sábado, 25 de agosto de 2018

POR QUÉ EL RELATIVISMO MORAL ESTÁ ECHANDO RAÍCES EN LA IGLESIA


Principio del formulario
Estamos poniendo la palabra de Dios “patas para arriba”. Y las consecuencias de ello son funestas. Tanto para los pecadores como para aquellos que se abstienen de informar sobre el pecado.
Y lo peor es que estamos arriesgando a un cisma en la Iglesia.
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Porque una buena de los católicos desconocen pasajes de la Biblia y condenan a otros católicos acusándolos de rigidez cuando actúan de acuerdo a ellos.
Mientras que Dios vino a traer un mensaje sobre la necesidad de abandonar el pecado. Y nos dio las indicaciones para reconocer el bien y el mal. Nos encontramos hoy que una buena parte de los católicos se ha contagiado del relativismo moral. Sostienen que no hay una moral absoluta, sino que ésta depende de cada tiempo, lugar y de las circunstancias de la persona. Y por lo tanto el verdadero pecado para ellos es creer que todo se debe juzgar de acuerdo a esa moral absoluta. Por eso no dudan en tildar de rígidos a quienes piensan que Dios se hizo hombre para redimirnos del pecado real.
Claro que en todo esto está el tema de la caridad. Es absolutamente vital que cualquier corrección se haga con caridad fraterna.

EL PECADO ES REAL
En varios pasajes del Evangelio Jesús sana o protege a una persona, y termina diciéndole “vete y no peques más”. Por ejemplo podemos tomar la narración de Juan 8: 1-11, que presenta a una mujer a punto de ser lapidada por adulterio. Jesús no cuestiona la ley judía que indicaba la lapidación hasta la muerte de quien fuera encontrado en adulterio. Pero dice a la multitud que el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, y todos, uno a uno, se deshacen de las piedras y se van. Luego de esto Jesús le pregunta a la mujer a dónde se fueron sus acusadores y señala que nadie la condenado, agregando que él tampoco la condena. Pero termina diciendo “vete y no peques más”. Esta expresión de Jesús deja claro que Jesús considera el pecado como algo real.
No aprueba que se lo deje pasar sin informar, aunque la condena es harina de otro costal.
Y además nos comunica que si una persona está verdaderamente arrepentida debería de dejar de pecar.
Lamentablemente esta conducta de Jesús es ignorada por cada vez más católicos. Porque para muchos católicos el centro de su fe es no juzgar a los demás y ser amable. De tal forma que conceptos como pecado, expiación, redención, arrepentimiento y santificación está fueran de su consideración Porque piensan que realmente que Jesús vino a enseñar que nunca hay que juzgar a nadie y que hay que ser amable con las personas; y ahí se acabó el mensaje. La consecuencia de esto entonces es que nunca juzgarán el pecado como pecado. No dirán que una cosa es incorrecta sino que lo harán depender de la persona y de la situación, y se esforzarán por ser amables y dulces con las personas. Obviamente no está mal ser amable y dulce con los demás, pero eso sin olvidar el fuerte mensaje que Jesús nos trajo sobre el pecado, su reparación y la necesidad de salvar almas del pecado. Todo esto es consecuencia del relativismo moral qué ha penetrado en la Iglesia.

