Por
regla general suelo evitar hablar de cuestiones políticas aquí; en parte porque
se aleja de mi propósito diario, en parte porque me enferma hasta la muerte
referirme a estos temas desde mi micrófono después de llevar una década
viviendo en el área metropolitana de DC siendo como soy de ideas conservadoras
políticamente hablando.
Pero la
cuestión sobre la “libertad religiosa” continúa
reptando hacia nuestras vidas adoptando unas formas y maneras que no podemos
ignorar por más tiempo: desde el aumento de reivindicaciones de “libertades civiles” por parte de grupos paganos o
satánicos a los intentos de hacer tragar a los cristianos a punta de pistola
(jurídica) la aceptación forzosa de comportamientos socialmente inmorales so
capa de litigios y demandas; esto no ha hecho más que empezar.
A la
inversa, parece que se hace necesario que otras ideologías de carácter
supremacista vayan adquiriendo plenos derechos conforme a la “libertad religiosa” como el Islam, cuyo fin
fundamental es ver a todo no creyente sometido, converso o muerto. Las
implicaciones son innumerables-
Aparte de
algunos escarceos analizando las obras del padre John Courtney Murray, Orestes
Brownson y Tocqueville en la universidad (de eso hace ya dos décadas, siendo
honesto) sigo ahora como entonces lamentablemente sin dilucidar cuál es el
pensamiento de la Iglesia respecto de estos temas.
He
seguido con interés el debate sobre el integrismo; he alzado cautelosamente la
voz en oposición a algunas de las reacciones más agresivas que se han observado
últimamente a Pío IX con relación al caso Mortara por parte de católicos más
liberales y, en general, he comprendido la necesidad de lidiar con las
consecuencias a las que nos pueden llevar la libertad religiosa y el pluralismo
desenfrenados, antes de que cunda el desastre.
Pero no
me siento realmente capacitado para opinar en profundidad. Simplemente no viví
esa época y encontrar tiempo para leer más sobre dicho periodo – como por
ejemplo, los ensayos de Thomas Pink – ha demostrado ser un desafío. Demasiados
datos entran en mi cabeza, sin disponer del suficiente ancho de banda como para
procesarlos.
La razón por la que menciono esto es porque esta mañana leí un artículo
de Sohrab Ahmari en Commentary que volvió a esta pregunta a la luz de la
reciente decisión del Tribunal Supremo de los EE. UU sobre el Caso de las
Pastelerías.
Como bien
recordarán, este fue el caso donde un repostero cristiano que se negó a hacer
un pastel de bodas para una “boda gay” lo
llevó a ser acusado de violar las leyes “anti-discriminación”
del estado de Colorado. Los Scouts este mes decidieron por mayoría
significativa -7 a 2- que la comisión de derechos civiles que había acusado al
trabajador había pasado por alto sus derechos amparados en la Primera Enmienda.
Pero
Ahmari insta a la precaución, y no puedo estar más de acuerdo: Cuando el júbilo de las celebraciones termine, la derecha
religiosa habrá de resolver las grandes cuestiones a las que se enfrenta. La
mayoría abrazó sin disimulo la animosidad abiertamente anti-religiosa y
anti-cristiana encabezada por algunos de los miembros de la Comisión Estatal.
Estos sentimientos, nunca escondidos por la Comisión, fueron para una mayoría
de la Corte Suprema indicio de que Philips no recibió un trato “neutral. Cabe
preguntarse si dichos miembros de la comisión se hubieran guardado su odio
hacia el cristianismo tradicional ¿el juez Kennedy y el resto de progresistas
de la corte que lo apoyaron hubieran legislado de manera diferente? Es
muy probable. Me pregunto si la libertad religiosa, sin más, basta para
proteger la fe y la tradición en la esfera pública. Muchos conservadores de
mentalidad más liberal esperan que la respuesta sea sí: que luchando con uñas y
dientes por la libertad religiosa, los cristianos y otros grupos sociales
conservadores pueden encontrar una especie de paz fría con el liberalismo
secular. Pero como bien ha demostrado el caso Phillips, la lógica interna del
progresismo secular de hoy es mostrarse continuamente a la ofensiva rechazando
sin tregua ni descanso lo que ellos denominan “las barreras tradicionales”
frente a la autonomía individual y la autoexpresión hasta que todos los
“así-debería-ser” sean definitivamente derrotados o en su caso marginados por
completo. De esta forma, para que una “mujer trans-género” ejerza completamente
su autonomía, un cristiano, un musulmán o un judío devoto, debenreconocerla como mujer: todas las personas de fe y las
demás que se aferran a sus puntos de vista tradicionales han reconocer forzosa
y públicamente aquello en lo que no creen. Reducir las creencias tradicionales
a una cuestión más dentro del saco de la libertad religiosa implica nuevos
riesgos. Permite a los progresistas encasillar posiciones tradicionales,
arraigadas en la razón y la ley natural, como una especie de idiosincrasia o
superstición. Como señaló el arzobispo Charles Chaput en su libro de 2016, Strangers in a Strange Land: “Si son creencias puramente
religiosas, entonces. . . no pueden ser defendidas de manera racional y como
son racionalmente indefendibles, deberían tratarse como una forma de prejuicio.
