jueves, 10 de mayo de 2018

¿CÓMO SE FUNDÓ LA IGLESIA CATÓLICA Y PARA QUÉ?



La Iglesia Católica tiene 1.29 mil millones de fieles. Su historia se remonta a Jesús de Nazaret, un predicador de Galilea durante el periodo de ocupación romana, a principios de los años 30 dC. Jesucristo dijo que era hijo de Dios y lo demostró a través de sus milagros y su resurrección.
Él se hizo hombre y se entregó para redimirnos de nuestros pecados.
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Después de su muerte y resurrección, sus discípulos, diseminados por todo el mundo, formaron una Iglesia “Universal” (en griego katholikos), con el vértice en el obispo de Roma (el apóstol Pedro).
Su misión central, instituida por Jesucristo, fue ir por el mundo y predicar el evangelio. O sea enseñar sobre el Reino de Dios y cómo los hombres pueden lograr la salvación. Y hacer fieles seguidores, discípulos. ¿Estamos seguros que hoy la Iglesia tiene como central esta misión? ¿La crisis que hoy padece la Iglesia no será porque se está desviando de esa Misión Central?

LA INTERPRETACIÓN DE BENEDICTO XVI
Joseph Ratzinger en el “El Camino Pascual” dice que Pentecostés representa para San Lucas el nacimiento de la Iglesia por obra del Espíritu Santo. Porque el Espíritu desciende sobre la comunidad de los discípulos “asiduos y unánimes en la oración” , reunidos “con María, la madre de Jesús” y los once apóstoles.
Podemos decir, por tanto, que la Iglesia comienza con la bajada del Espíritu Santo y que el Espíritu Santo “entra” en una comunidad que ora, que se mantiene unida y cuyo centro son María y los apóstoles.
Y a partir de ahí Ratzinger saca 4 conclusiones:

1 – La Iglesia es apostólica, “edificada sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas”.
La Iglesia no puede vivir sin este vínculo que la une, de una manera viva y concreta, a la corriente ininterrumpida de la sucesión apostólica, firme garante de la fidelidad a la fe de los apóstoles.

2 – El Espíritu penetra en una comunidad congregada en torno a los apóstoles, una comunidad que perseveraba en la oración.
Encontramos aquí la segunda nota de la Iglesia: la Iglesia es santa, y esta santidad no es el resultado de su propia fuerza; esta santidad brota de su conversión al Señor. La Iglesia mira al Señor y de este modo se transforma, haciéndose conforme a la figura de Cristo.

3 – La comunidad de Pentecostés que se mantenía unida en la oración, era “unánime”.
Después de la venida del Espíritu Santo, San Lucas utiliza una expresión todavía más intensa: “La muchedumbre… tenía un corazón y un alma sola”. Con estas palabras, el evangelista indica la razón más profunda de la unión de la comunidad primitiva: la unicidad del corazón.

4 – El día de Pentecostés manifiesta también la cuarta nota de la Iglesia: la catolicidad.
El Espíritu Santo revela su presencia en el don de lenguas; de este modo renueva e invierte el acontecimiento de Babilonia. La soberbia de los hombres que querían ser como Dios y construir la torre babilónica, un puente que alcanzara el cielo, con sus propias fuerzas, a espaldas de Dios. El Espíritu Santo, el amor divino, comprende y hace comprender las lenguas, crea unidad en la diversidad. Y así la Iglesia, ya en su primer día, habla en todas las lenguas, es católica desde el principio. Existe el puente entre cielo y tierra. Este puente es la cruz; el amor del Señor lo ha construido.

