Esto es ya para
nota. De los objetos litúrgicos
que utilizamos para celebrar la santa misa, los hay que no ofrecen especiales
dudas de identificación para el común de los fieles que asisten a las
celebraciones. Palabras como cáliz,
patena o vinajeras (vinagregas dicen a veces los monaguillos) son de uso
bastante común y no suelen tener mayores complicaciones.
Otra cosa es si nos metemos en
otros berenjenales como píxide,
manutergio, viril, fístula o palia. Pero
ahí están y su sentido tienen o tenían.
La palia es un
trocito de tela, puede ser cuadrado o rectangular, generalmente almidonado para
dar consistencia, o reforzado en su interior con cartón, que se utilizaba y se utiliza para tapar el
cáliz durante la misa, y que se quita tan solo en el momento de la
consagración, en la doxología final de la plegaria eucarística y en el momento
de la comunión con el sanguis. Actualmente está en un cierto desuso.
La razón de la palia está en proteger el vino de polvo, insectos o
cualquier otro añadido indeseable. Por eso digo que hoy no se utiliza en
muchos templos simplemente porque las condiciones higiénicas hacen que difícilmente
uno tenga que lidiar con elementos extraños a la liturgia. Se conserva en
ocasiones como una cosa más y se prescinde de la palia en otras por no ser
obligatorio su uso y parecer innecesario.
Mi experiencia es que apenas he utilizado la palia en Madrid,
y miren que teníamos alguna de exquisito valor y arte. Quizá alguna vez y sin
demasiado cuidado. Ya digo que al no ser elemento necesario y no ver mucha
utilidad, uno lo va dejando pasar.
Otra cosa son las misas en mis actuales parroquias, porque servidor celebra en el
campo, y ahí sí que te puedes encontrar de todo. En invierno, menos, y eso que
a falta de insectos bien podía caerte en el cáliz polvillo o restos de
cualquier pintura cenital. Pero en verano… ¡ay en verano!
En verano estoy repasando con material en vivo el orden de los dípteros
e himenópteros. Para que
nos entendamos, que tenemos dípteros abundantes en forma de mosquitos variados, moscas, moscones y moscardones,
sin faltar nuestro lote de himenópteros concretados en avispas,
avispillas, avispones, abejas, abejorros y unas cuantas hormiguitas.
Pues bien, estos “simpáticos”
bichillos tiene especial predilección por el vino de consagrar,
de tal modo que te los puedes encontrar merodeando por las vinajeras, cosas de
su desarrollado olfato o lo que sea, y, desde luego, dispuestos a aprovechar el menor descuido para beber del cáliz que
les importe especialmente que se trate de simple vino o ya la sangre de Nuestro
Señor. No solo beber, sino hasta
bañarse y ahogarse en lo que debe ser entretenida muerte entre los
efluvios del alcohol. El resultado es que al mínimo descuido descubres en el
cáliz un extraño elemento en forma de mosquito, mosca, abejorro o avispón de
record Guiness. ¿Y ahora qué?
Si aún no se ha consagrado, lo
sacas fuera y punto. ¿Y si ya se había consagrado? Siempre te queda la solución de aquel buen sacerdote
que a la hora de comulgar encontró una avispa en el cáliz. Se la quedó mirando
y le dijo: “arrecoje las patas, que vas de
viaje", y se bebió todo con avispa incluida.
El caso es que servidor no celebra sin su palia, y
que no la quita más que en el preciso instante en que es imprescindible. Cosas
que pasan en el pueblo, y que nos hacen comprender el valor de algunos objetos
litúrgicos que hoy nos pueden parecer reliquias del pasado pero que no dejan de
tener un sentido, incluso práctico para el día de hoy.
Jorge
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