EL RELATIVISMO MORAL
¿QUÉ ES EL RELATIVISMO MORAL?
Es una herejía que opera de hecho como si no hubiera normas dadas por Dios sobre el bien y el mal absolutos.
Si no hay normas absolutas de lo que está bien y de lo que está mal, entonces el bien y el mal son relativos a la época y a la cultura. Y entonces no existe el pecado, sino conductas correctas e incorrectas de acuerdo a la moral imperante en ese momento histórico y en esa cultura. La conclusión lógica es que no se puede juzgar – en el sentido de advertir o evaluar – sobre bases absolutas. Este es el razonamiento de demasiados católicos, sacerdotes y obispos. Muchos de estos últimos no reconocen que la Biblia no es relativista, sino que impulsa una moral universal.
Y que existe el pecado, que es la fuente de todos los males que aquejan al ser humano, qué debemos saber reconocerlo y que debemos comunicarlo al hermano.
Esto último es lo más difícil, pero por lo pronto deberíamos saber reconocerlo. Sin embargo en los últimos tiempos ha habido expresiones que han caído como anillo al dedo para santificar el relativismo moral. Cuando el Papa Francisco dijo en el 2013, en una conferencia de prensa mientras volaba de regreso a Roma: “Si una persona es gay y busca al Señor de buena voluntad ¿quién soy yo para juzgar?”, vimos desatar una fiebre de no interpelar a nadie. Estas insinuaciones del Papa, interpretadas quizás libremente y fuera de contexto, hicieron mella en muchos mal catequizados. Muchos católicos tomaron esa frase para sacarse de encima la “pesada carga” de interpelar al mundo por sus pecados. Y otros lo aprovecharon para defenderse cuando alguien les avise lo que no quieren oír, que están en pecado. Algo así como “si el Papa dice ‘quien soy yo para Juzgar’ ¿por qué me juzgas tú a mí”. Por lo tanto se creó la actitud de “no te metas”, “no hables”, “déjalo pasar”, entre los católicos. Cuando no es lo que prescribe la Biblia. Por el contrario, hay profusas citas, que veremos abajo, en que se exhorta a los fieles a no dejar pasar los pecados de los demás y a advertirles. Incluso pasajes que mencionan una pena a quien deje pasar el pecado de un hermano sin advertirle, sin interpelar. Lamentablemente hoy esto no se menciona y probablemente la mayoría de los católicos ni lo conozcan. El criterio de misericordia se ha degradado, abaratado, al punto de que ni siquiera logramos el coraje de advertir a alguien que va por el mal camino, porque la mera advertencia se está tomando como un juzgamiento. Aún cuando la advertencia sea genérica y no aluda a alguna persona en particular.
Todos sabemos que sólo Dios puede juzgar, pero resulta que ahora estos relativistas morales consideran que sólo Dios es el que puede advertir el mal camino a los pecadores.
Porque los hombres no pueden hacerlo según esta “nueva pseudo doctrina”. Esto está bastardeando el mensaje de Jesús.

LA CARICATURA DE JESÚS QUE SE HA INSTALADO EN LOS BANCOS DE LAS IGLESIAS
Esta nueva pseudo doctrina está fundamentada por la caricatura que se ha hecho del comportamiento de Jesús.
Si lo describe como una persona reconfortante, acogedora, amorosa, amable, que perdona todo sin siquiera pedir reforma de conducta.
Y no se reconoce el lado menos amable y juzgador de Jesús, porque no estamos cómodos con este aspecto.
Sólo estamos cómodos con un Jesús manso y suave. Recordemos que Jesús volteo la mesa de los cambistas en el templo. También fue duro en muchísimos pasaje del evangelio con gente concreta, no sólo en ese.
Jesús lastimaba los sentimientos de la gente y no se disculpaba por eso, según los criterios que actualmente maneja la sociedad.
Les hablaba de la realidad del pecado, de la necesidad arrepentimiento, de que el infierno es real y ahí la gente llora y rechina los dientes. Dio malas noticias para gente concreta, gente real de su tiempo, pero hablando para todas las épocas. Dijo que enviaría a sus ángeles y arrojaría al horno del fuego a los transgresores. Cuando habló del juicio final dijo qué hay un fuego eterno preparado para el diablo y los ángeles y para quienes hacen su voluntad en la Tierra. No tenía un lenguaje de miel para atraer a las moscas, como es el criterio en general que se utiliza en las homilías hoy. Jesús decía cosas incómodas y se presentaba como un juez severo que vino al mundo para jugar y estaba ansioso de hacerlo. Y no se refería solamente a los fariseos sino a los pecadores en general. En el Apocalipsis de San Juan se muestran claramente esas cosas terribles. Sus ángeles con espadas poderosas y afiladas derribando a los reyes, naciones, cataclismos, etc. El tierno Jesús qué queremos ver en nuestra época es también un predicador feroz, que no queremos ver.
Que además nos advierte que seremos odiados como Él es odiado, por causa de su juicio.
Sin embargo hoy lo que predomina es la gracia barata, que es el enemigo mortal de la iglesia. Hay que recordar que Jesús vino a dar una buena noticia y a juzgar a quienes no aceptan la buena noticia. El vino a decir lo que está bien y lo que está mal. Y pagó un costo por decirlo y por salvarnos que fue su propia vida. Lamentablemente esta mitad de Jesús no es la que el mundo está buscando y tampoco la que está buscando buena parte, y quizás hasta la mayoría, de los que están sentados en los bancos de las iglesias. Desde hace décadas no se predica la plenitud del planteo de Jesús, sino que se predica la parte amable que nos deja tranquilos, pero en gran riesgo.