PARA LOS PROTESTANTES LA IGLESIA SE CENTRA EN LA PALABRA ESCRITA
Si seguimos la explicación de Ratzinger, esto significa que la Iglesia no fue algo que pasó o evolucionó después de la resurrección, que no fue una institución humana formada en respuesta al mensaje de Cristo.
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Esto significa que ni siquiera Pedro ni los apóstoles fueron los fundadores de la Iglesia.
En este punto, sorprendentemente, los católicos y los protestantes están actualmente de acuerdo: Jesús es el fundador de la Iglesia. Para un ejemplo de una perspectiva protestante, aquí está la declaración sobre el asunto de un Ministerio Anticatólico. Ver también el capítulo 25 de la Confesión de Westminster y el cuarto libro de los Institutos de la Religión Cristiana por Juan Calvino. La siguiente pregunta entonces es: ¿Cómo pueden los Protestantes reclamar la continuidad con la Iglesia fundada por Cristo? Si se lee la Confesión de Westminster y los otros documentos, parece ser que allí donde se predica el Evangelio y los sacramentos son celebrados, es donde está la verdadera Iglesia. Aunque esto es incompleto, no es una mala definición.
Pero aquí está la trampa.
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Para Calvino y los otros protestantes afines, esa definición está fuertemente condicionada por su compromiso con el falso principio de la sola scriptura.
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O sea la Biblia como la única autoridad para la fe.
Esto significa que Calvino acepta sólo los dos sacramentos para los que veía clara evidencia bíblica: el bautismo y la comunión. Pero Calvino no vio los sacramentos como canales de la gracia o un lugar de encuentro. En su lugar, eran meros símbolos de la salvación en la que un cristiano había llegado a creer a través de la predicación del Evangelio. Ahora, cuando Calvino habla de la predicación del Evangelio, significa el Evangelio escrito. En los Institutos declara: “Que esto sea un firme principio: Ninguna otra palabra se dará como la Palabra de Dios y expresada en la Iglesia que la que está contenida en la Ley y los Profetas, y a continuación, en los escritos de los apóstoles. Y la única forma autorizada de enseñanza en la iglesia es por la prescripción y el estándar de su Palabra”.

Una organización evangélica puso esta interpretación contundente sobre la cita anterior: “Calvino deja claro que Cristo limita la misión de los apóstoles cuando les ordenó no ir y enseñar lo que habían fabricado ellos, sino todo lo que les había mandado Él. Sin la Biblia no tenemos ninguna revelación de Dios que sea capaz de salvarnos del pecado y de la muerte”.

LA IGLESIA FUE ANTES QUE LA BIBLIA
Aquí está el problema: esta historia de la Iglesia está muy en desacuerdo con lo que vemos en las Escrituras mismas.
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Esto se debe a que la predicación del Evangelio, como más tarde será registrada en los Hechos de los Apóstoles y en otros lugares, en realidad comenzó antes de la escritura del Nuevo Testamento.
Parece que hay un consenso general entre los expertos de que el primer libro escrito en el Nuevo Testamento es 1 Tesalonicenses, alrededor del 50 dC. Y de acuerdo con la cronología tradicional, el último fue el Evangelio de Juan, alrededor del año 85 o posterior. Eso significa que transcurrieron unos 20 años entre Pentecostés y el primer libro del Nuevo Testamento y que la Biblia tal como la conocemos hoy en día no estaría completa hasta casi un siglo después. E incluso entonces, no había un solo libro. Tampoco había un consenso sólido sobre lo que pertenecía a él. Por ejemplo, uno de los primeros Padres, Ireneo, escribiendo a finales de los 100s, cita los libros del Nuevo Testamento, pero no Filemón, 2 Pedro, 3 Juan, o Judas)

La cuestión no es trivial. ¿La Iglesia existía o no existía en los años que van desde Pentecostés hasta 1 Tesalonicenses? Si no existía, es difícil concebir cómo todavía se puede creer que Jesús fue su fundador. Además, lo que sucedió en Pentecostés se parece mucho a la construcción de una iglesia. Pedro está predicando el Evangelio y está llamando a su audiencia al arrepentimiento y al bautismo (Hechos 2:38). Por supuesto, la Escritura – sólo el Antiguo Testamento –juega un papel importante en el sermón de Pedro en Hechos 2. Él cita explícitamente a Joel y los Salmos y también hace alusión al Deuteronomio, 2 Samuel, e Isaías. Pero al igual como se basa en el testimonio escrito, también se basa en su propio testimonio personal de haber encontrado a Cristo resucitado (Hechos 2:32).

El enfoque de Pedro aquí se ajusta a la Gran Misión que aparece en Mateo 28:20 Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.

Hay que prestar mucha atención no sólo a lo que se dice, sino a lo que no se dice. Como Johannes Eck, un teólogo católico de la primera mitad de los años 1500, ha señalado en respuesta a los reformadores protestantes:
Nuestro Señor Jesucristo no escribió ningún libro, ni les mandó a los apóstoles escribir, sino que él mandó el gran encargo concerniente a la iglesia.
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Por lo tanto, cuando Él envió a los apóstoles no dijo ‘Vayan y escriban’ sino ‘salgan a predicar el Evangelio a todas las criaturas’.
Una vez más, esta es una observación importante, porque en el Antiguo Testamento tenemos ejemplos claros de Dios realmente dando instrucciones que sus palabras sean escritas.

