Los dones especiales de que María estaba dotada, la
hacían especialmente apta para desempeñar la misión de madre y educadora. En
las circunstancias concretas de cada día, Jesús podía encontrar en ella un
modelo para seguir e imitar, y un ejemplo de amor perfecto a Dios y a los
hermanos.
SÁBADO DE LA 3ª SEMANA
DE PENTECOSTÉS
Causa de nuestra alegría que hace brotar las semillas como un jardín
Causa de nuestra alegría que hace brotar las semillas como un jardín
1. “María guardaba todas estas cosas en su corazón” (Lc 2,51). El Corazón de María dio su sangre y su vida a Jesús Niño, pues aunque la generación de Jesús, se realizó por obra del Espíritu Santo, pasó por las fases de la concepción, la gestación y el parto como la de todos los hombres. La maternidad de María no se limitó al proceso biológico de la generación, sino que contribuyó al crecimiento y desarrollo de su hijo, y como la educación es una prolongación de la procreación, indudablemente que el Corazón de María educó el corazón de su Niño, y le enseñó a comer, a hablar, a rezar, a leer y a comportarse en sociedad. Ella es Theotokos no sólo porque engendró y dio a luz al Hijo de Dios, sino también porque lo acompañó en su crecimiento humano. Si en Jesús reside la plenitud de la divinidad, parece que no tenía necesidad de educadores. Pero el Hijo de Dios vino al mundo en una condición humana totalmente semejante a la nuestra, excepto en el pecado (Hb 4,15). Y como todo ser humano, el crecimiento de Jesús, desde su infancia hasta su edad adulta (Lc 2,40), requirió la acción educativa de sus padres. El evangelio de san Lucas, particularmente atento al período de la infancia, narra que Jesús en Nazaret se hallaba sujeto a José y a María (Lc 2,51). Luego Jesús estaba abierto a la obra educativa de su madre y de José.
2. Los dones especiales de que María estaba dotada,
la hacían especialmente apta para desempeñar la misión de madre y educadora. En
las circunstancias concretas de cada día, Jesús podía encontrar en ella un
modelo para seguir e imitar, y un ejemplo de amor perfecto a Dios y a los
hermanos. Desempeñando la función de padre, José cooperó con su esposa para que
la casa de Nazaret fuera un ambiente favorable al crecimiento y a la maduración
personal del Salvador. Al enseñarle el duro trabajo de carpintero, José insertó
a Jesús en el mundo del trabajo y en la vida social. María, junto con José,
quien introdujo a Jesús en los ritos y prescripciones de Moisés, en la oración
al Dios de la alianza con el rezo de los salmos y en la historia del pueblo de
Israel, centrada en el éxodo. De ella y de José aprendió Jesús a frecuentar la
sinagoga y a realizar la peregrinación anual a Jerusalén por la Pascua. La obra
educativa de María fue muy eficaz y profunda, pues encontró en la psicología
humana de Jesús un terreno muy fértil. La misión educativa de María, dirigida a
un hijo tan singular, presenta características particulares con respecto al
papel que desempeñan las demás madres. Ella garantizó las condiciones
favorables para que se pudieran realizar los dinamismos y los valores
esenciales del crecimiento, ya presentes en el hijo. El hecho de que en Jesús
no hubiera pecado exigía de María una orientación siempre positiva, excluyendo
intervenciones encaminadas a corregir y ayuda a su Hijo Jesús a crecer, desde
la infancia hasta la edad adulta, «en sabiduría, en edad y en gracia» (Lc 2,
52) y a formarse para su misión. María y José aparecen, por tanto, como modelos
de todos los educadores. Los sostienen en las grandes dificultades que
encuentra hoy la familia y les muestran el camino para lograr una formación
profunda y eficaz de los hijos. Su experiencia educadora es un punto de
referencia seguro para los padres cristianos, que están llamados, en
condiciones cada vez más complejas y difíciles, a ponerse al servicio del
desarrollo integral de sus hijos, para que lleven una vida digna del hombre y
que corresponda al proyecto de Dios (Juan Pablo II).
