Desde la localidad
peruana de Nuevo Egipto, la agencia Associated Press ha publicado un
reportaje sobre la popularidad creciente de los rituales chamánicos con ayahuasca en torno al Amazonas, a pesar de
diversos sucesos recientes en torno a esta práctica ritual. Lo reproducimos a
continuación.
Sentada sobre un colchón con
sábanas blancas, Pamela Moronci cierra los ojos mientras el chamán comienza a
cantar melodías en shipibo, un idioma
que asegura ha conectado por siglos a los humanos con las plantas en el bosque
tropical más grande del mundo (en la foto, Pamela y el chamán en una sesión el
pasado mes de mayo).
En una choza en lo profundo de
la Amazonía peruana, el chamán Pablo Flores aspira un potente tabaco de una
pipa, camina hacia Pamela y exhala una bocanada sobre los cabellos de la
turista italiana que deja una pequeña y densa nube de humo blanco. Le ofrece
tres onzas de una infusión hecha con
plantas alucinógenas. Ella lo bebe, tose y escupe en un tazón, pero no
vomita, como en otras ocasiones.
“Hay
una energía muy fuerte”, dice la italiana radicada en Australia y que llegó a Perú atraída por la
ayahuasca, un brebaje obtenido al cocinar las lianas de la planta de ese mismo
nombre y hojas de chacruna. En lengua quechua, ayahuasca significa “soga de las almas”.
Y Pamela vino a probar si le
cura su depresión.
UN HISTORIAL DE MUERTES Y
VIOLACIONES
Miles de turistas llegan cada
año a la selva amazónica en busca de la pócima que muchos creen que alivia dolencias y adicciones. En 2008 Perú
reconoció al ritual de la ayahuasca como patrimonio nacional, aunque no tiene
protocolos para su ingesta ni existe un registro de chamanes.
Además, no todas las historias
alrededor de los rituales han terminado bien. En la última década han ocurrido una decena de muertes y violaciones sexuales
ligadas al turismo chamánico. En 2012 un propietario peruano y su
ayudante alemán sepultaron de forma clandestina a un estadounidense que murió
en su centro de tratamiento, en 2015 un canadiense mató a un británico ex
analista de capitales de la firma Goldman Sachs durante una sesión y en 2016
una estadounidense con cáncer que tomaba medicinas murió tras ingerir el
brebaje.
El caso más reciente ocurrió
en abril pasado cuando un canadiense fue linchado tras asesinar a una anciana
curandera (se relata más abajo).
LIMPIEZA, SANACIÓN Y
EXPERIENCIA ESPIRITUAL
En el discurso del turismo
chamánico, la ayahuasca se usa para una
sanación integral individual, pero los pueblos indígenas han recurrido a
él por una diversidad de fines orientados a lo que describen como la
sustentación de un sistema de valores colectivo.
“Entre
ellos, el de la purga o ‘la gran
limpieza’ y otras acciones relativas a la protección-causación de los
‘males de gente’, categoría amazónica que explica la indisociable unión nativa entre lo mágico y lo terapéutico”, dijo Ana Echazú-Böschemeier,
profesora de Antropología en Universidad Federal de Rio Grande del Norte en
Brasil, que pasó más de un año en los bosques elaborando su tesis doctoral.
El brebaje es considerado ilegal fuera de Sudamérica, pero eso
no ha impedido que se realicen ceremonias
clandestinas alrededor del globo, desde Estados Unidos hasta Australia.
Varias personas, incluidos
artistas, han hablado sobre las supuestas bondades de la ayahuasca. Lindsay Lohan dijo que le “cambió” la
vida, Sting que es la “única experiencia religiosa” y Netflix distribuye actualmente dos
documentales.
Desde la ciencia, sin embargo,
no hay resultados concluyentes sobre
las virtudes del brebaje. Las propiedades psicoactivas y los diferentes
estados de conciencia producidos por el brebaje se explican por el
N,N-dimetiltriptamina, o DMT, un alcaloide que se activa dentro del cerebro
debido a la combinación de las dos plantas, según científicos.
