Nota de Adelante la Fe: Ante
la gran difusión que han alcanzado por todo el mundo las marchas de
reivindicación del orgullo gay, un obispo católico tiene el grave deber moral
de alzar la voz y denunciarlas. Es más, se puede constatar el creciente apoyo
de representantes del clero católico al orgullo gay en medio del silencio, la
pasividad y el temor de las autoridades eclesiásticas que deberían denunciar la
situación sin rodeos y defender a la Iglesia de la inoculación del veneno de la
ideología homosexual y de género y proclamar la verdad de la creación de Dios y
sus santos mandamientos. Mons. Schneider ha tenido la valentía de hacerlo ante
el silencio cuasi generalizado.
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En las últimas décadas han comenzado a difundirse por las ciudades del
mundo occidental manifestaciones llamadas del
orgullo gay. Este fenómeno, en constante
crecimiento, tiene el claro objetivo de adueñarse de los espacios públicos de
todas las ciudades de Occidente, y a largo plazo, del mundo entero, con
excepción de los países islámicos por temor a las previsibles reacciones
violentas.
Dichas manifestaciones se llevan a cabo con enormes recursos financieros
y logísticos, y acompañadas de una propaganda que es apoyada al unísono por los
sectores más influyentes de la vida pública, es decir, por la nomenklatura política,
los medios de comunicación y los poderosos imperios económicos y financieros.
Semejante apoyo unánime por parte de las mencionadas instituciones públicas ha
sido típico de los sistemas totalitarios a lo largo de la historia, que lo
utilizaban para imponer a la sociedad una ideología determinada. Las
manifestaciones llamadas del orgullo gay son inconfundibles con las marchas
propagandísticas de diversos regímenes políticos totalitarios del pasado.
Queda, no
obstante, una importantísima institución en la vida pública que todavía no ha
entrado a formar parte oficialmente o en gran medida del coro unánime de apoyo
a las marchas del orgullo gay: es la voz de la Iglesia Católica. El
totalitarismo de la ideología homosexual o de género persigue su objetivo más
ambicioso, que es conquistar el último bastión de resistencia que constituye la
Iglesia Católica. Mientras tanto, ese empeño ha conocido por desgracia algunos
éxitos, pues puede constatarse que cada vez más sacerdotes, e incluso algunos
obispos y cardenales, expresan públicamente y de diversas maneras apoyo a esas
marchas totalitarias del orgullo gay. Al hacerlo, dichos sacerdotes, obispos y
cardenales se convierten en activistas y promotores de una ideología que supone
una ofensa directa a Dios y a la dignidad del ser humano, creado varón o mujer;
creado a imagen y semejanza de Dios.
La
ideología de género o la ideología de la homosexualidad suponen una rebelión
contra la obra creadora de Dios, que es una obra admirablemente sabia y
amorosa. Se trata de una rebelión contra la creación del ser humano en los dos
sexos, masculino y femenino, que son necesaria y maravillosamente
complementarios. Los actos homosexuales y lésbicos profanan el cuerpo,
masculino o femenino, que es templo de Dios. De hecho, el Espíritu Santo dice: «Si alguno destruyere el templo de Dios, le destruirá
Dios a él, porque santo es el templo de Dios, que sois vosotros» (1ª a
los Corintios 3,17). El Espíritu Santo declara en las Sagradas Escrituras que
los actos homosexuales son algo ignominioso, porque son contrarios a la
naturaleza tal como fue creada por Dios: «Por esto
los entregó Dios a pasiones vergonzosas, pues hasta sus mujeres cambiaron el
uso natural por el que es contra naturaleza. E igualmente los varones, dejando
el uso natural de la mujer, se abrazaron en mutua concupiscencia, cometiendo
cosas ignominiosas varones con varones, y recibiendo en sí mismos la paga
merecida a sus extravíos. Y como no estimaron el conocimiento de Dios, Dios los
entregó a una mente depravada para hacer lo indebido» (Rm.1, 26-28). El
Espíritu Santo declara, pues, que quienes cometen actos gravemente pecaminosos,
entre los que se cuentan también los actos homosexuales, no heredarán la vida
eterna: «No os hagáis ilusiones. Ni los
fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los
sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los
maldicientes ni los que viven en rapiña heredarán el Reino de Dios» (1ª
Cor. 6,9-19),
Ahora
bien, la gracia de Cristo es tan grande que puede transformar a un idólatra, a
un adúltero o un homosexual practicante en un hombre nuevo. El texto citado de
la Palabra de Dios prosigue con estas palabras: «Tales
érais algunos [idólatras, adúlteros, sodomitas]; mas habéis sido lavados, mas
habéis sido santificados, mas habéis sido justificados en el nombre de Nuestro
Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios» (1ª Cor. 6,11). Ante
esta verdad y realidad de la gracia, resplandece en el escenario antidivino y
antihumano de la ideología y la práctica de la homosexualidad la luz de la
esperanza y del verdadero progreso, es decir, la esperanza y la posibilidad
auténtica de transformación de una persona que comete actos homosexuales en un
hombre nuevo, creado en la verdad de la santidad: «No es así como vosotros
habéis aprendido a Cristo, si es que habéis oído hablar de Él y si de veras se
os ha instruido en Él conforme a la verdad que está en Jesús, a saber: que
dejando vuestra pasada manera de vivir os desnudéis del hombre viejo, que se
corrompe al seguir los deseos del error, os renovéis en el espíritu de vuestra
mente y os vistáis del hombre nuevo, creado según Dios en la justicia y la
santidad de la verdad» (Ef. 4,20-24). Estas palabras de Dios son el único
mensaje digno de esperanza y de liberación que un cristiano y, con mayor
motivo, un sacerdote u obispo, debe ofrecer a quienes cometen actos
homosexuales o propagan la ideología de género.
El
totalitarismo y la intolerancia de la ideología de género exigen también,
lógicamente, una aceptación totalitaria. Todos los sectores de la sociedad, la
Iglesia católica incluida, deberían por tanto expresar de algún modo que
aceptan esa ideología. Uno de los medios públicos y más concretos de tal
imposición ideológica lo tenemos en las marchas del orgullo gay.
No se
puede excluir que en un futuro no muy lejano la Iglesia Católica se encuentre
en una situación semejante a la persecución por parte del Imperio Romano
durante los tres primeros siglos, cuando los cristianos también estaban
obligados a adherirse a la ideología totalitaria de la idolatría. En aquella
época, la prueba o verificación de tal adhesión estaba en el acto civil y
políticamente correcto de quemar unos granos de incienso ante una estatua de un
ídolo o del Emperador.
Hoy en
día, en vez de quemar granos de incienso se ha introducido el tener gestos de
solidaridad con las marchas del orgullo gay pronunciando palabras de bienvenida
por parte de clérigos y hasta mediante celebraciones religiosas especiales en
apoyo de los presuntos derechos a las actividades homosexuales y a la difusión
de su ideología. Somos testigos del increíble escenario en el que algunos
sacerdotes, y hasta obispos y cardenales, sin ruborizarse, ofrecen ya granos de
incienso al ídolo de la ideología de la homosexualidad o de la teoría de género
ante los aplausos de los poderosos de este mundo; es decir, ante los aplausos
de los políticos, de los medios de difusión y de las poderosas organizaciones
internacionales.
¿CUÁL
DEBE SER LA RESPUESTA CORRECTA DE UN CRISTIANO, DE UN CATÓLICO, DE UN SACERDOTE
O UN OBISPO ANTE EL FENÓMENO DEL LLAMADO ORGULLO GAY?
En primer
lugar, se debe proclamar con caridad la verdad divina sobre la creación del ser
humano, proclamar la verdad sobre el desorden objetivo en el plano psicológico
y sexual de la tendencia homosexual, y luego hablar de la ayuda necesaria y
discreta a las personas con tendencia homosexual a fin de que obtengan la cura
y se libren de su deficiencia psicológica.
Se debe
proclamar, además, la verdad divina sobre el carácter gravemente pecaminoso de
los actos homosexuales y del estilo de vida homosexual, porque ofenden a la
voluntad de Dios. Hay que proclamar con preocupación verdaderamente fraterna la
verdad divina sobre el peligro de perdición eterna del alma de los homosexuales
practicantes e impenitentes.