3. Aunque fue su madre quien introdujo a Jesús en la
cultura y en las tradiciones del pueblo de Israel, será él quien le revele su
plena conciencia de ser el Hijo de Dios, enviado a irradiar la verdad en el
mundo, siguiendo la voluntad del Padre. De «maestra» de su Hijo, María se
convirtió así en humilde discípula del divino Maestro, engendrado por ella.
Jesús empleó los años más floridos de su vida, educando a su Madre en la fe.
Tres años de vida itinerante y treinta años de vida de familia. La mejor
discípula del Señor, fue formada por el mismo Señor, su Hijo. ¡Qué tierra más
fértil la suya para recibir sus enseñanzas! Ella fue la única que dio el ciento
por uno de cosecha. “¡Dichoso el seno que te llevó
y los pechos que te amamantaron! -Más dichosos los que oyen la Palabra de Dios
y la practican” (Lc 11,27).
4. Según Santo Tomás, cuando damos culto al Corazón
Inmaculado de María honramos a la persona misma de la Santísima Virgen. “Proprie honor exhibetur toti rei subsistenti” (Sum
Theol 3ª q 5 a.1). Cuando se
venera un órgano del cuerpo el culto se dirige a la persona, pues sólo ella es
capaz de recibirlo. En la devoción al Corazón de María el homenaje va dirigido,
pues, a la persona de la Virgen, significada en el Corazón. Una persona puede
recibir honor por distintos motivos, por su poder, autoridad, ciencia, o
virtud; pues, aunque el honor es uno, puede ser diferenciado. Así la Virgen es
venerada en la fiesta de la Inmaculada, de la Visitación, de la Maternidad, o
de la Asunción, con cultos distintos, porque los motivos son distintos. Por
tanto, el culto a su Corazón Inmaculado es distinto, por el motivo, que es su
amor.
UN AMOR SIEMPRE
PRESENTE
5.
Todas las culturas han visto
simbolizado el amor en el corazón. En el de María, honramos la vida moral de la
Virgen: Sus pensamientos y afectos, sus virtudes y méritos, su santidad y toda
su grandeza y hermosura; su amor ardentísimo a Dios y a su Hijo Jesús y su amor
maternal a los hombres redimidos por su sangre divina. Al honrar al Corazón
Inmaculado de María lo abarcamos todo, pues él fué templo de la Trinidad,
remanso de paz, tierra de esperanza, cáliz de amargura, de pena, de dolor y de
gozo.
6.
En cada época histórica ha
predominado una devoción. En el siglo I, la Theotocos, la Maternidad divina,
como réplica a la herejía de Nestorio. En el siglo XIII, la devoción del
Rosario. En el XIX, la Asunción y la Inmaculada. A mediados de ese mismo siglo
comenzó a extenderse la devoción al Inmaculado Corazón de María, que ya antes
había tenido sus adalides, como San Bernardino de Sena y San Juan de Ávila; y
en el siglo XVII, San Juan Eudes. Gran apóstol del Inmaculado Corazón de María
fue San Antonio María Claret, que fundó la Congregación de los Misioneros del
Inmaculado Corazón de María. Pero es en el siglo XX, cuando alcanza su cenit
con dos hechos trascendentales: las apariciones de la Virgen en Fátima y la
consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María, hecha por Pío XII el año
1942. En Fátima la Virgen manifestó a los niños que Jesús quiere establecer en
el mundo la devoción a su Inmaculado Corazón como medio para asegurar la
salvación de muchas almas y para conservar o devolver la paz al mundo. La Beata
Jacinta Marto, le dijo a Lucía: “Ya me falta poco
para ir al cielo. Tú te quedarás aquí, para establecer la devoción al Corazón
Inmaculado de María”. También se lo dirá después la Virgen. El año 1942,
después de la consagración de varias diócesis en el mundo realizada por sus
respectivos obispos, Pío XII hizo la oficial de toda la Iglesia. De este modo
la devoción al Inmaculado Corazón de María se vió eficacísimamente confirmada y
afianzada. Y después Pablo VI y, sobre todo Juan Pablo II, que se declara milagro
de María: Santo Padre, le dijeron en Brasil: Agradecemos a Dios, sus trece años
de pontificado. Y contestó, tres años de pontificado y diez de milagro. El ha
sido el Pontífice que ha acertado a cumplir plenamente el deseo de la Virgen,
cuyos resultados se han visto con el derrumbamiento del marxismo y la
conversión de Rusia.