SE INTERPRETA QUE ADVERTIR TAMBIÉN ES JUZGAR
Hemos visto que dentro de la Iglesia Católica se está extendiendo un criterio que no tiene raíces bíblicas, “¿quién soy yo para juzgar?”.
Es correcto decir que sólo Dios puede juzgar el estado del alma humana.
Pero esto no implica la imposibilidad de hacer las advertencias sobre lo que Dios ya juzgó en términos generales.
O sea señalar públicamente lo que dice la Biblia sobre un pecado. La renuencia a advertir sobre la conducta moral es la consecuencia inevitable de relativismo moral y el subjetivismo moral. Que ha erosionado la capacidad de determinar la verdad moral objetiva sobre la que se basa el buen juicio. No ser crítico es uno de los males de nuestra época. No juzgar implica una negligencia en el cumplimiento del deber en la jerarquía de la Iglesia. Porque se oscurece el mensaje de Nuestro Señor, se siembra la confusión entre los fieles, y se socavan los esfuerzos laicos para luchar contra las perversiones actuales. Y la Iglesia lo está viviendo amargamente en carne propia. La ausencia de juicio inicial sobre el escándalo del abuso sexual elevó la conducta desviada a un escándalo internacional que golpeó duro a Benedicto XVI y aún más en el pontificado de Francisco.
Muchos católicos creen realmente que la Biblia llama a no juzgar.
Y lo hacen porque no han tenido una buena catequesis y porque las homilías que escuchan refuerzan esa mala catequesis.

¿ASÍ QUE LA BIBLIA NOS DICE NO JUZGAR A LA GENTE?
Considera lo siguiente: “A ti, también, hijo de hombre, te he hecho yo centinela de la casa de Israel. Cuando oigas una palabra de mi boca, les advertirás de mi parte.
Si yo digo al malvado: «Malvado, vas a morir sin remedio», y tú no le hablas para advertir al malvado que deje su conducta, él, el malvado, morirá por tu culpa, pero de tu sangre yo te pediré cuentas a ti.
Si por el contrario adviertes al malvado que se convierta de su conducta, y él no se convierte, morirá él debido a su culpa, mientras que tú habrás salvado tu vida” (Ezequiel 33: 7-9). Ni Pedro ni Pablo, los dos pilares de la Iglesia, eran aprensivos acerca de juzgar a los demás. Pedro contestó a Simón el mago, “«Vaya tu dinero a la perdición y tú con él; pues has pensado que el don de Dios se compra con dinero. En este asunto no tienes tú parte ni herencia, pues tu corazón no es recto delante de Dios.
Arrepiéntete, pues, de esa tu maldad y ruega al Señor, a ver si se te perdona ese pensamiento de tu corazón…” (Hechos 8: 20-23).