Así, dos mil años de verdad moral y principios se convierten, por
prestidigitación, en una especie de prejuicio a lo religioso “.
Y yendo
al grano diría que la esencia de su advertencia se resume en esto: la
consecuencia inevitable de aceptar la libertad religiosa para las personas de
fe y aquellas que se inclinan por principios de vida tradicionales será que
habrán de profesar públicamente aquello en lo que no creen.
Y sin
embargo Ahmari llega a la conclusión, paradójicamente de que la libertad
religiosa es lo mejor para todos: Una defensa de
la moral tradicional sobre la sola base de la libertad religiosa, supone un
riesgo de arrinconar a los conservadores religiosos por mucho tiempo. La
alternativa, por supuesto, no es renunciar a la libertad religiosa. Esa batalla
defensiva debe continuarse dando pero los conservadores religiosos también
deberían pasar a la ofensiva y una vez más re-formular una política sustancial
del bien común.
Pero esto
no tiene ningún sentido para mí. ¿Cómo podemos los
católicos pasar a la ofensiva si la libertad religiosa impone reducir todas las
creencias al mismo nivel? ¿Cuáles son las reglas del juego? ¿Cómo podemos decir
que unas creencias son perjudiciales y otras conducentes al bien si todas son
expresiones legítimas de la libertad humana? ¿Qué hemos de hacer en un sistema
donde impera el absoluto respeto a todos pero a la vez muchos se afanan en
combatir apasionadamente lo que es moral y lo que no es? ¿Es la libertad
religiosa algo que los católicos realmente deberíamos apoyar? En caso
afirmativo, ¿debería ser un apoyo únicamente condicional? ¿Para dónde vamos
desde aquí?
A pesar
de que Ahmari diga que “los conservadores
religiosos tienen sus repuestas para todo” no veo una salida clara a
estos dilemas a los que nos hemos de enfrentar; a no ser, tal y como yo lo veo,
los Estados Confesionales con una tolerancia religiosa limitada que el Papa Pío
XI declarara en su encíclica Quas Primas tan elocuentemente: “Con Dios y Jesucristo, dijimos, excluidos de la vida
política, con la potestad derivada no de Dios sino del hombre, la misma base de
la autoridad ha sido usurpada, porque la razón principal de la distinción entre
gobernante y sujeto ha sido eliminada. El resultado es que la sociedad humana
entera se precipita a su caída, porque ya no tiene una base sólida y segura
sobre la que afirmarse “. Únicamente cuando los hombres por fin reconozcan a
Cristo como Rey y soberano no solo en la vida privada sino también en la esfera
pública, solo entonces la sociedad recibirá de Dios las grandes bendiciones de
la libertad real, la disciplina ordenada, la paz y la armonía.
Pero no
veo de qué forma vamos a llegar hasta aquí, más últimamente que parece
que los hay que se creen eso de que vendrá el retorno de una especie de
monarquía cristiana; para mí el catalizador necesario de la sociedad para
volver al camino marcado es un restablecimiento total de los fundamentos
sociales de proporciones catastróficas.
No sé
ustedes, pero tal posibilidad no me entusiasma para nada. Es agradable para mis
hijos y para mí poder levantarnos todas las mañanas y disfrutar de agua
corriente, electricidad, una fuente de alimentos estable y una anarquía no
apocalíptica que se parece a una versión suburbana del siglo XXI de Mad Max.
Veo gente ansiosa por que la casa arda, pero no creo que muchos de nosotros
estemos forjados para unos tiempos que nos dieran la posibilidad de ser los
mejores candidatos para prosperar frente a estos elementos a los que
estuviéramos expuestos.
Solo
estoy escupiendo aquí, pero mi instinto me dice que los liberticidas religiosos
van corriendo hacia un camino sin salida. Necesitamos respaldar este
experimento, pero el cómo y el porqué quedan fuera de mi alcance. Te animo a
discutir esto en los comentarios. Proporcione recursos si los tiene. Trataré de
vigilar el filtro de spam para rescatar los comentarios que faltan debido a los
enlaces.
Steve Skojec
(Traducido por
Cristero/Adelante la Fe. Artículo original)
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