7.
Cuando en el siglo XVIII, el
mundo se enfriaba por el indiferentismo religioso de doctrinas ateas, se
manifiesta Cristo a Santa Margarita María de Alacoque en Paray le Monial, y la
constituye promotora del culto al Corazón de Jesús, y cuando en el siglo XX, el
mundo se va a ver envuelto por amenazas de guerras, divisiones y odios,
herencia nefasta del materialismo y del marxismo, pide la Virgen a los niños de
Fátima, que extiendan la devoción al Inmaculado Corazón de Maria. Como remedio
a los males actuales, la misma Virgen nos ofrece su Corazón Inmaculado, que es,
ternura y dulzura, pero, a la vez, exigencia de oración, sacrificio,
penitencia, generosidad y entrega. No basta el culto; hay que imitar sus
virtudes.
8. En los seres racionales existe una sinergia, un
lazo invisible, pero de irresistible fortaleza, que nos une con Dios, con los
hombres y con las criaturas: el corazón. El Corazón de María, expresa el
corazón físico que latía en el pecho de María, que entregó la sangre más pura y
noble para formar la Humanidad de Cristo, y en el que resonaron todos los
dolores y alegrías sufridos a su lado; y el corazón espiritual, símbolo del
amor más santo y tierno, más generoso y eficaz, que la hicieron corredentora,
con el cúmulo de capacidades y virtudes que adornan la persona excelsa de la
Madre de Dios.
9. El Corazón es la raíz de su santidad eximia, y el
resumen de todas sus grandezas, porque todos sus Misterios se resumen en el
amor. Dios, que creó el mundo para el hombre, se reservó en él un jardín donde
fuera amado, comprendido, mimado, el huerto cerrado del Cantar de los Cantares.
Su Santuario, su obra primorosa y singular. Su Corazón y su alma son templo,
posesión y objeto de las delicias del Señor. Sólo su corazón pudo ser el altar
donde se inmoló, desde el primer instante, el Cordero inmaculado. Según San
Bernardo, María “fuit ante sancta quam nata”: nació
antes a la luz de la vida de la gracia que a la luz de este mundo…No hay un
Corazón más puro, inmaculado y santo que el de María. Como el sol reverbera
sobre el fango de la tierra, así su Corazón inmaculado brilló sobre las
miserias del mundo sin ser contaminado por ellas. Es la Mujer vestida del sol
del Apocalipsis (12,1).
10. La plenitud de la gracia que recibió María
repercutió en su Corazón en el que no existió la más leve desviación en sus
sentimientos y afectos. Su humildad, su fe, su esperanza, su compasión y su
caridad, hicieron de su Corazón el trono del amor y el tabernáculo de la
misericordia. El Corazón de María es el de la Hija más grata del Padre. El
Corazón de la Madre que con mayor dulzura y ternura haya amado a su Hijo. El
Corazón de la Esposa donde el Espiritu realizó la más grande de sus maravillas:
concibió del Espíritu Santo.