Pablo dijo a Elimas, “Entonces Saulo, también llamado Pablo, lleno de Espíritu Santo, mirándole fijamente, le dijo:
«Tú, repleto de todo engaño y de toda maldad, hijo del Diablo, enemigo de toda justicia, ¿no acabarás ya de torcer los rectos caminos del Señor?” (Hechos 13: 9-10).
He aquí algunos extractos de las epístolas que ilustran el pedido de juicio en la escritura: “Mas, cuando vino Cefas a Antioquía, me enfrenté con él cara a cara, porque era digno de reprensión. (Gálatas 2:11). “Hermanos, aun cuando alguno incurra en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado. (Gálatas 6: 1). A los culpables, repréndeles delante de todos, para que los demás cobren temor”. (Tim 5:20). “Este testimonio es verdadero. Por tanto repréndeles severamente, a fin de que conserven sana la fe, y no den oídos a fábulas judaicas, ni a mandamientos de hombres que se apartan de la verdad”. (Tito 1:13-14). Así has de enseñar, exhortar y reprender con toda autoridad. Que nadie te desprecie”. (Tito 2:15). “Por mi parte estoy persuadido, hermanos míos, en lo que a vosotros toca, de que también vosotros estáis llenos de buenas disposiciones, henchidos de todo conocimiento y capacitados también para amonestaros mutuamente”. (Romanos 15:14). “Sólo se oye hablar de inmoralidad entre vosotros, y una inmoralidad tal, que no se da ni entre los gentiles, hasta el punto de que uno de vosotros vive con la mujer de su padre. Y ¡vosotros andáis tan hinchados! Y no habéis hecho más bien duelo para que fuera expulsado de entre vosotros el autor de semejante acción. Pues bien, yo por mi parte corporalmente ausente, pero presente en espíritu, he juzgado ya, como si me hallara presente, al que así obró: Que en nombre del Señor Jesús, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de Jesús Señor nuestro, sea entregado ese individuo a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu se salve en el Día del Señor. (1 Corintios 5:1-5).
Con estas citas está claro que la Biblia a menudo fomenta la advertencia e incluso el juicio de la conducta de los demás. 

PASAJES BÍBLICOS INTERPRETADOS SESGADAMENTE
Pero aquellos que desprecian el juicio a menudo citan (Mt 7:1-2): “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá”.
Esto no es un requerimiento contra el juicio, sino una advertencia de que las advertencias se dictarán sólo con un buen corazón libre de la hipocresía, arrogancia, mezquindad de espíritu, u odio. 
Lo que se ve claro en Mateo 7:5, “Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano”.
El propósito principal de un juicio es ayudar a mi hermano, evitar acciones debilitantes y mejorar.
La carga de juzgar es que seremos “juzgados como hemos juzgado”.  Algunos citan el incidente de la mujer sorprendida en adulterio y llevada a Jesús como prueba de que no debemos juzgar a los demás. Nada podría estar más lejos de la verdad. En el incidente se manifiesta la misericordia y la repugnancia de la hipocresía de Dios, si se entiende bien, él juzga su comportamiento como lo demuestra su admonición: “Vete y no peques más”.

EL JUICIO PÚBLICO TIENE SU COSTO
Honramos a aquellos hombres y mujeres que a lo largo de los siglos, han tenido el coraje de juzgar la conducta pecaminosa de los demás y declarar públicamente en contra de ella. 
A pesar del costo, Sir Thomas More amonestó al rey Enrique VIII que no debería ser aclamado como jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra desde que negaba la autoridad papal. Y también advirtió al Rey que sería bígamo por casarse con Ana Bolena. ¿No lo hizo Juan el Bautista juez cuando acusó públicamente a Herodes de adulterio porque él tomó Herodías como esposa a pesar de que todavía estaba casada con su hermano Felipe? Los jurados juzgan a los acusados todo el tiempo. La calidad de un juicio por lo general depende de la información a disposición del juez y la imparcialidad del juez.

¿CUALES SON LAS OPCIONES DE LOS CATÓLICOS?
Una vez que una sentencia ha sido dictada, por ejemplo en la Biblia, la pregunta es ¿qué debemos hacer cuando se pregunta al respecto?