Aquí está un ejemplo de Jeremías 30: Esta palabra vino a Jeremías de parte del Señor: así dice el Señor, el Dios de Israel: escribe en un libro todas las palabras que he hablado (Jer 30:1-2).
Así también Habacuc: Yahvé me respondió de este modo: Escribe la visión, ponla clara en tablillas para que pueda leerse de corrido. (Hab 2:2).

LOS PRIMEROS CRISTIANOS SE ENCONTRARON CON LA PALABRA HECHA CARNE
El ejemplo que Eck mismo da es de Moisés escribiendo los diez mandamientos en tablas de piedra. Eck contrasta esta palabra escrita de la ley con la forma en que San Pablo describe el Evangelio en 2 Corintios 3:2-3: Vosotros sois nuestra carta, escrita en vuestros corazones, conocida y leída por todos los hombres. Evidentemente sois una carta de Cristo, redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones.
Lo que esto sugiere es que la Iglesia primitiva tenía una relación diferente de la Palabra de Dios de lo que tenían los israelitas de la antigüedad.
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La Palabra no era meramente escuchada sino también íntimamente interiorizada en el corazón.
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En otras palabras, la Palabra se había hecho carne.
Escuchar y creer en esta Palabra, entonces, significaba ser transformado por ella. Es por eso que la Iglesia está llamada apropiadamente el Cuerpo místico de Cristo.
Esto es exactamente lo que Pablo indica en su conclusión: Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad. Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu. (2 Corintios 3:17-18).
La Iglesia primitiva por lo tanto se ha centrado en la Palabra, pero no tanto en la palabra escrita como en la Palabra viva encontrada a través del Espíritu. Por supuesto esto no quiere decir que la palabra escrita, el Antiguo Testamento, no era importante. De hecho, el Antiguo y el Nuevo Testamento ahora son increíblemente importantes.
Pero entonces, como debe ser ahora, las Escrituras no eran la fuente y cumbre de la vida de la Iglesia primitiva.
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Era el encuentro directo con Dios, como Pablo tan bien y ricamente lo pone en los versos anteriores de 2 Corintios.
Si el Evangelio no se propaga a través de la letra, sino del Espíritu, entonces su medio esencial de transmisión es de boca en boca desde un testigo vivo con autoridad, como vemos en Pentecostés. A lo largo de las generaciones, el boca a boca se convierte en tradición oral. Y la tradición no es algo que un individuo pasa discretamente a otro, sino más bien se pasa en el seno de una comunidad. Y al igual que con todas las comunidades verdaderas, la comunidad de los primeros cristianos tenían un punto de autoridad que las sustentaba, guiaba, y aseguraba su continuidad: Pedro y los apóstoles. Esta es la verdadera Iglesia: la Iglesia como fue ordenada por Jesús y descrita por los Hechos. Esta visión de la Iglesia también pasa a ser, precisamente, la católica.

¿Y PARA QUE SE FUNDÓ LA IGLESIA?
Jesucristo fundó la Iglesia de llevar a todos los hombres a la salvación eterna.
Concretamente para anunciar el Evangelio en todo el mundo y hacer discípulos a todas las clases de personas.

“Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mat. 28:19-20). “Y les dijo: Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará (Mar. 16:15-16).
Los pasajes anteriores, a menudo referidos como la Gran Misión, se encuentran entre las advertencias finales de Jesús a sus discípulos antes de ascender al cielo. 
Ambos hablan del bautismo como sacramento para la salvación, y Mateo agrega que ese bautismo es en nombre de Santísima Trinidad. El evangelio de Marcos se refiere al mandato de Cristo a sus seguidores de “ir a predicar el Evangelio al mundo”, mientras que el de Mateo refleja la importancia del discipulado en la iglesia “ir y hacer discípulos a todas las naciones”. La combinación de estos tres elementos, el bautismo, la evangelización y el discipulado, se consideran generalmente como la Principal Misión de Cristo para su iglesia. La “evangelización” es proclamar las buenas nuevas de Jesucristo para traer las almas de los hombres a la comunión con Dios, que se cierra con el sacramento del “bautismo”. Mientras que el “discipulado” es la formación de los creyentes para ser seguidores de Jesús y sus principios, y que actúen en la cadena de evangelización. La misión de la iglesia es, en realidad, una continuación del ministerio terrenal de Cristo (Juan 14:12). O sea proseguir empujando su propósito de venir a la tierra: “Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Luc. 19:10) Y a su vez, Él impartió este mismo objetivo a sus discípulos.