MARÍA, MADRE DE TODA LA
HUMANIDAD
11. Para los hombres, el Corazón de María es también
un corazón humano, muy humano. Es el corazón de la Madre: Todos los hombres
hemos sido engendrados en el Corazón Inmaculado de María: “Mujer, he ahí a tu hijo” (Jn 19,26. San Juan nos
representaba a todos. Porque amó mucho mereció ser Madre de Dios y atrajo el
Verbo a la tierra, sin dolor; con sufrimiento y con dolor, ha merecido ser
Madre nuestra. El amor a su Hjo y a sus hijos es tan entrañable y tierno, que
guarda en su corazón las acciones más insignificantes de sus hijos, de quienes
su Hijo Jesús es Hermano Mayor.
12. Dios ha
querido conceder sus gracias a los hombres por el Corazón Inmaculado de María.
Es el cuello del Cuerpo Místico por donde descienden las gracias de la Cabeza.
Sus hijos predilectos son los santos. Ella goza viéndoles interceder por sus
hermanos menores, y goza viendo que las gracias que le piden llegan a nosotros
a través de Ella. Por su Corazón pasa todo cuanto ennoblece y dignifica al
mundo: las gracias de conversión, la paz de las conciencias, las santas
aspiraciones, el heroísmo de los santos, los rayos más luminosos que le señalan
al mundo las rutas de salvación. Como la imaginación, abandonada a sí misma, es
la loca de la casa, el corazón dejado a la deriva, sin educar, es la perdición
de toda nuestra persona, María nos enseña a amar con ardor, pero con gran
pureza. El amor a Dios, a nosotros mismos y a nuestros hermanos halla el modelo
humano más perfecto en el Corazón Inmaculado de Maria.
13. Ahora bien, si María fuera sólo Madre de la
Iglesia como comunidad, y no Madre de cada uno de los miembros, sólo se
preocuparía del bien de la Iglesia. Pero cada cristiano carecería de seguridad.
Sería como un general que ama mucho a su ejército, pero no vacila en sacrificar
a todos los soldados para salvar a la nación; y de intimidad, porque en una
multitud tan grande, ¿cómo puede cada uno acercarse a Ella? El soldado no tiene
fácil acceso al general; ni el ciudadano al rey. María no sería nuestra Madre,
sino nuestra Reina, o nuestro general, distante de nuestras pequeñas
preocupaciones.
14.
Si una madre de diez hijos los
amara sólo en grupo, y no se preocupara de cada uno en particular; si preparara
comida, camas, descanso, trabajo, recreo para el grupo, no sería madre de
familia, sino administradora de un colegio, o de un cuartel, donde la revisión
médica se hace para todos una vez al año; y la vacuna colectiva, también. La
madre de familia, lleva al médico a cada hijo siempre que lo necesita o se
queja: no tiene un día al año de revisión para todos, ni de vacuna para todos.
Con la Virgen María no estamos en un cuartel, ni en un colegio; sino en una
familia, y bien pequeña: “No temas, pequeño rebaño,
porque vuestro Padre se ha complacido en daros el Reino” (Lc. 12,32).
15.
A María le sobra corazón para
atendernos a todos como si fuéramos únicos: Dios le dio Corazón de Madre para
que con él amara a todos y cada uno de los hombres. Y, no sólo los de hoy, sino
todos los de ayer y de mañana. Nosotros somos como la última floración, como el
benjamín, al que prodiga sus cuidados.
16.
Toda madre tiene amor particular
a cada hijo exactamente igual que el que tiene a todos en conjunto. Y más al
más desvalido, al subnormal, al extraviado. Si el Corazón de María es nuestra
Madre, ama a cada hombre con el mismo amor con que ama a toda la Iglesia.
Ninguna madre cuando tiene el primer hijo restringe su amor, reservándolo para
los que vengan. Da todo su amor al primero y al segundo, sin quitar nada al primero,
y sin ahorrar nada para el tercero. Cuida de todos, y de cada uno como si no
tuviera otro. Sólo saboreando el amor singular de su Corazón a cada uno, se
puede gustar la delicia de sentirse amados por Ella, y se dialogará con ella y
se intimará con Ella y se gozará en Ella. Para llegar a su intimidad, que es
importantísimo para nuestra vida interior, es preciso tener firme fe en ese
amor particular.