Hay varias opciones:
Podríamos no decir nada o “sin comentarios” y dejar el asunto. 
Podríamos no decir nada públicamente y amonestar o elogiar en privado, según sea el caso. 
Podríamos anunciar nuestro juicio en un foro apropiado.
Por último, podríamos usar el foro público en que se hizo la pregunta para instruir a los espectadores precisamente sobre cual es la posición católica sobre el tema y hacer hincapié en que amamos al pecador pero odiamos el pecado.
Es el amor que a veces nos lleva a hablar cuando las apuestas son altas. “¿No sabéis acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? ¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios” (1 Corintios 6: 9-10). El Cardenal Dolan, que tomamos como ejemplo, quizás desperdició una oportunidad para instruir no sólo al pecador, sino también a los confundidos e ignorantes sobre lo que dice la enseñanza de la Iglesia Católica. Pero además ¿cómo podría haber dicho el cardenal Dolan “bravo” al final de su respuesta?

Una respuesta posible sería:
Este homosexual, según la doctrina aún vigente de la Iglesia católica, que aún no se derogó, debe saber que debe elegir entre una vida célibe, someterse a una terapia reparativa para volver a la heterosexualidad  o arriesgarse a la condenación eterna por caer en el pecado sexual.
Y en esto también nos basamos en la doctrina de la Iglesia sobre el infierno, que aún sigue vigente y no se derogó.

¿QUE ESTA SUCEDIENDO ENTONCES?
La mayoría de los sacerdotes, obispos, cardenales son buenos hombres dedicados al servicio de Dios. Pero están sujetos a error, a prejuicios y vanidad como todos los hombres. La adulación es un peligro siempre presente. Pero también hay que considerar el principio de Peter que dice que la gente tiende a ser promovida un nivel más allá de su nivel de competencia. Y se aplica claramente en ocasiones a los miembros de la jerarquía eclesiástica.
En los últimos años, hemos visto el buen juicio demasiado a menudo afectado por la cobardía que se hace pasar por prudencia.
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Y por la capitulación ante el espíritu de la época que se camufla como preocupación pastoral.
La comunicación instantánea y generalizada de nuestra época expone sin piedad las deficiencias y los errores que se puedan producir en las conversaciones y actos públicos. Y personas locuaces como el cardenal Dolan son especialmente vulnerables. La transparencia y la sinceridad son características de bienvenidas, pero la jerarquía de la Iglesia debe aprender a controlar la narración. Pero por otro lado, también estas cosas pueden suceder y suceden, porque el clima interno de la Iglesia está cambiando informalmente la doctrina y la pastoral. Por lo tanto, y referido al caso de la homosexualidad, no es ninguna novedad decir que se está dando una tendencia de mayor aceptación y convalidación de la homosexualidad en la Iglesia, que aún no está convalidado por el cambio de la doctrina y la pastoral. De aquí podemos salir en dos direcciones, que el clima interno retroceda y se vuelva más apegado a la doctrina oficial, o que se comience a cambiar formalmente ambas. Y este es el dilema que sobrevoló el Sínodo de la Familia. Más allá de lo que cada uno piense sobre si la doctrina y la pastoral de la Iglesia tienen que cambiar sobre la homosexualidad, haríamos bien en recordar el consejo de Pablo a Timoteo, para no quedar expuestos a las presiones de los medios de comunicación del sistema y de la cultura dominante sobre éste y otros temas: “Evita las discusiones necias y estúpidas; tú sabes bien que engendran altercados. A un siervo del Señor no le conviene altercar, sino ser amable, con todos, pronto a enseñar, sufrido. Y que corrija con mansedumbre a los adversarios, por si Dios les otorga la conversión. Que les haga conocer plenamente la verdad, y volver al buen sentido, librándose de los lazos del Diablo que los tiene cautivos, rendidos a su voluntad”. (2 Timoteo 2: 23-26 ).

Fuentes:

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