El 6 de agosto la Iglesia celebra la Transfiguración del Señor, que
ocurrió en presencia de los apóstoles Juan, Pedro y Santiago. Es aquí donde
Jesús conversa con Moisés y Elías, y se escucha desde una nube la voz de
Dios Padre que dice “Éste es mi Hijo, el amado, mi
predilecto. Escuchadlo” (Lc. 9, Mc. 9, Mt. 17).
En el Catecismo de la Iglesia Católica (555), en referencia al pasaje
bíblico, se menciona que “por un instante, Jesús
muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también
que para ‘entrar en su gloria’ (Lc 24, 26), es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén”.
“Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en
la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías
(cf. Lc 24, 27). La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del
Padre”, señala el Catecismo.
Asimismo recuerda las palabras de Santo Tomás de Aquino, quien afirmó
que en este acontecimiento “apareció toda la
Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube
luminosa”.
Según el relato evangélico, la Transfiguración ocurrió en un monte alto
y apartado llamado Tabor (Israel) que en hebreo significa “el abrazo de Dios”.
San Jerónimo comentaba este episodio de la vida de Jesús con mucho fervor
y añadía incluso palabras en la boca de Dios Padre para explicar la
predilección de Jesús. “Este es mi Hijo, no Moisés
ni Elías. Éstos son mis siervos; aquel, mi Hijo. Éste es mi Hijo: de mi misma
naturaleza, de mi misma sustancia, que en Mí permanece y es todo lo que Yo soy.
También aquellos otros me son ciertamente amados, pero Éste es mi amadísimo.
Por eso escuchadlo”, decía el Santo.
“Él es el Señor, estos otros, los consiervos.
Moisés y Elías hablan de Cristo. Son consiervos vuestros. No honréis a los
siervos del mismo modo que al Señor: prestad oídos sólo al Hijo de Dios”, añadía.
Cuando la Transfiguración acabó, Pedro, quien había dicho “Señor, ¡qué bien se está aquí!”, desciende sin
comprender lo que ha pasado. Por ello San Agustín, en un sermón, se dirigirá al
Primer Pontífice con palabras de reflexión, que en realidad se convierten en
una interpelación para cada cristiano del mundo de hoy:
“Desciende (tú, Pedro) para penar en la tierra,
para servir en la tierra, para ser despreciado y crucificado en la tierra. La
Vida desciende para hacerse matar; el Pan desciende para tener hambre; el
Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la
sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir?”
Redacción ACI
Prensa
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