Asimismo,
con valentía cívica y por todos los medios pacíficos y democráticos se debe
protestar contra el vilipendio de las convicciones cristianas y contra la
exhibición pública de obscenidades degradantes. Hay que protestar contra la
imposición de marchas con carácter de militancia política-ideológica a
poblaciones enteras de ciudades y países.
Con todo,
lo más importante está en los medios espirituales. La respuesta más poderosa y
valiosa se expresa en los actos públicos y privados de desagravio a la santidad
y majestad divinas, tan grave y públicamente ultrajadas con las marchas del
orgullo gay.
De manera
inseparable a los actos de desagravio está la oración fervorosa por la
conversión y la salvación eterna de los promotores y activistas de la ideología
homosexual, y sobre todo de las almas de las desdichadas personas que ejercen
la homosexualidad.
Que las
siguientes palabras de los Sumos Pontífices afiancen la reacción católica al
fenómeno del orgullo gay.
El papa
Juan Pablo II protestó contra el desfile del orgullo gay de Roma del año 2000
con estas palabras: «Creo que es necesario aludir a las conocidas
manifestaciones [del orgullo gay] que han tenido lugar en Roma durante los días
pasados. En nombre de la Iglesia de Roma no puedo por menos de expresar
mi amargura por la afrenta hecha al gran jubileo del año 2000 y por la ofensa a
los valores cristianos de una ciudad tan querida para el corazón de los
católicos de todo el mundo. La Iglesia no puede callar la verdad, porque
faltaría a su fidelidad a Dios Creador y no ayudaría a discernir lo que está
bien de lo que está mal» (Palabras previas al ángelus del 9 de julio de 2000)
El
pontífice reinante, Francisco, ha alertado en varias ocasiones del peligro de
la ideología de género, por ejemplo cuando dijo: «Tú, Irina, has mencionado un gran enemigo de matrimonio hoy en día: la
teoría del género. Hoy hay una guerra mundial para destruir el
matrimonio. Hoy existen colonizaciones ideológicas que destruyen, pero no con
las armas, sino con las ideas. Por lo tanto, es preciso defenderse de las
colonizaciones ideológicas» (Discurso
durante el encuentro con sacerdotes, religiosos, seminaristas y agentes de
pastoral, Tiflis, 1 de
octubre de 2016).
«Estamos viviendo un momento de aniquilación del hombre como imagen de
Dios.
Quisiera concluir aquí con este aspecto, porque detrás de esto hay
ideologías. En Europa, América, América Latina, África, en algunos países de
Asia, hay verdaderas colonizaciones ideológicas. Y una de estas —lo digo
claramente con “nombre y apellido”— es la ideología de género. Hoy a los
niños —a los niños— en la escuela se enseña esto: que cada uno puede elegir el
sexo. ¿Por qué enseñan esto? Porque los libros son los de las personas y de las
instituciones que dan el dinero. Son las colonizaciones ideológicas, sostenidas
también por países muy influyentes. Y esto es terrible. Hablando con Papa
Benedicto, que está bien y tiene un pensamiento claro, me decía: “Santidad,
esta es la época del pecado contra Dios creador”» (Discurso durante el encuentro con los obispos polacos con ocasión de la
Jornada Mundial de la Juventud, Cracovia, 27 de julio de 2016).
Los
verdaderos amigos de las personas que promueven y cometen acciones degradantes
durante las marchas del orgullo gay son los cristianos que dicen:
«No quemaré ni un grano de incienso ante el ídolo de la homosexualidad y
de la teoría de género, ni aunque –¡no lo permita Dios!– lo hagan mi párroco o
mi obispo.
Realizaré actos privados y públicos de desagravios y rezaré
intercediendo por la salvación eterna de las almas de todos los que practican y
promueven la homosexualidad.
No tendré miedo del nuevo totalitarismo político-ideológico de la
ideología de género, porque Cristo está conmigo. Y así como Cristo derrotó a
todos los sistemas totalitarios del pasado, también derrotará el totalitarismo
de la ideología de género hoy en día».
¡Christus vincit, Christus regnat, Christus
imperat!
28 de julio de 2018
+ Athanasius Schneider, obispo auxiliar de la arquidiócesis de María
Santísima en Astaná
(Traducido por
Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe)
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