en casa, sobre todo en la crianza y las labores
domésticas. Pero el que ambos esposos tengan igualdad de responsabilidades, no
es lo mismo que tengan que hacer las mismas cosas. Hombres y mujeres somos
diferentes y esas características que nos distinguen son necesarias para
nuestros hijos, por lo tanto es
importante descubrir “de qué estoy a cargo yo”; no solamente pensando en aquello que me queda
más cómodo o me sale natural, sino pensando en el bienestar de los más pequeños
y en que realmente puedo cumplir aquello a lo que me estoy comprometiendo. Es
común que los padres distribuyan las funciones. Reflexiona sobre eso, quizás
seguir el patrón cultural histórico
según el cual la madre es quien mima y cuida con ternura y el padre es quien
impone la disciplina, administra los permisos y habla fuerte en la mesa, no es
tan buena idea hoy en día.
3.
PONTE EN LOS ZAPATOS DE MAMÁ
A los
varones nos toca mirar desde la vereda del frente muchas cosas en la crianza de
nuestros hijos, en donde ellos y sus madres son cómplices absolutos. Ponte el uniforme actitudinal de mamá en
algunos momentos, permítete ser sensible, emotivo, no tan racional ni moral,
permítete mimar e incluso malcriar un poco. Tampoco decimos que las
madres sean malas con los hijos, pero esa relación cercana está basada también
en un amor tierno y delicado que muchas veces los hombres no somos capaces de
lograr. Definitivamente hay cosas que no nos van a resultar del todo bien, pues
las mujeres tienen cualidades innatas para hablar, aconsejar en problemas
sentimentales, ayudar en las tareas y manualidades del colegio y cosas así,
pero nosotros, dentro de nuestra aparente torpeza, también tenemos mucho qué
hacer. Nuestra misma masculinidad, el
ser varones, sin que lo queramos, educa en el respeto, la caballerosidad, el cuidado
del más débil y en la autoridad.
4.
ES BUENA IDEA REPARTIR LAS TAREAS
Por
experiencia personal, creo que no es muy bueno dejar a uno de los padres “a cargo de”, pues la tarea, cualquiera que sea,
se vuelve rutinaria y con el paso del tiempo una pesada obligación. Es sano, en cuanto a las labores y cuidados
de la casa, el ponerse de acuerdo e ir alternando. En mi casa, el
planchado es mío, no porque me guste, sino porque mis camisas son algo
importante. El aseo de las cosas delicadas es de mi esposa, pues siempre que yo
lo hago me quedan manchas o imperfecciones que simplemente yo no veo. Pero en
todo lo demás vamos intercambiando semana a semana; hay días en que cocina uno
y otros días, el otro; el aseo de la casa; el escoger la ropa que usará el
pequeño; el lavar, secar, planchar, guardar la ropa de todos, y así. Es
saludable conversar eso, así no solo evitarás incómodas peleas domésticas, sino
que tu amor por la casa será un testimonio que quedará grabado en el corazón de
tus hijos.
5.
SER LA CABEZA DE LA IGLESIA DOMÉSTICA
La
Iglesia nos invita a que nuestro hogar y familia conformen una iglesia
doméstica, en donde se celebra la fe, donde se habla de Dios, en donde se ora
juntos. Históricamente el rol de la transmisión de la fe ha descansado sobre
los hombros femeninos. Seguro que muchos recuerdan con ternura a sus madres o
abuelas rezando junto a ustedes en sus camas; enseñándoles oraciones de
pequeños, acompañándolos con santitos e imágenes religiosas cuando estuvieron
enfermos. Pero como varones, tenemos la
responsabilidad de hacer de esa experiencia de Iglesia doméstica, algo
sostenido en el tiempo, no solo presente en la primera infancia.
El
Catecismo nos enseña que: “Por la gracia del
sacramento del matrimonio, los padres han recibido la responsabilidad y el
privilegio de evangelizar a sus hijos (…) La forma de vida en la familia puede
alimentar las disposiciones afectivas que, durante toda la vida, serán
auténticos cimientos y apoyos de una fe viva” (CEC 2225).
6.
HABLAR FUERTE CUANDO ES NECESARIO, PERO TAMBIÉN SER DULCE Y DELICADO CUANDO LO
AMERITA
Los
padres tienen el rol histórico de ser quienes “roncan”
en casa. Madres e hijos se ponen de acuerdo para ir a hablar con papá al
momento de conseguir un permiso para salir, dinero u otra cosa que los hijos
quieran, y los padres son quienes deciden. Esto tiene un fundamento cultural
que viene desde tiempos bíblicos y está muy bien que sea así, pues nuestras
características naturales ayudan a ello. “El que
ama a su hijo lo corrige sin cesar… el que enseña a su hijo, sacará provecho de
él” (Si 30, 1-2). Pero también en la misma Biblia se nos enseña a no
pasar de largo, sino a tratar a
nuestros hijos con cuidado y que nuestra disciplina sea un acto de amor y no de
imponer un régimen del terror. Aquí es donde se convierte en buena idea
ser dulces y delicados; escuchar con atención sus solicitudes y ser flexibles
con ellos, tal como lo es Dios Padre con nosotros. “Padres, no irriten a sus hijos; al contrario,
edúquenlos, corrigiéndolos y aconsejándolos, según el espíritu del Señor”
(Ef. 6, 4).
7.
EN LO POSIBLE, SER UN MODELO DE VIDA
Me dolía
mucho cuando le pedía a mi papá dinero para comprar alguna golosina y me decía
que no había, pero a los minutos lo veía fumar. Yo vi eso y estoy seguro que
muchos de nosotros crecimos con algunos ejemplos parecidos y que seguimos
imitando. Tampoco se trata de someter a juicio a nuestros padres, sino a mirarnos
a nosotros mismos para que estemos conscientes de nuestros actos, reconociendo
que se graban en el corazón de nuestros hijos. La forma en la que somos
cariñosos con nuestras esposas, la alegría con la que realizamos las tareas de
la casa, la forma en la que hablamos de los demás, cómo enfrentamos las
exigencias del trabajo, cómo vivimos nuestra fe y relación con Dios, y por
supuesto cómo es nuestra relación con nuestros hijos; todo eso va modelándolos,
todo lo que hacemos es una referencia para ellos, cala hondo y probablemente
ellos mismos vayan a repetirlo en cierta medida con sus propios hijos. Ahí
radica la importancia de intentar vivir
conforme a lo que decimos, que no es otra cosa que vivir como cristianos; no
por aparentar hipócritamente, sino por amor a Dios y a ellos.
Mirar
nuestra paternidad como un regalo de Dios, en donde nos permite amar como Él
nos ama a nosotros, con amor paternal, este es un misterio que no se descifra
como un enigma, sino que hay que introducirse en él a paso lento, pero
curiosos, con ojos y corazón abierto.
ReL
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