UN TURISMO FLORECIENTE
A diferencia de Brasil, donde
se bebe ayahuasca únicamente en ritos religiosos, en Perú, Ecuador y Colombia
ha florecido el turismo chamánico desde la década de los 90. En estos países
andinos, operan más de un centenar de
centros de muy diversa calidad, propiedad de extranjeros o mestizos que
contratan a chamanes indígenas por una pequeña fracción de lo que cobran y que
puede ser más de 4.500 dólares por una
semana de sesiones.
Quienes lo toman “están buscando sanación
personal”, dijo Charles
Grob, profesor de psiquiatría en Harbor-UCLA Medical Center en Los Ángeles,
quien en 1993 inició en Brasil un estudio junto a otros científicos que mostró
cambios positivos entre alcohólicos y adictos miembros de la “iglesia” União do Vegetal, donde se toma
ayahuasca como parte de sus rituales.
Para sostener la creciente
demanda de ayahuasca, los recolectores se internan cada vez más en zonas
remotas de los bosques y derriban con motosierras los árboles donde la
ayahuasca se enreda. En los puertos fluviales las reciben quienes hervirán las
lianas y las hojas por más de 24 horas en ollas de hasta 40 litros. Al final,
se obtiene apenas un litro del brebaje cuyo costo alcanza los 100 dólares.
EL ÚLTIMO ASESINATO… POR AHORA
La zona, sin embargo, se vio
sacudida en abril cuando a diez kilómetros de Nuevo Egipto, el canadiense
Sebastian Woodroffe, de 41 años, asesinó a la chamana Olivia Arévalo, de 81
años. En respuesta, los vecinos lo lincharon.
Nadie sabe el motivo por el
que Woodroffe mató a Arévalo. Los fiscales creen que un hijo de ella le debía
4.200 dólares. La AP buscó a los familiares de la chamana en sus casas,
pero no los ubicó. Un profesor de escuela y el jefe de la comunidad de Victoria
Gracia, donde vivía la mujer, son buscados por el asesinato de Woodroffe.
Echazú-Böschemeier dice que
debajo de la “aparente armonía higiénica del
ayahuasca como la planta que ilumina, que trae la cura y la verdad en el marco
del discurso oficial del turismo chamánico, hay una serie de violencias ocultas, impuestas por la
enorme desigualdad social en las que las transacciones relativas al ayahuasca
tienen lugar”. Pese al crimen, el flujo de turistas continúa.
LO CONCRETO DE LOS RITUALES
Fuera de la choza donde Pamela
Moronci se somete al ritual, las estrellas iluminan el bosque, los grillos
cantan y la lluvia cae con fuerza sobre las hojas de los árboles. En sesiones anteriores vomitó. No
ahora. Después de casi 30 minutos, se echa sobre el colchón y sus piernas empiezan a temblar. Mueve
los brazos en círculos y susurra: “Pablito es un
ángel”.
Pamela bebió por primera vez
ayahuasca en 2017 en su natal Italia con un curandero español. Él le habló
sobre los rituales en Perú, donde ahora está en manos de Pablo, o “Pablito”, un chamán de 64 años que continúa una
tradición que pasó de su bisabuelo a su abuelo y a su padre.
Hace medio siglo William
Burroughs y Allen Ginsberg, dos escritores de la generación beat, lo probaron
en estas selvas y plasmaron sus experiencias en el libro Cartas del Yagé.
Ginsberg, quien en 1960 bebió
ayahuasca a 15 kilómetros de Nuevo Egipto, escribió a Burroughs en una carta: “Me sentía como
una serpiente vomitando el universo o un jíbaro con tocado de colmillos
que vomitara al comprender el Asesinato
del Universo, mi muerte próxima, la muerte próxima de todos”.
Pamela dice que no vio
serpientes, pero sí momentos de su infancia en casa junto a su madre y su único
hermano en Serra San Quirico, su pequeño pueblo natal a 34 kilómetros del mar
Adriático. “La planta
también me dijo que tenía un problema en el ovario”, cuenta. “Yo no
sabía, ahora estamos curando eso”.
Secretaría RIES
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