Comprendo
perfectamente que las asociaciones pro-eutanasia se hayan sentido molestas e
incómodas ante el recordatorio que hice en mi artículo «Eutanasia o suicidio
asistido», en referencia a que el primer estado moderno en legalizar la eutanasia
fuese la Alemania nazi.
(Este
artículo pretende, tras el debate abierto con mi anterior artículo «Eutanasia o suicidio asistido», responder al
escrito por Dña CONCHA CASTELLS CARRILLO, presidenta de la asociación
pro-eutanasia DMD-DHE: En respuesta al obispo de San Sebastián)
Comprendo perfectamente que
las asociaciones pro-eutanasia se hayan sentido molestas e incómodas ante el recordatorio que hice en mi artículo «Eutanasia o suicidio asistido», en referencia a
que el primer estado moderno en legalizar la eutanasia fuese la Alemania nazi,
(ley promulgada el 1 de septiembre de 1939). A mí me hubiese pasado lo mismo,
si estuviera en su lugar. Y, sí, es verdad que las motivaciones esgrimidas en
nuestro tiempo por los defensores de la eutanasia, son diferentes de los
propósitos eugenésicos de Hitler. Pero la moralidad no se mide solamente por la
intencionalidad, sino por la objetividad de los actos. Con mucha facilidad
tendemos a olvidar aquello de que «el fin no justifica los medios».
Por lo demás, no pensemos que
Hitler fuese tan torpe como para presentar aquella primera ley de eutanasia
como una medida impositiva; sino que tuvo la suficiente astucia como para
camuflar la frontera entre lo voluntario e involuntario. Adolf Hitler argumentó
en favor de la posibilidad de otorgar una muerte misericordiosa a los pacientes
con un diagnóstico crítico que fuesen considerados incurables. De hecho, el
primer caso detonante de esta ley, fue
la petición de un padre alemán que en 1938 pidió la eutanasia para su hijo con
discapacidad mental y deformidad corporal, que había nacido sin un brazo
y sin parte de una pierna. Ante la expectación de la opinión pública alemana,
Hitler pidió a Karl Brandt, su médico personal, que se interesase por el caso,
y el niño fue finalmente «eliminado».
Por su parte, Joseph Goebbels, ministro de
propaganda de Hitler, promovió la producción de una película que tuvo un gran
impacto emocional en la población alemana: Ich Klage an («Yo acuso»); en la que se cuenta la historia de Hanna, una joven
enferma de esclerosis múltiple que suplica a su marido Thomas --médico
prestigioso de Múnich-- que acabe con su vida, pues no soporta la idea de verse
degradada físicamente por la enfermedad: «Si me
quieres de verdad, prométeme que me librarás de eso con anticipación»,
le pide entre lágrimas. Es decir, la compasión hacia el sufrimiento fue el
marco utilizado por Hitler para introducir la ley de eutanasia «Aktion T4».
A diferencia de nuestros días,
en los que los especialistas en medios paliativos se han posicionado claramente
en contra, en aquel momento la clase médica aceptó en su casi totalidad el
programa eutanásico; mientras que las enfermeras -- ¡bendita sensibilidad
femenina!-- se opusieron mayoritariamente al programa. La resistencia popular
fue creciendo con el paso del tiempo, y vino, fundamentalmente, de la mano de
los familiares y de los círculos religiosos, hasta conseguir que Hitler tuviese que suspender la citada ley en
1941. Entre los opositores de esta ley de eutanasia destacó al arzobispo
cardenal de Münster, Clemens August Graf Von Galen, beatificado en 2005 por
Benedicto XVI. Se le conoció popularmente como «el
león de Münster», aquel que «rugió» con
inusitada fuerza contra el nazismo y su aberrante ley de eutanasia. Por
desagracia, la suspensión de «Aktion T4» no
fue obstáculo para que los nazis continuaran adelante con sus planes de
exterminio sin necesidad ya de ley alguna. La guerra lo encubre todo.
Volviendo a nuestros días, me
parece muy significativo que las actuales asociaciones pro-eutanasia defiendan
de forma inequívoca la reciente decisión de la administración británica de
provocar la muerte al niño Alfie Evans,
a pesar de que esta acción se produjese contra la voluntad de sus padres;
quienes habían solicitado el traslado del niño al hospital Bambino Iesu de
Roma, que estaba dispuesto a aplicarle un tratamiento alternativo. De poco
sirvió que el estado italiano concediese la nacionalidad italiana al niño y que
hubiese enviado un avión medicalizado. A este niño se le condenó a muerte, con
el aval del tribunal de Estrasburgo, pasando por encima de la patria potestad
de los padres. Entiendo también, que la mención de este episodio --que conviene
recordar que no se trata de un caso aislado, sino que ya habían existido más
casos-- resulte igualmente incómoda para quienes intentan convencernos de que
la eutanasia es libre y voluntaria. También me resultaría incómodo si estuviera
en su lugar.
Y sobre todo, me parece muy
significativo que las asociaciones pro-eutanasia, no entren al meollo de la
cuestión; es decir, a fundamentar el supuesto derecho a suicidarse que
reivindican. Se limitan a afirmar tal libertad, elevándola a la categoría de
derecho, sin ser conscientes de que con ello se están haciendo deudores del
mismo concepto de libertad acuñado por Nietzsche. En efecto, según Friedrich
Nietzsche, el superhombre es el que es capaz de generar su propio sistema de
valores, identificando como bueno todo lo que procede de su genuina voluntad de
poder.
Sin embargo, nuestra libertad
no es absoluta, ya que somos seres sociales («¡Yo
soy yo, pero no soy mío!», San Agustín dixit). Y de hecho, son
mayoría las personas que cuando sienten la tentación del suicidio en momentos
de grave crisis, renuncian a ello pensando en el mal que causarían a sus seres
queridos. Y más aún, no hace falta tener un doctorado en psiquiatría para
deducir que la inmensa mayoría de las personas que consuman el suicidio, lo
hacen sin verdadera libertad, bajo el influjo de una profunda depresión o
enajenación.
Lo más importante en esta
vida, lo que nos dignifica y hace que
merezca le pena afrontar las dificultades, es el AMOR. El suicidio
asistido, lejos de ser un avance social, es el fracaso de una sociedad incapaz
de acompañar en el sufrimiento; es decir, de seguir amando, incluso desde la
cruz.
+ José Ignacio
Munilla, Obispo de San Sebastián
En mi artículo hice referencia
a la existencia de algunos casos de desplazamientos de ancianos desde países
donde está legalizada la eutanasia a otros. He aquí una muestra: Huyendo de la muerte .
Igualmente, hice referencia a
que la legalización de la eutanasia conlleva una disminución en la inversión en
cuidados paliativos. He aquí otra muestra: La eutanasia reduce los cuidados paliativos)
Publicado
originalmente en el Blog de Mons. Munilla, En ti confío.
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