Él les dijo: “Y les dice: Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres” (Mat. 4:19).

El apóstol Pablo confirmó más tarde que el ministerio de unir a las personas a Dios. 

Él escribió: “Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación” (2 Cor. 5:18).
Es el propósito de cada creyente, no sólo los pastores llevar almas a Jesucristo. Tal vez la afirmación que resume mejor esta misión de Cristo y su iglesia, se dio cuando Jesús leyó la profecía de Isaías en la sinagoga de Nazaret, en el día de reposo.

Él dijo: El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. (Lucas 4:18-19).
Así la Iglesia instituida por Cristo es el único camino a la salvación eterna. Cristo dio a la Iglesia los medios por los cuales el hombre puede ser santificado y salvado.
La Iglesia está habilitada para conducir a los hombres a la salvación por la morada del Espíritu Santo, que le da vida.
Y la morada del Espíritu Santo en la Iglesia se manifiesta visiblemente desde el primer domingo de Pentecostés, cuando descendió sobre los apóstoles en forma de lenguas de fuego. De este modo, con estas consignas y este poder los apóstoles fueron enviados por Cristo a predicar sus doctrinas a todos los hombres. Al enseñar y santificar en el nombre de Cristo se entiende que la Iglesia siempre hace la voluntad de su Divino Fundador, que permanece para siempre como su Cabeza invisible. Esta misión, así como la garantía de que Jesucristo estaría con su Iglesia hasta el fin de los tiempos, está en el Evangelio. Es evidente que Jesucristo dio a sus apóstoles el poder de enseñar y santificar a partir de los Evangelios, o sea el relato inspirado de la vida de Nuestro Señor escrita por los Santos Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

¿LA IGLESIA SIGUE CON ESA MISIÓN CENTRAL QUE CRISTO LE PIDIÓ?
La respuesta es mixta.
Precisamente el Cardenal Sarah piensa que la crisis por la que atraviesa la Iglesia hoy es producto de centrarse en temas de la “justicia social” y no en la misión central de evangelizar y hacer discípulos.
Él ha dicho: La Iglesia está un grave error en cuanto a la naturaleza de su crisis real, si ella piensa que su misión esencial es ofrecer soluciones a todos los problemas políticos relacionados con la justicia, la paz, la pobreza, la recepción de migrantes, etc., descuidando evangelización”, dijo a Ayuda a la Iglesia Necesitada, el 18 de abril de 2017.

El ex cardenal Yahya Pallavicini, que se convirtió al Islam, también ha dicho: La Iglesia, con la obsesión que tiene hoy en día con los valores de la justicia, los derechos sociales y la lucha contra la pobreza, terminará como resultado olvidando su alma contemplativa, fracasará en su misión y será abandonada por una gran parte de su fieles, debido al hecho de que ya no se reconocen en ella lo que constituye su misión específica”.

Por su parte el Obispo Robert McElroy de San Diego llama a la “inmigración”, el “[tema] clave que tenemos que enfrentar ahora en nuestra iglesia local”, en un discurso que dio en febrero en el Encuentro Mundial de Movimientos Populares.

En su entrevista con Ayuda a la Iglesia Necesitada, el cardenal Sarah criticó a las organizaciones benéficas, mencionando específicamente: los católicos que se centran de forma unilateral y exclusivamente en hacer frente a situaciones de pobreza material”, descuidando la pobreza espiritual.

“Porque es cierto que esos obispos y sacerdotes que no se toman el tiempo de colocarse en la presencia de Dios en la soledad, el silencio y la oración, tienen riesgo de morir en el nivel espiritual, o por lo por lo menos, desecarse espiritualmente por dentro”.
Sería bueno que cada uno de nosotros leyéramos las declaraciones de cada obispo y cardenal, y de nuestros párrocos, en este punto.
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O sea en qué medida sus acciones y prédica apuntan hacia la Misión Central que Jesucristo dejó a sus discípulos o se desvían de ella.

Fuentes:

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