1.- DAR TESTIMONIO HA SUSTITUIDO a dar razones, con nefastos resultados. La minusvaloración del
entendimiento ha producido un experiencialismo insano, que debe erradicarse
porque subjetiviza la fe. Con otras palabras: dar testimonio sin razones, ha
sustituido a dar razones del propio testimonio, que es lo que
hace un católico.
2.- LA ADVERTENCIA DE SAN PÍO X, en 1907, punto
4 de la Carta Encíclica Pascendi, es muy clara, y debe dejar de ignorarse:
«Si alguno
dijere que la revelación divina no puede hacerse creíble por signos exteriores,
y que, en consecuencia, sólo por la
experiencia individual o por una inspiración privada deben ser movidos los
hombres a la fe,
sea
excomulgado» (Concilio
Vaticano I, De fide can.2.)
Por extensión,
no puede convertirse la catequesis en una mera producción de experiencias, cómo si ésta
fuera la forma adecuada de mover a las personas a la fe.
3.- EL TESTIMONIALISMO HA ECLIPSADO LA
APOLOGÉTICA, que habría que recuperar urgentemente. El
conocimiento de Dios no debe destruirse en pos de las emociones, ni ser
pulverizado en sentimientos, “enamoramientos sobrenaturales", sensiblerías
humanas, demasiado humanas. Las emociones, sin el freno de la razón, sin el
control de la gracia, sin el imperio de la ascética, tiranizan la vida
cristiana y la hacen empatizar con el pecado. Porque la sensibilidad humana
está caída. Los afectos deben ser redimidos.
4.- SIN TEOLOGÍA NATURAL LA CATEQUESIS
QUEDA MUTILADA, no puede
sondear una explicación teológica sino en la propia existencia personal, que
queda absolutizada, reducida a antropología, como pretende Kark Rahner. La
catequesis, de esta forma, se reduce a testimonio existencial, derivando en fe
fiducial. Como decimos, dar testimonio, entonces, sustituye a dar razones. La
teología se vuelve monólogo del hombre.
El pasaje de la Pascendi, 5 es
contundente al respecto. San Pío X describe así el inmanentismo vital aplicado
a la religión:
«Pues bien: una vez repudiada la teología natural y cerrado, en
consecuencia, todo acceso a la revelación al desechar los motivos de
credibilidad; más aún, abolida por completo toda revelación externa, resulta claro que no puede buscarse fuera del
hombre
la explicación apetecida, y debe hallarse
en lo interior del hombre; pero como la religión es una forma de la vida, la explicación ha de hallarse exclusivamente en la
vida misma del hombre. Por tal procedimiento se llega a establecer el
principio de la inmanencia religiosa.
En efecto, todo fenómeno vital —y ya queda dicho que tal es la religión—
reconoce por primer estimulante cierto impulso o indigencia, y por primera
manifestación, ese movimiento del corazón que llamamos sentimiento. Por esta
razón, siendo Dios el objeto de la religión, síguese de lo expuesto que la fe,
principio y fundamento de toda religión, reside
en un sentimiento íntimo engendrado por la indigencia de lo divino. Por otra
parte, como esa indigencia de lo divino no se siente sino en conjuntos
determinados y favorables, no puede pertenecer de suyo a la esfera de la
conciencia; al principio yace sepultada bajo la conciencia, o, para emplear un
vocablo tomado de la filosofía moderna, en la subconsciencia, donde también su
raíz permanece escondida e inaccesible.»
Queda aquí expuesta la clave del infausto
cristianismo anónimo, del cristianismo inconsciente, pura experiencia
(interreligiosa) de sentido. Queda aquí expuesto ese supuesto anhelo
inconsciente, al margen de la fe, que todas las religiones y todas las personas del
mundo tienen de Cristo, supuestamente.
5.- UNA FILOSOFÍA QUE DEFIENDE LA EXPERIENCIA
INCONSCIENTE CONTRA EL CONOCIMIENTO, los sentimientos contra las verdades, la voluntad
contra el entendimiento, la fe contra la razón, los fenómenos contra las
esencias; una teología que defiende que sólo por experiencias personales pueden
ser movidas las personas a creer, sólo puede identificarse con el humo de
Satanás, ese que penetró por una rendija en la Iglesia, y que sigue creciendo
hasta hoy.
Alonso Gracián
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