UN DON QUE CRISTO NOS
HA OTORGADO
17. Todos estos conceptos brotan del “Totus tuus” de Juan Pablo II, que en su Encíclica
“Redemptoris Mater”, ha escrito: “Se descubre aquí el valor real de las palabras dichas
por Jesús a su madre cuando estaba en la Cruz: «Mujer, ahí tienes a tu hijo»,
y al discípulo: «Ahí tienes a tu madre» (Jn
19,26). Estas palabras determinan el lugar de María en la vida de los discípulos
de Cristo y expresan su nueva maternidad como Madre del Redentor: la maternidad
espiritual, nacida de lo profundo del misterio pascual del Redentor del mundo….
Es esencial a la maternidad la referencia a la persona. La maternidad determina
siempre una relación única e irrepetible entre dos personas: la de la madre con
el hijo y la del hijo con la madre. Aun cuando una misma mujer sea madre de
muchos hijos, su relación personal con cada uno de ellos caracteriza la
maternidad en su misma esencia. En efecto, cada hijo es engendrado de un modo
único e irrepetible, y esto vale tanto para la madre como para el hijo. Cada
hijo es rodeado del mismo modo por aquel amor materno, sobre el que se basa su
formación y maduración en la humanidad. Se puede afirmar que la maternidad «en el orden de la gracia» mantiene la analogía con
cuanto «en el orden de la naturaleza» caracteriza la unión de la madre
con el hijo. En esta luz se hace más comprensible el hecho de que, en el
testamento de Cristo en el Calvario, la nueva maternidad de su madre haya sido
expresada en singular, refiriéndose a un hombre: «Ahí
tienes a tu hijo». Se puede decir, además, que en estas mismas palabras
está indicando plenamente el motivo de la dimensión mariana de la vida de los
discípulos de Cristo; no sólo de Juan, que en aquel instante se encontraba a
los pies de la Cruz en compañía de la Madre de su Maestro, sino de todo
discípulo de Cristo, de todo cristiano. El Redentor confía su madre al discípulo
y, al mismo tiempo, se la da como madre.
La maternidad de María, que se convierte en herencia del hombre, es un
don: un don que Cristo mismo hace personalmente a cada hombre. El Redentor
confía María a Juan en la medida que confía Juan a María”…Entregándose filialmente a María, el cristiano,
como el apóstol Juan, «acoge entre sus cosas
propias» a la Madre de Cristo y la introduce en todo el espacio de su
vida interior, es decir, en su «yo» humano y
cristiano: «la acogió en su casa. Así el cristiano
trata de entrar en el radio de acción de aquella «caridad materna», con
la que la Madre del Redentor «cuida de los hermanos
de su Hijo», «a cuya generación y educación coopera» según la medida del
don, propia de cada uno por la virtud del Espíritu de Cristo. Así se manifiesta
también aquella maternidad según el espíritu, que ha llegado a ser la función
de María a los pies de la Cruz y en el Cenáculo. Esta relación filial, esta
entrega de un hijo a la Madre, no sólo tiene su comienzo en Cristo, sino que se
puede decir que definitivamente se orienta hacia Él. Se puede afirmar que Maria
sigue repitiendo a todos las mismas palabras que dijo en Caná de Galilea: «Haced lo que él os diga.
En efecto
es El, Cristo, e1 Camino, la Verdad y la Vida” (Jn
4,6); es El a quien el Padre ha dado al mundo, para que el hombre «no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn
3,16)… Para todo cristiano y todo hombre, María es la primera que «ha creído», y precisamente con esta fe suya de
esposa y de madre quiere actuar sobre todos los que se entregan a ella como
hijos. Y es sabido que cuanto más perseveran los hijos en esta actitud y
avanzan en la misma, tanto más María les acerca a la «inescrutable
riqueza de Cristo (Ef 3,8). Con acierto, la capital de Ecuador, que está
viviendo esta semana el momento más importante de este Jubileo del año 2000 con
la celebración del Congreso Eucarístico Mariano, ha escogido el lema «Jesucristo, pan de vida para el mundo, por María».
Porque sus hijos reconocen cada vez mejor la dignidad del hombre en toda su
plenitud, y el sentido definitivo de su vocación, porque «Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre»
(L.G.).
18. Durante el Concilio, Pablo VI proclamó
solemnemente que «Maria es Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el
pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores» Más tarde, el año
1968, en el Credo del Pueblo de Dios, ratificó esta afirmación de forma más
comprometida: “Creemos que la Santísima Madre de
Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo su misión maternal
para con los miembros de Cristo, cooperando al nacimiento y al desarrollo de la
vida divina en las almas de los redimidos. El Concilio ha subrayado que la
verdad sobre la Santísima Virgen, Madre de Cristo constituye un medio eficaz
para la profundización de la verdad sobre la Iglesia… Por consiguiente, María
acoge, con su nueva maternidad en el Espíritu, a todos y a cada uno en la
Iglesia, acoge también a todos y a cada uno por medio de la Iglesia. En este
sentido, María, Madre de la Iglesia, es también su modelo. En efecto, la
Iglesia -como desea y pide Pablo VI- «encuentra en María, la más auténtica
forma de la perfecta imitación de Cristo».
19. El egoísmo afecta a todo amor creado, incluido el
de las madres, con ser el más puro. Sólo el amor de la Virgen María no tuvo
jamás mezcla de egoísmo. El amor de su Corazón es virginal, sin mezcla de
egoísmo, amor puro. Amándonos con amor virginal, sabemos que no se busca a sí
misma: sólo busca nuestro bien. Incluso nuestra correspondencia de amor a Ella,
no la quiere por bien suyo, aunque en ella se goce como madre, sino por bien
nuestro, para poder lograr nuestra transformación en Dios.
20.
El amor particular que nos tiene
engendra nuestra intimidad con Ella, y el amor virginal abandono total en su
Corazón, pues no nos ama como madre humana, sino como Madre de Dios, con la
perfección que le confiere su Maternidad divina. Con el mismo amor con que ama
a su Jesús. Al amar a Dios lo ha hecho “Emmanuel”,
“Dios con nosotros” y al amarnos a nosotros, nos identifica con El.
UNA MADRE QUE CUIDA Y
PROTEGE A SUS HIJOS
21.
El amor de los padres resulta con
frecuencia ineficaz para proteger y defender a sus hijos, aunque su entrega, no
pueden impedir que enfermen, sufran accidentes, mueran. Hacen por ellos lo que
pueden, pero pueden muy poco. Pero como María nos ama con su Corazón de Madre
de Dios, su eficacia es absoluta, porque tiene en sus manos la omnipotencia
divina, no por ser madre nuestra, sino por ser Madre de Dios.
22. En una familia de cinco hijos, de los cuales uno
es infinitamente rico y poderoso, y los otros cuatro pobres, la madre no
consentirá que el rico no socorra a sus hermanos pobres. María no podrá
consentir que su Hijo Jesús, le impida usar de su infinita riqueza y poder para
socorrernos a nosotros. Esto no va a ocurrir nunca, pues ha sido Jesús quien la
ha hecho nuestra madre, y administradora de su Corazón de Jesús y jamás pondrá
límites al uso que su Corazón haga de sus tesoros infinitos.
23.
Si el Padre hubiera concedido al
Corazón de María algo a condición de que no fuera también nuestro, lo hubiera
impedido: Si me haces su madre no me des nada que yo no pueda compartir con
ellos. Al darnos el Corazón de su Madre y nuestra Madre, ha hecho nuestros todos
los dones y riquezas que puso en su Corazón: su predestinación si la queremos,
el cariño con que la envuelve, y los regalos con que Dios la recrea. No se
puede amar a la Madre, si no se ama a sus hijos, ni se puede favorecer a la
madre, si se abandona a sus hijos.
24. Si a un niño pequeño le diéramos una joya
preciosa, la perdería. Por eso se la damos a su madre, para que la conserve.
Por eso Dios no ha querido darnos sus dones directamente, porque ya tiene
experiencia de lo que pasó con Adán, y se los ha confiado a María, que nunca
los perderá. Estando en sus manos son nuestros. Ella nos los conserva. Su
Corazón es nuestra seguridad, nuestro tesoro inviolable. Todo lo suyo es
nuestro, Ella lo quiere para nosotros. Toda la inocencia de María, su pureza,
su santidad, su humildad, su amor a Dios y a los hombres, son nuestros, porque
Ella es nuestra. (San Juan de la Cruz. Dichos de luz y amor, 26). Y como son
nuestros los podemos ofrecer a Dios, especialmente cuando no encontramos nada
que ofrecerle. Entonces es cuando le ofrecemos más y la conquistamos más,
porque somos más pobres.
REFUGIO DE LOS
PECADORES
25. Su Corazón hace suyos nuestros pecados y dolores,
como los hizo suyos Jesús en su pasión y en la Eucaristía. Nuestros pecados,
dolores y aflicciones. Los pecados: «Este es el Cordero de Dios, que toma sobre
sí, ahora los pecados del mundo”; los dolores y sufrimientos: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (Act. 9,4):
al perseguir Saulo a los cristianos, Cristo mismo se sintió perseguido. Como en
la Eucaristía Jesús sufre viendo nuestras dolencias reactivando su pasión; y
goza inefablemente, viéndonos a su lado, el Corazón de María, que en la Cruz
estaba unida a su Jesús como Corredentora, se identificó con ellos, sufriendo
todos nuestros dolores y pecados, y recibiendo hoy el consuelo de nuestra
gratitud e intimidad. Siempre y en cada momento compadece con nosotros. Cuando
pecamos, vuelve a sentirse como avergonzada y pecadora. Por eso Jesús nos
perdona tan fácilmente, para quitarle a su Madre la humillación de nuestros
pecados, que la oprime porque somos sus hijos. Igual que el Padre nos perdona
para quitar a su Hijo el oprobio que en la Eucaristía siente de nuestros
pecados porque los hace suyos, y al quitárnoslos se los quita a El. Sin la
Eucaristía sería muy difícil nuestro perdón, a pesar de la pasión de Cristo,
que quedaría demasiado lejos, y es ahora cuando necesitamos que El haga suyo lo
nuestro.
26. Porque el Corazón de María hace suyos ahora
nuestros pecados, y siente con nosotros todas nuestras aflicciones, dolores y
penas, no debemos desconfiar ni desesperar. Ella es refugio de pecadores. Y
cuando después del pecado nos echamos en sus brazos, Ella nos anima diciendo:
Me siento Yo manchada; mas como mi Hijo quiere verme totalmente limpia, os limpiará
a vosotros para que todos estemos limpios.
CONSUELO DE LOS
AFLIGIDOS
27. El Corazón de María es nuestro consuelo. No nos
acompaña en el sufrimiento por pura fórmula. Llora con nosotros, sufre con
nosotros nuestro mismo dolor, está con nosotros, tratando de que superemos la
depresión de vernos solos y abandonados en el sufrimiento y en el dolor,
especialmente en esta época de angustia, vacío y ansiedad. Siempre nos queda su
Corazón, sus brazos acogedores que llevan nuestra misma carga, haciéndola ligera.
Y Jesús, amando a su Madre, para hacer ligera la carga de Ella, la lleva con
Ella y con nosotros, y nos dice: “Venid a Mí todos
los que estáis cargados y agobiados, y yo os aliviaré, porque mi yugo es suave,
y mi carga ligera” (Mt. 11,28). Si aprendemos a ir a Jesús por María,
hallaremos fortaleza y hasta verdadera delicia en el sufrimiento y en el dolor.
La compañía que nos hacen los que nos aman es externa y desde fuera: son
incapaces de llegar al nivel de nuestro dolor. El Corazón de María siente en nosotros
y con nosotros todas nuestras angustias y dolores, porque conoce ahora, y
siente en su carne, lo que estamos pasando. Y si su Corazón prefiere sufrir con
nosotros ese dolor antes que quitárnoslo, es porque ve que es necesario que lo
pasemos. Cuántos bienes deben seguirse de estos sufrimientos, humillaciones,
anonadamiento y aislamiento, olvidos, desprecios, dolores físicos y morales, y
hasta los mismos pecados que nos humillan y confunden, cuando el Corazón de
María, pudiéndolo evitar, prefiere hacerlo suyo, y sufrirlo en nosotros y con
nosotros. Si lo tenemos presente veremos la luminosidad de la cruz, y
entenderemos lo que nos dice San Pablo: “Dios, a
los que decidió salvar, determinó hacerlos conformes a la imagen de su Hijo”
(Rom. 8,29), y “seremos conglorificados con El, si
padecemos con El” (Rom. 8,17). Entonces comprendemos los deseos
ardientes que los santos tuvieron de sufrir, y no nos extrañará oír a Santa
Teresa: “O padecer o morir”.
28. La ilusión mayor de una madre es que su pequeño
llegue a adulto y se haga fuerte como su padre: «Sed
perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto» (Mt. 5,48). Ese es
el deseo del Corazón de María: que lleguemos a la perfección del Padre
Celestial, copiando a su Jesús, que agota la perfección del Padre, pues es
esplendor de su gloria e imagen de su substancia. Esa es la clave para entender
el empeño del Corazón de María en dejarnos sufrir.
BUSCAR LA INTERCESIÓN
DE MARÍA
29.
Bueno es y muy provechoso que
reflexionemos y meditemos las verdades eternas y desentrañemos con nuestro
esfuerzo el valor y la riqueza de las virtudes y la maldad de los pecados y su
fealdad, y la belleza del amor, pero, como obra nuestra, tengo para mí, que
esta reflexión y actividad se queda a mitad camino, como diría San Juan de la Cruz,
“con ella se hace poca hacienda”. Reflexionando
vemos, pero ya decía el clásico: “Video meliora,
proboque, deteriora sequor”. “Veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor”.
Y San Pablo: “No hago el bien que quiero, sino el
mal que no quiero” (Rm 7,19). Lo vemos, pero nos faltan fuerzas para
hacer la verdad y lo mejor. Son las fuerzas que Dios nos ofrece por manos del
Corazón de María, por eso lo más lógico eficaz de razón y de fe, es llevar a la
Eucaristía los problemas y en presencia y compañía del Corazón de María,
derramar nuestro corazón, problemas y tentaciones para que como por ósmosis y
en otra dimensión de nuestro ser, transformen nuestra vida, sin saber cómo y
sin poderlo explicar. “Entréme donde no supe, y quedéme no sabiendo, toda ciencia trascendiendo.
Yo no supe dónde entraba, Pero cuando allí me ví, Grandes cosas entendí; No
diré lo que sentí, Pero me quedé no sabiendo, Toda ciencia trascendiendo” (San Juan de la Cruz).
30. “¡Oh Dios, tú que has
preparado en el Corazón de María, una digna morada al Espíritu Santo, haz que
por la intercesión de su Corazón y su compañía e intimidad, lleguemos a ser
templos de su gloria”. Amen.
Jesús Marti Ballester
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